Pienso que los colombianos debemos dejar a un lado el apasionamiento y ser más sensatos al momento de exponer nuestros puntos de vista. Es derecho de cada uno criticar lo que le parece mal, pero al mismo tiempo es sano reconocer cuando existen cosas dignas de resaltar. Maniqueísta llaman al seguidor de un pensador persa del siglo III, Manes, quien solo admitía dos principios creadores: el del bien y el del mal. Nada de medias tintas, grises o tibios. Es así o asá; blanco o negro; frío o caliente. Preferible discutir cualquier asunto, oír opiniones, analizar, discernir, defender sus razones y argumentos, pero al mismo tiempo escuchar otros puntos de vista y así no esté de acuerdo con ellos, respetarlos.
Un ejemplo claro de esto puede verse cuando algunos contertulios tocan el tema del gobierno o la actualidad nacional. El que odia el régimen del momento lo ataca sin tregua y no afloja en nada, mientras que el seguidor del mismo defiende hasta lo indefendible. Y así pasan horas, discuten y esgrimen razones, y no es raro que al final rompan una amistad de mucho tiempo. Oigo dispares opiniones acerca de un asunto que crea controversia, y se refiere al programa del gobierno actual de blindar las carreteras para que los ciudadanos puedan transitarlas.
Muchos apoyamos ese plan, y lo disfrutamos, pero muchos otros insisten que es una medida elitista que beneficia solo a los ricos. Pues aquí van mis argumentos y de una vez aclaro que respeto cualquier opinión diferente a la mía. Pienso que los ricos no se montan en un carro durante horas interminables a recorrer unas vías estrechas y peligrosas, porque prefieren hacerlo en avión y a destinos turísticos en el exterior o en sitios privilegiados. Tuve la oportunidad de recorrer las carreteras en la temporada de fin de año y esto pude observar.
El flujo de viajeros por vía terrestre se ha incrementado en forma considerable, y si miramos unos años atrás podemos recordar cuando al final del gobierno de Andrés Pastrana llegamos al colmo que era peligroso viajar a la vecina ciudad de Pereira. Ni pensar en visitar Medellín o Bogotá, porque la excursión se convertía en un suicidio. Estábamos secuestrados en nuestros domicilios porque las fincas y lugares de recreo también estaban vetados. A nadie se le ocurría programar un paseo de olla a un río o una caminata por la montaña.
A pesar de que las vías son angostas, presentan mal estado en muchos tramos y el tráfico pesado las hace peligrosas y estresantes, es mejor correr ese riesgo que quedarse encerrado en la casa. Miles de familias emigran en busca de descanso y al detallar esos viajeros es cuando uno se pregunta a quiénes están tildando de ricos. Un empleado cualquiera, que ahorra todo el año y aprovecha la prima navideña para llevar la familia a pasear, después de darle una manito al carro consigue alquilar una cabaña en la costa donde pueden disfrutar del mar y del paisaje. Una clase media que hace un gran esfuerzo para compartir durante las vacaciones y que si no pudieran hacerlo por carretera, no tendrían otra opción.
Ni hablar de la gran cantidad de gente que consigue el sustento diario de ese turismo. El que vende mecato en los peajes, las estaciones de servicio, los restaurantes y paraderos, hoteles y hospedajes, y cualquiera que ofrezca algo al borde de la carretera. Por ejemplo en Santa Marta saltaron matones en la época que menciono porque nadie asomaba por allá en temporada de vacaciones, y hay que ver lo que es ahora. Parece un hervidero humano. Como la gente físicamente no cabe en las playas, arrancan en sus carros a buscar cupo en lugares como Bahía Concha, Parque Tayrona, Mendihuaca, Quebrada Valencia o Buritaca, todos en la vía que va hacia La Guajira.
