jueves, abril 07, 2016

Duermen con el enemigo (I).

Aunque detesto el frío, en mi juventud disfrutaba ir con los amigos a pescar truchas en los páramos cercanos, cuando era fácil atraparlas con anzuelo en ríos y quebradas. La laguna del Otún siempre fue el sitio predilecto; allá llegábamos a bordo de la lechera, un camioncito que recorría a diario la ruta para recoger el producto de los ordeñaderos aledaños. Rememoro ese momento al caer la tarde cuando regresábamos de una larga faena de pesca, cansados y ateridos, y nos sentábamos alrededor del fogón de leña a oírles los cuentos a los campesinos que nos daban posada.

Preferíamos no dormir en carpas y mejor contratábamos el alojamiento y los tres golpes diarios en alguna casucha del sector, confiados en que por allá toda la gente es buena, noble, sencilla. Subí hace poco hasta el cerro Gualí y mientras mis acompañantes tomaban fotografías del entorno, le entablé conversa a un campesino que esperaba en la orilla de la carretera.

-Aquí don aguardando un carro que vaya pa Murillo, aunque yo me bajo allí adelantico no más, en una casita onde me guardan la bestia. De ahí cojo por un camino como una hora pa llegar a la jinca que aministro, de manera que si no aparece ese bendito trasporte me coge la noche; y esto al oscuro es bien verriondo. ¿Cómo dice? Pues casao no, arrejuntao que llaman; desde hace nueve años y tenemos tres pelaos, dos varoncitos y una niña. Un hermano mío que es jornalero vive con nosotros, además de dos o tres piones que se contratan cuando toca recoger papa, arreglar cercos o cualesquier labor por el estilo.

No, qué va, yo bajo a mercar los domingos pero hoy me tocó ir a frentiar un chicharrón que resultó. Figúrese que mi hermano estaba desde hace días con la culequera de sembrar un lotecito de papa, y eso fue hasta que se animó y le pidió permiso al patrón. El hombre de una le dijo que sí y entoes el muchacho a juro que yo le prestara la plata pa los jornales, la semilla, abonos, funiga, ecétera; y la verdá es que yo tengo unos ahorritos, pero aquella no me deja arriesgalos en un negocio ajeno. El caso es que el zambo se levantó el billete y no me quiso decir cómo; y seguro no fue en un banco, porque a los pobres ni siquiera nos dejan dentrar.

Pasaron los días y lo veía achantao, de mala vuelta y nervioso, por lo que insistí pa que dijera qué le pasaba. Pues no soltó prenda y a los pocos días apareció todo cascao, con el cuento que fue en un bochinche mientras se tomaba unos guaros; y ese muchacho ha sido muy sano. Entoes ahí sí le hicimos la encerrona hasta que confesó que la plata se la prestaron en eso que llaman quisque gota a gota, y que ahora mesmo debía hasta los calzones; que la última vez que puso la cara le dieron esa muenda y que él cree que no lo han quebrao, porque esto por aquí es muy trasmano.

En todo caso, aunque quedé sin un peso y además enquimbao con el patrón, pude arreglar con esos vergajos. Ahora no falta sino que la cosechita de papa se friegue y ahí sí nos lleva el putas. ¿Cómo dice? ¡Hum!, si le contara… Con decile que cuando nos dan charlas de cómo manejar la vaina, esa gente dice quisque que nosotros dormimos con el enemigo. Aguarde pregunto si ese carro puede llevame o sino le cuento cómo es el maní…

Duermen con el enemigo (II).

En aquella época de nuestras excursiones al páramo no existía el Parque de los Nevados y por lo tanto podía transitarse sin talanqueras, a diferencia de ahora que hasta para subir a los arenales hay que pagar un mundo de plata. Arrancábamos a cualquier hora y llegábamos hasta el refugio que se incendió hace 30 años por la explosión del volcán. Subir con las enamoradas a ver el firmamento en una noche despejada era un plan muy apetecido; con una botellita de brandy o de aguardiente, o un cacho de ‘maracachafa’ que pusiera a ver estrellas.

Pero sigo la charla con mi contertulio ocasional, la que interrumpimos debido a que él quería saber si un carro que pasaba en ese momento podía llevarlo a su destino. Resultó que no, porque iba solo hasta Nieto y eso queda muy cerca de donde estábamos; entonces le pregunté si esa finca es la de las tan nombradas cuevas, y respondió que sí, pero que no son cuevas como tal, sino unas salientes en un peñasco que forman una especie de alero, donde se escampaban los arrieros con sus recuas cuando los cogía la noche en el páramo.

