Con frecuencia el Vaticano incrementa
el santoral, con candidatos que acceden a tan alta dignidad después de cumplir
con una extensa serie de requisitos. Se trata de personas que dedican su
existencia a hacer el bien, todas pertenecientes a las diferentes órdenes
religiosas que conforman el catolicismo; desde un Papa, como Juan Pablo II ad
portas de ingresar, hasta la madre Laura, una monja antioqueña que recién se
incorporó a esa élite celestial. Lo que no me convence es que a los elegidos
deben demostrárseles mínimo dos milagros, los cuales casi siempre son enfermos
desahuciados que tras encomendarse con mucha devoción a uno de ellos, sanan en contra
de todos los pronósticos. Porque sin duda también se han curado ateos y
nihilistas.
Sin embargo, existen muchos cristianos
que sin pertenecer a la iglesia dedican su existencia a ayudar a los demás.
Personas que no esperan nada a cambio, entregan todo de sí y solo aspiran hacer
el bien; apóstoles anónimos que todos los días se ganan ese apelativo por su dedicación
y compromiso. Y aunque no buscan reconocimientos, sólo nos acordamos de su
labor cuando les hacen un homenaje o nos cruzamos en su camino. Aquí en
Manizales muchos de estos apóstoles cumplen una labor social digna de encomio,
mientras algunos filántropos se mandan la mano al dril para sufragar gastos y cubrir
necesidades.
Uno de estos apóstoles es Alberto
Jaramillo Echeverri, quien me relató la historia de la Fundación Niños de los
Andes, sede Manizales. Recién graduado de la universidad empezó a interesarse
por el tema social al visitar la zona del basurero, en cercanías del puente de
Olivares. En esos días vio unos niños que dormían en la calle tapados con
periódicos y cartones, por lo que llamó a su hermano Jaime Eduardo, quien creó
la Fundación en Bogotá para rescatar a los niños de las alcantarillas, para
proponerle que abrieran una sucursal aquí. Jaime aprobó la idea, pero advirtió
que debía ser independiente y gestionar sus propios recursos.
Hace 25 años inició labores la
Fundación en Manizales y desde entonces Alberto dedica su existencia a esa encomiable
causa; por fortuna encontró una mujer que compartiera sus ideales para formar un
hogar, y sus dos hijos han crecido a la sombra de la institución, comprometidos
y entregados a ella. En un principio la Fundación ocupó varias sedes hasta que
hace ya varios años se radicó en el Parque Adolfo Hoyos, en el sector de El
Arenillo, donde viven en la actualidad casi cien jóvenes y niños internos (de
ambos sexos), y otros cincuenta permanecen allí durante la semana y el fin de
semana lo pasan en sus casas.
En la Fundación los menores
encuentran una familia; tienen acceso a estudio, alimentación y vestuario;
reciben cursos de carpintería, panadería, manualidades, etc.; talleres de
teatro, canto, pintura y demás artes. Aprenden valores y principios, y
encuentran una oportunidad para defenderse en la vida. Todo gracias a la
entrega de personas como Alberto y su familia; a profesores, terapeutas y demás
empleados que trabajan con mística y dedicación; al aporte invaluable del ICBF,
la Alcaldía y demás entes que los apoyan; y a esos padrinos anónimos que meten
el hombro de manera desinteresada.
Una muchacha de 17 años, que
lleva dos en la fundación, me contó su historia. Vivía en el Caquetá con su
mamá y hermanitos, donde debía trabajar como empleada doméstica para aportar al
ingreso familiar. Desesperada por su incierto futuro, además porque en el
pueblo se rumoraba que la guerrilla pensaba llevarse a varios menores, pidió
consejo a sus patrones y le hablaron del ICBF. Logró venirse para Manizales a
vivir con una tía, pero esta quedó desempleada y no pudo tenerla más. Entonces
la niña fue a Bienestar Familiar y expuso su caso, pero no cumplía los
requisitos por no ser abandonada. Procedió a poner una tutela y por fortuna
logró su cometido.
Después de vivir en un hogar de
paso, la destinaron a la Fundación Niños de los Andes y allí cambió su vida en
todo sentido. Está próxima a terminar el bachillerato y sueña con ingresar a la
universidad, para lo que ya se adelantan gestiones. Este sí es un milagro
tangible: arrebatarle esa niña a la guerrilla, a la esclavitud, a la droga o la
prostitución; darle la oportunidad de realizarse como persona. Cada menor tiene
su historia y los ciudadanos podemos aportar nuestro granito de arena al
apadrinarlos, lo cual se logra con un modesto aporte.
Fue Alberto acompañado de dos
pupilos de doce años a recoger unas cosas a casa de su hermano. Al llegar,
vieron un automóvil igual al de una película de acción muy conocida, donde el
protagonista recorre muchos kilómetros a gran velocidad mientras enfrenta todo
tipo de aventuras. Como los muchachitos miraban el carro por todas partes,
Fernando ofreció darles una vuelta y ellos felices se acomodaron en sus
asientos. El copiloto comentó que se le había cumplido el sueño de montar algún
día en un carro como ese, en tanto que el de atrás no quitaba los ojos del velocímetro,
se agarraba de la manija del techo y repetía: ¡juemíchica!, ¡juemíchica! En
cierto momento el de adelante, con los ojitos volados por la excitación,
comentó: -Dotor… ¿cierto que uno se puede matar en esta vaina?
pamear@telmex.net.co