Cuando desemboca en el mar el río Buritaca, que baja cristalino y helado procedente de la Sierra nevada, forma una lengua de playa espectacular donde los turistas disfrutan a sus anchas de lo más bello que puede ofrecer la naturaleza. En ese lugar iban a construir un complejo turístico pero la sociedad se quebró y al no poder indemnizar a los trabajadores, estos se apropiaron de los terrenos y hay que ver la maravilla de cooperativa que crearon. Es un pequeño poblado donde todas las personas tienen una labor definida. Los hombres controlan el parqueadero, cruzan el río en sus canoas para llevar los visitantes a la playa, alquilan las carpas con sus sillas, ofrecen kayacs, neumáticos y otras entretenciones. Las mujeres cocinan para los improvisados restaurantes, atienden la venta de artesanías, hacen trenzas y masajes, asan plátanos y fritan arepas de huevo, pican frutas y demás viandas que a su vez son vendidas por los menores. Todos van identificados con su nombre en la camiseta y nadie atosiga al turista; con mucha prudencia ofrecen sus servicios de lejitos. Puede usted antojarse de cualquier cosa y se la consiguen.
Allá encuentra uno colombianos de todo tipo y puedo asegurar que muy pocos son ricos. Gente común y corriente. Y esa cantidad de personas que obtienen el sustento diario gracias al flujo turístico. Basta con sacar los militares del cuartel y hacer presencia con ellos en las vías, y muchos podemos disfrutar de una opción económica y reconfortante.pmejiama1@une.net.co
martes, febrero 27, 2007
jueves, febrero 22, 2007
AL PAN PAN...
No me explico por qué les ha dado por cambiarle el nombre a las cosas. Serán ganas de innovar, pues no creo que se trate de evolucionar el idioma porque reemplazan palabras que hemos utilizado toda la vida y que hasta ahora nos han servido de maravilla. Hablar como nuestros antepasados, en muchos casos, se ha vuelto un irrespeto y no falta el que se torea porque nombran su profesión o condición con un vocablo determinado. A cuenta de qué una palabra pierde su estatus y debe cederle el turno a otra que han impuesto, sin ninguna causa o razón justificada.
Una cosa es que un escritor, profesor, científico o cualquier persona con cierto bagaje intelectual aproveche sus conocimientos del lenguaje para adornar, o simplemente para describir con precisión cuando escribe o en una disertación, y otra muy distinta que la gente del común empiece a utilizar terminachos rebuscados para expresar lo que siempre ha dicho de una manera simple y sencilla. Mientras que en una novela se menciona, por ejemplo, un personaje esmirriado, de rostro enjuto, cabello hirsuto y andar desgarbado, para un ciudadano común es un tipo flacuchento, carichupao, mechudo y que camina como chencha la gamba.
De cuándo acá es pecado decirle negro a un negro; puede ser un corroncho de esos que parece embetunado, y ahora cogieron por referirse a él como de color, morocho o afro descendiente. Igual como le decimos mono al rubio o amarillo al oriental. Para mí un tipo es alto, no espigado; enano, en vez de chaparro, paturro o canijo; prefiero gordo a robusto, y churrusco en vez de ensortijado. Al cabello le digo pelo, a la tez cara, al rictus carantoña, a las vistas ojos y al trasero fundillo.
Nadie está libre de sufrir alguna malformación o enfermedad que lo incapacite, la cual puede ser de nacimiento o por un desafortunado accidente, lo que conlleva a que lo llamen de una manera determinada que describe su condición. Peor para el que se ponga como un tigre porque le dicen inválido en vez de minusválido; boquineto cuando tiene labio leporino; chapín si nace con los pies deformes; o garetas porque tiene las piernas como paréntesis. Es común que le digan sordo al que es como una tapia; si el sujeto no ve ni por la familia, o parece un topo, se conoce como ciego, aunque ahora les dio por llamarlo invidente; y el que tiene estrabismo es tan bizco que cuando llora se le moja la espalda.
La persona de escasos recursos es simple y llanamente más pobre que las ratas y no tiene ni con qué pasar una maluquera. Lo que ahora se conoce como un habitante de la calle, en mi infancia se llamaba chinche; en el intervalo le han dicho gamín o ñero. Nada más común que comentar que a fulanito se le corrió la teja y que por ello lo enchiqueraron en el manicomio. Válgame dios semejante irrespeto, porque la sociedad ahora exige referirse al loco como desequilibrado mental y la institución que lo acoge es la clínica siquiátrica. No me explico a qué hora el preso se convirtió en interno; el embolador en lustrabotas; el cotero en estibador; la guaricha en trabajadora sexual; el policía en patrullero (antes era tombo) y la de los tintos en asistente de oficios varios.
