lunes, diciembre 17, 2007

Pirómanos de nación (II).

Produce satisfacción ver cómo una campaña emprendida con dedicación puede llegar a calar en la gente, hasta lograr erradicar una costumbre que antaño estaba muy arraigada en nuestra sociedad. Me refiero a la cruzada adelantada en todo el país para evitar que, sobre todo los niños, quemen pólvora en navidad. Son muchos años de repetir la misma cantaleta, cuando se acerca el fin de año, para que ningún paciente acuda a los pabellones de quemados. Y fue hasta que lograron que las autoridades de muchos municipios del país prohibieran la venta de pólvora, única medida eficaz para lograr reducir su consumo.

Para un menor es normal en la actualidad disfrutar de las fiestas navideñas sin utilizar pólvora, lo que no ocurre con quienes pertenecemos a generaciones anteriores, ya que renunciar a esa costumbre no ha sido fácil. Son muchos los que aún tratan de conseguirla, ya que ciertas fechas no son concebibles sin el olor característico del humo que produce la pólvora. Pero hay que ver cómo cambian las costumbres. Porque así como hoy en día un padre puede ser denunciado por permitirle a un hijo quemar pólvora, en nuestra infancia lo común era compartir con los muchachitos el peligroso y excitante pasatiempo.

Desde los primeros días de diciembre los menores empezábamos a preguntar cuándo iban a comprar la pólvora, y mientras tanto buscábamos la forma de prenderle candela a cualquier cosa. Una modalidad muy común era “sacarle el diablito” a una botella de aguardiente. Había que esperar a que los mayores desocuparan un envase, y si faltaba poco debíamos acosarlos para que acabaran rapidito, para después dirigirnos al sótano o a un cafetal a proceder con el delicado experimento. El desocupado recipiente debía tener un cunchito de licor, el cual se distribuía por su interior y luego debíamos frotar el envase con entusiasmo para calentarlo. Por último, ojala en la oscuridad, destapábamos la botella para arrimarle un fósforo encendido al pico. Entonces producía una llama azul espectacular que en un santiamén desaparecía por su única abertura, con un fogonazo que generaba un sonido muy particular.

Echar globos era una entretención de todas las noches que requería de muchas manos para lograr el objetivo. Las mechas había que hacerlas con la ayuda de alambre de amarrar y un pedazo de estopa, materiales que también se utilizaban para fabricar el hisopo. Después de instalar la mecha en su sitio e impregnarla con ACPM o petróleo, varios ayudantes se subían en la chambrana a coger el globo de la parte de arriba y de los lados, mientras otros lo llenaban de aire al soplarlo con una “china”. Luego había que encender el hisopo, que chorreaba gotas encendidas de combustible, y con mucho tino insertarlo en el interior del globo por el estrecho agujero donde estaba la mecha, la cual se encendía de una vez. El hisopo se dejaba un momento en el interior para aprovechar la cantidad de calor que generaba, y cuando el globo empezaba a jalar, era necesario sacarlo con un movimiento rápido y preciso para evitar un incendio. Entonces el encargado del “lanzamiento” daba instrucciones para que uno a uno los ayudantes soltaran las puntas que sostenían, y por último le daba los tres giros reglamentarios antes de soltarlo de una vez. Todos los presentes hacíamos fuerza para que se elevara sin contratiempos, mientras algunos trataban de apagar el hisopo pisándolo o golpeándolo contra el suelo.

A partir del alumbrado todos los días había pólvora y cada niño recibía su cuota al principio de la noche: varios puñados de papeletas, otros tantos de buscaniguas, media docena de silvadores, dos pliegos de totes y muchas velitas romanas. Los voladores, castillos, bengalas y la “culebra” de tacos que reventaba a media noche, eran administrados por los mayores que casi siempre le permitían a uno de los niños encender las mechas; y lo mejor es que los mocosos teníamos licencia para andar con un “pielroja” encendido para tal menester.

A diferencia de las “chispitas mariposa” de ahora, las velitas romanas estaban elaboradas con pólvora empacada finamente en pitillos de papel. Nosotros preferíamos desbaratarlas para hacer “diablitos”, los cuales consistían en caminos de pólvora que producían una llamarada espectacular. Claro que los muchachitos manteníamos las manos impregnadas de pólvora de tanto manipularla, y sobra decir qué era lo primero en incendiarse cuando prendíamos un fósforo.

En un principio los adultos ponían orden y controlaban nuestro accionar, pero a medida que la fiesta entraba en calor y el aguardiente hacía efecto, se formaba el desorden y el voleo de pólvora era indiscriminado. Ahora pienso que es un verdadero milagro que quienes pertenecimos a esas generaciones no tengamos mutilaciones ni marcas dejadas por tanta irresponsabilidad.

Otra entretención mientras llegaba la pólvora consistía en coger una esponja brillo, amarrarla de un alambre, encenderla y hacerla girar con fuerza para producir un anillo incandescente. En una navidad la familia de Fabio Escobar se disponía a estrenar finca y el hijo menor, Sergio, se fue al escondido a divertirse con el peligroso juguete. El techo de la casa era de paja y cuando una de las esponjas se soltó, produjo un incendio que consumió todo en pocos minutos, y el mocoso se salvó de la pela porque todos trataban de salvar lo que fuera posible.
pmejiama1@une.net.co

lunes, diciembre 10, 2007

Pirómanos de nación (I).

Los niños de mi generación fuimos pirómanos de nacimiento, o de nación, como decimos coloquialmente. Desde siempre han existido ciertas cosas que despiertan en los menores una atracción casi obsesiva, como es jugar con agua, pantano o candela. La mayor gracia de estas entretenciones es que todas han sido prohibidas por los adultos; la una porque el mocoso puede pescar una pulmonía, además de que hay que volverlo a vestir, el pantano porque ensucia la ropa y la otra porque puede quemarse, perder un ojo, causar un incendio y muchos otras consecuencias que sobra enumerar. En todo caso desde que un bebé abre sus ojos al mundo ya quiere jugar con el chorro de agua, y al dar sus primeros pasos aprovecha cualquier descuido para meter las manos en el inodoro.

Para un infante no existe nada más encantador que correr por las calles mientras diluvia, meterse a cuanto charco encuentre y echar a navegar barquitos de papel por los caños que se forman en las cunetas de la calle. Disfrutar de un baño en la piscina con un fuerte aguacero es delicioso, y ni hablar si es por la noche y sin el permiso de los padres. Pero como lo que más nos prohibieron de pequeños fue jugar con cualquier tipo de candela, esa modalidad es la que más llamaba nuestra atención. Desde cuando nos decían, al participar en una fogata, que no nos arrimáramos mucho porque seguro nos íbamos a orinar en la cama durante la noche. Claro que a los mocosos no nos valía ningún cuento, y solo buscábamos la oportunidad de empujar un palo que faltaba por quemarse o echar al fuego cualquier objeto que encontráramos. Y ante un descuido de los demás, nada como escupir en la candela y escuchar el chisporroteo que esto genera.

Antaño la luz se iba con regularidad y había que ver a los mocosos arrimarse a las velas como chapolas a jeringuear con el pabilo encendido. Procedíamos a conseguir un alfiler o una puntilla para calentarlo en la flama y luego con él horadar la esperma. También era común el “gorro” de poner la mano encima de la llama a ver cual aguantaba más calor. Hacer bolas de parafina era una delicia y también se estilaba chorrear gotas en la mano para demostrar hombría; claro que las mamás se enfurecían cuando los chorreones iban a parar al tapete o a los muebles. Aún ahora a los muchachitos les fascina el día del alumbrado, que celebramos el 8 de diciembre en homenaje a la Virgen María, porque pueden meterle mano a las velas con la disculpa que quieren participar en la ceremonia.

Cuando el mocoso tenía 6 o 7 años aprovechaba cualquier oportunidad para hacerse a una caja de fósforos y quemarlos de mil formas diferentes. Siempre al escondido, la sensación de encenderlos uno a uno para verlos consumir era indescriptible y solo cuando alguno se negaba a encender, y ante el reiterado rastrillar al fin prendía pero se quedaba pegado del dedo que lo sostenía, el zambo desistía de su empeño y con disimulo se encerraba en el baño para meter el área enrojecida bajo el chorro de agua fría, y así tratar de soportar el ardor e impedir que se formara la delatora ampolla. Luego tocaba recurrir a los remedios caseros: frotarse el dedo en el pelo, untarse mantequilla o aplicar hielo en la quemadura. Si no funcionaba, no quedaba de otra que confesar la pilatuna para que la mamá le untara la pomada correspondiente, lo que ella hacía después de retorcerle un pellizco o darle un chancletazo al carajito por inquieto y desobediente.

Para descrestar a los amigos no había nada igual que conseguir unos fósforos que regalaban en los bares, tabernas y hoteles, los cuales venían en un empaque muy particular y además tenían las cerillas de cartón parafinado; del extranjero también traían los que tienen la cabeza de fósforo adherida a un palito de madera. Entonces no era común ese tipo de fósforos y por lo tanto para cualquiera se convertían en una novedad, y muchos hacían colecciones de los diferentes modelos y empaques.

Un cohete casero se hacía con un pedacito de papel de aluminio, de los que tienen las cajetillas de cigarrillos como revestimiento interno, en el cual se procedían a envolver, bien apretadas, las cabezas de 3 fósforos. Luego se abrían un poco las tres cerillas a modo de patas, y se le arrimaba la llama de otro fósforo por debajo para que al explotar el improvisado motor hiciera que la nave volara unos cuantos metros. Otra peligrosa entretención consistía en rellenar una mina metálica de lapicero, cuando se le acababa la tinta, con cabezas de fósforo disueltas en alcohol, las cuales se aprisionaban muy bien con trozos de algodón o de papel. Cuando el taco estaba listo se acondicionaba a un carrito de juguete, y después le arrimábamos una vela encendida para que el calor hiciera reventar el taco que actuaba como una turbina.

De milagro no quedamos tuertos o con la cara marcada, porque muchas veces el improvisado proyectil explotaba mientras lo preparábamos. Lo que sí queda claro es por qué a quienes pertenecemos a generaciones anteriores la pólvora y la candela nos producían una atracción irresistible.
pmejiama1@une.net.co

lunes, diciembre 03, 2007

Hay que leerlo (II)

Tocar temas políticos o religiosos es delicado, porque algunos no aceptan opiniones divergentes y se ofenden ante cualquiera que ose exponer tesis diferentes a lo convencional. Entre todo lo creado por un Ser superior la inteligencia del hombre es lo más maravilloso y perfecto. Y si recibimos el don de la razón para tener la capacidad de discernir, controvertir y analizar, ¿por qué no podemos utilizar esa herramienta para profundizar en las enseñanzas de nuestra religión?

Sigo pues con algunas elucubraciones acerca del libro La puta de Babilonia del escritos antioqueño Fernando Vallejo, un personaje que no va a tener para dónde coger el día que estire las patas porque ni siquiera el Maligno va a querer recibirlo; al menos a San Pedro, después de lo duro que le tira en sus cuartillas, que ni se aparezca por las puertas del cielo a pedirle cacao porque lo enciende a bastonazos. En cuanto a mí, puedo decir que no soy ateo, ni gnóstico, ni agnóstico; soy simple y llanamente anticlerical.

Aunque en su libro Vallejo enfila baterías contra la iglesia católica, apostólica y romana, a todas las demás les canta la tabla y les enrostra unas cuantas verdades; de pronto el budismo es la única que sale bien librada por espiritual y profunda. A Alá y su profeta Mahoma los vuelve ropa de trabajo, porque se refiere a ellos con las expresiones más ofensivas que existen y menosprecia todo lo que tenga que ver con esa doctrina. Si los fundamentalistas islámicos sentenciaron al escritor Salman Rushdie por sus Versos satánicos, y debido a unas caricaturas publicadas en un país escandinavo armaron semejante despelote, no quiero pensar en lo que le sube pierna arriba a Vallejo el día que lean sus diatribas; claro que él se consuela con que su poca importancia en el mundo literario lo exime de ese peligro.

