Existen comportamientos entre nuestra gente francamente chocantes y repudiables. Uno de ellos es el incumplimiento, que para quienes respetamos esa condición de vida es una afrenta y un irrespeto. Citarse con alguien en fecha y lugar determinados y dejarlo allí esperando sin avisarle ni tener una explicación valedera, es algo que no debe tolerarse. Y cuando me refiero a dar una explicación tiene que ser algo de verdad urgente, no como la mayoría de la gente que sale con el cuento que se envolató o que se le presentó un asunto de último momento.
Hay otro tipo de incumplimiento y es el del que llaman mala paga. La cultura del no pago hace carrera en la actualidad y la gente se tranquiliza porque nuestra legislatura es laxa en ese tema; son pocos los que van a templar a la cárcel por una deuda. Existen trámites legales para hacer cumplir al deudor, aunque la demora de la justicia y algunos abogados expertos en enredar casos hacen que pasen muchos años antes de que una persona deba enfrentar una sanción por dicha causa. Lo triste es que muchas personas viven al debe, no les da pena enfrentar al desesperado cobrador y tienen el descaro de ponerse bravos cuando les cobran. Pasan la vida en función de abrir un hueco para tapar otro.
Claro que los bancos, los grandes almacenes de cadena y demás comercios reparten tarjetas de crédito o de afiliación a todo aquel que demuestre un ingreso, por mínimo que sea, para antojarlo de cuanta promoción exista. En dichos almacenes, por ejemplo, anuncian por el sonido interno las grandes ofertas pero advierten que sólo son válidas para quienes posean la credencial correspondiente; y los consumidores hacen fila para que les den… la tarjeta de marras.
Hay que ver a un obrero raso, que devenga el salario mínimo, cómo hace maromas para sacar a crédito muebles, electrodomésticos, una motocicleta y mil artículos más, para proceder a los pocos meses a enfrentar la ira de quien le sirvió de fiador y que por derecha quedó engrampado. O quienes cumplen el sueño de tener vivienda propia pero la compran, como decimos coloquialmente, con la cédula, y con el paso de los años el pago de la mensualidad se vuelve imposible. Ahí viene el pleito legal, la angustia y al final el desalojo, que es uno de los procedimientos judiciales más tristes y traumáticos para una familia.
Hace poco tiempo viví la experiencia de vender un inmueble por medio de agencias inmobiliarias y anuncios clasificados, que son el modo más expedito de promocionar cualquier cosa. Lo que aprende uno al recibir las llamadas para preguntar por el aviso es a reconocer cuáles son los verdaderos clientes potenciales, porque la mayoría llaman de noveleros o con la esperanza de encontrarse un verdadero “chisgononón”, como dicen los rolos. Cierto día resultó un cliente muy interesado, llamó varias veces, preguntó todo lo relativo al negocio, hasta que al fin hizo su oferta; entonces vino la etapa del “barequeo”: que no le puedo dar ni un peso más, y yo que no de ahí no me bajo, hasta que llegamos a un acuerdo. Quedamos en que el tipo ultimaba un detalle y se comunicaba pronto, y como no repuntó, opté por llamarlo para saber si suspendía los avisos de venta o qué, a lo que respondió que definitivamente ese era el apartamento que ellos necesitaban, que la mujer estaba güete, pero que había un pequeño inconveniente: que no tenía plata. No falta tampoco el que después de ver las especificaciones del aviso y el precio, que dejan claro que se trata de un apartamentico pequeño y sencillo, y sin embargo pregunta si es un penthouse, si tiene balcón y buena panorámica, si el edificio cuenta con ascensor y planta eléctrica; aparte de eso se escandaliza porque hay que pagar administración.
Ahora el gobierno vecino cogió la maña del no pago. Porque el importador venezolano quiere hacer su compra con el dólar Cadivi, debido a que es tres veces más barato que el otro, pero no puede negociar directamente sino que debe pagarle al gobierno y este a su vez le cancela al proveedor. Y ahí viene el problema, porque por resabio del orate chafarote los pagos están congelados; ahí está la virgen que con el mejoramiento de las relaciones las cosas cambien y por fin suelten ese billete que tiene a más de uno colgado de la brocha.
El caso es que el mala paga se conoce desde chiquito, cuando en el colegio se dedica durante el recreo a pedir un pedacito de pan, un traguito de gaseosa o que le presten mil pesitos, que mañana los paga; lo que llaman un cagalástimas. Ese personaje de adulto no cancela a tiempo sino los servicios públicos, y eso porque los cortan, pero de resto bananea a todo el mundo con el cuentico que él no niega las deudas, pero que está ilíquido.
Otra modita bien abusiva es la del pago a 90 días. Hágame el favor; presta usted un servicio, vende un producto, realiza un trabajo, y puede pasar por el cheque dentro de tres meses. Un trimestre entero, el 25% de un año trabajan con la plata de uno como si nada. ¿Será eso lo que llaman capitalismo salvaje?
pmejiama1@une.net.co
jueves, septiembre 23, 2010
martes, septiembre 07, 2010
Un paisaje majestuoso.