El diccionario dice que chofer es quien se desempeña laboralmente como conductor de un vehículo, por lo que no entiendo a los que se enfurecen porque los llaman de esa forma, y exigen que los traten de conductores o profesionales del volante. De manera que quien maneje taxi, bus, colectivo, buseta o carro particular, es un chofer así le pique y le rasque. Cualquier ser humano, si no estira la pata antes, llega a la vejez indefectiblemente. Ahí pasa a ser un viejo, palabra utilizada desde siempre para referirse al anciano, aunque se puso de moda decirles adultos mayores o personas de la tercera edad. Si uno es viejo es viejo y por más apelativos que inventen nadie lo salva de los achaques, chocheras y decrepitudes que acumula con el paso de los años, y lo seguirán llamando chuchumeco, vejestorio, cucho o catano. No sobra recordar que al ancianato ahora le dicen geriátrico.
Diferente cuando alguien habla en público, o publica un escrito, y hecha mano de expresiones más suaves y sonoras que las que acostumbra el vulgo. Como cuando al futbolista le dan un puntapié dizque en las partes nobles, según el narrador de turno (¿por qué le dirán nobles a esas partes?) En cambio nadie necesita aclaración si oye decir que a fulano le zamparon una patada en las pelotas y lo dejaron p’a tío. O al que recibió una cachetada que le causó un fuerte moretón, lo que en lenguaje popular quiere decir que le dieron en la jeta y quedó con un ojo picho.
Más fastidiosos aún son los extranjerismos, utilizados por aquellos que creen ser mejores por hacerlo. Hay que oír hablar a un ejecutivo joven de esos que acomoda una palabra importada en cada frase que pronuncia. Sí, de los que no dicen compras sino shopping y speech en vez de discurso o presentación. Y para rematar reemplazaron un simple no por el empalagoso nada que ver.
pmejiama1@une.net.co
Una cosa es que un escritor, profesor, científico o cualquier persona con cierto bagaje intelectual aproveche sus conocimientos del lenguaje para adornar, o simplemente para describir con precisión cuando escribe o en una disertación, y otra muy distinta que la gente del común empiece a utilizar terminachos rebuscados para expresar lo que siempre ha dicho de una manera simple y sencilla. Mientras que en una novela se menciona, por ejemplo, un personaje esmirriado, de rostro enjuto, cabello hirsuto y andar desgarbado, para un ciudadano común es un tipo flacuchento, carichupao, mechudo y que camina como chencha la gamba.
De cuándo acá es pecado decirle negro a un negro; puede ser un corroncho de esos que parece embetunado, y ahora cogieron por referirse a él como de color, morocho o afro descendiente. Igual como le decimos mono al rubio o amarillo al oriental. Para mí un tipo es alto, no espigado; enano, en vez de chaparro, paturro o canijo; prefiero gordo a robusto, y churrusco en vez de ensortijado. Al cabello le digo pelo, a la tez cara, al rictus carantoña, a las vistas ojos y al trasero fundillo.
Nadie está libre de sufrir alguna malformación o enfermedad que lo incapacite, la cual puede ser de nacimiento o por un desafortunado accidente, lo que conlleva a que lo llamen de una manera determinada que describe su condición. Peor para el que se ponga como un tigre porque le dicen inválido en vez de minusválido; boquineto cuando tiene labio leporino; chapín si nace con los pies deformes; o garetas porque tiene las piernas como paréntesis. Es común que le digan sordo al que es como una tapia; si el sujeto no ve ni por la familia, o parece un topo, se conoce como ciego, aunque ahora les dio por llamarlo invidente; y el que tiene estrabismo es tan bizco que cuando llora se le moja la espalda.
La persona de escasos recursos es simple y llanamente más pobre que las ratas y no tiene ni con qué pasar una maluquera. Lo que ahora se conoce como un habitante de la calle, en mi infancia se llamaba chinche; en el intervalo le han dicho gamín o ñero. Nada más común que comentar que a fulanito se le corrió la teja y que por ello lo enchiqueraron en el manicomio. Válgame dios semejante irrespeto, porque la sociedad ahora exige referirse al loco como desequilibrado mental y la institución que lo acoge es la clínica siquiátrica. No me explico a qué hora el preso se convirtió en interno; el embolador en lustrabotas; el cotero en estibador; la guaricha en trabajadora sexual; el policía en patrullero (antes era tombo) y la de los tintos en asistente de oficios varios.