A cualquier católico le mueve la aguja enterarse por ejemplo de que el gran cisma de la iglesia, cuando expulsaron a Martín Lutero y por ello fundó la iglesia protestante, se dio porque el monje alemán no comulgaba con la venta de las indulgencias. Cómo es posible que la iglesia canjeara por dinero, con familiares y amigos del difunto, el tiempo que este debería pasar en el purgatorio. Se aprovechaban del oscurantismo, de la ignorancia y la estulticia de los fieles para que creyeran semejante cuento tan reforzado, y así llenar las arcas de la iglesia con los ríos de dinero y propiedades que entregaban los angustiados creyentes, para que sus seres queridos no se asaran a fuego lento en las parrillas de la eternidad.

Que la razón la tenía Lutero y no el papa León X, es algo que ni siquiera merece discutirse, y al conocer un poco acerca de ciertas costumbres y reglas de los protestantes quedan inquietudes que generan dudas y preguntas. Por ejemplo enterarnos de que ellos no admiten imágenes en sus templos, a excepción de un crucifijo que no presenta siquiera el cuerpo de Cristo. Desde el becerro de oro, las figuras de dioses y divinidades, los iconos orientales, hasta el tótem y las figuras sagradas adoradas por los pueblos primitivos, la iglesia católica ha criticado la idolatría a esas figuras emblemáticas, pero nada dice de la infinidad de imágenes que abundan en sus iglesias y catedrales. Distintas representaciones de Dios y de su hijo sacrificado, desde el niño Jesús hasta el Cristo resucitado; el espíritu santo; la santísima trinidad; todos los santos y santas; beatos y mártires; las once mil vírgenes; los cuatro evangelistas; y cuanto personaje haya sido reportado en los pasajes bíblicos. Lo increíble es que muchos católicos son fervientes devotos de una imagen a la que le rezan en el templo, sin profundizar ni un poco en sus principios religiosos. También nos llevan ventaja los protestantes en que sus pastores son miembros de familia, con mujer e hijos, además que conviven con la comunidad que rigen.

Vallejo es irreverente y sarcástico, pero le critico su vulgaridad ofensiva. Porque está muy bien que tenga el valor de decir lo que todos callan, pero no es necesario zaherir o escandalizar con expresiones exageradas a muchos lectores desprevenidos. También me choca su desmedida defensa de los animales, ya que señala de asesinos a quienes gustamos de echar a la olla una gallina o un espinazo de marrano. Además lo veo como un vegetariano compulsivo a quien solo lograría subyugar un buen “muchacho sudao”; porque en sus escritos no se cansa de recordarnos que es más dañado que agua de florero.

Y ante semejante avalancha de información histórica, de fechas, datos, nombres, sucesos, documentos y anécdotas, encuentro un detalle que me deja confundido. Dice en un aparte del libro que en un temblor de tierra se desplomaron dos torres de la catedral de Manizales y que en esa tragedia murieron varias beatas y rezanderos. Imagino que se refiere al terremoto de 1962, cuando se vino al piso una sola torre, la nor occidental, y el único muerto fue un parroquiano que tomaba tinto en el vecino café Adamson, a donde fue a caer de cabezas en un escusao la estatua de San Francisco de Asís, la cual coronaba la torre colapsada. Con decirles que desde entonces al mencionado santo le dicen “San-itario”.
pmejiama1@une.net.co

martes, noviembre 27, 2007

Hay que leerlo (I).

Soy de los que piensa que a todo cuento hay que oírle las dos versiones. Porque acostumbramos escuchar una sola y salimos a despotricar de la contraparte sin darle la oportunidad de revirar, y es por ello que muchas veces debemos cambiar un juicio apresurado. Como cuando se daña un matrimonio y nos enteramos del hecho por boca del más allegado a nosotros, pero al oír la otra versión debemos aceptar que también esgrime argumentos válidos; claro que uno siempre termina dándole la razón al más cercano a sus afectos.

Por ello resolví leer el libro La puta de Babilonia del escritor Fernando Vallejo, porque aunque soy católico desde que estoy en el vientre materno, quiero enterarme de la versión de alguien que, como el irreverente escritor paisa, le saca los trapos al sol a la iglesia regida por Roma. Casi todos los seres humanos, al nacer, ya están matriculados en la religión que profesan sus mayores y la comunidad a la que pertenecen, sin darle al individuo la oportunidad de opinar ni escoger. Lo prudente sería instruir a las personas durante su educación acerca de las religiones más relevantes, sus cultos, costumbres, creencias, principios y dogmas de fe, para que cada uno resuelva en cual se hace anotar cuando tenga poder de decisión.

Que tal explicar durante la catequesis que las diferentes religiones coinciden en muchas cosas, y advertir además que la mayoría son más antiguas que la católica. Al menos yo me vengo a enterar apenas ahora de que el mismo 25 de diciembre nacieron de una virgen, y en un pesebre, Atis, Buda, Krishna, Horus y Zaratustra. A Mitra, además de las anteriores coincidencias, lo visitaron unos pastores y le llevaron regalos; tuvo doce apóstoles y pronunció un sermón de la montaña, fue llamado el Mesías y también resucitó. Atis murió por redimir la humanidad y resucitó al tercer día. A Buda lo bautizaron ante la presencia del espíritu santo, a los 12 años enseñó en el templo, curó enfermos, caminó sobre el agua y multiplicó unos biscochos para alimentar a 500 parroquianos. A Dionisio lo llamaron rey de reyes, salvador, redentor, hijo del hombre, cordero de dios y la palabra encarnada, fue crucificado entre dos ladrones y resucitó al tercer día. Krishna era hijo de un carpintero, la estrella de oriente anunció su nacimiento y los pastores le llevaron especias de regalo.

Todos los días crece el número de creyentes que optan por tener una comunicación directa son un ser superior al que acatan y respetan, antes que rendirle pleitesía a un “intermediario” que lo único que hace es llevar razones y aprovecharse para cobrar comisión por cualquier mandado. Porque las iglesias se han lucrado de la ignorancia de sus seguidores, o del hecho de tenerlos alienados en sus filas, para dictar sus mandatos y manipular las masas, amparados en el miedo que genera la amenaza de enfrentar una vida eterna condenados al castigo y el sufrimiento.

Si uno critica a la iglesia por su forma de proceder, después de leer el libro de marras queda convencido de que su comportamiento a través de la historia ha dejado mucho que desear, y que los representantes de Dios en la tierra no merecen credibilidad ni sumisión. Basta con recordar la inquisición, las cruzadas, la lista de libros prohibidos, la venta de indulgencias, la persecución a los judíos, el sometimiento y destrucción de comunidades aborígenes, el contubernio con los nazis, la pederastia, la corrupción y las intrigas del Vaticano, para confirmar que aquí lo que sobran son santos, beatos y venerables.

La historia del papado es escandalosa y ante semejante sinvergüencería puede uno pensar que el escritor exagera, pero de ser así ya alguien lo habría desmentido. El documento encierra una investigación intensa y profunda, con datos exactos para quien dude o quiera corroborar. Desde el primer papa hasta el actual ninguno se salva de sus denuncias, con minucioso escrutinio de todas sus aberraciones, injusticias, corruptelas, manipulaciones, infamias, marrullas y conspiraciones.

Las inexactitudes existentes en los evangelios dejan muchas dudas en el lector, y el hecho de que las primeras líneas escritas acerca de la vida de Jesús datan de 200 años después de su muerte es argumento suficiente para suponer que están llenos de datos erróneos y hechos confusos; una historia trasmitida por tradición oral, ante la inexistencia de cualquier otro medio de comunicación porque los escribanos eran muy escasos, tiene que sufrir muchas transformaciones en un lapso tan extenso. Los evangelistas no le merecen al escritor ninguna credibilidad y por el contrario los señala como iletrados oportunistas y manipuladores.

Al discutir estos temas con un creyente fanático siempre nos va a salir, al sentirse acorralado ante un argumento válido, que para cualquier duda debemos recurrir a la fe. Alguien dijo que la fe es necesaria para creer en algo que no existe, y valido esa interpretación cuando por la fe católica debemos aceptar que la virgen María ascendió al cielo en cuerpo y alma. Si el Papa Juan Pablo II dijo muy claro que el cielo no existe como un lugar físico, ¿entonces por dónde deambula la Santa Madre desde hace dos mil años?

Espero que lean la segunda entrega de este escrito antes de tildarme de ateo, incrédulo, nihilista y come curas.
pmejiama1@une.net.co

sábado, noviembre 24, 2007

Redacción y corrección de textos.

Pablo Mejía Arango.
Redacción y corrección de textos.

Redacción:
Para muchas personas es difícil redactar un informe, un discurso, una carta o un simple memorando, y pierden mucho tiempo en esa diligencia.

Corrección:
Un texto con faltas de ortografía, mala puntuación y demás falencias gramaticales deja una mala imagen de quien lo remite.

Resumen:
Requiere mucha dedicación resumir un texto extenso hasta convertirlo en un documento conciso, explícito y fácil de leer.


Contactarme en la dirección electrónica: pmejiama1@une.net.co
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lunes, noviembre 19, 2007

El sufrido rebusque.

Poco a poco el optimismo retorna a nuestra patria. Aunque vivimos en medio del caos se nota en la gente una actitud diferente; más positiva, con mejores perspectivas yejor talante. No dejo de imaginar cómo sería este país si viviéramos en paz y hubiera más justicia social; porque si así, con semejante conflicto armado que enfrentamos la industria crece y muchas multinacionales se la juegan con nosotros, no cabe duda de que en condiciones normales seríamos una potencia mundial. El colombiano es trabajador, amable, emprendedor, simpático, abnegado y buena gente.

Es de admirar que ante el creciente desempleo la mayoría de la gente, antes que dedicarse a robar o a delinquir, se invente unas formas de subsistencia que deja maravillado a cualquiera. El pueblo duda de las cifras que presentan con respecto al desempleo, porque mientras el gobierno insiste en que el porcentaje disminuye, cada día se ven más varados en las calles. Tener camello, conseguir coloca o encontrar destino, son expresiones que utiliza el vulgo para referirse a la condición de contar con un empleo estable.

Lo increíble es que haya personas con necesidad de generar empleo y que nadie se interese en ocuparlos. Sucede por ejemplo con las empleadas domesticas. A diario vemos señoras que buscan desesperadas una “muchacha”, como les dicen coloquialmente, pero el trámite se ha vuelto muy complicado. Un trabajo cómodo, con buena comida y habitación con televisor y agua caliente, derecho a salir cuando le provoque con alguna disculpa que esgrima, manejo de su tiempo, seguridad social, prestaciones y el descanso correspondiente. Otras trabajan por días y así duermen en sus casas.

Sin embargo es muy difícil enganchar a alguien en este tipo de empleo. Después de hablar con infinidad de aspirantes, muchas no le jalan a la coloca porque les parece demasiado grande la casa, o la familia es muy numerosa (rara vez pasan de cuatro), no tienen empatía con la patrona, o el señor les parece muy malencarado. Cuando al fin la señora logra arreglar con alguna, es muy alta la posibilidad de que la mujer no aparezca el día acordado. Seguro que no llama siquiera a disculparse, y de hacerlo sale con una disculpa risible.

En los últimos años por la misma época, cuando inicia la cosecha cafetera, se repite la misma historia: no hay quién la recolecte. En pueblos y ciudades los desocupados recorren las calles sin esperanzas, pero no se les ocurre optar por esta oportunidad que al menos les asegura la comida. En un principio les irá mal por falta de destreza en el oficio, pero no sobra recordarles que así empezaron todos. Seguro que muy pronto serán unas fieras y así podrán contar con una fuente de ingresos segura y confiable. Esas son las paradojas de nuestro pueblo: mientras el café se pierde porque no hay quien lo coja, ejércitos de desempleados acaban los pantalones por el fondillo.

Ante la dificultad para encontrar un empleo digno y estable, muchos compatriotas se rebuscan la forma de conseguir algo para llevar a la casa; lo que llaman la liga. Hay que ver por ejemplo en lo que se han convertido los semáforos en Bogotá. Son hervideros donde una multitud de personas ofrecen los más variados servicios y las ventas informales pululan; aguacates, libros piratas, dulces y cigarrillos menudeados, sombrillas, limpiones, juguetes, aditamentos para el celular, frutas, candelas y cuanto cacharro pueda uno imaginar. Las familias con carteles donde relatan su tragedia como desplazados; los maromeros que derrochan ingenio y habilidad; el minusválido que implora; un fulano que baila con una muñeca, y los que aprovechan un descuido para lavar a las malas los parabrisas de los carros.

