Siempre han existido ricos y pobres; los que mandan y los que obedecen; unos hacen el trabajo sucio y otros el más agradable. Por ejemplo el oficio de mesero, donde mientras los unos se sientan a que los atiendan, el empleado debe esmerarse en satisfacerlos. Los hay desde el maitre más cachaco, hasta la copera malgeniada. Nada más entretenido que poner un mesero a contar cuáles son las marrullas que ellos acostumbran y los cuentos que tienen de su periplo por la vida. Cierta vez en una fiesta cogimos al personaje ya medio copetón y lo pusimos a que soltara la lengua, y esto fue lo que relató:
No vayan a creer que yo estoy en este oficio desde hace poquito, porque lo que tengo es experiencia. Nací en un pueblo cafetero y desde los 13 años mi apá decidió sacame de la escuela p´a poneme a camellar; me mandó a coger café pero resulté muy manicagao p´a ese destino y entonces después de buscar me coloqué de ayudante en un café por los laos de la galemba. El viejo desgraciado dueño del chuzo dijo que no me pagaba salario sino que me podía quedar con las propinas, pero pueden imaginar lo que me daban esos borrachos habiendo unas coperas bien buenas que aparte de atendelos se les sientan en las piernas, además de otros beneficios; de manera que me las ingeniaba para darle en la cabeza o salía más pelao de lo que entraba.
Ese viejo me sacó la leche porque no podía verme quieto y algo se inventaba p´a poneme a revolotiar. Que a lavar loza mijo, que otra trapiaita, que limpie las mesas, que recoja envase, mejor dicho... no me lo sacaba. En semana siempre había boleito, pero desde el viernes hasta el amanecer del lunes eso se llenaba de lungos y yo sí le digo la camelladera tan berrionda. El cucho pegaba matas de plátano en las paredes y cubría el piso con aserrín, y el bailoteo era tieso y parejo. La idea del aserrín es una maravilla, porque cuando un vergajo vota la tapa, lleva uno la pala y el balde y la porquería recoge muy fácil. En cambio en semana, me tocaba a punta de trapiadora y el dueño me decía que le hiciera con el mismo trapo que limpiaba las mesas, y si yo reviraba, me decía que no fuera remilgao que nadies se iba a dar cuenta. Que lo juagara bien y eso quedaba limpio. Un día le dije que comprara un poquito de jabón fá y casi le da un soponcio.
Las coperas son muy corrompidas y como yo era un pipiolo, cuando estaba juagando vasos pasaban y me mandaban la mano al cacao; a veces del brinco que pegaba dejaba caer un vaso y ríanse el lío con el patrón. Y la cantaleta que mantenía p´a que fuera a recoger envase, pero a los piones les gusta dejarlo encima de la mesa p´a chicaniar con que han comprado mucho y dizque p´a poder contarlo cuando pasen la dolorosa. Y el uno que recoja y el otro que no me las toca, y yo ahí de trompo puchador.
Otra vaina bien verraca era que no faltaba en la puerta del café una pobre mujer con un mundo de culicagaos, haciéndole caras al marido p´a que se fuera p´a la casa o al menos les diera algo p´a poder mercar. Las viejas nunca dentran porque va y alguien las pilla saliendo de ahí, y hay que ver después el chisme que les arman. Entonces mandan al pelao mayorcito a que zamarré al papá a ver si logran algo. Porque yo sí les digo una cosa: esa gente trabada bebe como caballo asoliao; los ve usté salir abrazados con una vieja, que no dan paso de la rasca y piensa que ya van a caer, pero qué va, al rato aparecen con otra y siguen bogando como si nada.
Lo pior en ese chuzo era la aguantadera de hambre, y mi apá decía que a cuenta de qué me iban a llevar el porta, si con lo que ganaba podía comprame el almuerzo; y eso no alcanzaba ni p´a una empanada. Hasta que se me arregló el ficho, porque al patrón se le ocurrió arrendar un localito al lado p´a montar una cocina y vendele desayuno a los amanecidos. Bueno, cocina es un decir, porque montó un fogón de petrolio, consiguió loza de segunda, contrató una manteca y listo. Entonces cuando yo pasaba con el pedido, paraba un momentico y si eran huevos en perico o calentao de frijoles, me mandaba una o dos cucharadas de cada plato y acomodaba p´a que no se notara. A las cacerolas les sacaba con harto cuidao el quemaito, que es lo mejor. Y de cada taza de chocolate me tomaba don tragos y luego limpiaba el borde con los dedos. Eso sí quedaba con una pedorrera la berrionda pero por lo menos lleno. Pero hasta ahí me llegó la chanfa, porque un día el patrón se asomó a ver qué era la demora y me pilló boliando cuchara. No les digo sino que ese viejo casi me capa.