El diccionario dice que chofer es quien se desempeña laboralmente como conductor de un vehículo, por lo que no entiendo a los que se enfurecen porque los llaman de esa forma, y exigen que los traten de conductores o profesionales del volante. De manera que quien maneje taxi, bus, colectivo, buseta o carro particular, es un chofer así le pique y le rasque. Cualquier ser humano, si no estira la pata antes, llega a la vejez indefectiblemente. Ahí pasa a ser un viejo, palabra utilizada desde siempre para referirse al anciano, aunque se puso de moda decirles adultos mayores o personas de la tercera edad. Si uno es viejo es viejo y por más apelativos que inventen nadie lo salva de los achaques, chocheras y decrepitudes que acumula con el paso de los años, y lo seguirán llamando chuchumeco, vejestorio, cucho o catano. No sobra recordar que al ancianato ahora le dicen geriátrico.
Diferente cuando alguien habla en público, o publica un escrito, y hecha mano de expresiones más suaves y sonoras que las que acostumbra el vulgo. Como cuando al futbolista le dan un puntapié dizque en las partes nobles, según el narrador de turno (¿por qué le dirán nobles a esas partes?) En cambio nadie necesita aclaración si oye decir que a fulano le zamparon una patada en las pelotas y lo dejaron p’a tío. O al que recibió una cachetada que le causó un fuerte moretón, lo que en lenguaje popular quiere decir que le dieron en la jeta y quedó con un ojo picho.
Más fastidiosos aún son los extranjerismos, utilizados por aquellos que creen ser mejores por hacerlo. Hay que oír hablar a un ejecutivo joven de esos que acomoda una palabra importada en cada frase que pronuncia. Sí, de los que no dicen compras sino shopping y speech en vez de discurso o presentación. Y para rematar reemplazaron un simple no por el empalagoso nada que ver.
pmejiama1@une.net.co
jueves, febrero 15, 2007
CAMBIO DE CANAL.
CAMBIO DE CANAL.
Los canales privados de televisión de nuestro país lograron, al menos conmigo, algo que definitivamente no debe estar en sus metas: que rechace el 99% de su programación. La verdad es que acostumbro sintonizar el noticiero del medio día, al menos hasta que empiezan las supuestas noticias deportivas; y digo supuestas porque al menos en el canal que prefiero, se trata de una sección dedicada a comentar todo lo que sucede alrededor de los equipos de fútbol de Bogotá. De resto no le dedico ni un minuto a los canales colombianos. Y en vista de que las cadenas nacionales agonizan, sobra aclarar que me refiero a los dos canales privados.
A cada rato me insisten para que vea una telenovela o un programa determinado, y aducen que seguro me van a gustar porque tienen mucho humor, son costumbristas, retratan perfectamente nuestra gente y la realidad que vivimos, y en otros casos son artísticos o interesantes. Estoy seguro de que muchas de esas emisiones pueden agradarme, pero la negativa a verlos es por otra razón. Porque me ofende que después de estar enganchado a un espacio cualquiera empiecen a manipularme y a abusar de mi paciencia. Que cambien el horario a su antojo, que metan un programa nuevo que quieren promocionar en medio del que estoy viendo, que abusen de la pauta publicitaria, que repitan gran parte de la emisión anterior y muchas otras argucias que acostumbran para ordeñar al consumidor.
Pues no señor, no me les presto para ese jueguito. Desde hace mucho tiempo no caigo en ninguna de sus carnadas, así las promocionen en forma exagerada y muchas veces llamativa. Cómo es posible que empiecen a emitir una telenovela a las 9 de la noche y según la audiencia que marque, proceden a correrla y sus seguidores deben esperar hasta las 11 de la noche para poder verla. Porque siempre están lanzando un nuevo programa y como el otro ya tiene su clientela amarrada, entonces lo dejan para más tardecito y ceden el mejor horario al que apenas comienza.
