Ahora años, cuando era necesario
inducirle el vómito a alguien, lo obligaban a tomar agua tibia o le hacían
cosquillas en la garganta con un palito, o con el dedo si no había más. Y eso
era hasta que el cristiano botaba la pluma, lo que lograba aliviarlo así fuera
de momento. Hoy en día es mucho más fácil: Basta sintonizarle un noticiero de
radio o televisión, ponerle al frente cualquier periódico, enfrentarlo a la
pantalla de la computadora y conectarlo a un portal de noticias, y el sujeto en
cuestión de segundos empieza con las arcadas.
Eso puede sucederle a cualquiera al
toparse con informaciones referentes al desfalco en la Refinería de Cartagena,
en el que las cifras citadas son de unas proporciones difíciles de asimilar; basta
con saber que es mucha más plata que la que recibimos por la venta de ISAGEN o
que con los recursos birlados podría construirse el metro de Bogotá. Dónde
están los ejecutivos, los miembros de las juntas directivas, los funcionarios
encargados de fiscalizar, los Ministros involucrados… Nadie dice nada, ninguno
pone la cara, no aparecen los culpables y en cambio todos se tiran la pelota
para evadir responsabilidades.
No podemos olvidar que es tan
culpable quien mete la mano como quien la deja meter; por acción o por omisión,
dice el léxico legal. Cómo es posible que los miembros de la junta directiva de
Reficar, o los de Ecopetrol que es la dueña de la refinería, no hayan sospechado
al ver que el proyecto cada vez costaba más, hasta llegar a cifras
escandalosas. No hay que ser muy suspicaz para recelar que dichos ejecutivos,
todos reconocidos por inteligentes y expertos, con algún propósito se hicieron
los de la vista gorda ante semejante despropósito; vaya usted a saber por qué
no quisieron escarbar.
A diario aparecen chanchullos que
opacan los anteriores y así se pierden en la memoria casos como Foncolpuertos,
o las barcazas que trajeron para ayudar en la crisis energética en épocas del
apagón, las mismas que nunca funcionaron por ser incompatibles con el sistema
eléctrico nuestro; y lo peor es que ya estaban pagas. Y qué tal la recuperación
de las líneas férreas que se hizo para trocha angosta, sistema para el cual ya
no construyen locomotoras ni vagones.
Con sobrada razón el colombiano es
reacio a pagar impuestos, porque sabe que su dinero puede ir a parar al
bolsillo de otro. Para ello contrata un contador, pero no para que lleve
cuentas y mantenga al día la contabilidad, sino para idear figuras y maromas
que reduzcan al máximo la tributación. Muchos ex funcionarios de la DIAN tienen
oficina de asesoría tributaria, lo que representa una ventaja porque conocen al
dedillo los intríngulis del organismo estatal; lo que se conoce como la puerta
giratoria.
Es triste saber que nos volvimos
desconfiados y maliciosos por culpa de la mala fe que impera; cerrar negocios
es muy trabajoso porque hizo carrera eso que para el mamón no hay ley, por lo
que solo podemos cantar victoria al salir de la notaría. La palabra no se
respeta y para la mayoría lo que sea legal es válido; la ética tiende a
desaparecer. La cultura del ‘vivo’ y el ‘avispao’ nos tiene fregados; personas
ventajosas que no tienen inconveniente en llevarse por los cachos a la mamá. Lo
peor es que la comunidad los admira.