Aunque detesto el frío, en mi
juventud disfrutaba ir con los amigos a pescar truchas en los páramos cercanos,
cuando era fácil atraparlas con anzuelo en ríos y quebradas. La laguna del Otún
siempre fue el sitio predilecto; allá llegábamos a bordo de la lechera, un
camioncito que recorría a diario la ruta para recoger el producto de los
ordeñaderos aledaños. Rememoro ese momento al caer la tarde cuando regresábamos
de una larga faena de pesca, cansados y ateridos, y nos sentábamos alrededor
del fogón de leña a oírles los cuentos a los campesinos que nos daban posada.
Preferíamos no dormir en carpas y
mejor contratábamos el alojamiento y los tres golpes diarios en alguna casucha
del sector, confiados en que por allá toda la gente es buena, noble, sencilla. Subí
hace poco hasta el cerro Gualí y mientras mis acompañantes tomaban fotografías del
entorno, le entablé conversa a un campesino que esperaba en la orilla de la
carretera.
-Aquí don aguardando un carro que
vaya pa Murillo, aunque yo me bajo allí adelantico no más, en una casita onde
me guardan la bestia. De ahí cojo por un camino como una hora pa llegar a la jinca
que aministro, de manera que si no aparece ese bendito trasporte me coge la noche;
y esto al oscuro es bien verriondo. ¿Cómo dice? Pues casao no, arrejuntao que
llaman; desde hace nueve años y tenemos tres pelaos, dos varoncitos y una niña.
Un hermano mío que es jornalero vive con nosotros, además de dos o tres piones
que se contratan cuando toca recoger papa, arreglar cercos o cualesquier labor
por el estilo.
No, qué va, yo bajo a mercar los domingos
pero hoy me tocó ir a frentiar un chicharrón que resultó. Figúrese que mi
hermano estaba desde hace días con la culequera de sembrar un lotecito de papa,
y eso fue hasta que se animó y le pidió permiso al patrón. El hombre de una le
dijo que sí y entoes el muchacho a juro que yo le prestara la plata pa los
jornales, la semilla, abonos, funiga, ecétera; y la verdá es que yo tengo unos
ahorritos, pero aquella no me deja arriesgalos en un negocio ajeno. El caso es
que el zambo se levantó el billete y no me quiso decir cómo; y seguro no fue en
un banco, porque a los pobres ni siquiera nos dejan dentrar.
Pasaron los días y lo veía achantao,
de mala vuelta y nervioso, por lo que insistí pa que dijera qué le pasaba. Pues
no soltó prenda y a los pocos días apareció todo cascao, con el cuento que fue en
un bochinche mientras se tomaba unos guaros; y ese muchacho ha sido muy sano. Entoes
ahí sí le hicimos la encerrona hasta que confesó que la plata se la prestaron
en eso que llaman quisque gota a gota, y que ahora mesmo debía hasta los
calzones; que la última vez que puso la cara le dieron esa muenda y que él cree
que no lo han quebrao, porque esto por aquí es muy trasmano.