martes, octubre 30, 2012

Señal Colombia.


Una espina que me mortifica a diario es el giro que ha dado la televisión en las últimas décadas. Tal vez el medio de comunicación más importante porque le llega a la mayoría de la población, y aunque la radio también es popular, casi todos sus oyentes la mantienen sintonizada en emisoras que muelen música durante las veinticuatro horas. La prensa escrita es privilegio de unos pocos que tienen capacidad de adquirirla y es así como el pueblo raso sobrevive sin enterarse de lo que sucede a su alrededor, excepto por las noticias que trasmiten los pésimos, amarillistas y manipuladores noticieros de televisión. Si hacen el esfuerzo de comprar un periódico, optan por un tabloide de esos sensacionalistas que tanto éxito tienen entre el vulgo.

Parece increíble que en el barrio más deprimido, en la inaccesible montaña, en la selva inhóspita o en una vereda lejana y olvidada, el común denominador sean las antenas de televisión. Tradicionales o improvisadas por el ingenio criollo, las vemos en todos los techos y muchas veces engarzadas en largas guaduas que las remontan en las alturas donde buscan capturar algo de señal. El pueblo raso no tiene otra distracción diferente a la televisión y por ello se convierte en un instrumento tan importante para culturizar, educar, fomentar buenas costumbres, dar a conocer la realidad del país, promover campañas institucionales y demás mensajes que cumplan labor social.

En los centros urbanos muchos tienen acceso a la señal por cable, pero el grueso público sólo ve los canales nacionales que ofrece la televisión abierta; los estratos bajos y todos aquellos que habitan veredas y viviendas campesinas. Esa oferta nacional está representada en varios canales regionales, las dos cadenas nacionales, el canal institucional y los dos canales privados, los cuales con su programación farandulera y superficial arrasan con la teleaudiencia, porque bien es sabido que el ser humano es afín al morbo, el amarillismo y la futilidad. La ignorancia y la estulticia del pueblo son campo abonado para difundir una programación carente de toda ética, que sólo se interesa en entretener sin tener en cuenta el contenido ni el mensaje.

Entiendo que los directivos de dichos canales, ejecutivos jóvenes cuya única preocupación es el éxito económico, procedan a difundir esa basura que ofrecen al público televidente porque sin duda les da resultados. Lo inconcebible es que un magnate como Carlos Ardila Lulle, de quien tenemos las mejores referencias por ser un hombre íntegro e inteligente, permita que en un canal que pertenece a su grupo económico se difunda un mensaje tan pobre y decadente. Porque el canal RCN es una vergüenza, una afrenta a la inteligencia, un bodrio que no merece cinco segundos de nuestro tiempo. Igual que el canal Caracol.

Da grima ver que con los presupuestos que manejan y la tecnología en equipos con la que cuentan produzcan una programación tan deplorable, mientras en otros tiempos nuestra televisión se caracterizó por una oferta maravillosa que entretenía a la gente mientras difundía valores y exponía nuestra idiosincrasia. Hacían un programa como Yo y Tu con las uñas, donde actores improvisados al lado de figuras con experiencia convocaban a la familia colombiana todos los domingos a las siete de la noche, para disfrutar de una comedia maravillosa. Tiempo después aparecieron otros como Romeo y Buseta, Don Chinche y NN; series como La mujer del presidente, Tiempos difíciles o La otra mitad del sol; además musicales, programas periodísticos, de concurso, culturales, de historia o variedades. Era, sin duda, una programación para todos los gustos.

Durante mucho tiempo quienes tenemos la televisión por cable pudimos recurrir a opciones culturales que hacían agradable sentarse frente a la pantalla, pero infortunadamente eso también tiende a desaparecer. Canales como Discovery, National geographic, History o Animal planet, cambiaron radicalmente su estilo y ahora son repetitivos con temas insulsos y vacíos. Mientras el uno se dedica a cárceles y presos, asesinos de toda laya, mafiosos, secuestradores y cuanto criminal exista, el otro presenta a diario a pacientes con malformaciones monstruosas que dejan al televidente traumatizado. El canal de historia, otrora interesante y cultural, hoy se dedica a unos tipos que compran chatarra por todo el país, mientras el de animales cambió aquellos documentales en las sabanas africanas por unos pendejos terapeutas de perros y gatos.