-Aguarde pues le cuento cómo es vivir con ese volcán tan cerquita. La verdá es que uno se acostumbra a todo y aunque al principio vivíamos aculillaos, hoy tiene que estar muy toriao pa que nos preocupemos. Cuando esa vaina hizo erución, hace ya tiempo, nosotros vivíamos en Líbano y mi apá tenía unos cultivos de papa en una jinca vecina al nevao. Pues le cuento que eso se perdió todo porque amaneció al otro día quemao por la ceniza y no quedó sino arriar ganao y bestias pa buscar una finca más abajo que los recibiera.

Después de eso el cucho quedó en la olla, lleno de culebras, por lo que me tocó dejar el estudio y buscar coloca. Tras mucho voltiar como jornalero por fin logré ministrar la jinca onde estoy ahora, bien istalao por fortuna con aquella y los pelaos. Siempre es jodido porque a ellos les toca metese una patoniada la berrionda pa ir a la escuela; y eso en verano es una cosa, pero yo sí le cuento lo que es esto cuando amanece el helaje en la fina.

Con respeto al volcán, cada rato nos invitan a charlas en la vereda y nos dan istruciones por si una emergencia; pero imagínese, qizque debemos pegar pa los laos de El Arbolito onde hay un cajón grande, de metal, de’sos que cargan las tratomulas… ¡Eso!, un contenedor… el caso es que ahí nos debemos meter todos los vecinos pa cubrinos si empiezan a llover piedras. Pero calcule usté mientras uno trae las bestias del potrero y las ensilla, porque a pie no podemos salir, luego empaca cualesquier chiro y las cositas de primera necesidá… Tampoco se puede ir uno con el mero encapillao… Yo creo que eso funciona pa los que viven cerquita, porque nosotros… ¡pailas!

De manera que no queda sino encomendase a la Virgen y hacese el pendejo pa que los pelaos no se asusten; si viera usté cuando arranca ese volcán a roncar y dígase a temblar… y hay noches que llueven pavesas y la ceniza es tan gruesa que se siente caer en el techo de zin. Y haga juerza pa que no se jodan los cultivos ni el pasto, porque ahí sí nos lleva el que nos trajo. Que sea lo que sea, porque ni pensar en dejar la coloca. ¿Qué hago yo en la ciudá…? ¡Comer rila, será!

Meto la cucharada.

Por ser juez y parte no había opinado acerca del debate originado por el cambio de nombre del parque de la avenida Santander con calle 48, remodelado y puesto al servicio de la comunidad, pero como ya está todo consumado puedo meter la cucharada. La administración municipal aprovechó la obra para hacer una distinción a las mujeres manizaleñas, por lo que resolvió quitarle el nombre que tenía hasta ahora y que hacía homenaje a mi abuelo, el escritor costumbrista Rafael Arango villegas.

De manera que pasó a llamarse Parque de la mujer, Luz Marina Zuluaga, y de una vez honraron a una dama que puso en alto el nombre de Manizales desde que obtuvo la corona mundial de la belleza hace ya tantos años. Eso está bien, muy bonito el parque, moderno, funcional, agradable, pero no entiendo por qué le quitaron de un plumazo el reconocimiento a don Rafa. Él se ganó ese homenaje por su talento y sacrificio, por ser hombre íntegro y ciudadano ejemplar, porque fue un escritor reconocido en el medio literario nacional.

Claro que la mayoría de la gente no sabía que ese parque se llamaba así, porque siempre se le dijo el Parque de los enamorados. Y ello se debe a que en su momento no tuvieron el detalle de erigir un busto del escritor, con una placa conmemorativa que resaltara su nombre y demás datos pertinentes; nada, se contentaron con una plaquita que acomodaron por allá en un sardinel. Eso de cambiarle el nombre a las cosas es muy común en este país, como el puente Pumarejo, en Barranquilla, cuyo nombre original es el del expresidente Laureano Gómez.

Dicen que gaseosa mata tinto y sin duda en la actualidad Luz Marina es más taquillera que mi abuelo, aunque muy distinto pensamos quienes conocemos la obra del escritor costumbrista; lo triste es que cada vez somos menos, porque a la juventud moderna poco le interesan ese tipo de cosas. Y si era mucho el afán por perpetuar el nombre de nuestra Mis Universo, podrían haberle quitado el nombre al parque José María Escrivá, conocido como de Las garzas y localizado en el barrio Palermo, y erigir allí el busto de Luz Marina; porque solo a un concejal rezandero se le pudo ocurrir dedicar uno de nuestros parques al cura español, lo que es como si en Madrid bautizaran una de sus plazas con el nombre del Padre Hoyos.

