El idioma evoluciona y cada generación aporta nuevas palabras, las cuales en un principio aparecen en boca de unos pocos pero con el paso del tiempo se generalizan en los diferentes estratos de la población. Un ejemplo claro en la actualidad es “parce”, que viene de “parcero”, vocablo utilizado inicialmente entre sicarios y jíbaros de las comunas de Medellín, pero que por alguna razón le gustó a la juventud y llegó a convertirse en una manera común de trato entre ellos. Ahora los muchachos, e incluso muchas niñas, no se dirigen al amigo con el apelativo de compa, llave, pana, socio, pinta o amistad, sino que utilizan la mencionada palabreja. Algunas de esas expresiones tienen su cuarto de hora y después desaparecen en el olvido, mientras otras hacen carrera y al cabo del tiempo encuentran cabida en el diccionario de la academia.
Lo que produce tristeza es ver cómo muchas de las palabras, dichos y expresiones que utilizaban nuestros mayores son desconocidas para los jóvenes y niños actuales, quienes muchas veces ponen cara de extrañeza al oírnos pronunciarlas. Vocablos agradables, sonoros y expresivos que se pierden en la bruma del tiempo, son una herencia cultural que no debemos abandonar; basta con utilizarlos en casa, explicarlos a quienes los desconozcan, repetirlos e inculcarlos entre nuestra descendencia, porque de esa manera fue como los conocimos nosotros. En nuestras manos está evitar que muchas de esas expresiones mueran con nuestra generación. Van algunos ejemplos:
Tengo entendido que Mirús fue un personaje que asaltaba a los viajeros en los antiguos caminos de herradura, y quien debido a su audacia se convirtió en una leyenda de su época. Durante mucho tiempo, cuando alguien se enfrentaba con algo difícil de realizar, decía: ¡lo hará Mirús!; o al desconocer una respuesta: ¡sabrá Mirús! El diablo también era muy recurrido para este tipo de comparaciones, pero con el apelativo de “el patas”: ¡sabrá el patas! En cambio ahora le cambiaron una letra a este último y “el putas” desplazó a todos los anteriores. Para referirnos a un lugar apartado decíamos queda en la porra, y si la distancia era mucha lo aumentábamos a la quinta porra. Al hablar de algo que causaba extrañeza o curiosidad decíamos que nos daba golpe; y al preguntar por el camino que había tomado alguien preferíamos decir ¿para dónde pegó? Nuestros mayores, para referirse a una joven que no fuera bonita pero que se destacara por su distinción, inteligencia y carisma, decían que era una muchacha muy célebre.
No me tocó la época en que usaban las palabras flux o encapillado para referirse al vestido elegante, y en cambio acostumbrábamos decirle a quien estaba muy cachaco que se había puesto el baúl y la tapa. Cuando un mocoso tenía mal semblante por enfermedad, nuestras madres decían que estaba traspillao; si tenían una preocupación la llamaban entripao o capilla; no sentían nervios sino pensión; y si uno hablaba mal de alguien o se burlaba de algo, ellas simplemente rogaban: muchachitos, ¡tengan caridad! Observar o mirar era atisbar y a los púberes les decían pollos y pollas; ñurido a lo insignificante, pelle a lo muy gastado o de mal gusto, atembao o temba al muy pendejo, cargazón a la mercancía ordinaria y cagalástimas a quien se quejaba mucho.
Los gamines de ahora se llamaban chinches; los indigentes, que también nombran despectivamente desechables, eran limosneros; al celador le decíamos guachimán; a los policías polochos, la patrulla en la que hacían redadas la bola y los detenidos iban a parar al permanente o permanencia. Algo muy fácil era mamey o pilao; lo que producía cualquier negocio en un día se llamaba realíz; la cuelga era el regalo de cumpleaños; las señoras se patoniaban cuando caminaban mucho; se ponían güetes de la felicidad; no les daba rabia sino soberbia; y a un tipo bien plantado le decían pispo. Lo que ahora llaman un viejo gagá era un chuchumeco y los amigos se reunían a raniar en sus tertulias.