Por fortuna me topé con Señal Colombia y descubrí un canal que colma mis expectativas. Una estupenda programación, alejada de cualquier interés comercial, recorre todos los rincones del país para mostrarnos las diferentes comunidades y sus costumbres. Conciertos de música clásica; programas periodísticos; y uno llamado Los puros criollos, en el cual Santiago Rivas, el presentador, con mucho humor escoge un tema tradicional de nuestra idiosincrasia y lo muestra con todas sus facetas: la chicha, las fiestas de quince, el Renault 4, los reinados de belleza, el chance, la empanada, los afrodisíacos, etc.        

El canal además transmite en directo eventos como El Tour de Francia o la Vuelta a España; valiosos documentales internacionales; programas con personajes reconocidos como Jota Mario Arbeláez o Jorge Veloza, el carranguero mayor; entrevistas de interés; espacios culturales; arte; festivales de música de diferentes regiones del país. Cada noche presenta cine independiente y quien no pueda ver a Don Chinche durante la semana, disfruta de la maratón el domingo por la noche. ¡Qué maravilla de programa!
pamear@telmex.net.co

martes, octubre 23, 2012

Derechos relativos.


Un comercial de radio invita a marchar para interceder por los caballitos carretilleros, de los que sus dueños muchas veces abusan por obligarlos a cargar como si fueran vehículos a motor; además les dan fuete, no les curan las peladuras y los ponen a competir con el pesado tráfico de las ciudades, a cambio de pésima y escasa alimentación. Está bien que protesten en su favor, pero me parece exagerado que en el comercial de marras convoquen a que marchemos por la dignidad de los que no tienen voz. En primer lugar, opino que la palabra dignidad se aplica mejor a las personas, y con respecto a que no tienen voz el asunto me deja pasmado, porque qué tal un jamelgo que llegue a la oficina del trabajo a denunciar al patrón. Eso ni Míster Ed, el caballo aquel de la televisión.

Con el paso del tiempo al ser humano le ha entrado una especie de remordimiento con los animales, tal vez por la culpa que tenemos en el problema del calentamiento global y su influencia en la desaparición de tantas especies, y ahora muchos quieren darle a las bestias el mismo trato que a sus congéneres; claro que hay ciertos sujetos tan bestias… Me parece exagerado por ejemplo que existan personas que arman un escándalo porque alguien quiere matar un ratón que se metió en su casa; otros lloran al ver un perro atropellado o crean un drama cuando van a sacrificar el marrano para el paseo. Y hasta recogen en la calle al gozque sarnoso para llevarlo a su casa e invertir dinero en su recuperación, gesto que no se les ocurre hacer con un semejante.

En mi época los animales ocupaban su lugar, nunca los maltratamos ni abusamos de ellos, y nadie se escandalizaba porque el perro familiar estuviera en la patio, muchas veces amarrado, durmiera en la perrera y se entretuviera echándole muela al recipiente donde se alimentaba de sobrados; el único mimo que recibía era el baño semanal con un jabón hecho a base de veterina para evitar las garrapatas. Tiempo después tuvimos un perrito faldero que contra la voluntad de mi mamá se la pasaba dentro de la casa, donde dejaba su rastro nauseabundo en pisos y tapetes, hasta que después de muchos años se lo llevaron para la finca. Puedo asegurar que a ese animalito le cambió la vida, porque andaba a toda hora con un combo de chandosos de la región y se perdían varios días; cierta vez apareció con una herida abierta y un tegua lo remendó como si fuera un costal. Y claro, como llevaba tanto tiempo sin conocer hembra, en el campo se le encaramaba al bicho que encontrara; las gallinas le corrían, la marrana chillaba como posesa, los patos no salían del agua y hasta los conejos, que son tan promiscuos, pagaban escondederos a peso.

Otro animal doméstico era el gato que recorría el vecindario, por naturaleza independiente y retraído, y la gente acostumbraba no darle comida para que tuviera que cazar ratones; porque para eso lo teníamos y no para acariciarlo, ponerle moños o cascabeles. En el patio también levantábamos gallinas y pollos, y cuando estaban gordos, les retorcíamos el pescuezo sin ningún remordimiento. Lo mismo con unos conejos que crié alguna vez, y aunque esos animalitos son tan tiernos y delicados, igual me tocaba despacharlos porque nadie quiere comprar un conejo para un estofado y que se lo lleven respirando.