Es increíble que existan manizaleños que nunca han subido al nevado del Ruiz. O que haya otros que digan que a qué van a ir por allá a ver piedras, arena y a aguantar frío. Por fortuna disfruto las cosas simples de la vida, tengo sensibilidad y aprecio la naturaleza en todos sus aspectos; me deleitan los amaneceres y atardeceres, me dejo hipnotizar por un cielo estrellado y me asombra la salida de la luna. Para mí cada árbol es una monumento, cada río un santuario, cada montaña un universo. Admiro los animales silvestres, los matorrales, las tierras de labor, el bosque y las flores.
En Manizales tenemos el privilegio de encontrar tierra caliente a media hora de recorrido hacia el occidente o visitar el ecosistema del páramo a unos 35 kilómetros de distancia, si viajamos al oriente. Durante mi infancia y juventud visité muchas veces al nevado, pasé por allí otras tantas para dirigirme a la Laguna del Otún, además de paseos a los termales del Ruiz y los alrededores. Cuando estábamos pequeños no existían los arbolitos de Navidad sintéticos y por lo tanto a principios de diciembre era paseo obligado subir todos en familia, con fiambre incluido, a cortar un chamizo para el árbol y recoger musgo para el pesebre en la vegetación del páramo. Entonces no existía la cultura de cuidar el ecosistema y nadie controlaba un proceder que hoy en día es inaceptable; subir al nevado era un programa común, sin ningún costo pero sin los controles y servicios que presta en la actualidad la administración del Parque.
La ruta es la siguiente: a 23 kilómetros por la vía al Magdalena encontramos la desviación hacia el nevado, donde inauguraron hace poco un estadero moderno y funcional para que el visitante pueda detenerse y aclimatar su organismo para que enfrente la altura sin contratiempos de salud. Empieza desde ahí el ascenso hacia el Parque por una carretera asfaltada rodeada de fértiles potreros, arboles florecidos y una que otra casa campesina típica de la región.
A los pocos minutos aparece la vegetación del páramo que nos hace sentir en el país de Liliput, porque debido al clima y a la altura los árboles y rastrojos son enanos. Chamizos centenarios, helechos, líquenes y matorrales conforman una selva en miniatura, única e irrepetible. Luego el paisaje es de pajonales, los imponentes frailejones y flores de colores que adornan la vera del camino. La vía está pavimentada hasta el cerro Gualí, donde están las antenas repetidoras de televisión, y en ese punto se divide en la que va para Líbano y Murillo, en el Tolima, y la que sigue hacia la cumbre nevada. Desde ahí la carretera es destapada y en regulares condiciones, aunque parece que empezarán pronto a trabajarle porque hay estacas y mediciones en el recorrido, que es de algo más de un kilómetro hasta el sitio conocido como Brisas, lugar de entrada al Parque Natural de los Nevados. Allí se imparten las instrucciones al visitante, cobran por el ingreso y asignan los guías.
Sigue la vía destapada y podemos observar dónde nace el agua que disfrutamos en esta región. Los colchones de musgo en los barrancos gotean profusamente y empiezan a formarse arroyos de agua cristalina; en el territorio del Parque, de casi 60 mil hectáreas de extensión, nacen los ríos Chinchiná, Campoalegre, Otún, Quindío, Gualí, Frío, Coello, Lagunillas, Recio, Totare y Combeima, además hay una docena de lagunas de diferentes tamaños. A los pocos minutos de recorrido el visitante se topa con los arenales y en ese punto el paisaje es idéntico al de la luna. Paredes de roca, valles de arena, imponentes cañones y dunas, y en el ambiente un silencio y una soledad que solo rompen el ulular del viento y el raudo paso de la neblina.
Transitar por la arena es una dicha por la suavidad del terreno y el ascenso por el famosos zigzag, localizado a un costado del cráter La Olleta, es una experiencia única por el paisaje que desde allí se observa. Al llegar al final de la trepada se divide la carretera: a la izquierda nos lleva al nevado y a la derecha sigue hacia el Centro de visitantes El Cisne, con alojamientos y servicios, y a la Laguna del Otún.
Desde esa bifurcación hasta el lugar donde quedaba el antiguo refugio, que fue presa de las llamas el 13 de noviembre de 1985 cuando hizo erupción el volcán Arenas, el recorrido es muy corto. Allí sólo queda una pared de piedra como recuerdo y en su reemplazo hay una pequeña edificación para atender al visitante, prestarle servicios sanitarios, de cafetería y primeros auxilios a quien lo requiera. Hasta el sitio llegan todo tipo de vehículos, incluidos automóviles, y un letrero informa que el altímetro marca los 4.800 metros sobre el nivel del mar.
