Calculo que fue en 1970 cuando
dejamos el barrio La Camelia para irnos a vivir a Palogrande, frente al parque
de El Cable. La casa fue construida por mi tío Alberto Arango muchos años atrás
y como se iban de ahí, la ofreció a mis papás porque era amplia y agradable. Se
hizo el negocio y muy contentos procedimos con el trasteo. Esa casa es recordada
porque tiempo después allí funcionó durante varios años el restaurante El
Virrey.
Uno de los tantos atractivos que
encontramos fueron dos árboles de feijoa, poco conocida entonces y por lo tanto
muy apetecida, que producían fruta todo el año. Además en el patio había moras,
guayabitas del Perú, brevas, cedrón, frondosas y coloridas veraneras, y una
rosaleda muy bella; y debajo de unas escalas el espacio perfecto para construir
un palomar. Queríamos palomas mensajeras pero eran muy costosas, por lo que
tomamos “prestados” algunos ejemplares que capturamos con una trampa simple; después,
cuando tuvieron suficientes crías, soltamos los adultos para que regresaran a
su querencia.
La tienda más cercana era La
Rambla, de don Ignacio Pinilla, un hombre callado y servicial que horneaba
panes, cañas, mantecadas y demás mecatos. El negocio era sitio de reunión de
los vecinos y en la única mesita siempre estaba don Indalecio, el viejo que
cuidaba las vacas que pastaban en las mangas donde construyeron años después el
barrio que lleva el nombre de la tienda. A Indalecio le mamábamos gallo y nos perseguía
dispuesto a darle una pela con la funda del machete al que lograra alcanzar.
Nunca pudo.
Donde queda ahora la rampa para
subir a Juan Valdez había una casita diminuta y en ella vivía Alfonso, el
guarda-parque, con su familia (la tienda de café está construida encima de un
gran tanque de almacenamiento). Era empleado del acueducto y recorría las
calles, serio y concentrado en su labor, siempre con su uniforme color caqui y
una cruceta larga al hombro que servía de llave para abrir y cerrar válvulas. Cada
que se iba el agua todas las señoras del barrio mandaban un muchachito a
preguntarle cuánto demoraban en conectarla de nuevo.
En el portón de la casa coincidían a
diario mis amigos y los de mis hermanos, imagino que por ser sitio estratégico,
y nos sentábamos al frente en el pradito del parque a mamarle gallo al que
pasara; pocas mujeres bonitas se atrevían a dar papaya. En ese tiempo se radicó
en Manizales una cantante reconocida, Claudia Osuna, y hay que ver la silbatina
y las cosas que le decíamos cuando pasaba en su carro; hasta nos arrodillábamos
para suplicarle autógrafos.
Ni hablar de la ira de mi mamá
cuando al entrar encontraba una moto que goteaba aceite en el corredor, un
perro amarrado de uno de los postes, libros y cuadernos, chaquetas y sacos, y
todo lo que guardaban allí los amigos mientras íbamos a dar una vuelta. También
acostumbrábamos jugar ‘picaitos’ en el parque y al finalizar, varios se metían
a los baños a refrescarse y por lo tanto dejaban todo vuelto un desastre. Mi
madre renegaba y echaba vainas, pero de ahí no pasaba porque siempre se
caracterizó por ser una ‘cucha bacana’.