Recibí una información acerca de los abusos en la franja publicitaria de dichos canales. Dice quien lo remite que procedió con la tarea de contar los comerciales de uno de esos canales durante un programa en el mejor horario y se aterró al ver que fueron 28, los cuales se comieron más de 10 minutos de la emisión. Luego sumó el tiempo que gastaron en repetir las escenas del capitulo anterior y las del siguiente, para comprobar que el tiempo dedicado al programa como tal fue mínimo. Con razón cualquier programita dura eternidades. En la Unión Europea permiten 12 minutos de publicidad por hora, los que se incrementan a 17 con las autopromociones. En Gran Bretaña limitan a 7 minutos la publicidad en una hora durante el día y 7.5 en los horarios estrella de la noche. Las multas por el no cumplimiento de la norma corresponden a 10 veces el valor del segundo de publicidad.
A todas estas la pregunta del millón es para qué carajo sirve la tal Comisión nacional de televisión. ¿Será que los comisionados nunca ven dichos canales y nadie les comenta acerca del asunto? Como no conozco las normas vigentes en nuestro país para estos casos a lo mejor el equivocado soy yo, aunque no puedo creer que actúen conforme a la ley. Parece inaudito que puedan hacer lo que les dé la gana sin que nada ni nadie pueda ponerles el tatequieto. Solo queda esperar a ver si acatan las condiciones que la dichosa Comisión impuso hace poco respecto al movimiento de horarios y otras marrullas.
Los medios de comunicación en Colombia se han convertido en empresas cuyo único objetivo es atrapar audiencia sin importar el cómo. Pasan por encima de quien sea y hacen hasta lo imposible por desacreditar la competencia. Un ejemplo claro se puede ver en los canales privados de televisión. Cómo es posible que por ejemplo en Caracol compren los derechos para trasmitir un campeonato juvenil de fútbol, y en RCN ignoren por completo la noticia por no ser ellos quienes difunden el evento. Para colmo, los periodistas encargados de la transmisión maquillan la realidad y a pesar de la mala presentación de nuestra selección, buscan la manera de hacerle creer al televidente que la situación no es tan grave. Me parece ver a los de RCN haciendo fuerza para que los muchachos pierdan todos los partidos y así la competencia fracase en cuanto a la audiencia de sus transmisiones. Como la vaina es recíproca, en el canal Caracol ni siquiera mencionaron el pasado Hay festival en Cartagena por contar el evento con el patrocinio del rival.
Esas mañas también se ven en la radio y fue vergonzosa la manera como el Combo taurino de Caracol, bajo la dirección del ególatra Iván Parra, ignoró olímpicamente la dedicatoria de un toro que le hizo el maestro César Rincón a don Ramón Ospina con motivo de su retiro como narrador taurino. Todo por viejas rencillas y chismografía de sirvientas. No me explico cómo un periodista serio y culto como Guillermo Rodríguez acepta tan ruin proceder sin chistar. Será por necesidad.
En todo caso al que le gusten los programas decadentes y las películas gringas de policías y karatecas, está hecho con los canales privados.
pmejiama1@une.net.co
Los canales privados de televisión de nuestro país lograron, al menos conmigo, algo que definitivamente no debe estar en sus metas: que rechace el 99% de su programación. La verdad es que acostumbro sintonizar el noticiero del medio día, al menos hasta que empiezan las supuestas noticias deportivas; y digo supuestas porque al menos en el canal que prefiero, se trata de una sección dedicada a comentar todo lo que sucede alrededor de los equipos de fútbol de Bogotá. De resto no le dedico ni un minuto a los canales colombianos. Y en vista de que las cadenas nacionales agonizan, sobra aclarar que me refiero a los dos canales privados.
A cada rato me insisten para que vea una telenovela o un programa determinado, y aducen que seguro me van a gustar porque tienen mucho humor, son costumbristas, retratan perfectamente nuestra gente y la realidad que vivimos, y en otros casos son artísticos o interesantes. Estoy seguro de que muchas de esas emisiones pueden agradarme, pero la negativa a verlos es por otra razón. Porque me ofende que después de estar enganchado a un espacio cualquiera empiecen a manipularme y a abusar de mi paciencia. Que cambien el horario a su antojo, que metan un programa nuevo que quieren promocionar en medio del que estoy viendo, que abusen de la pauta publicitaria, que repitan gran parte de la emisión anterior y muchas otras argucias que acostumbran para ordeñar al consumidor.