En las carreteras la gente explota un cruce o un desvío para con un cartel avisar a los conductores y a cambio recibir una moneda, mientras otros se arman de una pala para tapar los huecos de las vías en mal estado. Hay personas especializadas en madrugar a hacer filas para vender los cupos; otros pasean perros; los hay que se disfrazan de mimos y hágale a remedar al que pase; y el más varado personaliza a un payaso para con un altavoz invitar a la clientela a almorzar corrientazo.

En mi vecindario todos los días ofrecen aguacates maduros, frutas y verduras, buñuelos a trescientos, escobas y traperos; también arreglan sombrillas y pitadoras, y hasta un zapatero remendón anda con el negocio al hombro (me refiero a la herramienta... mejor dicho, al martillo, el pegante y las tachuelas). En el famoso rebusque ha hecho carrera el cliente que grita a voz en cuello: “de puro marrano vendo chorizos”, y ni hablar del aviso clasificado más cruel de todos: “músico sin trabajo vende contrabajo”.

Mis sobrinos Santiago y Arturo están en esa edad en que a los niños les empieza a “resbalar” la plata. Entonces mi hermana mayor, que tiene una perrita muy juiciosa e inteligente, contrata a los sobrinos para que saquen la mascota al parque a hacer sus necesidades. Un día otro de mis hermanos se topa con los muchachos que muy aburridos miraban con desprecio al animal, por lo que el tío les pregunta qué sucede. Y responden al unísono con desespero y desazón:
-No, pues aquí esperando a que esta chandosa cague. No ve que si no hay bollo tampoco hay propina.
pmejiama1@une.net.co

lunes, noviembre 12, 2007

Diferencias abismales.

Los mensajes que circulan por el correo de internet están plagados de chistes flojos acerca del modo de ser de hombres y mujeres. Unos y otras dedican largas horas a programar unas elaboradas presentaciones donde ridiculizan al sexo opuesto, lo que asegura la continuidad de la competencia porque al aparecer uno nuevo, provoca en alguien la necesidad de responder con mayor saña e ironía. Cuentos viejos y trillados algunos, y otros finos e ingeniosos. Lo absurdo es que hay personas que se ofenden con este tipo de pendejadas, y esto solo contribuye a echarle pimienta al asunto y lograr que perdure el enfrentamiento.

Todos debemos reconocer que entre hombres y mujeres lo único que hay es diferencias, situación que debemos agradecerle al Creador porque de lo contrario esta vida sería sosa e insípida. Qué tal todos de un mismo sexo, igualitos en el modo de comportarnos y como dicen por ahí, cortados con la misma tijera. Por algo dicen que en la variedad está el placer. Y como entre gustos no hay disgustos, vemos a hombres y mujeres sin ninguna gracia física pavonearse enganchados a sus respectivas parejas. A toda plasta le corresponde su cucarrón.

Son incontables las diferencias que existen, pero voy a echar mano de unas pocas para ponerlas como ejemplo. Empiezo con una característica típica de las mujeres y que se presenta sin falta en cualquier tertulia o reunión. Todos, sin distinción de sexo, quieren enterarse de los cuentos y no perder detalle acerca de los últimos chismes. Entonces arranca alguien a soltar un rollo de esos que crean expectativa, y en ese preciso instante la mayoría de las damas presentes le comentan algo a la compañera del lado. Dónde compraste esa cartera; al fin conseguiste muchacha; qué supiste de fulanita; cómo están tus hijos; o busca halagarla al decirle que tiene divino el pelo. La otra responde a la inquietud de su amiga y conversan un momento sobre del tema, hasta que una de ellas para oreja y se interesa por el cuento central, por lo que ambas exigen con insistencia que empiecen de nuevo el relato para cogerle el hilo. Por ello es bueno advertir, antes de tomar la palabra, que no hay repeticiones ni explicaciones para nadie.

Un comportamiento en el que hay grandes diferencias entre ambos sexos es la vanidad. Aunque ahora muchos hombres se preocupan en demasía por su presentación personal, hasta ser reconocidos como metro sexuales, para las mujeres esta es una obsesión que a veces raya con la manía. Pasan horas ante el espejo y la indecisión al momento de vestirse les hace perder mucho tiempo. El paso de los años y los estragos que produce la fuerza de la gravedad en sus tejidos blandos, por delante y por detrás, no les deja un minuto de tranquilidad. Unos kilos de más son causa de disgustos y depresiones, lo que puede llevarlas a enfermedades mentales muy graves y de difícil tratamiento. Mientras tanto las flacas hacen maromas para ganar peso.

Muchas mujeres se emperifollan hasta la exageración, para luego vestir unas prendas sensuales y provocativas, lo que conlleva a que sean blanco de piropos, miradas lascivas, expresiones vulgares y no falta el que les mande la mano al cajón. O en el peor de los casos son violadas y ultrajadas por algún maniático que se topen. Claro que después de analizar el asunto con detenimiento, puede uno deducir que la mayoría de las mujeres obra de esta manera es para que las vean sus congéneres. Sin duda lo que buscan, así sea de manera inconsciente, es competir con sus amigas o compañeras de ocasión. De no ser así, cómo se explica que si ellas van por ejemplo para un costurero con las amigas de toda la vida, pongan tanto cuidado en la presentación personal; desde el peinado hasta el último detalle en su indumentaria.

Y para corroborar las diferencias tan marcadas entre ambos sexos, pueden compararse las reuniones entre amigos. Las mujeres en su tertulia están todas de punta en blanco y la anfitriona ofrece una comida sofisticada y elegante; degustan una copa de vino o una taza de té; van de seguido al baño para retocar el maquillaje; fuman como presas en licencia; rajan de lo divino y lo humano; hablan seguido por el celular; se echan flores entre sí; denigran de los maridos y conversan todas al tiempo sobre moda, los hijos, las empleadas del servicio, los últimos separados; y la recién operada muestra orgullosa sus aún turgentes “marujas”.

En cambio en un grupo de hombres en similares circunstancias puede notarse la informalidad. El dueño de casa ofrece cerveza y trago en general; propone pedir arroz chino y les dice a los contertulios que se acomoden como puedan. Todos se presentan desgualetados, se carcajean, palmotean a los demás, pedorrean y eructan, echan madrazos, pronuncian expresiones de grueso calibre, y prefieren conversar acerca de sexo, carros, viejas, cualquier persona en bancarrota y todo chisme que alcance el calificativo de “carnudo”.

La diferencia de una pareja que ve una película pornográfica está en que el tipo aprovecha la coyuntura, entuca, procede, finiquita y luego ronca a pierna suelta, mientras la dama trata de ponerle romanticismo al asunto y luego espera hasta el final de la cinta para ver si los protagonistas se casan.
pmejiama1@une.net.co

martes, noviembre 06, 2007

El que llaman…

A veces me pregunto quién habrá sido el primer ser humano al que le endilgaron un apodo. Porque al menos en nuestra cultura, son muy poquitos los que se salvan de cargar con un remoquete que los distingue entre los demás. No conozco si en otras latitudes tienen la misma tradición, aunque es claro que por ejemplo en los Estados Unidos acostumbran referirse a las personas con las iniciales cuando se trata de nombres compuestos, como BJ, OJ y JJ (pronuncian Yei Yei, y debe ser el John Jairo de por allá), y en los nombres simples prefieren usar el apócope del mismo: Tom, Ben, Cat, Chris, Su y Andy.

En muchos países de Latinoamérica hemos cogido la maña de bautizar a los niños con unos nombres que la verdad no requieren apodo, porque son tan rebuscados que de por sí llaman la atención; aparte de que muchos prefieren denominar a los mocosos como si fueran nacidos en otras latitudes: Usnavy (copiado de un barco de la armada gringa), Elizabet, Fransuá, Gregory, Brayan, Leidy o Estiven. En cambio en España son comunes los tradicionales de nuestro idioma, costumbre que prevaleció entre nosotros hasta hace unos años cuando los muchachitos se llamaban Augusto, Manuel, Claudia, Helena o Germán. También se echaba mano de los nombres bíblicos para hombres y mujeres, y ha sido costumbre que a ciertos apelativos se les aplique automáticamente un reemplazo ineludible: a José le dicen Pepe, a Jesús Chucho, a Benjamín Mincho, a Antonio Toño, a Gonzalo Lalo y a Francisco Pacho. En castellano también se utiliza apocoparlos y así resultan Isa, Santi, Tina, Tavo, Concha, Nepo y Justo.

Pero definitivamente en la mayoría de nuestro territorio la costumbre de chantarles a las personas un mote desde pequeños es raizal, sobre todo en regiones como la costeña y la paisa. Muchos adquieren el remoquete en la familia porque un hermanito menor no sabe pronunciar su nombre y le dice de cierta manera, o por alguna característica en particular; de lo contrario, en la época escolar le endilgan su apodo a como dé lugar. Del primer caso resultan apelativos tales como tata, nena, gordo, negra, cuqui, tolo, etc.; mientras que los que ponen los compañeros de estudio son más ingeniosos, burlescos y descriptivos.

En nuestra ciudad la gente acostumbra preguntar, cuando no logra dar con alguien a quien le describen, con qué apodo es conocido el personaje a ver si logra ubicarlo. Familias enteras cargan con un apelativo que los distingue sin duda de los demás. Por ejemplo le hablan de un Echeverri y en vista de que son tantos los que llevan ese apellido, basta con decir que es de los capachos para aclarar el asunto. Los macabeos pertenecen a un linaje muy numeroso y representativo en la sociedad. Las torcuatas heredaron el apodo del nombre paterno; los montañeros Uribe son reconocidos; también recuerdo a los chinches Mejía, los plastas Jaramillo, los cucharras, los mojarras, los pescaos, los bóxer, los chitas, los volquetas, las busetas y los pinochos.

El imaginario popular se desborda en variedad al momento de repartir sobrenombres. Claro que al ver los ejemplos anteriores se puede colegir que comparar a los humanos con ciertos animales ha sido costumbre de siempre y de mi época juvenil recuerdo a pingüino Uribe, conejo Londoño, perro Gallego, el pollo Ocampo, guacamaya Mejía, caballito Bernal, pato Villegas, marrano Vargas y mi hermano Fernando a quien todos llamaban ardilla. Otros se ganaban el remoquete por alguna particularidad física como el gordo Mundo, el bizco Aristizabal, huesos Villegas, telescopio (por sus lentes de aumento), mis primos muelas y pinocho Hoyos (el uno por sonreído y el otro por narizón), las hermanas Pintuco, el enano Herrera y el negro Pambelé Araque.

La costumbre de estigmatizar a los demás no tiene edad, sexo, color ni estrato. En el bajo mundo los alias son muchas veces graciosos, y en la actualidad se han puesto de moda varios paramilitares que se distinguen por sus curiosos remoquetes. En el otro extremo hay señores reconocidos de la sociedad manizaleña que han sido identificados más por sus apodos que por los nombres de pila: el Ñato Ospina, Tamarindo, Chumilas, Pecueca, Chorizo, Canasto, Penetro, Genoveva y Agapito.

Cualquier profesión o actividad cuenta con miembros que cargan con sus motes desde siempre y para muchas personas es difícil referirse a ellos de una manera formal, y no por falta de educación, sino porque realmente no tienen idea de cómo se llaman. Por ejemplo entre los médicos de las primeras promociones de nuestra Universidad de Caldas son muy recordados Tamal, Momia, Lacra, Escopeta y Catarro. De los galenos que se desempeñan en la actualidad puedo nombrar a Nimbus, Canocho, Pochocha, Chichí y Chamizo. Otro caso curioso es el de personas a las que les cambian definitivamente el nombre; conozco a una señora Maria Eugenia a quien absolutamente todo el mundo le dice Nuria.