Ahora hablan de dignidad para los animales y les parece muy digna una iguana en un acuario; o una perrita con visera y minifalda; un gato encerrado en un aparta estudio; un conejito en una jaula diminuta; o una tortuga en un balde. Esos animales más que mascotas se convierten en juguetes para entretener muchachitos. La naturaleza es sabia y los animales nacen para vivir a la intemperie y en libertad, y a quienes insisten en que ellos se ponen tristes, estresados, de mal genio, sienten angustia, celos o se enamoran, les digo que todo se reduce a instintos. Si fueran tan inteligentes ya estarían en el colegio.

Pensándolo bien siquiera no tienen voz. Qué tal las vacas protestando porque ya todo es artificial: el toro que entucaba, olía y las acosaba en el potrero quedó en el pasado, y sus crías son separadas al nacer para alimentarlas aparte; ¿en qué queda el vínculo familiar?, ¿acaso las quieren reducir a máquinas de producir leche?, ¿a qué hora les cambiaron aquellito por el brazo de un veterinario? Y qué tal unas gallinas ponedoras que conversen todas al tiempo, como señoras en costurero, y que además empiecen a exigir jaulas más amplias y confortables, y que les acomoden gallos en sitios estratégicos, así sea para verlos pavonearse.

No quiero imaginarme una huelga de pavos en vísperas de acción de gracias o que los cerdos digan no más a la costumbre de sacrificarlos en diciembre; adiós a lechonas, fritangas, huesos de marrano, morcillas, sancochos de espinazo y demás delicias provenientes del otrora cochino; y digo otrora porque los actuales son criados en unos galpones que parecen de Fisher Price. Ni hablar de una lora que converse de corrido, una hiena cuenta chistes, un pisco orador, un burro políglota o los perros cantándole a la luna llena. Mejor dejemos así.
pamear@telmex.net.co

martes, octubre 16, 2012

Un trompa en NY (II).


Debo reconocer que si me sueltan solo en Manhattan me traga la tierra, porque no estoy preparado para tanta tecnología. Eso de interactuar con máquinas en vez de personas no es fácil para un montañero como yo, y ni modo de preguntarle a alguien porque así entienda alguito de inglés, comunicarse con cualquier transeúnte es muy trabajoso porque hablan con acentos diferentes, modismos, dichos y demás variantes que lo dejan a uno viendo un chispero.

La experiencia del metro fue toda una novedad. El agite de la gente, el ruido infernal de los trenes, los artistas espontáneos, los mendigos que habitan ese submundo, tantos personajes estrambóticos, la suciedad de muchas estaciones y la modernidad de otras, la complejidad de ese sistema de transporte y su eficiencia, el ambiente pesado por la contaminación, y una señalización perfecta que permite a cualquier usuario, después de una breve explicación, entenderla y utilizarla a su gusto. Mientras esperábamos el tren en una de las estaciones detallé a cuatro negros, ya setentones y distinguidos, que conversaban y calentaban la voz. Pues abordaron nuestro vagón, se presentaron como un grupo de música góspel y nos deleitaron con una bellísima canción a capela. Inolvidable experiencia.

Claro que nosotros, después de estar una tarde inmersos en las entrañas de NY, resolvimos mejor desplazarnos en bus, sistema que también funciona a las mil maravillas. Unas rutas recorren avenidas, de norte a sur, y otras las calles de oriente a occidente; y como casi toda la ciudad es cuadriculada, no hay pierde. En cualquier taquilla regalan mapas de rutas y venden la tarjeta para utilizar ambos sistemas. Allá quien lleva afán utiliza el metro, que es más veloz, mientras el bus lo prefieren ancianos, amas de casa, discapacitados y familias con niños pequeños. Lo mejor es que desde la ventanilla del bus puede conocerse la ciudad, ver gente en las calles, vitrinas, la majestuosa arquitectura, los parques, etc., y termina uno con dolor en la nuca por mirar los inmensos rascacielos. 

Al ver el conductor a alguien en silla de ruedas en el paradero detiene el bus, un sistema hidráulico baja el vehículo hasta dejarlo cerca del piso y luego sale una rampa para el ingreso. Si hay muchos pasajeros solicita a algunos que bajen mientras adelanta el procedimiento, luego acomoda la silla en un espacio específico, la asegura bien, pregunta para dónde vamos y al llegar al destino se detiene y repite la operación. Otros buses tienen, en vez de rampa, un ascensor hidráulico para ese menester. Los conductores, de ambos sexos, amables y dispuestos.