Pues no señor, no me les presto para ese jueguito. Desde hace mucho tiempo no caigo en ninguna de sus carnadas, así las promocionen en forma exagerada y muchas veces llamativa. Cómo es posible que empiecen a emitir una telenovela a las 9 de la noche y según la audiencia que marque, proceden a correrla y sus seguidores deben esperar hasta las 11 de la noche para poder verla. Porque siempre están lanzando un nuevo programa y como el otro ya tiene su clientela amarrada, entonces lo dejan para más tardecito y ceden el mejor horario al que apenas comienza.
Recibí una información acerca de los abusos en la franja publicitaria de dichos canales. Dice quien lo remite que procedió con la tarea de contar los comerciales de uno de esos canales durante un programa en el mejor horario y se aterró al ver que fueron 28, los cuales se comieron más de 10 minutos de la emisión. Luego sumó el tiempo que gastaron en repetir las escenas del capitulo anterior y las del siguiente, para comprobar que el tiempo dedicado al programa como tal fue mínimo. Con razón cualquier programita dura eternidades. En la Unión Europea permiten 12 minutos de publicidad por hora, los que se incrementan a 17 con las autopromociones. En Gran Bretaña limitan a 7 minutos la publicidad en una hora durante el día y 7.5 en los horarios estrella de la noche. Las multas por el no cumplimiento de la norma corresponden a 10 veces el valor del segundo de publicidad.
A todas estas la pregunta del millón es para qué carajo sirve la tal Comisión nacional de televisión. ¿Será que los comisionados nunca ven dichos canales y nadie les comenta acerca del asunto? Como no conozco las normas vigentes en nuestro país para estos casos a lo mejor el equivocado soy yo, aunque no puedo creer que actúen conforme a la ley. Parece inaudito que puedan hacer lo que les dé la gana sin que nada ni nadie pueda ponerles el tatequieto. Solo queda esperar a ver si acatan las condiciones que la dichosa Comisión impuso hace poco respecto al movimiento de horarios y otras marrullas.
Los medios de comunicación en Colombia se han convertido en empresas cuyo único objetivo es atrapar audiencia sin importar el cómo. Pasan por encima de quien sea y hacen hasta lo imposible por desacreditar la competencia. Un ejemplo claro se puede ver en los canales privados de televisión. Cómo es posible que por ejemplo en Caracol compren los derechos para trasmitir un campeonato juvenil de fútbol, y en RCN ignoren por completo la noticia por no ser ellos quienes difunden el evento. Para colmo, los periodistas encargados de la transmisión maquillan la realidad y a pesar de la mala presentación de nuestra selección, buscan la manera de hacerle creer al televidente que la situación no es tan grave. Me parece ver a los de RCN haciendo fuerza para que los muchachos pierdan todos los partidos y así la competencia fracase en cuanto a la audiencia de sus transmisiones. Como la vaina es recíproca, en el canal Caracol ni siquiera mencionaron el pasado Hay festival en Cartagena por contar el evento con el patrocinio del rival.
Esas mañas también se ven en la radio y fue vergonzosa la manera como el Combo taurino de Caracol, bajo la dirección del ególatra Iván Parra, ignoró olímpicamente la dedicatoria de un toro que le hizo el maestro César Rincón a don Ramón Ospina con motivo de su retiro como narrador taurino. Todo por viejas rencillas y chismografía de sirvientas. No me explico cómo un periodista serio y culto como Guillermo Rodríguez acepta tan ruin proceder sin chistar. Será por necesidad.
En todo caso al que le gusten los programas decadentes y las películas gringas de policías y karatecas, está hecho con los canales privados.
pmejiama1@une.net.co
lunes, febrero 05, 2007
OCIOSIDADES DE AHORA.
La gente ya no sabe qué inventarse. Hay qué ver la cantidad de adornos y perendengues que acostumbran en la actualidad algunas personas, con el agravante que muchas veces atentan contra su integridad por seguir una moda o calmar una gana. A través de los tiempos el hombre ha sido amigo de adornar su cuerpo con pinturas, aditamentos, dibujos y tatuajes, pero en la mayoría de los casos se trataba de ornamentos pasajeros con motivo de una celebración o ceremonia en particular, y bastaba con bañarse muy bien en el río para quedar otra vez como el modelo original. Al remontarnos en la historia encontramos que la mujer del faraón, en el antiguo Egipto, solo tenía pelo en la cabeza y para tal menester utilizaba grasa de hipopótamo; pero como ese animal es tan arisco, experimentaron hasta lograr reemplazarlo con un preparado de agua, azúcar y limón. De manera que a tener cuidado con la limonada, porque al evacuarla puede pelarnos el caño.
