Una espina que me mortifica a
diario es el giro que ha dado la televisión en las últimas décadas. Tal vez el
medio de comunicación más importante porque le llega a la mayoría de la población,
y aunque la radio también es popular, casi todos sus oyentes la mantienen
sintonizada en emisoras que muelen música durante las veinticuatro horas. La
prensa escrita es privilegio de unos pocos que tienen capacidad de adquirirla y
es así como el pueblo raso sobrevive sin enterarse de lo que sucede a su alrededor,
excepto por las noticias que trasmiten los pésimos, amarillistas y
manipuladores noticieros de televisión. Si hacen el esfuerzo de comprar un
periódico, optan por un tabloide de esos sensacionalistas que tanto éxito
tienen entre el vulgo.
Parece increíble que en el barrio
más deprimido, en la inaccesible montaña, en la selva inhóspita o en una vereda
lejana y olvidada, el común denominador sean las antenas de televisión.
Tradicionales o improvisadas por el ingenio criollo, las vemos en todos los
techos y muchas veces engarzadas en largas guaduas que las remontan en las
alturas donde buscan capturar algo de señal. El pueblo raso no tiene otra
distracción diferente a la televisión y por ello se convierte en un instrumento
tan importante para culturizar, educar, fomentar buenas costumbres, dar a
conocer la realidad del país, promover campañas institucionales y demás
mensajes que cumplan labor social.
En los centros urbanos muchos
tienen acceso a la señal por cable, pero el grueso público sólo ve los canales
nacionales que ofrece la televisión abierta; los estratos bajos y todos
aquellos que habitan veredas y viviendas campesinas. Esa oferta nacional está
representada en varios canales regionales, las dos cadenas nacionales, el canal
institucional y los dos canales privados, los cuales con su programación
farandulera y superficial arrasan con la teleaudiencia, porque bien es sabido
que el ser humano es afín al morbo, el amarillismo y la futilidad. La
ignorancia y la estulticia del pueblo son campo abonado para difundir una
programación carente de toda ética, que sólo se interesa en entretener sin
tener en cuenta el contenido ni el mensaje.
Entiendo que los directivos de
dichos canales, ejecutivos jóvenes cuya única preocupación es el éxito
económico, procedan a difundir esa basura que ofrecen al público televidente
porque sin duda les da resultados. Lo inconcebible es que un magnate como
Carlos Ardila Lulle, de quien tenemos las mejores referencias por ser un hombre
íntegro e inteligente, permita que en un canal que pertenece a su grupo
económico se difunda un mensaje tan pobre y decadente. Porque el canal RCN es
una vergüenza, una afrenta a la inteligencia, un bodrio que no merece cinco
segundos de nuestro tiempo. Igual que el canal Caracol.
Da grima ver que con los
presupuestos que manejan y la tecnología en equipos con la que cuentan
produzcan una programación tan deplorable, mientras en otros tiempos nuestra
televisión se caracterizó por una oferta maravillosa que entretenía a la gente
mientras difundía valores y exponía nuestra idiosincrasia. Hacían un programa
como Yo y Tu con las uñas, donde actores improvisados al lado de figuras con
experiencia convocaban a la familia colombiana todos los domingos a las siete
de la noche, para disfrutar de una comedia maravillosa. Tiempo después
aparecieron otros como Romeo y Buseta, Don Chinche y NN; series como La mujer
del presidente, Tiempos difíciles o La otra mitad del sol; además musicales,
programas periodísticos, de concurso, culturales, de historia o variedades.
Era, sin duda, una programación para todos los gustos.
Durante mucho tiempo quienes
tenemos la televisión por cable pudimos recurrir a opciones culturales que
hacían agradable sentarse frente a la pantalla, pero infortunadamente eso
también tiende a desaparecer. Canales como Discovery, National geographic,
History o Animal planet, cambiaron radicalmente su estilo y ahora son
repetitivos con temas insulsos y vacíos. Mientras el uno se dedica a cárceles y
presos, asesinos de toda laya, mafiosos, secuestradores y cuanto criminal
exista, el otro presenta a diario a pacientes con malformaciones monstruosas
que dejan al televidente traumatizado. El canal de historia, otrora interesante
y cultural, hoy se dedica a unos tipos que compran chatarra por todo el país,
mientras el de animales cambió aquellos documentales en las sabanas africanas
por unos pendejos terapeutas de perros y gatos.
Por fortuna me topé con Señal
Colombia y descubrí un canal que colma mis expectativas. Una estupenda programación,
alejada de cualquier interés comercial, recorre todos los rincones del país
para mostrarnos las diferentes comunidades y sus costumbres. Conciertos de
música clásica; programas periodísticos; y uno llamado Los puros criollos, en
el cual Santiago Rivas, el presentador, con mucho humor escoge un tema
tradicional de nuestra idiosincrasia y lo muestra con todas sus facetas: la
chicha, las fiestas de quince, el Renault 4, los reinados de belleza, el
chance, la empanada, los afrodisíacos, etc.
El canal además transmite en
directo eventos como El Tour de Francia o la Vuelta a España; valiosos documentales
internacionales; programas con personajes reconocidos como Jota Mario Arbeláez
o Jorge Veloza, el carranguero mayor; entrevistas de interés; espacios
culturales; arte; festivales de música de diferentes regiones del país. Cada
noche presenta cine independiente y quien no pueda ver a Don Chinche durante la
semana, disfruta de la maratón el domingo por la noche. ¡Qué maravilla de
programa!
pamear@telmex.net.co