En cambio hay otros que por su nombre no necesitan apodo. Un ex gobernador de Caldas, víctima infortunada de esta violencia absurda que nos agobia, relataba con mucha gracia que ya de adulto se enteró de que un compañerito suyo de la primaria llegó un día muy excitado a la casa con este cuento:
-Mami, mami, en mi clase hay un niño al que le dicen Fortunato.
pmejiama1@une.net.co

lunes, octubre 29, 2007

Así es que funciona.

Mañana salimos de este parto de las elecciones y podremos descansar de semejante avalancha de candidatos. La contaminación visual es agobiante porque para donde mire en la calle se topa con un pendón, un pasacalle, una valla o un afiche de promoción política. Y aunque cierre los ojos para no marearse con tanta publicidad, por los oídos le meten los desesperantes anuncios; porque la radio y la televisión están saturadas con el tema, y para completar no faltan los vehículos que perifonean arengas electorales sin compasión. Las campañas políticas desenmascaran toda la porquería que en nuestro país representa este oficio, porque con tal de asegurar un cargo los aspirantes se juntan hasta con el mismísimo Satán. Las mañas y marrullas no cambian, y pude comprobarlo cuando le entablé conversa a un cliente que repartía volantes en el centro. Esto fue lo que comentó al preguntarle en qué andaba:

-Si le contara dotor el voleo tan tenaz que es esta vaina en vísperas de eleciones. Eso toca camellar sin sacáselo, y aparte de todo rezar y encomendase a todos los santos p’a que el candidato de uno salga elegido, porque de lo contrario pailas; a comer rila otros cuatro años. Yo heredé esta vena de mi apá que era líder comunal del barrio donde vivíamos, y eso sí p’a qué pero el cucho era un duro p’a politiquiar, ¿oiga? Conocía a muchos dotores importantes y se codiaba con ellos a toda hora, y en campaña había que velo consiguiendo gente y moviéndola p’a donde juera necesario. Porque no vaya a creer usté que eso no es sino convencelos que voten por fulanito y listo el pollo; nanay cucas. A la vaina hay qué trabajale duro p’a que el día de las votaciones no se quede uno viendo un chispero; y lo pior es que los gamonales le echan toda la culpa a los mandos medios y bajos, y sin mediar palabra los mandan p’al carajo.

Yo estaba muy chiquito y con mis hermanos teníamos que madruganos a repartir volantes, a convocar gente a las manifestaciones, a organizar eventos y reuniones, a pegar afiches en los muros y paredes, y a colaborar en lo que fuera necesario. También nos dedicábamos a hacele cagadas a las campañas rivales, como destruiles el material que ellos colocaban y regar chismes en la calle acerca de los otros candidatos; como quien dice p’a sembrar la cizaña, ¿si me entiende? Y a mi amá sí que le tocaba duro, ¿oiga? Llegaba el cucho y le decía que había que preparar sancocho p’a cincuenta porque el candidato visitaba el barrio al otro día, y entoes el voleo en la casa era el más verriondo; todas las muchachas, dirigidas por mi amá, se encendían a mantequiar sin descanso hasta que todo estuviera listo. Claro que en el diretorio le largaban la plata p’a comparar las gallinas y el revuelto, pero no vaya a creer que le daban siquiera una propina por el trabajo. Olvídese papá, que muchas veces no nos alcanzaba sancochito ni a nosotros; con semejante mundo de patos que se pegan p’a esas reuniones políticas.

Además le cuento, pero no le diga a nadies para que después no haiga problemas, que a nosotros nos destinaban p’a escoger la gente que podía recibir alguna ayuda del diretorio. Y no crea que eso era p’a comprales el voto ni nada, sino que usté sabe que la vocación del político es servir a la comunidá. Claro que se aprovecha la época de eleciones p’a que a nadies se le olvide por quien es que hay que meter el dedo. En veces repartíamos por ejemplo bultos de cemento, y hay que ver lo que agradece la gente esa vaina; porque todos necesitan vaciar una plancha, echar un morterito, sacar otra pieza o enchapar el baño, pero el cemento está muy caro y vaya pues ahorre usté de un salario mínimo a ver si es capaz. Con trabajo alcanza p’a pagar el arrendo, las faturas y comprar algo de mercao.

También repartíamos baterías sanitarias, como quien dice ninodoros, ollas pitadoras, tejas de eterní, colchones, cobijas, mercaos y cualesquier cosa que supla tanta necesidá que hay. Porque es que uno de pobre agradece lo que caiga; como dicen por ahí: regalao hasta un puño. Lógico que nosotros tampoco éramos pendejos, y a todo el que se le entregaba algo le pedíamos que nos consiguiera siquiera diez cédulas. Claro que antes sí era más sencillo porque no habían inventao el embeleco ese del tarjetón, y no era sino dale al cliente el votico y advertile que lo teníamos pistiao p’a que no nos fuera a faltoniar. Además no le devolvíamos la cédula sino cuando ya iba a dentrar a sufragar.

Con decile que apenas yo cumplí la mayoría de edá me mandaron con un combo del barrio p’a un pueblo a que inscribiéramos la cédula allá. Severo paseo en buseta, con lechona p’al almuerzo, aguardientico, baño en piscina y p’a rematar de a veinte mil lucas por cabeza. Y cuando eso la plata sí rendía. Luego el día de las eleciones repetimos el paseo, pero regresamos temprano p’a poder votar aquí también.

De manera patrón que colabóreme ahí con el votico que donde no saquemos a este cliente, yo quedo como el ternero de Armando: mamando.
pmejiama1@une.net.co

miércoles, octubre 24, 2007

Interés inusitado.

La rutina diaria nos encasilla en unas formas de proceder que debido a su repetición, cuando menos lo pensamos tenemos una adicción a ellas. Por ejemplo un organismo acostumbrado a la siesta después del almuerzo, el día que por alguna circunstancia no puede hacerla, la persona queda como zombi sin poder concentrarse ni coordinar sus acciones; el día se hace eterno y un malestar general invade todos sus sentidos. Lo mismo sucede con tantos actos que realizamos de manera cotidiana y a la misma hora, como la costumbre de ver noticieros de televisión.

Así juremos no volver a sintonizar esa pendejada, que lo único que hace es amargarnos el momento y aumentar el estrés, cuando faltan pocos segundos para su inicio un acto reflejo obliga a encender el televisor en el canal correspondiente al noticiero. Y empezamos a oír tragedias, a contar muertos, a sorprendernos ante tanta maldad y corrupción, a renegar por los malos manejos de políticos y dirigentes, a ver inundaciones y terremotos, aviones caídos, robos y atracos, y en general todo tipo de noticias malas del país y el exterior. Para colmo, inician la sección deportiva con la paliza que le zamparon al equipo de nuestros afectos.

Lo peor es que los medios de comunicación se empecinan con una noticia en particular y la machacan hasta el cansancio, sin tener piedad con los sufridos ciudadanos que están hasta la coronilla. En la actualidad el asunto del acuerdo humanitario ocupa un gran porcentaje de la prensa hablada y escrita, lo que hace que se vuelva un tema repetitivo y cansón. Nadie desconoce la importancia del hecho, y mucho menos voy a criticar las gestiones que tantas personas adelantan para lograrlo, pero creo que debe haber algo de privacidad en las negociaciones para que no se hable tanto y de forma tan deportiva.

Me da golpe el interés que ha mostrado Francia por el secuestro de Ingrid Betancourt. Una mujer que nació en ese país porque su padre se desempeñaba en nuestra representación diplomática, para luego casarse con un ciudadano galo con quien tuvo dos hijos. Pero es en Colombia donde ha vivido muchos años, donde se volvió a casar y donde adelantó su actividad política y electoral. Como muchos compatriotas Ingrid es de las que tienen doble nacionalidad, situación que sirve mucho hoy en día debido a lo estigmatizados que nos tienen a los nacidos en estos pagos.

El presidente y el alto gobierno, muchos parlamentarios, la prensa, las organizaciones no gubernamentales, algunos gremios económicos y la ciudadanía gala en general aúnan esfuerzos para lograr la liberación de alguien que, al menos para mí, ha sido una colombiana más. En ese país europeo de adelantan marchas, campañas y movimientos cívicos que mantienen latente la retención ilegal de la dirigente política. Han venido al país importantes personajes a adelantar conversaciones y hasta un avión con un equipo de rescate anduvo merodeando por las selvas de sur, lo que casi se convierte en un conflicto diplomático de grandes proporciones.

Mientras tanto los gringos apenas si se refieren a los tres “contratistas” (léase agentes especiales camuflados) que fueron derribados cuando viajaban en un avión, para luego ser hechos prisioneros en los improvisados campos de concentración ubicados en lo más profundo de la selva. Y la ONU nada dice del ex gobernador del Meta, Alan Jara, quien fue secuestrado cuando se desplazaba en una camioneta perteneciente a esa organización y que estaba debidamente identificada, situación que para cualquier ciudadano desprevenido es una clara violación del derecho internacional.

La familia de Ingrid insiste en que el gobierno acceda a las peticiones de la guerrilla para que se autorice el despeje solicitado, proceder que encuentro lógico, porque es seguro que cualquiera en esa situación actúa igual. Pero hay que ser claros en que en el caso de los secuestrados no deben existir estratos ni preferencias. Parece injusto que mientras en el mundo entero se habla de Ingrid, de los gringos y de algunos reconocidos parlamentarios, muchos policías y soldados rasos solo son recordados, y reclamados, por sus familiares más cercanos. Víctimas que solo salen del anonimato cuando logran escaparse, como Pinchao, o si un familiar se inventa alguna movida para hacerse oír, caso del policía Moncayo.

Debe quedar muy claro desde ya que de llegarse a un intercambio de prisioneros, los secuestrados deben regresar en el orden en que fueron privados de su libertad. Que el primero en volver sea el que más tiempo lleva retenido, y aunque suene duro par sus allegados, la última debe ser Ingrid porque a la larga fue la única que dio papaya para que le echaran mano. Ella, en busca de protagonismo pre electoral, se metió literalmente en la boca del lobo a pesar de las claras advertencias que le hicieron.

La gente acostumbra decirle a un fulano que con tal de que se vaya, aunque le vaya bien. Lo mismo pensamos muchos de Chávez y Piedad, que con tal de que sean capaces de enderezar ese entuerto, no importa que se ganen toda la popularidad y debamos aguantarlos en el futuro metidos hasta en la sopa. Son igualiticos y ahí sí cabe aquello de que se juntan el hambre con la necesidad. De semejantes personajes tan malucos solo queda pensar: ¡como para sacarle una cría a esa parejita!
pmejiama1@une.net.co

martes, octubre 09, 2007

Fácil decisión

Mucho cuidado deben tener los aspirantes a ser elegidos en las próximas elecciones, porque la necesidad de dinero para financiar sus campañas puede llevarlos a recurrir a personas de mala conducta, y ya sabemos cómo terminan quienes así actúan. Si apenas ahora procesan penalmente a los inculpados de las elecciones pasadas, podemos suponer que en el futuro próximo no oiremos hablar de otra cosa cuando empiecen a acumularse los casos de las diferentes votaciones.

Otra cosa es que en época pre electoral son muchos los actos públicos que atienden los candidatos, situación que se presta para compartir tarima con personas de dudosa reputación. Y luego a explicar por qué la foto con fulanito, que cómo así que tuvo pactos con perano, y que a cuenta de qué le dio el aval a perencejo. Ahí es cuando personajes de reconocida idoneidad y hoja de vida transparente se ven salpicados por unos hechos bochornosos que los dejan muy mal parados, porque quienes los conocen de cerca saben de sus valores éticos y morales, pero para el común de la gente quedan señalados como un bandido más.

De manera que a escoger muy bien los candidatos, lo que va a ser fácil porque hay nutrida y variada oferta. Listas interminables de aspirantes de distintos movimientos saturan los medios de comunicación y el espacio público de las ciudades. Por fortuna en esta ocasión no tengo que echarle cabeza al asunto, porque da la casualidad que para casi todos los cargos a elegir tengo un allegado o amigo que aspira a ocuparlo.

Entre los candidatos a la gobernación del departamento encuentro a mi amigo de juventud Mario Aristizabal. Nos conocimos en el colegio e hicimos parte del mismo grupo de amigos; lo que llamábamos la barra. Fue mucho lo que disfrutamos una adolescencia que dejó huellas imborrables y que vivimos intensamente; amigas, novias, paseos, rumbas, pilatunas, sustos, embarradas y experiencias compartimos con Mario y su hermano Luís Alonso, quien también hacía parte del combo.