El culto al cuerpo perfecto se convierte en una manía para algunos y basta ver esos personajillos que presentan casi la totalidad de la piel tatuada con infinidad de grabados artísticos y estrafalarios. Porque desde siempre los marinos han acostumbrado una sirena con una dedicatoria en el bíceps, los presos un corazón con las iniciales de la amada en el pecho y quienes pertenecen a cierta pandilla se distinguen por un tatuaje localizado en un lugar determinado. Los jóvenes también optan por un pequeño tatuaje, casi siempre discreto y de buen gusto, disimulado en un lugar sugestivo.
De un tiempo para acá se impusieron de nuevo los aretes, narigueras y cocianfirulos de metal llamados “piercing”, los cuales son rechazados por médicos y profesionales de la salud, pero que los muchachos se chantan a como dé lugar. Sin duda algunos aritos quedan muy sexapilosos en un ombligo bien puesto, pero atravesar la lengua con un trozo de metal me parece una salvajada. Si brotan lágrimas cuando uno se muerde ese órgano al mascar un alimento, cómo será al momento de instalar el incómodo adminículo. No quiero imaginar siquiera lo que estorban y duelen los que se ponen, hombres y mujeres, en los lugares más íntimos y recónditos que pueda imaginarse.
Nunca escandalizarse porque un hijo adolescente llega con el cuento que quiere ponerse un chuflí de esos, aunque debe abrir el ojo si empieza a llenarse el cuerpo con signos y marcas. Porque es tradición que sectas satánicas y demás camarillas dañinas acostumbren ese tipo de prácticas, además de lavar el cerebro de muchachos que a cierta edad andan en busca de innovaciones. Conocí el video donde un joven paga para que le disparen en el hombro con un revólver, y así poder ufanarse al mostrar la cicatriz a todo el mundo.
Pero la tapa del congolo es la moda de depilarse hasta el último rincón de la anatomía, a excepción de la cabeza. En nuestra cultura por ejemplo se acostumbra que la mujer erradique el vello que aparece en las axilas, controle la aparición del mismo en la cara y otros lugares, y debido a que los vestidos de baño son cada vez más pequeños, se ocupe de que no se asomen pelos indiscretos. Muchas modalidades aparecen al ritmo de la tecnología, aunque todo inició usufructuando la maquinilla de afeitar que mantiene el marido en la regadera. Luego aparecieron diferentes técnicas, como la cera, que hace poner los pelos de punta antes de arrancarlos de raíz. Las más pudientes recurren a depilación con láser u otras modalidades sofisticadas que sin duda son más efectivas.
Mi Dios sabe cómo hace sus cosas y por algo le acomodó al ser humano vello en algunas zonas del cuerpo. Por lo tanto es curioso que ahora se afeiten hasta el último pelo y presenten la horqueta como bola de billar, y surgen estilistas especializados en depilar, con una oferta para el cliente que lo requiera, que consiste en hacer figuras en rincones antaño vetados. Sobra advertir que estas ociosidades son costosas, y hasta se acostumbra que el compañero de la clienta dibuje a mano alzada el monicongo diseñado por él; no falta el que opta por el escudo de su equipo de fútbol o el logotipo del carro preferido. Hay mujeres que no tienen siquiera para comprar una prestobarba, ahora para meterle un dineral a un trabajo de este tipo. Y éso que dizque para la parte de atrás se sube la tarifa, lo que me parece muy raro, ya que por ese lado todo es más chiquito.