Visitar ese paradisíaco lugar es como conocer el mar. Así de majestuosa es la montaña a esas alturas. Ideal visitarlo en invierno para ver nevar y jugar con la nieve como si estuviera en otras latitudes. Por fortuna el Parque tiene ahora un doliente que presta los servicios correspondientes, controla los visitantes para que respeten la flora y la fauna, y evita accidentes. Quedan muchas cosas por hacer para mejorarlo pero como vamos, vamos bien.
pmejiama1@une.net.co
En Manizales tenemos el privilegio de encontrar tierra caliente a media hora de recorrido hacia el occidente o visitar el ecosistema del páramo a unos 35 kilómetros de distancia, si viajamos al oriente. Durante mi infancia y juventud visité muchas veces al nevado, pasé por allí otras tantas para dirigirme a la Laguna del Otún, además de paseos a los termales del Ruiz y los alrededores. Cuando estábamos pequeños no existían los arbolitos de Navidad sintéticos y por lo tanto a principios de diciembre era paseo obligado subir todos en familia, con fiambre incluido, a cortar un chamizo para el árbol y recoger musgo para el pesebre en la vegetación del páramo. Entonces no existía la cultura de cuidar el ecosistema y nadie controlaba un proceder que hoy en día es inaceptable; subir al nevado era un programa común, sin ningún costo pero sin los controles y servicios que presta en la actualidad la administración del Parque.
La ruta es la siguiente: a 23 kilómetros por la vía al Magdalena encontramos la desviación hacia el nevado, donde inauguraron hace poco un estadero moderno y funcional para que el visitante pueda detenerse y aclimatar su organismo para que enfrente la altura sin contratiempos de salud. Empieza desde ahí el ascenso hacia el Parque por una carretera asfaltada rodeada de fértiles potreros, arboles florecidos y una que otra casa campesina típica de la región.
A los pocos minutos aparece la vegetación del páramo que nos hace sentir en el país de Liliput, porque debido al clima y a la altura los árboles y rastrojos son enanos. Chamizos centenarios, helechos, líquenes y matorrales conforman una selva en miniatura, única e irrepetible. Luego el paisaje es de pajonales, los imponentes frailejones y flores de colores que adornan la vera del camino. La vía está pavimentada hasta el cerro Gualí, donde están las antenas repetidoras de televisión, y en ese punto se divide en la que va para Líbano y Murillo, en el Tolima, y la que sigue hacia la cumbre nevada. Desde ahí la carretera es destapada y en regulares condiciones, aunque parece que empezarán pronto a trabajarle porque hay estacas y mediciones en el recorrido, que es de algo más de un kilómetro hasta el sitio conocido como Brisas, lugar de entrada al Parque Natural de los Nevados. Allí se imparten las instrucciones al visitante, cobran por el ingreso y asignan los guías.
Sigue la vía destapada y podemos observar dónde nace el agua que disfrutamos en esta región. Los colchones de musgo en los barrancos gotean profusamente y empiezan a formarse arroyos de agua cristalina; en el territorio del Parque, de casi 60 mil hectáreas de extensión, nacen los ríos Chinchiná, Campoalegre, Otún, Quindío, Gualí, Frío, Coello, Lagunillas, Recio, Totare y Combeima, además hay una docena de lagunas de diferentes tamaños. A los pocos minutos de recorrido el visitante se topa con los arenales y en ese punto el paisaje es idéntico al de la luna. Paredes de roca, valles de arena, imponentes cañones y dunas, y en el ambiente un silencio y una soledad que solo rompen el ulular del viento y el raudo paso de la neblina.
Transitar por la arena es una dicha por la suavidad del terreno y el ascenso por el famosos zigzag, localizado a un costado del cráter La Olleta, es una experiencia única por el paisaje que desde allí se observa. Al llegar al final de la trepada se divide la carretera: a la izquierda nos lleva al nevado y a la derecha sigue hacia el Centro de visitantes El Cisne, con alojamientos y servicios, y a la Laguna del Otún.
Desde esa bifurcación hasta el lugar donde quedaba el antiguo refugio, que fue presa de las llamas el 13 de noviembre de 1985 cuando hizo erupción el volcán Arenas, el recorrido es muy corto. Allí sólo queda una pared de piedra como recuerdo y en su reemplazo hay una pequeña edificación para atender al visitante, prestarle servicios sanitarios, de cafetería y primeros auxilios a quien lo requiera. Hasta el sitio llegan todo tipo de vehículos, incluidos automóviles, y un letrero informa que el altímetro marca los 4.800 metros sobre el nivel del mar.
Visitar ese paradisíaco lugar es como conocer el mar. Así de majestuosa es la montaña a esas alturas. Ideal visitarlo en invierno para ver nevar y jugar con la nieve como si estuviera en otras latitudes. Por fortuna el Parque tiene ahora un doliente que presta los servicios correspondientes, controla los visitantes para que respeten la flora y la fauna, y evita accidentes. Quedan muchas cosas por hacer para mejorarlo pero como vamos, vamos bien.
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