El 8 de marzo la edición virtual de El Tiempo publicó una nota acerca de la noticia y en ella el reportero informa que a mi abuelo lo desbancaron por ser un escritor de tendencia ‘machista’; y copia un texto de la Historia Sagrada del maestro Feliciano Ríos, donde el zapatero borrachín se refiere de manera despectiva a las damas. Ese mequetrefe merece que lo echen del periódico, por ignorante. También notifica que la Secretaría de Desarrollo Social aseguró que la idea es no dejar perder la memoria del escritor caldense y para ello podría destinarse una obra futura, como las estaciones de bicicletas públicas.

Imagino el orgullo de mi familia cuando veamos el nombre del abuelo en una de esas estaciones, un larguerito con techo donde parquean una docena de ciclas. ¡Tremendo homenaje!

Advierto, a don Rafa esas cosas lo tenían sin cuidado. Cierta vez la sociedad de Manizales le rindió un homenaje y uno de los oradores propuso que levantaran un busto del escritor, a lo que él respondió que les agradecía mucho, pero que mejor se lo ‘levantaran’ a Gracielita, su hija mayor, quien estaba próxima a participar en un concurso de belleza.

Evolución electrónica.

Cuál sería mi sorpresa al asistir a una tenida en casa del amigo que me mantiene al día en cuanto a tecnología de sonido se refiere, pues cada que lo visito me descresta con dispositivos nuevos, diminutos parlantes, sofisticadas consolas y demás juguetes novedosos, y lo encontré rodeado de una pila de discos de larga duración, aquellos Long Play que acompañaron nuestra juventud. Escoger la carátula, buscar la canción, sacar el acetato y limpiarle el polvo con un paño, ponerlo en el tornamesa y proceder a acomodar la aguja en el surco correspondiente, es un ritual que nunca imaginé volver a presenciar.

Durante mi niñez en la casa solo había un radio grande de tubos en el que Laura Ceballos, la cocinera, sintonizaba radionovelas y música popular. Mis padres no oían radio y se enteraban de la actualidad en el telenoticiero El Repórter Esso, de las siete de la noche. El televisor era un peye en blanco y negro, que sintonizaba un solo canal, al que tocaba moverle un tornillo por detrás para que la pantalla no brincara de manera desesperante; esa labor estaba destinada al menor de los hermanos.

El otro ‘dispositivo’ que tuvimos fue la infaltable radiola, un mueble aparatoso que tenía tocadiscos y un radio aparentador, ya que el dial presentaba el nombre de las principales capitales del mundo, pero en realidad ni siquiera cogía las emisoras locales. Los discos disponibles eran muy pocos porque mis padres no eran aficionados a la música popular; oían un trío o unos mariachis y se encalambraban. En cambio mi papá tenía una amplia selección de música clásica, en antiguos discos de 78 revoluciones, la cual en un principio oíamos con recelo hasta que le cogimos el gusto.

A finales de la década de 1960 mi hermana mayor cumplió quince años y una tía le regaló un moderno radio eléctrico. Cierta vez, uno de los muchachos lo cogió sin permiso para sintonizarlo debajo de las cobijas durante la noche, con tan mala suerte que el aparato se recalentó y estuvo a punto de causar un incendio. Por fortuna el muérgano se despertó a tiempo, volteó el colchón para que no se notara el fogonazo, desapareció las sábanas y madrugó a enterrar el radio medio derretido en el patio; ni siquiera los que dormíamos en el mismo cuarto nos dimos cuenta. Ante la falta del electrodoméstico acusaron a la entrodera de manilarga y por fortuna mi mamá, que se las pillaba al vuelo, pronto descubrió el asunto y el culpable debió reconocer su responsabilidad.

La quinceañera también trajo de un viaje un pequeño tocadiscos portátil, lo que coincidió con la llegada de unos parientes que regresaron de vivir en Europa, quienes nos prestaron una colección de Los Beatles en discos de 45 revoluciones. Eso fue todo un acontecimiento y en la casa hubo romería de amigos que querían disfrutar del grupo musical de moda. Pocos años después mi mamá fue de paseo a los Estados Unidos y se nos apareció con un reproductor de casetes, aparato que era un verdadero descreste; como los casetes eran escasos y costosos, solo teníamos uno: Sandro de América. Por fortuna un amigo de mi papá nos prestó uno de música rock y a ambos les dimos cachucha hasta decir no más.

Pero quién iba a imaginar que después de ver la evolución de esos sistemas de sonido, inasequibles para la mayoría, la gente podría grabar su música en el teléfono celular; para mayor comodidad se chantan unos audífonos que los aísla de la realidad, lo que hace que nuestro planeta parezca habitado por zombis.