Aguarden yo doy una recogidita que la patrona me está mirando feo y ahorita les sigo contando...
No vayan a creer que yo estoy en este oficio desde hace poquito, porque lo que tengo es experiencia. Nací en un pueblo cafetero y desde los 13 años mi apá decidió sacame de la escuela p´a poneme a camellar; me mandó a coger café pero resulté muy manicagao p´a ese destino y entonces después de buscar me coloqué de ayudante en un café por los laos de la galemba. El viejo desgraciado dueño del chuzo dijo que no me pagaba salario sino que me podía quedar con las propinas, pero pueden imaginar lo que me daban esos borrachos habiendo unas coperas bien buenas que aparte de atendelos se les sientan en las piernas, además de otros beneficios; de manera que me las ingeniaba para darle en la cabeza o salía más pelao de lo que entraba.
Ese viejo me sacó la leche porque no podía verme quieto y algo se inventaba p´a poneme a revolotiar. Que a lavar loza mijo, que otra trapiaita, que limpie las mesas, que recoja envase, mejor dicho... no me lo sacaba. En semana siempre había boleito, pero desde el viernes hasta el amanecer del lunes eso se llenaba de lungos y yo sí le digo la camelladera tan berrionda. El cucho pegaba matas de plátano en las paredes y cubría el piso con aserrín, y el bailoteo era tieso y parejo. La idea del aserrín es una maravilla, porque cuando un vergajo vota la tapa, lleva uno la pala y el balde y la porquería recoge muy fácil. En cambio en semana, me tocaba a punta de trapiadora y el dueño me decía que le hiciera con el mismo trapo que limpiaba las mesas, y si yo reviraba, me decía que no fuera remilgao que nadies se iba a dar cuenta. Que lo juagara bien y eso quedaba limpio. Un día le dije que comprara un poquito de jabón fá y casi le da un soponcio.
Las coperas son muy corrompidas y como yo era un pipiolo, cuando estaba juagando vasos pasaban y me mandaban la mano al cacao; a veces del brinco que pegaba dejaba caer un vaso y ríanse el lío con el patrón. Y la cantaleta que mantenía p´a que fuera a recoger envase, pero a los piones les gusta dejarlo encima de la mesa p´a chicaniar con que han comprado mucho y dizque p´a poder contarlo cuando pasen la dolorosa. Y el uno que recoja y el otro que no me las toca, y yo ahí de trompo puchador.
Otra vaina bien verraca era que no faltaba en la puerta del café una pobre mujer con un mundo de culicagaos, haciéndole caras al marido p´a que se fuera p´a la casa o al menos les diera algo p´a poder mercar. Las viejas nunca dentran porque va y alguien las pilla saliendo de ahí, y hay que ver después el chisme que les arman. Entonces mandan al pelao mayorcito a que zamarré al papá a ver si logran algo. Porque yo sí les digo una cosa: esa gente trabada bebe como caballo asoliao; los ve usté salir abrazados con una vieja, que no dan paso de la rasca y piensa que ya van a caer, pero qué va, al rato aparecen con otra y siguen bogando como si nada.
Lo pior en ese chuzo era la aguantadera de hambre, y mi apá decía que a cuenta de qué me iban a llevar el porta, si con lo que ganaba podía comprame el almuerzo; y eso no alcanzaba ni p´a una empanada. Hasta que se me arregló el ficho, porque al patrón se le ocurrió arrendar un localito al lado p´a montar una cocina y vendele desayuno a los amanecidos. Bueno, cocina es un decir, porque montó un fogón de petrolio, consiguió loza de segunda, contrató una manteca y listo. Entonces cuando yo pasaba con el pedido, paraba un momentico y si eran huevos en perico o calentao de frijoles, me mandaba una o dos cucharadas de cada plato y acomodaba p´a que no se notara. A las cacerolas les sacaba con harto cuidao el quemaito, que es lo mejor. Y de cada taza de chocolate me tomaba don tragos y luego limpiaba el borde con los dedos. Eso sí quedaba con una pedorrera la berrionda pero por lo menos lleno. Pero hasta ahí me llegó la chanfa, porque un día el patrón se asomó a ver qué era la demora y me pilló boliando cuchara. No les digo sino que ese viejo casi me capa.
Aguarden yo doy una recogidita que la patrona me está mirando feo y ahorita les sigo contando...