En vista de las multitudes, en todas partes hay que hacer fila. Y ahí es cuando aparece la ventaja para el discapacitado, porque con el grupo de mis acompañantes ingresamos por una puerta especial y tenemos trato preferencial; así el tiempo rinde mucho. Debo resaltar además que las personas son muy respetuosas y colaboradoras. Por ello en los miradores del Empire State y del Rockefeller Center pude acomodarme perfectamente para disfrutar de las espectaculares panorámicas; lo mismo en el crucero que permite conocer Manhattan desde el río, la estatua de La Libertad y los puentes que comunican la isla con el continente.

Asistir a una función en Broadway emociona; recorrer los museos es una experiencia enriquecedora e inolvidable; entrar a los grandes almacenes, así sea a mirar; estar rodeado de gentes de todas las razas, colores y condiciones; y embelesarse durante la noche en Times Square, donde el colorido, las luces, la tecnología y los personajes que se ven lo convierten en sitio obligado de reunión. La Zona cero, la capilla de Saint Paul donde atendieron los heridos del 9/11; Soho, East Villaje, la Estación Central y recorrer a pie el Puente de Brooklyn, son destinos imperdibles.  

Visitar el barrio chino y regatear con los vendedores, observar unos ancianos músicos tocar instrumentos desconocidos para nosotros, entrar al mercado donde ofrecen la más asombrosa variedad de productos y saborear las delicias de la comida asiática. En Pequeña Italia coincidimos con la celebración de San Genaro y por ello disfrutamos de un festival gastronómico en la calle principal. Porque sin duda uno de los mayores atractivos de NY es su oferta gastronómica, donde puede escogerse todos los días un restaurante de un país o continente diferente; y desde el portero hasta el chef son típicos representantes del país escogido.

La montañerada se nos notaba cuando al cruzar una avenida por la cebra y al ver un Rolls Royce, Maserati o Ferrari, mi hijo paraba, esperaba que pasara la gente, me dejaba solo frente al carro y tenga su foto. Esos gringos apenas abrían los ojos asombrados y no les quedaba sino reírse, sobre todo al vernos salir pitados cuando faltaban pocos segundos para que cambiara el semáforo. Otra cosa es que nunca había visto tantas mujeres divinas: rubias, morenas, eslavas, asiáticas, latinas, negras, musulmanas… Mejor dicho, si uno se detiene a detallarlas no le queda tiempo para nada más.    
Dicen que es mejor tener amigos que plata. Por ello quedaremos agradecidos para siempre con nuestros compañeros de viaje, porque gracias a su generosidad sin límites, cariño y entrega, pudimos disfrutar en familia de una ciudad alucinante. Eso sí que quede bien claro: no cambio mi tierra por nada del mundo. pamear@telmex.net.co

miércoles, octubre 10, 2012

Un trompa en NY (I).


En nuestro medio le decimos montañero al ignorante, montaraz o desconocedor de las normas de urbanidad, condición muy común entre campesinos y gentes de estratos bajos. A quien se ofende por ese calificativo y lo asume como un insulto le digo que no pare bolas, porque no existe otra forma de llamarnos a quienes habitamos en las laderas de la cordillera de los Andes. Si a quienes viven en la costa les dicen costeños, a los del valle vallunos, llaneros a los del llano y paramunos a los que ocupan las tierras más altas, no veo cómo más puedan decirnos.

Sin embargo, en los últimos tiempos la gente ha impuesto otros calificativos para referirse al campechano, sencillo y ajeno a protocolos, y de una manera ofensiva le dicen trompa, jeta o guiso. Sin duda la falta de estudio y el aislamiento que viven muchas personas los convierte en seres apocados e ignorantes, situación que se hace evidente cuando deben enfrentarse a cualquier tecnología, novedad gastronómica, diálogo especializado o comportamiento social. Por cierto no sobra inculcar en los menores que las personas merecen respeto y sin importar el dinero, los abolengos, estudios o experiencia, todos somos iguales.

Pues debo confesar que como un trompa me sentí en Nueva York. He salido muy pocas veces de Colombia, todas ellas al tercer mundo, pero llegar al país del norte y encontrarse ante semejante urbe, y con la tecnología que allá existe, es algo que impacta. Cuántas veces oí hablar de esa ciudad; cuántas noticias y acontecimientos de importancia se generan allí; en cuántas películas de cine y televisión, en documentales y publicaciones vi sus calles, parques, ríos, edificios, barrios y sitios emblemáticos. Tal vez no pasa un día sin que oiga nombrar esa majestuosa ciudad y después de visitarla, que no conocerla porque para ello se requiere mucho tiempo, pude entender por qué está catalogada como la capital financiera del mundo, la gran manzana, el lugar que todos quieren visitar y muchos escogen para vivir.

