A principios de la década de 1970
iniciaron operación en nuestro país dos ensambladoras de vehículos y mucha
gente decidió vender su automóvil importado para mercarse un pichirilo moderno.
Hasta entonces los carros que recorrían las calles eran grandes, potentes,
seguros y muy finos, pero debido a la acumulación de modelos ya presentaban
fallas. Y aunque esos primeros carritos, Simca y Renault 4, parecían latas de
sardinas comparados con sus antecesores, la novelería pudo más y muchos consumidores
procedieron con el cambio.
Pero a diferencia de ahora que
entregan un vehículo con solo presentar la cédula, con amplios plazos e
intereses bajos, en aquella época tocaba esperar turno durante varios meses
para lograr estrenar; y además pagarlo de contado y por adelantado. Cuando llegó
el Renault 12, más amplio y confortable, mi papá hizo el esfuerzo y después de
escoger el color en una consulta familiar, se dirigió al concesionario a
negociarlo. Grande fue su decepción cuando le dijeron que se demoraba cuatro
meses, hasta que vio uno en la vitrina que no se vendía por el color: café popó.
Sin pensarlo dos veces se montó y arrancó para la casa en él, sapo que debimos
tragarnos durante los tantos años que duró ese bollo ambulante en el garaje.
En esa época el tráfico fluía sin
dificultad porque los carros eran los justos. Basta decir que en las carreras
22 y 23, en el centro, podía parquearse en un carril y por el otro transitaban vehículos
particulares, taxis y buses urbanos. Había muy pocas motos y lo único que debía
evitarse era a los domicilios en sus bicicletas. En las carreteras los camiones
eran escasos, la gasolina barata, y los peajes pocos y a peso. Cuán diferente al
despelote en que se ha convertido el tránsito automotor, y a unos costos absurdos,
como que para ir en carro a Pereira y volver hay que echarse ochenta mil pesos
al bolsillo.
La variedad de marcas y modelos
que inundan el mercado automotriz es cada vez mayor, y con las facilidades que
ofrecen al cliente para pagar, las ventas crecen como espuma mientras que por
las vías ya no puede transitarse. Con precios de feria una sola marca vendió
mil setecientos vehículos durante un fin de semana, señal de una sociedad de
consumo desbocada. Durante mucho tiempo se rompió el record de ventas en el
sector automotor cada mes, y en el momento que estas decrecieron un poco, el
gobierno tomó medidas para reactivarlas. Me pregunto cuándo tomarán conciencia
de que la situación es una bomba de tiempo que a este paso no demora en
reventar.
Y el problema radica en que no
tenemos infraestructura vial. En Colombia es novedad que inauguren una
carretera, un viaducto, puente, repartidor vial, etc., y el número de
kilómetros en doble calzada es muy bajo. En una ciudad como Manizales seguimos
con las mismas vías desde hace muchos años, y así por encima, puedo decir que
lo único que han hecho recientemente es convertir en calle unas escaleras que
bajaban entre el edificio Los Rosales y el antiguo Seminario Mayor. De resto,
nada. Claro que nuestra topografía no es fácil, pero como mínimo deberían
existir proyectos.
La avenida Paralela, que al
finalizar en Sancancio debía seguir por la ladera hacia el barrio Lusitania,
paralela a la avenida Mendoza Hoyos, quedó suspendida por una falla geológica
en terrenos del Batallón. ¿Acaso no existen soluciones para ese tipo de
inconveniente?; porque la única vía que nos comunica con La Enea ya está
saturada. ¿Y en qué quedó una avenida que comunicaba a La Sultana con Maltería,
para habilitar otro ingreso a la ciudad? ¿Y la tan cacareada en su momento
Avenida del Sesquicentenario, qué? ¿Ni siquiera van a terminar el par vial del
sector de San José? Por fortuna no hemos llegado a tener los atascos y el
ofusque que se viven en Bogotá, pero la situación ya se torna desesperante y en
un dos por tres estaremos en las mismas.
Mientras tanto las autoridades
dan palos de ciego para tratar de solucionar el problema, con medidas como el
pico y placa, lo que en muchos casos empeora la situación debido a que algunos
propietarios de vehículos particulares tienen capacidad económica para comprar
un segundo carro. Y los motociclistas pululan sin control, ya que ningún
alcalde se atreve a meterse con ellos porque lo tumban en un santiamén; la
modalidad de moto taxi se impone y basa su éxito en los bajos costos de las
carreras, y los accidentados en esos aparatos congestionan los servicios de
urgencias en los hospitales.
En Manizales un mago se inventó hace años una fórmula
para agilizar el tráfico, al destinar los cuatro carriles de la avenida
Santander en un solo sentido, de oriente a occidente, mientras la Paralela
quedó en sentido contrario. Como es común en nuestro medio la campaña de
socialización fue escasa y apresurada, por lo que la avalancha de accidentes
fue tal que a los pocos días debió reversar la medida. El eminente funcionario
no columbró que a pesar del desbarajuste ocasionado, igual que antes el tráfico
fluía en los mismos dos carriles en cada sentido. Como es costumbre la plata
que se invirtió en personal, publicidad, educación, pintura de vías, etc., se
perdió. ¿Y qué pasó?, ¡pues nada, como siempre!