Claro que además de ser un buen amigo, reconozco en Mario a una persona honesta y trabajadora, quien heredó de su padre el gusto por la política y la vocación de servicio. Desde muy joven ha militado en diferentes actividades proselitistas y cabe resaltar su paso por la gerencia de la hidroeléctrica de La Miel, donde se distinguió por ser un ejecutivo de grandes ligas. Otro punto a su favor es el conocimiento del café, porque entre cafetales se crió y de su padre aprendió todo lo referente al cultivo y comercialización del grano.

Miro los candidatos a la alcaldía y me topo con Juan Manuel Llano, con quien puedo decir textualmente que me crié. Debido a la gran amistad entre nuestros padres, desde muy chiquitos anduvimos juntos cuando coincidíamos en los diferentes programas de los mayores, además de que fuimos al mismo colegio. Casualmente Juan también hacía parte de la barra juvenil y siempre está presente en los recuerdos de aquellas andanzas.

De Juan Manuel puedo decir que es un tipo inteligente, emprendedor, amable, alegre, leal y generoso como el que más. Cuando estábamos en tercero de bachillerato alguien lo acusó de no bañarse porque llegaba al colegio con el pelo seco, mientras todos íbamos muy peinados, y ahí nos enteramos de que él se levantaba a las 3 de la mañana a repartir panes en una de las camionetas de La Colmena. Porque fue de ver a sus padres al pie del cañón en ese tradicional almacén que Juan Manuel heredó su vena de comerciante y esa habilidad innata para los negocios. Y los fines de semana, mientras los demás nos dedicábamos a descansar, él arrancaba a recorrer los pueblos para vender galones de un blanqueador que producía en la que fue su primera industria. Claro que el tiempo también le alcanzaba para disfrutar y divertirse con familiares y amigos.

Puedo imaginar el progreso de Manizales con un alcalde como Juan Manuel Llano. Porque es ejecutivo y ejecutor; emprendedor, hábil, visionario, trabajador incansable y lo más importante: una buena persona. Las empresas y entidades que han estado bajo su batuta pueden corroborar que con él la vaina es diciendo y haciendo. Nunca deja nada para mañana; cuando hay que hacer algo lo hace, ¡pero ya!

No necesité estudiar la lista de aspirantes al concejo de Manizales, porque de antemano escogí a Juana Carolina Londoño para endosarle mi voto. Casada con mi primo Rafael, desde que la conozco la oigo hablar de política. El tema le apasiona y por ello en la actualidad adelanta un pos grado en administración pública en una universidad de Bogotá. Desde sus primeros años acudió a la plaza pública cuando acompañaba a los abuelos a hacer sus respectivas campañas en Supía, población de la que fueron alcaldes; y ambos militaban en diferente partido político. La bella candidata me explicó cómo puedo escogerla cuando me enfrente al monumental tarjetón que contiene más de doscientas opciones, sin fotos porque no caben. Basta con marcar el arco iris, logo del Movimiento de Salvación Nacional, y el número 44.

De manera que mi voto nada tiene que ver con programas de gobierno, respaldos políticos, experiencia pública, avales, partidismos ni nada por el estilo. Es simplemente un voto de lealtad, de solidaridad y amistad. Porque si uno no respalda a los amigos, ¿entonces a quién?
pmejiama1@une.net.co

martes, octubre 02, 2007

Péguele al perrito.

Es triste ver la ciudad llena de casinos y casas de juego, donde la gente pasa las horas en busca de una solución a la desesperada situación económica que acosa a tantos colombianos. El que gana una moneda por cuidar un carro corre a jugar a las maquinitas a ver si le suene la flauta y consigue con qué sobrevivir unos días. O el obrero que arriesga su salario en una partida de naipes. Porque no hay duda de que el juego es una adicción, y muy pocos pueden decir que salieron ganadores.

Lo increíble es que la gente siempre tiene plata para hacer un chance, comprar un quintico de lotería o acariciar el sueño de pegarle al baloto. Y es que ante el desempleo, la falta de plata y una sociedad de consumo asfixiante, muchas veces no queda otra opción que un golpe de suerte para salir de la olla. Claro que hay que ser optimista para confiar el futuro en algo tan volátil y etéreo como el azar, aunque nadie puede negar haberse dedicado una noche a planear cómo va a repartir la astronómica cifra de un premio gordo.

En nuestro país existe otra opción para enriquecerse de la noche a la mañana, y basta con enterarse de algún ilícito o conocer el paradero de un bandido por el que ofrezcan recompensa. El problema radica en que el billete recibido se gasta en pagar escondederos, porque siempre habrá una rendija por donde se filtre la información de quién fue el sapo y no existe en este planeta un hueco dónde permanecer tranquilo. Yo sí le digo lo que debe ser tener de enemigo a un traqueto, paramilitar, guerrillero, contrabandista o facineroso de oficio.

En cambio en Estados Unidos la cosa es más sencilla. Con solo estar en el lugar apropiado y en el momento preciso la fortuna puede atropellarlo. Busque un andén al que le falte una tapa de alcantarilla, luego simule leer el periódico mientras camina, y con cierta sutileza para tampoco irse a matar, déjese caer de manera que se quiebre siquiera una pata. También puede ir a un almacén y pucharse debajo de una estantería, no sin antes cuadrar con un amigo para que se la tire encima. Claro que debe calcular el daño que pueden causarle los productos allí exhibidos; por ejemplo frascos y latas que lo descalabren, le hagan una cortada superficial en un brazo y le dejen un ojo morado.

Seguro pasará un momento amargo y le va a doler, pero dicen que el que quiere marrones aguanta tirones. Porque los gringos indemnizan al ciudadano afectado en unas situaciones que nadie puede creer. Son tan disparatados los casos, que desde hace unos años inventaron unos premios a las demandas más absurdas instauradas en ese país. Se llaman los premios Estela, por ser el nombre de una señora de 80 años que se echó encima un café hirviendo en un MacDonalds. Después de tener que pagarle a la vieja casi tres millones de dólares, resolvieron imprimir una advertencia en los vasos desechables para curarse en salud.

En Austin otra mujer visitaba una tienda de cocinas y un mocoso que andaba correteando se la llevó por delante causándole fractura de tobillo. Pues hubo que consignarle 780 mil de los verdes, pero lo absurdo es que el culicagao era el hijo de ella. Otro vergajo demandó a un ciudadano porque le pisó un brazo con la llanta del carro; claro que el guache estaba robándose las copas del vehículo y como el dueño no se percató al arrancar, tuvo que bajarse de 74 mil. Aunque los casos parecen mentira sigo con el recuento. Un ladrón se mete a una casa y queda encerrado en el garaje durante 8 días porque los dueños andaban de vacaciones. Debe alimentarse de gaseosas y comida para perros, por lo que demanda al propietario del inmueble por daños morales y recibe medio millón de dólares.

Una zamba ganó un buen billete cuando quiso “conejiar” una cuenta en un bar al tratar de volarse por la ventana del baño; pues se fue de jetas y resultó con tres dientes desportillados. Aparte de la demanda, debieron mandarle a arreglar la “persiana”. Pero el campeón es un viejo atembao que compró un carro casa y leyó en el manual acerca de la posibilidad de activar un botón en el timón que mantiene una velocidad constante de crucero. El zoquete lo programó a 60 millas, luego abandonó la silla del conductor y pasó atrás a preparar café. Sobra decir que en la primera curva el carro siguió derecho, con tan mala fortuna para los fabricantes que el cliente se salvó y tuvieron que indemnizarlo con un millón y medio. Además, hubo que reponerle el vehículo y advertir en el manual que el mecanismo “no” es un piloto automático, para evitar que otro imbécil proceda igual.

Por ello nadie debe aterrarse si en el avión que lo lleva al país del norte le preguntan si piensa cometer un atentado terrorista o matar a alguien. En las últimas instrucciones que leí dice que cuando cambie las pilas, debo botar las viejas porque de pronto un niño se las come y eso es muy dañino. ¿Qué tal?; semejantes pendejadas no se les ocurren sino a los gringos.
pmejiama1@une.net.co

martes, septiembre 25, 2007

Lechona en París.

El sueño de muchos es visitar algún día la capital de Francia. La ciudad luz atrae y sin duda se convirtió desde hace mucho tiempo en lugar de inspiración para artistas y escritores. Prefieren irse allí, así sea a saltar matones, con tal de recorrer las calles que arroparon a Víctor Hugo, Rodin, Verlain y Degas. La magia de París embelesa la imaginación de los mortales y por ello es común sentir envidia de quienes tienen la oportunidad de vivir allí.

Claro que después de leer la novela El síndrome de Ulises, del escritor colombiano Santiago Gamboa, se le quitan las ganas a cualquiera de experimentar esa situación, porque narra de manera vívida y desgarrada las penurias que debe soportar el inmigrante en una sociedad déspota y arrogante. Porque una cosa es disfrutar de una solvencia económica que permita bienestar, y otra muy distinta trabajar como un esclavo sin oportunidades ni derechos. Para corroborar lo que dicen, pude conversar con alguien que conoce el tema.

Hace seis años en Cuba, la casa campestre cerca a Cartago donde me invitan con regularidad a disfrutar del maravilloso clima, conocí a una mujer que entonces se desempeñaba como empleada domestica, y quien llamó mi atención por su desparpajo y franqueza al hablar. Gladis es una morena gruesa, fuerte y alegre, a quien llamaban “La Tayson” porque los viernes, cuando se enteraba de que su marido andaba de parranda con alguna fulana, ella se presentaba en el lugar, sacaba a la vieja de las mechas para la calle y allí le daba una pela.

De manera que mientras Gladis preparaba un típico sancocho valluno en fogón de leña, al aire libre, yo me arrimaba a darle cuerda para que me echara sus cuentos. En aquel entonces el marido de Gladis viajó a París a desempeñarse como pintor de brocha gorda, y al poco tiempo ella arrancó con su pequeña hija a rebuscarse en esas lejanías. En mis visitas siempre indago por ella, y cuál sería la sorpresa cuando hace poco apareció a hacernos visita mientras disfrutábamos de una agradable tertulia. Esta mujer llegó a la ciudad luz hace 5 años y desde entonces se desempeña como empleada doméstica en una casa de familia; sus patrones son judíos sefardíes, procedentes de Marruecos, pero con el idioma español como lengua madre. Esto ha sido perjudicial para ella, porque no ha sentido la necesidad de profundizar en el aprendizaje del francés.

Viven los tres en una “chambrita” (en francés chambre es dormitorio) de unos pocos metros cuadrados; allí cocinan y realizan las demás actividades de la vida diaria. El baño es común y queda afuera, y solo tiene un escusado y un grifo; sin ducha ni tina. Por lo tanto deben madrugar al alba, calentar agua y echarse sobre el cuerpo para mantener la sana costumbre del baño diario. El alojamiento queda en un séptimo piso sin ascensor. En invierno se defienden con un calentador eléctrico y en verano el calor es agobiante; varias veces en la noche deben proceder a mojar la piyama para tratar de conciliar el sueño.

Gladis coge el metro hasta su sitio de trabajo, donde labora de 9 de la mañana a 7 de la noche de lunes a viernes. Debe mantener todo limpio y ordenado, y encargarse del arreglo de la ropa de las 5 personas que habitan la casa; nunca puede colaborar con otra actividad, porque de inmediato se la endilgan sin derecho a mejora salarial; un día que no fue el jardinero, Gladis, de acuciosa, se puso a barrer el jardín y los patrones querían despedir al empleado porque ya le tenían reemplazo: ella. Le pagan mil euros mensuales y tiene derecho a comida, a diferencia de la mayoría de los hogares donde las empleadas no pueden tomarse ni un café; mantienen contadas hasta las galletas.