Al muchachito que estaba flaco y enclenque le decían langaruto o entelerido, y lo ponían a dieta de engorde a ver si embarnecía. Al introvertido lo llamaban cusumbosolo, a hurgarse la nariz colmeniar, a las pataletas berrinche, al muy mimado tata, a la guachafita patanería, enguanda era algo complicado y de mucho trabajo, a estar muy atareadas le decían julepe, a los calores de la menopausia resisterio, a los órganos sexuales “las partes”, y otra forma de referirse a ellos era decir por ejemplo: a fulanita la operaron de “por allá”. Cuando alguien quedaba muy bien retratado en una pintura decían: ¡está que habla!; y cuando la mamá requería que uno le pasara alguna cosa y se le olvidaba el nombre del objeto, después de tratar de acordarse y en medio del ofusque, pedía el cocianfirulo o el chuflí.
Recuerdo que mi mamá, siempre que iba a salir, se miraba en el espejo para retocarse el maquillaje, observar el estado de su vestimenta y mientras se daba la vuelta, le preguntaba a alguno de los hijos que estuviera a mano: mijo, ¿se me ve la combinación? Y como en aquella época al dinero necesario para emprender cualquier aventura comercial se le llamaba principal, ella decía con malicia: El matrimonio es un negocio donde el marido pone “el principal”.
pamear@telmex.net.co
11 comentarios:
Creo estimado tataratataraprimo, que los de encestro paisa somos especiales para este tipo de nombres y calificativos a que hace referencia su artículo.
A la muchacha a la que usted se refiere como distinguida, inteligente y con carisma, en mi familia se le decía agraciada, ello implicaba además que no era del todo bonita.
Al mocoso del mal semblante le decíamos pánfilo o desgalamido. Y al viejo entelerido le deciamos cacreco.
Y podría haber tratados sobre el asunto pero creo que usted es un verdadero profesor en estas lides.
Un consejo pariente lejano: deje mostrar sus amiguitas en las planicies africanas, mire que hay muchas fieras. Siga soñando que por eso no cobran.....
Ni de bambas dejaría de repartir tu deliciosa columna entre mis parces.
No importa que los jóvenes no sepan esas palabras, que se las pierdan por estar mirando su telefonito.
Me cogiste de sorpresa con tanta palabreja vieja; voy a buscar o a tratar de recordar otras.
Pablo: Mi abuelito nos decía "si no se maneja bien no lo llevo" y al preguntarle a dónde, contestaba "a la porra". Cuando alguno en la casa estaba callado, pensativo, mi papá le decía "vos tenés huevo". A la bola también se le decía la celular. Yo había oido el encapillado como la ropa que uno tenía puesta, fuese elegante o no: "le robaron y sólo le dejaron el encapillado". Maravilloso artículo. Luis Fernando Múnera López
Pablo: Y entonces, un muchacho bien puesto era una lámina o un menco de hombre. Si uno hacía las cosas con cuidado, tenía curia. Un secreto era una enguandia o un entripado. Ahí seguiremos desembuchando. Luis
Luis Fernando, tiene razón. El encapillao es la ropa que tiene uno puesta. El flux es el vestido cachaco. Gracias a todos por sus comentarios.
Así cómo también dijo en algún entonces doña Lety: -Mijo, méta el carro en ese hueco susquiniao de medio visné. (No sé ni cómo se escribe) jajajaja
Mariela mi mamà, al referirse a un señor muy guapo y elegante dice: un "Lempo" de hombre.
Al patan le decimos guache,al cosianpirulo cotopla,a la novia jeva.
Y un hombre "pinta" o buen mozo, era muy galleta o un lapo de hombre!
El mayor insulto que le escuché decir a mi abuelita Camila, por ejemplo cuando se asustaba: "Ay Carajo! Maldita sea la desgracia!"... Maldecir era pecado.
Muy gracioso y cierto.
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