Estas prácticas no son comunes entre los hombres, porque imagino que pocos se le miden a que les forren el racimo en cera hirviendo para jalarlo de un tirón y arrancar de un tajo toda la melena. En el recuerdo quedó pues el famoso “gato echao” y relato la experiencia que vivió cierta vez una de mis primas. Se fue al salón de belleza para que le hicieran el bikini, que consiste en depilar los lados del pubis para evitar cachumbos indiscretos, recomendó muy bien al estilista que fuera cuidadoso y se entretuvo con una revista. Pero cual sería el disgusto cuando miró hacia abajo, y solo le quedó exclamar:
-¡Brutas!, este mariquetas me dejó como el Palomo Usurriaga.
pmejiama1@une.net.co
El culto al cuerpo perfecto se convierte en una manía para algunos y basta ver esos personajillos que presentan casi la totalidad de la piel tatuada con infinidad de grabados artísticos y estrafalarios. Porque desde siempre los marinos han acostumbrado una sirena con una dedicatoria en el bíceps, los presos un corazón con las iniciales de la amada en el pecho y quienes pertenecen a cierta pandilla se distinguen por un tatuaje localizado en un lugar determinado. Los jóvenes también optan por un pequeño tatuaje, casi siempre discreto y de buen gusto, disimulado en un lugar sugestivo.
De un tiempo para acá se impusieron de nuevo los aretes, narigueras y cocianfirulos de metal llamados “piercing”, los cuales son rechazados por médicos y profesionales de la salud, pero que los muchachos se chantan a como dé lugar. Sin duda algunos aritos quedan muy sexapilosos en un ombligo bien puesto, pero atravesar la lengua con un trozo de metal me parece una salvajada. Si brotan lágrimas cuando uno se muerde ese órgano al mascar un alimento, cómo será al momento de instalar el incómodo adminículo. No quiero imaginar siquiera lo que estorban y duelen los que se ponen, hombres y mujeres, en los lugares más íntimos y recónditos que pueda imaginarse.
Nunca escandalizarse porque un hijo adolescente llega con el cuento que quiere ponerse un chuflí de esos, aunque debe abrir el ojo si empieza a llenarse el cuerpo con signos y marcas. Porque es tradición que sectas satánicas y demás camarillas dañinas acostumbren ese tipo de prácticas, además de lavar el cerebro de muchachos que a cierta edad andan en busca de innovaciones. Conocí el video donde un joven paga para que le disparen en el hombro con un revólver, y así poder ufanarse al mostrar la cicatriz a todo el mundo.
Pero la tapa del congolo es la moda de depilarse hasta el último rincón de la anatomía, a excepción de la cabeza. En nuestra cultura por ejemplo se acostumbra que la mujer erradique el vello que aparece en las axilas, controle la aparición del mismo en la cara y otros lugares, y debido a que los vestidos de baño son cada vez más pequeños, se ocupe de que no se asomen pelos indiscretos. Muchas modalidades aparecen al ritmo de la tecnología, aunque todo inició usufructuando la maquinilla de afeitar que mantiene el marido en la regadera. Luego aparecieron diferentes técnicas, como la cera, que hace poner los pelos de punta antes de arrancarlos de raíz. Las más pudientes recurren a depilación con láser u otras modalidades sofisticadas que sin duda son más efectivas.
Mi Dios sabe cómo hace sus cosas y por algo le acomodó al ser humano vello en algunas zonas del cuerpo. Por lo tanto es curioso que ahora se afeiten hasta el último pelo y presenten la horqueta como bola de billar, y surgen estilistas especializados en depilar, con una oferta para el cliente que lo requiera, que consiste en hacer figuras en rincones antaño vetados. Sobra advertir que estas ociosidades son costosas, y hasta se acostumbra que el compañero de la clienta dibuje a mano alzada el monicongo diseñado por él; no falta el que opta por el escudo de su equipo de fútbol o el logotipo del carro preferido. Hay mujeres que no tienen siquiera para comprar una prestobarba, ahora para meterle un dineral a un trabajo de este tipo. Y éso que dizque para la parte de atrás se sube la tarifa, lo que me parece muy raro, ya que por ese lado todo es más chiquito.
Estas prácticas no son comunes entre los hombres, porque imagino que pocos se le miden a que les forren el racimo en cera hirviendo para jalarlo de un tirón y arrancar de un tajo toda la melena. En el recuerdo quedó pues el famoso “gato echao” y relato la experiencia que vivió cierta vez una de mis primas. Se fue al salón de belleza para que le hicieran el bikini, que consiste en depilar los lados del pubis para evitar cachumbos indiscretos, recomendó muy bien al estilista que fuera cuidadoso y se entretuvo con una revista. Pero cual sería el disgusto cuando miró hacia abajo, y solo le quedó exclamar:
-¡Brutas!, este mariquetas me dejó como el Palomo Usurriaga.
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