El marido paga la chambrita y ella se encarga del mercado, el cual compra el sábado, día que además hace las diligencias que se ofrezcan. El domingo lo dedica al arreglo de la ropa de todos y por la tarde, si alcanza, duerme un rato porque termina rendida. Y no le queda ni tiempo ni plata para ir a un cine. No conocen museos, sitios turísticos, monumentos ni nada que se le parezca. Su única distracción consiste en reunirse con amigos colombianos en las fechas especiales y preparan una lechona para festejar. Aunque parezca increíble compran un marrano mediano, se apiñan en una chambrita y allí deshuesan y rellenan el animal. Luego lo llevan a una panadería para hornearlo; después bailan, charlan y comen hasta quedar satisfechos.

Leí que las calles y parques de París están tapizados de caca canina, y Gladis confirma que lo que digan es poquito. Donde usted ponga un pie, se para en un bollo de perro. Los inmigrantes viven una existencia vacía y estéril; son discriminados; como ilegales soportan abusos y humillaciones; y lo que ganan les alcanza para sobrevivir y mandar algo a su familia. En el caso de esta familia valluna después de tanto sacrificio, sus ahorros alcanzaron para los pasajes de avión, odontología y demás gastos. Ahora regresan a buscar su legalidad, para obtener mejores ingresos y tratar de juntar dinero para regresar en unos años a vivir en nuestra tierra con algo que extrañan a diario: Dignidad.
pmejiama1@une.net.co

jueves, septiembre 20, 2007

Si alguien sabe...

Hay preguntas que nos rondan la cabeza y que se repiten con cierta regularidad, pero que nunca nos detenemos a buscarles una respuesta precisa y definitiva. Siempre que las recordamos nos entra la inquietud, y pensamos que ahora sí es hora de averiguar a ver quién sabe dar razón acerca del asunto. Por lo tanto hoy quiero buscar entre mis lectores alguien que sepa las respuestas a mis inquietudes para que me saque de una vez por todas de algunas dudas.

Cada año, cuando se presenta la temporada de huracanes en la región del mar caribe, desde las islas localizadas más al este, hasta el golfo de Méjico y las costas del sur de los Estados Unidos, me pregunto por qué carajo la gente construye sus viviendas con materiales tan frágiles. Está bien en las islas pobres y demás países subdesarrollados, porque es entendible que sus habitantes muchas veces no tienen recursos para construir edificaciones resistentes y seguras. Pero que los gringos, que en tecnología y seguridad son vanguardistas, además de que tienen billete de sobra, repitan en forma reiterada las mismas técnicas de construcción donde la madera y los materiales prefabricados son la constante, es algo que no puedo comprender.

Al amigo Berceo le tocó en sus últimos años vivir esa situación, y recuerdo que con mucha gracia decía que cuando regresaban de los refugios acondicionados para que la gente se resguarde durante el temporal, a muchos solo les quedaba de su casa de habitación el lote y la llave del portón. Y no es exagerado, porque vemos en las noticias las ruinas dejadas por el paso de esas ventiscas donde en muchos casos no rescatan sino la plancha de cemento sobre la que estaba construida la vivienda. Y el reguero de escombros por toda la zona, lo cual no sucedería si las casas fueran edificadas con cemento y ladrillo como se hacen por aquí. Seguro que el temporal levantaría techos y rompería ventanas, pero el edificio como tal seguiría anclado en su sitio.

Y en el caso de los Estados Unidos esta situación también se vive en las llanuras del centro del país, zona donde los ciclones y tornados hacen de las suyas en cierta época del año. Y vuelve y construyen con babas, para que al poco tiempo venga otro ventarrón y arrase con todo. Aparte de que se trate de una estrategia para mover la economía y el comercio, como sucede cuando se inventan las guerras, no se me ocurre otra explicación para tan obtuso proceder.

Otro asunto que me inquieta, y que estoy seguro mortifica a la mayoría de mis conciudadanos, es el costo de los pasajes aéreos en las rutas de nuestro país. Para simplificar la cuestión voy a referirme solo a la ruta que une a Manizales con la capital de la república, cuyo costo por más que le echemos números y le hagamos cuentas, no se justifica bajo ningún punto de vista. Seguro que las empresas que operan esa ruta tendrán sus explicaciones y la forma de justificar el precio del tiquete, pero para un simple mortal que le aplica a la operación un tris de lógica, las cuentas no cuadran por ningún lado.

Sin buscar asesoría de un aviador y sin tener nociones de navegación aérea, porque desconozco las distancias que separan los diferentes destinos, recurro a lo más simple y agarro un atlas mundial para medir con una regla el trecho en centímetros entre las capitales que me ocupan. Un amigo compró hace unos meses un tiquete Manizales, Bogotá, Nueva York, Boston, con regreso por la misma ruta y el costo del pasaje fue de un millón de pesos. Otro me contó que voló de Bogotá a Buenos Aires, con escala en Lima y en una aerolínea centroamericana, tiquete que costó un millón doscientos mil pesos para el viaje redondo.

Mientras tanto, de nuestra ciudad a Bogotá, en doble trayecto, un pasaje sin descuentos cuesta “hasta” seiscientos cincuenta mil pesos (digo “hasta” como ellos dicen “desde”). Entonces miro el mapa, comparo las distancias y no queda duda de que las diferencias son abismales. Es que no se pueden ni comparar, porque la ruta nacional es una bicoca comparada con las dos internacionales que tomo como referencia. Un vuelo de media hora, en un avión turbohélice con una atención que deja mucho que desear porque ya ni siquiera ofrecen al pasajero el taleguito con maní salado, no puede costar más de la mitad de los que pongo como ejemplo, donde utilizan aparatos más modernos y veloces, y por ser recorridos de 5 o más horas, algo de comer tienen que repartir. Y así puede observarse por todo el país, para concluir que pagamos unas tarifas aéreas escandalosas de costosas. Pero como en todo, dejamos que nos metan el dedo en la boca y no hacemos nada.

Mucha gente se alcanzó a entusiasmar al enterarse de que una aerolínea de bajo costo andaba tras algunas rutas entre nuestro país y gringolandia, para ofrecer a los usuarios tiquetes a unos precios hasta hoy inimaginables. Pero como era de esperarse la escogida fue una de las consentidas, y ya podemos imaginar cómo habrán sido las intrigas, maquinaciones y marrullas en las altas esferas para lograr ese privilegio. Por algo dicen que el poder es para poder.
pmejiama1@une.net.co

martes, septiembre 11, 2007

El enfriamiento global.

Nos alcanzó a tocar a quienes habitamos este planeta en los inicios del siglo XXI, los primeros síntomas del daño que le ha causado el ser humano durante su existencia al globo terráqueo. Desde siempre hemos oído la cantaleta de lo que se nos viene encima como consecuencia del abuso con que tratamos al medio ambiente, pero ahora sí empezaron a verse avances de lo que va a ser el Apocalipsis que nosotros mismos programamos. Con su pan se lo coman, podrán decirnos cuando empecemos a quejarnos por las consecuencias de semejante debacle.

Por ahora los coletazos del problema son muy llevaderos para muchos de sus habitantes, pero con la paradoja de que quienes mayor daño han causado son los más privilegiados a la hora de pagar los platos rotos. Porque los países desarrollados, sobre todo los Estados Unidos, son los campeones en cuanto a consumo de combustibles fósiles y producción de químicos perjudiciales para nuestra atmósfera, pero a su vez los que menos sufren cuando se presentan los cambios climáticos que tanto daño hacen al medio ambiente. Y no es que a ellos no los afecte, sino que cuentan con recursos para ayudar a sus conciudadanos y reponerse fácilmente de los perjuicios que lleguen a presentarse.

Pero hay que ver lo que sufrimos los más pobres cuando el invierno o la sequía se dejan venir con toda la gana. En algunos países africanos, por ejemplo, las hambrunas minan la población en forma considerable y los animales sufren lo indecible cuando el precioso líquido se agota por completo en las llanuras. Mientras tanto, en nuestro continente la profusión de lluvias anega vastos territorios y son muchos los que pierden todas sus pertenencias por dicha causa. Deslizamientos, avalanchas, derrumbes que obstruyen las vías, cultivos arrasados, pueblos inundados y los animales de pastoreo sin un potrero dónde alimentarse, es la constante durante los meses de invierno.

Y en todas partes se habla del calentamiento global, pero nada se dice del enfriamiento tan espantoso que se recrudece cada año con más rigurosidad. Porque no cabe duda de que a medida que pasa el tiempo el frío que sentimos es peor, clamor que se escucha en las diferentes regiones. Al menos en Manizales la situación se ha vuelto insufrible, al punto que ya debemos pensar en instalar calefacción en las viviendas; sobre todo ahora que existe la posibilidad de utilizar un combustible asequible como el gas natural. Porque a quien opte por un calentador de ambiente alimentado por energía eléctrica se lo come la factura y no morirá de frío, sino de hambre.

Lo cruel es que si nos quejamos de frío quienes contamos con un techo y buen cobijo durante las noches, qué podemos decir de tantos que habitan un tugurio enclenque al que se le cuelan el agua y el frío por las rendijas. Ni hablar de los habitantes de la calle que pasan la noche debajo de un puente o en un zaguán, tapados a medias con cartones y periódicos. Las temperaturas bajas mortifican, incomodan, duelen, agobian, deprimen y al menos a mí, me producen una rabiecita menuda. Y esa llovedera tan desesperante, y el aeropuerto cerrado, y la ropa no se seca, y la lavada del carro perdida, y los que andan en moto jodidos, y los paraguas que escurren, y las obras retrasadas, y todos con gripa, y el pantanero tan espantoso… mejor dicho.

Pero como entre gustos no hay disgustos, hay muchos que disfrutan el invierno. Les fascina la neblina, la llovizna, el frío. Reniegan cuando el sol calienta y no se hallan durante los días cálidos y despejados. Pues están en su salsa, porque el clima enloqueció y la temporada de invierno se extiende durante casi todo el año. Al menos este 2007 se inició con tiempo seco, lo que duró muy poco ya que a principios de marzo se largó a llover. El invierno duró hasta junio y los expertos anunciaron un extenso verano que iba a causar estragos, pero mamola, porque aunque el clima mejoró y tuvimos unas semanitas secas y agradables, las lluvias regresaron y esa ha sido la constante hasta la actualidad. Ahora pronostican un invierno intenso que irá hasta finales de diciembre, aunque algunos se atreven a decir que en enero del próximo año todavía vamos a estar lidiando con las precipitaciones. Como quien dice, se fregó la temporada de fin de año porque un aguacero se tira lo que sea.

Entonces me pregunto si regiones como La Mojana, el bajo Magdalena y los departamentos del norte del país están completamente inundadas por causa del inclemente invierno, y ahora empieza a llover otra vez sin compasión, ¿qué va a suceder con esas poblaciones? ¿Y las tierras de labranza y los pastizales donde engorda el ganado? Si ahora tienen, literalmente, el agua al cuello, imagino que en unos meses van a desaparecer del mapa. Mientras tanto en los departamentos andinos el problema de las vías se agudiza y empiezan a deslizarse las laderas que arrastran tras de sí las humildes viviendas de los más necesitados. Nada más dañino que el agua cuando corre libremente y en abundancia.

De manera que no nos queda sino ponerle, al mal tiempo, buena cara. Y apúrele a cerrar ventanas y a entrar la ropa que se largó a llover.
pmejiama1@une.net.co

martes, septiembre 04, 2007

MISION EXPLORATORIA.

Una de las cosas que me ofuscan de la humanidad es que boten la plata en pendejadas que no sirven para nada. Está bien, puede que sean importantes, novedosas, interesantes o valiosas, pero no me cabe la menor duda de que podemos vivir perfectamente sin ellas. Sobre todo porque en el planeta tierra quedan muchas cosas por hacer, como la pendejadita de alimentar, educar y dar cobijo a todos sus habitantes; me refiero a los seres racionales, porque el resto de animales está programado para vivir a la intemperie, no necesita educación básica y sabe rebuscarse la lata de alguna manera.

Ya suplidas las necesidades básicas de todos quienes habitamos este peladero llamado Tierra, pueden proceder los dueños de la riqueza a crear infraestructura, mejorar el medio ambiente, cuidar los océanos, proteger los animales, defender las comunidades indígenas y muchas otras cosas que son susceptibles de mejoría. Cómo superar la manía de los pueblos y las personas de atesorar riquezas sin medida, a pesar de que para nadie es un secreto que al otro mundo no podemos llevarnos ni la caja de dientes. Hay que gastar el dinero mientras se cuente con salud y ganas de vivir, porque puede sucederle lo del personaje que pasa su existencia sin tomarse un tinto dizque para asegurar una vejez próspera y acomodada, pero a los 50 años le da un infarto fulminante y quien disfruta el billete es aquel que lo reemplaza debajo de las cobijas.