Desde que arribé al aeropuerto de Miami para una escala técnica las babas empezaron a chorrear. Debido a congestión en el tráfico aéreo llegamos retrasados para la conexión y prácticamente era imposible alcanzarla, pero ahí pude corroborar mi filosofía de vida basada en que todo tiene su lado positivo. En mi calidad de discapacitado que debo utilizar silla de ruedas para desplazarme, por fin pude encontrarle beneficio a tal situación. En la puerta del avión había un empleado de la aerolínea encargado de atenderme y fue él quien nos aseguró que haría hasta lo imposible para que alcanzáramos a coger el otro vuelo. Entonces empezamos a recorrer pasillos interminables, suba en ascensor, coja el tren, vuelva y baje, sáltese la fila de inmigración y pase de primero, más ascensores, bandas transportadoras y otra vez el tren, hasta que llegamos al lugar indicado y aparte de todo nos sobró tiempo. El asistente presentaba mis documentos y los de mi familia, nos indicaba los pasos a seguir y además la pareja de amigos que viajaba con nosotros disfrutaba de los mismos beneficios.

Siempre he criticado la cultura gringa y atracciones como Orlando y sus parques no me atraen, pero Nueva York siempre fue una obsesión para mí. Por ser multicultural, reconocida como la capital del mundo, por la imponencia de sus rascacielos y haberse ganado la fama de ciudad que nunca duerme, añoré visitarla algún día. Por ello durante la aproximación del avión al aeropuerto La Guardia me estremecí al ver los íconos que tan famosa la hacen, y de ahí en adelante todo fue un sueño hecho realidad.

Ya en la ciudad, encontré más facilidades de las que esperaba. En el apartamento donde nos alojamos, localizado en un exclusivo sector de Manhattan, me sentí como en casa; además, a todo el frente del edificio estaba el ascensor para bajar a la estación del metro. Después de recorrer esa ciudad durante ocho días nunca me topé con un escalón u obstáculo, y en todos los sitios que visité encontré un baño especial donde disponía de todo tipo de comodidades; además, prioridad en los ingresos, nada de filas, trato especial y disponibilidad absoluta de todas las personas. Se parece al tercer mundo donde son tan comunes las barreras arquitectónicas y es difícil encontrar un baño donde siquiera entre una silla de ruedas.

En vista de que con mi mujer era la primera vez íbamos a NY, a diferencia de nuestros compañeros de viaje que ya la habían visitado, teníamos muchas expectativas pero éramos conscientes de que en una semana no alcanzaríamos a conocer todo lo que queríamos. Sin embargo, gracias a nuestra amiga Lina quien lo hizo mejor que una guía profesional, pudimos regresar satisfechos y sin ningún antojo de visitar alguno de los sitios que teníamos en nuestra agenda. Claro que lo ideal sería poder dedicarle mucho más tiempo a los museos, porque son inmensos y espectaculares, pero ante la premura no queda sino escoger unas pocas salas y disfrutarlas al máximo.

Por fortuna en mi familia son aficionados a la fotografía y tomaron infinidad de instantáneas donde grabaron todos los detalles del recorrido, para no dejarle esa responsabilidad solo a la memoria. En la próxima entrega relataré algunas experiencias vividas en esa majestuosa metrópoli.  
pamear@telmex.net.co

miércoles, octubre 03, 2012

Carros engallaos.


Queda uno boquiabierto al conocer la tecnología de los vehículos último modelo, aparte de que cada serie supera a las anteriores en lujo, comodidad, ayudas electrónicas y demás aditamentos. Los sistemas del motor, suspensión, caja de cambios, rodamientos y demás perendengues ya no se parecen a lo de antes, cuando cualquier falla la arreglaba el mecánico de confianza y si la varada lo cogía en carretera, en los pueblos conseguía repuestos y quién se los cambiara. Hoy en día para cualquier inconveniente con el vehículo toca llamar una grúa y llevarlo al concesionario para que lo conecten a una computadora que diagnostica. Además en nuestra época los daños de latonería se arreglaban a punta de martillo, masilla, hueso duro y lija de agua, y no como ahora que cambian las piezas enteras así el rayoncito sea insignificante.