La investigación en tecnología es necesaria porque mejora y facilita la existencia del hombre; lo mismo sucede con los temas de la salud o la alimentación, entre muchos otros, mientras algunos científicos consumen unos presupuestos impresionantes en unas exploraciones que muchas veces nos hacen preguntar acerca de su utilidad. Lo ideal sería que todos se pusieran de acuerdo en trabajarle solo a asuntos prácticos y provechosos, y dejar de botar corriente en minucias. A diario nos enteramos de este tipo de sondeos, a los cuales por más que les echo cabeza no puedo encontrarles lógica ni explicación.

Qué tal por ejemplo la rimbombante noticia acerca del descubrimiento de un planeta que puede ser habitado por el hombre. A primera vista la vaina suena interesante, porque nuestro globo terráqueo ya nos lo tiramos y poco queda por hacer para salvarlo del caos y el despelote. Claro que al mirar la noticia con detenimiento puede notarse que de poco sirve la información, debido en primer lugar a que es imposible llegar hasta ese lugar. Esa vaina queda en la quinta porra. Y es que cuando se debe recurrir a la velocidad de la luz para medir las distancias, el dulce se pone a mordiscos. Porque si un segundo luz corresponde a 300 mil kilómetros, basta con multiplicar por 60 para saber entonces cuánto es un minuto, y así sucesivamente seguimos con el día, la semana, el mes y el año luz. Son, sin duda, cifras exorbitantes, por lo que enterarnos de que el tan nombrado planeta queda a la medio bobadita de 20,5 años luz, es suficiente para saber que, al menos por ahora, allá no llega ni el patas.

El fenómeno fue descubierto por los astrónomos del Observatorio de La Silla, en Chile; orbita alrededor de una estrella que se llama Gliese 581, y un giro se completa en 13 días de los nuestros (allá uno cumple años cada dos semanas). Y para el que quiera más, existen otros 200 de su tipo que poseen superficies sólidas y líquidas, y tienen una temperatura similar a la de la tierra. Según las características del planeta se puede suponer que existe vida en él; maneja una temperatura entre los 0 y los 40 grados Celsius; su radio es 1,5 el de La Tierra; y la gravedad 2,2 veces. Y rematan el informe con que “sus características indicarían ya una constitución rocosa (como La Tierra) o una superficie cubierta de océanos”. Como quien dice: si no es gallo es gallina; valiente descubrimiento.

Ojalá fuera posible conquistar ese planeta para empezar a despachar gente para allá. A la fija que los gringos arrancan de primeros a investigar si hay petróleo, oro, platino, diamantes y demás riquezas naturales. Que agarren todo ese tierrero para ellos a ver si de esa forma nos dejan tranquilos a los terrícolas, y así abandonan la manía de meter las narices donde no los han llamado. Es de suponerse que en ese mundo desconocido la capa de ozono está virgen todavía, para que puedan dedicarse al consumo y al derroche hasta que acaben con ella; con seguridad a esas alturas ya habrán descubierto más destinos para seguir con su política expansionista. Porque son como las ratas: lo que no se comen lo dañan.

Si quieren seguir con el oneroso proyecto, no sería mala idea enviar una misión exploratoria para que tantee el terreno; no importa que no regrese. Creo que el más indicado para ser la cabeza de la tripulación es mister Bush; merecido reconocimiento de la humanidad por habernos guiado durante ocho años. Muchos candidatos habrá de los diferentes continentes, pero ojalá haya forma de conseguir cupo para Chávez, Michael Jackson, Ben Laden y Maradona. Y nuestra cuota: Piedad Córdova, Pablito Ardila, Tirofijo, Moreno de Caro, don Berna, Petro, Armandito Benedeti y otros cuantos cientos de “malucos” que en el mundo han sido.
pmejiama1@une.net.co

miércoles, agosto 29, 2007

La tecnología embiste.

Le queda como tarea a un especialista en niños, podría ser un pediatra, que escoja un tema bien novedoso para realizar un trabajo de investigación que rompa esquemas. Se trata de descubrir dónde está localizado el chip electrónico que traen incorporado los nacidos a partir de las últimas décadas del siglo XX, y el cual a medida que pasa el tiempo viene corregido y aumentado. Porque no cabe duda de que dichas personas, pero sobre todo los niños de ahora, son superdotados cuando de tecnología se trata. Si un adulto se enreda al tratar de cambiar el timbre del celular, el mocoso lo coge, y así no conozca el modelo del aparato, en par patadas le programa todo lo necesario. Para ellos es innato el trato con computadoras o cualquier tipo de equipo electrónico.

Lo contrario sucede con muchos adultos, entre los que me incluyo, para quienes las instrucciones de un aparato de este tipo son un misterio absoluto. Nosotros desaprovechamos la mayoría de funciones que ofrece el televisor, el VHS, el equipo de sonido o el DVD, lo que podemos comprobar al notar la cantidad de teclas que tiene un control remoto, de las cuales solo utilizamos la del encendido, la de cambiar canales, el control de sonido y otras pocas que sirven para funciones sencillas. De ahí en adelante el moderno chuflí ofrece diferentes opciones las cuales, con tal de no tener que entender cómo funcionan, preferimos ignorar.

Hay que ver en un hogar moderno la cantidad de controles remotos que existen. No falta el fulano que tiene uno hasta para abrir y cerrar las cortinas, y supe que se consigue una chimenea con un mando a distancia con el que se puede encender, aumentar o disminuir la llama, y luego apagarla sin tener que vaciarle un balde de agua encima. Atrás quedaron entonces los zurullos de periódico, la voleada de china, la briega con los tizones para tratar de que echen llama y todo ese camello que representa encenderla con los métodos tradicionales. Lo peor es que nos acostumbramos a esos pequeños mandos llenos de funciones y cuando alguno falla, debemos mandarlo a arreglar de inmediato porque la vida se dificulta sin su ayuda. Hoy parece mentira que alguien se tuviera que levantar de la cama a cambiar de canal o a apagar el televisor; en cambio muchos acostumbran dejar el aparato encendido mientras concilian el sueño, confiados en ese botoncito que inventaron para programar el auto apagado a una hora determinada.

Pero así como a los adultos se nos dificulta el manejo y la comprensión de las funciones de esos cocianfirulos, los muchachitos se peinan con el asunto y cuando insisten en explicarnos utilizan un lenguaje que no es compatible con el nuestro. Y hay que ver la cara que ponen los zambos cuando les hacemos una pregunta cuya respuesta es absolutamente obvia para ellos. Uno aprende por ejemplo a prender la computadora, se defiende con los programas que utiliza con regularidad, después de recibir instrucciones le coge el tirito al internet, sabe cómo imprimir un documento, transfiere fotos desde una cámara digital y hasta se da el lujo de compartir algún truco con un amigo, pero ¡ay! de que la máquina muestre alguna irregularidad o se bloquee por cualquier causa.

Hasta ese punto llega nuestra destreza porque desconocemos el oscuro mundo de la tecnología informática, por lo que no queda más que pedir cacao a un hijo, sobrino o cualquier otro menor que tengamos a mano. Si no cuenta con esa facilidad entonces debe llamar al técnico, el cual muchas veces llega a su casa, prende el equipo, en dos minutos teclea algunas instrucciones que lo dejan perfecto, para luego proceder a cobrar por el servicio. Por algo dicen que el que sabe sabe. Si el hijo vive en otra ciudad, como es mi caso, las instrucciones se reciben vía telefónica o por el novedoso chat. El muchacho empieza a dictar instrucciones con una propiedad pasmosa mientras no entiendo de qué carajo habla, hasta que me toca interrumpirlo para recordarle que no tengo ni remota idea de lo que es un spam, que ni siquiera me imaginaba que en la red existiera una cosa llamada parche para combatirlo, que no tengo noción de cómo bajarlo y mucho menos voy a conocer la forma de instalar esa pendejada.

Entonces pienso que si con lo poco que aprovechamos los ignorantes las posibilidades que ofrece una computadora basta para enviciarnos a ella, hasta llegar al punto de no poder prescindir del aparato aunque sea una mañana, cómo será quienes conocen su manejo a fondo. Después de navegar en internet la vida cambia porque el mundo queda al alcance de un clic, aunque es muy delicado que los menores tengan acceso a unas imágenes que a mi edad nunca pensé que llegaría a ver. Así uno esté solo, hay videos que lo hacen poner colorado.

Ahora me entero de que están a punto de implementar el envío de sensibilidad vía internet. Si en la actualidad con solo imagen y sonido las orgías cibernéticas son el pan de cada día, cómo será metiéndole mano (y otras presas) al asunto. Y aunque con la tecnología todo es posible, no falta el escéptico que diga que eso es pura paja.
pmejiama1@une.net.co

lunes, agosto 20, 2007

¿Será que nos toca?

Esta es sin duda la pregunta que sale a colación siempre que hay un grupo de personas reunidas, y cuyo tema de conversación son los proyectos y las obras de infraestructura que se adelantan en la región y el país. No es que los contertulios sean pesimistas, sino que en nuestro medio han sido tantas las promesas y tantos los mega proyectos que se han quedado en solo palabrería, que la duda ronda entre la gente y cada vez somos más renuentes a creer en la eficiencia de nuestros dirigentes. A lo mejor con los años uno se vuelve desconfiado y ya no le come cuento a esas promesas, ni se deja pintar pajaritos de oro.

¿Será que nos toca ver en operación el aeropuerto de Palestina? Porque el sueño de todos es que despegue desde allí un avión hacia un destino internacional, aunque por ahora la mayoría nos conformamos con tener un terminal aéreo que funcione en época de invierno y opere en horario nocturno. En el programa radial La Luciérnaga escuchamos con cierta regularidad las diatribas de Álvarez Gardeazabal en las que habla pestes de nuestra aspiración a tener un aeropuerto funcional; el cáustico comentarista insiste en que se trata de un embeleco de “unos cuantos ricos de Manizales”. Pero claro, como el personaje de marras es oriundo del Valle del Cauca, además de ex gobernador de ese departamento, insiste en que la solución para nosotros es utilizar el aeropuerto Santa Ana, de Cartago, hasta donde podemos trasladarnos en muy poco tiempo, por una, según él, “excelente” autopista.

Lo que me extraña es que Hernán Peláez, para mi gusto el periodista más ecuánime del país, permita esas opiniones amañadas en su programa. Que al menos permita a la contraparte exponer sus razones, y que le aclare al país que entre las dos ciudades no existe ninguna autopista ni nada que se le parezca. Me gustaría verlos en un embotellamiento del tráfico en la bajada a Desquebradas a ver qué tan expedito les parece el camino. Además Héctor Rincón, la cuota antioqueña del programa, mete la cucharada para decir que la idea de Aeropalestina es un asunto de puro regionalismo caldense. Qué tal un paisa que critica el regionalismo, cuando fueron ellos quienes lo inventaron. Así como no nos entrometemos en los proyectos ajenos, que nadie venga a meter las narices en nuestras justas aspiraciones de desarrollo.

¿A propósito, será que nos toca viajar entre las tres capitales del eje cafetero por una cómoda y moderna autopista? Porque esa realidad solo existe en la mente de algunos periodistas foráneos que la promocionan como una obra terminada, lo que hace suponer que ha pasado mucho tiempo sin que transiten por esa vía. Ya perdimos la cuenta de cuántos años hace que oímos hablar del anhelado proyecto, el cual sigue en pañales en un gran porcentaje. Es común enterarnos de las fechas fijadas para entregar la totalidad de las obras, pero los plazos se cumplen y solo vemos como nos dan contentillo con pañitos de agua tibia. Y como ante la necesidad el ciudadano agradece cualquier tramo que pongan en servicio, así nos caramelean mientras cumplimos con el pago de unos costosos y copiosos peajes.

¿Será que alcanzamos a conocer el cacareado puerto de Tribugá? Ese sí que lo veo remoto. A las otras obras al menos les trabajan, así sea a puchitos; o les meten el hombro e insisten en conseguir la financiación, pero de la tan anhelada carretera a las costas del océano pacífico no se sabe nada en concreto. Que ya está de un cacho, dicen un día; que el gobierno aprobó el presupuesto, dicen después; que falta muy poco tramo por abrir, aseguran luego, pero de ahí a poder viajar en carro hasta la playa hay mucho trecho. Y mucha trocha. Trocha a la que después de abierta hay que adecuar con las mejores especificaciones para que permita el tránsito de tracto camiones hacia y desde el puerto. De manera que a ese proyecto es mejor que ni le hagamos ganas.

¿Será que nos toca algún día viajar a Bogotá por una vía cómoda y segura? Amanecerá y veremos, porque a cualquiera se le gasta el optimismo al ver que ni siquiera ha sido posible un acuerdo para adelantar los estudios de la rectificación de la carretera que une a Manizales con Mariquita. Resulta que la Universidad Nacional tiene una deuda con el INVIAS por el lote que ocupa el campus de La Nubia, compromiso que puede cancelar con la realización de dicho estudio. Ambos están de acuerdo, a las dos partes les conviene el arreglo, el gobierno azuza para que se logre el convenio, pero pasa el tiempo y no hay poder humano que logre la firma. Esa vaina no la entiende ni el patas. Mientras tanto es cada vez mayor el número de viajeros que opta por utilizar la vía por Cambao, que aunque es una carretera sinuosa y muy despoblada, puede evitarse el tramo Honda - Villeta que está imposible por el tráfico pesado.

Será en una próxima reencarnación que disfrutamos del túnel de La Línea, el ferrocarril de occidente, la navegación por el río Magdalena y la transición del ISS a una nueva EPS. Mientras tanto, no queda sino ver esta vida pasar y pasar.
pmejiama1@une.net.co

lunes, agosto 13, 2007

Oficios varios.

Por lo complicado que es conseguir trabajo la gente ha cogido la maña de responder, ante la pregunta del empleador acerca de para qué tipo de cargo se ofrece, tratar de coparlos todos al optar por el que llaman ahora oficios varios. Como quien dice, para lo que sea necesario con tal de que lo enganchen. Pero ahí es donde la embarra el desesperado aspirante, porque el psicólogo encargado de evaluar el personal, cuando alguien asegura saber de todo, de una vez lo chulea y queda descalificado. En cambio antes sí era común el cliente que se le medía a lo que fuera, y la gente decía que fulanito servía hasta para remedio. Para la muestra…

*Pues sí dotor, yo me la paso todo el día aquí recostao en este murito, mientras espero que aparezca algún amigo p’a ponenos a recordar cómo era esto por aquí ahora años. Con decile que estamos tan viejos que ya a la catedral tuvieron que reforzala quisque porque se iba a venir abajo; y hasta los emboladores se modernizaron, ya que la cajita tradicional fue jubilada por esos bancos metálicos con un guardadero p’a meter el betún y los cepillos. En mi época los emboladores éramos muy conocidos y uno podía vivir con lo que dejaba ese destino.

Con decile que no era necesario movese de aquí porque la clientela era fija. Por ejemplo muchos ricos que tenían oficina cerca al parque de Bolívar, se la pasaban era paraos en una de estas esquinas y ahí mismo palabriaban los negocios. Llegaban en el carro, lo parquiaban alrededor de la plaza y empezaban a negociar con el que les interesara. A cada rato se metían a un café a tintiar y a la oficina sólo subían cuando necesitaban entrar al baño, llamar por teléfono o a ponele pirinola a la secretaria. Lo cierto es que todo mundo trabajaba en el centro, y p’a cualquier diligencia también era necesario venir hasta aquí.

La gente andaba bien vestida y hasta los mensajeros se hacían embolar a diario, a diferencia de ahora que acostumbran unos zapatos deportivos que se limpian con un trapo mojao. Si aquí el negocio estaba flojo, bastaba con dase una vuelta por los cafés y cafeterías donde abundaba la clientela. Yo a media mañana me daba una pasada por muchos almacenes donde los comerciantes lo trataban a uno muy bien, así no necesitaran el servicio. Cogía por la 23 y dentraba a saludar a don Evelio Mejía, en el Artístico; a don Aurelio Restrepo que cazaba clientes en la puerta de su negocio; don Gregorio Jaramillo medía metros de tela; en La Colmena don Antonio Llano y doña Pepa despachaban mercados; y así me iba hasta el parque de Caldas donde hacía la última visita a don Benjamín López. Además, podía uno asomase por cualquier oficina o negocio y nadies lo trataba mal. Es que esa sí era gente, ¿oiga?

Pero fue hasta que el negocio se perratió porque llegaron unos colegas de mala clase y empezaron a vender vicio. Lo pior es que todos quedamos señalaos como jíbaros. Recuerdo cuando en el festival de teatro hacían por las noches tremendas pachangas aquí, en la plaza de Bolívar, y había qué ver la cantidá de mechudos fumando maracachafa. Como no había baños, cuando ya estaban jumaos se metían al atrio de la catedral y dejaban eso todo empuercao. Eso fue hasta que un Monseñor se salió de los chiros y les metió severo regaño; hasta ahí duró la guachafita.

Como yo antes había cargao mercaos en la galemba, conocía mucha gente y las señoras me utilizaban como mandadero o p’a haceles arreglos en las casas. Diga usté coger goteras, colgar lámparas, destuquiar tuberías, ajustar bisagras, virutiar y encerar pisos, limpiar terrazas, arreglar prados, jardiniar, blanquiar paredes, despercudir escusaos, bañar perros, trastiar muebles pesaos, lavar ventanas y todo lo que se ofreciera. Lo mejor es que me tenían mucha confianza y conmigo podían mandar plata o cualquier ojeto de valor.

En otra época hice de guachimán por las noches, pero ese destino es muy berriondo porque la trasnochadera lo acaba a uno y además la calle se puso muy peligrosa. Se la pasaba uno lidiando con borrachos y ladrones, y había veces que no alcanzaba a guardar el machete cuando había que rastrillalo otra vez. Qué cosa tan jodida. Entoes me dediqué a cuidar carros en la carrera 23, por los laos del Palacio Nacional; cuando eso el negocio era muy bueno porque la gente podía parquiar donde le provocara, y uno trabajaba en cualquier parte sin que nadies viniera a pedile plata ni a vendele el derecho a una cuadra determinada. Porque le cuento que eso ahora lo maneja una mafia que usté ni se imagina.

Hombre… esto ya no es lo de antes. Recorro cuadras y no distingo a nadies. A veces cierro las vistas y me parece ver a Margarito tongoniándose por la mitad de la calle; a la loca María echando madres; a Nazario sobándose los bolsillos y dándose bendiciones; o a Quijano con un cartapacio debajo del brazo. Fíjese que ya ni personajes típicos quedan. En cambio hay raponeros, vendedores ilegales, pájaras, gamines, oportunistas y desempleados hasta p’a tirar p’a la jura. Las únicas que siguen ahí, tan campantes, son las palomitas. Mírelas no más.
pmejiama1@une.net.co

domingo, agosto 05, 2007

El callo de Moncayo.

El título de esta nota lo copié de mis hermanos cuando los oí comentar sobre el caminante Moncayo; aparte de eso lo bautizaron el profesor “Mi callo”. Porque deben ser monumentales los callos y las ampollas que tiene en los pies el mencionado personaje, después de esa patoniada tan espantosa que se metió. Si queda uno de cama al viajar de Sandoná a Bogotá en carro, como será echando pata. Claro que si las quimbas le quedaron en carne viva y llenas de llagas, al mismo tiempo se convirtió en una postema para el Presidente Uribe y el alto gobierno. Qué encartada tan espantosa con ese hombre instalado en plena plaza mayor; estorba más que una tostada en un brassier.

Encomiable la epopeya emprendida por un angustiado padre que ve impotente cómo pasan los años y su hijo sigue secuestrado en la selva. Lo que parece inaudito, es que en ningún momento acusa o se refiere a la organización guerrillera que lo tiene prisionero. Porque nadie puede olvidar que fueron las FARC quienes arrasaron el puesto de comunicaciones de Patascoy; que no dejaron piedra sobre piedra y si algunos salieron con vida, fue de milagro. Basta con recordar cómo quedaron las instalaciones después del ataque, para suponer que quisieron acabar hasta con el nido de la perra. Luego llevaron los sobrevivientes al monte para encerraron en jaulas y tratarlos como animales.

Pero no, el profesor de marras se dedica a echarle vainas al Presidente, a responsabilizarlo por la situación de su hijo y los demás secuestrados, y a presionar para que al fin se autorice una zona de despeje. ¿Acaso no se dan cuenta de que son utilizados por el grupo insurgente para lograr que el gobierno afloje y así sean ellos los beneficiados? ¿Será muy difícil que entiendan que a sus familiares los tienen como ases en la manga para utilizarlos en el momento de tirar las cartas? ¿No se enteran de que los responsables directos de esta tragedia son los bandidos que mantienen encerrados a sus seres queridos? A lo mejor la actitud que han tomado los familiares de los secuestrados, de no señalar a los insurgentes, puede relacionarse con el síndrome de Estocolmo.

Cualquiera entiende la angustia que los agobia, pero no cabe duda de que el interés general prima. El gobierno no puede bajarse los calzones en una negociación tan trascendental para el país, con el único fin de solucionar la situación de unos pocos. Basta con ponernos en los zapatos de los colombianos que habitan los municipios que exigen como zona de despeje; aquellos que poseen allí una parcela, su casa y el patrimonio. ¿Qué se los trague la tierra? No es justo, porque ellos tienen los mismos derechos de cualquier otro ciudadano. A lo mejor olvidaron las andanzas de las FARC durante los 4 años que tuvieron a su disposición un vasto territorio al sur del país, cuando se apropiaron de las fincas y demás propiedades que tenían los ciudadanos de bien en la zona de despeje.

Que sean muchos los caminantes por la paz, pero que señalen con el dedo acusador a quien corresponde. Tienen respaldo de sobra porque todos estamos con ellos, además de que en nuestro pueblo lo que hay son desocupados, noveleros y patos a granel. Pero que las marchas se hagan con respeto, y que ojalá no se les suban los humos. Porque me dejó un mal sabor cuando el profesor Moncayo arribó a Bogotá y resolvieron recorrer sus calles por el carril que utiliza el transporte masivo; como si la gente que a esa hora utiliza el Trans milenio tuviera la culpa de la situación del angustiado maestro. Ni hablar de la forma irreverente como trató al señor Presidente.

Si la manera de combatir el abominable delito del secuestro es ceder a las exigencias de la chusma, estamos jodidos. Hoy liberan a unos para mañana agarrar a otros; valiente gracia. Así quedamos inmersos en lo que llaman un círculo vicioso. Es como el caso del secuestro extorsivo, el cual solo puede enfrentarse de la forma como lo hizo Diego Mejía y su familia. Y me refiero al mismo afectado, porque él dejó instrucciones claras de cómo debían actuar ante un posible plagio.

Diego fue un tipo bueno, trabajador, honesto, excelente amigo y miembro de familia. Sus empleados siempre lo respetaron y lo apreciaron. Como ejecutivo laboró toda una vida para alcanzar un sueño: poder retirarse y construir su casa en medio del potrero. Ahí, entre vacas, perros y caballos. Sabía del riesgo que corría, pero no renunció a la libertad y al derecho a disfrutar sus haberes. Y claro, como la ignorancia es atrevida, los bandidos confundieron a un hombre que durante muchos años fue el gerente de una multinacional, y lo señalaron como el dueño de la misma. Hágame el favor. Por lo tanto la exigencia económica era exorbitante y el desenlace fatal una posibilidad inminente.

El proceder de María Matilde, su esposa, es digno de admirar porque seguir esas instrucciones no es fácil. Y las cosas no salieron como todos esperábamos, porque así es la vida. Unas veces se gana, otras se pierde. Lo cierto es que si todos actuáramos de esa manera, el despreciable negocio del secuestro moriría por sustracción de materia.
pmejiama1@une.net.co