A muchos carros modernos y sofisticados no les falta sino hablar, como al famoso auto fantástico de la serie de televisión. El chofer cierra el suiche, se baja y tira la puerta, sin preocuparse de cerrar ventanillas, poner seguros o apagar las luces, porque todo se hace como por arte de magia. Ya no existen las llaves, que tanto embolatan las señoras, porque las reemplazaron por tarjetas electrónicas u otros mecanismos aún más sofisticados. Las plumillas se prenden solas cuando empieza a lloviznar y aumentan su velocidad según peleche el aguacero. Para echar reversa basta mirar una pantalla en el tablero que muestra lo que hay detrás, mientras luces y alarmas avisan la proximidad de los obstáculos. Y ahora me entero de que algunos carros de gama alta no traen llanta de repuesto, porque los pinchazos no desinflan las ruedas de inmediato sino que la computadora avisa cuál sufrió la avería y cuánta distancia puede recorrer antes de repararla.

Durante nuestra juventud ni siquiera llegamos a imaginarnos semejantes tecnologías, porque los carros de entonces venían estrictamente con lo necesario para funcionar: luces, plumillas, seguros en las puertas, llanta de repuesto, gato y cruceta; ni siquiera direccionales, porque para ello el conductor sacaba la mano y señalaba hacia dónde iba a girar o si pensaba detenerse. El único lujo que tenía el DeSoto 55 de mi casa era un radio de sintonizar con teclas, que sólo cogía unas pocas emisoras en AM. Por lo tanto la obsesión de la muchachada era tratar de convencer a los papás para que accedieran a ponerle gallos al carro familiar, inspirados en las naves que piloteaban Valerio Hoyos, Fabio Escobar, Armando Gómez, Enrique Molina o Jairo Gómez.

A principios de la década de 1970 llegaron el Simca 1000 y el Reanult 4 a reemplazar aquellos carros americanos, grandes, pesados y para nosotros pasados de moda. Los nuevos pichirilos, aunque parecían de juguete, eran vistos por todos con admiración y en ellos nos sentíamos como si manejáramos carros de carreras; el Simca, con asientos delanteros individuales y palanca en el piso, era toda una novedad. En cambio el R4 era un carro básico, que ni guantera traía, pero lo llevaba a donde quisiera y no molestaba para nada; aún hoy se ven muchos dando guerra en las vías. El caso es que los mayores eran muy reacios a dejarle hacer cambios al vehículo original, pero en cambio los jóvenes platudos que tenían carro propio sí se daban gusto engallándolo.

Lo primero era conseguir unos rines de magnesio y ponerles llantas anchas. Una raya que lo atravesara desde la trompa hasta la cola, por toda la mitad, pintada de un color vistoso. Las calcomanías de moda, el conejito de Playboy, STP, Castrol, Michelín y demás, se le pegaban en el guardabarros delantero, adelantico de la puerta del chofer. El timón se reemplazaba por uno pequeño forrado en cuero, la palanca de cambios también especial y un resonador en el mofle para que el vehículo no pasara desapercibido. En la consola le instalaba un equipo de sonido Pioneer y los propios para ese trabajito eran Tarzán y un señor de apellido Puerta, quien era más pulido y por ende más carero.

Al Renault 6 le bajaban los amortiguadores traseros para que no quedara culiparao y al R4, cuando había que repararle máquina, se aprovechaba para acondicionarle un kit de R12 y el carrito quedaba volando; claro que se desajustaba muy pronto porque la carrocería no aguantaba el voltaje del potente motor. Unos años después empezaron a vender cinturones de seguridad y todos ahorramos para comprar un par e instalárselo al carro de la casa, aunque eran de adorno porque entonces nadie los utilizaba.

Ponerle un tacómetro y otros instrumentos extras encima del tablero era de muy buen gusto; forros de pana o tela escocesa para proteger la cojinería; luces exploradoras; unas buenas cornetas que reemplazaran el pito; pintar parachoques y rines del mismo color del carro y resaltar los letreros de las llantas con blanco; pegar el extinguidor en un lugar visible y otros gallos que se me escapan, eran las características que le daban a cualquier carro el calificativo de lancha o nave. Porque vehículo que envejeciera en su estado original era llamado caspa, caracha, mecha, llaga, amasao, chatarra o pelle.

En todo caso gozamos mucho al engallar aquellos carros de antaño, actividad en desuso porque está claro que lo único que les falta a los vehículos modernos es que se manejen solos.
pamear@telmex.net.co