Cuando en mi casa cambiaban la
ropa de camas los lunes, la empacaban junto a otras prendas en grandes talegas
de tela para que mi mamá las llevara a una casita que aún existe abajito del
edificio de la Andi, a mano derecha bajando, donde Marina se encargaba de
lavarla y plancharla. Para su negocio la mujer aprovechaba un chorrito de agua
que brotaba del barranco al frente de su casa, y recuerdo a mi madre cuando
volteaba el De Soto en esa carretera estrecha y poco transitada, mientras la lavandera
le indicaba hasta dónde podía echar reversa.
Hace poco me llamó una señora para
comentar acerca de un artículo donde me referí a nuestra infancia en el barrio
La Camelia y para mi sorpresa, preguntó por mis padres, tíos y demás parientes.
Cuando quise saber por qué nos conocía tan bien, dijo ser hermana de Marina y
empezó a relatarme la historia de su familia. Al percatarme de su gracia y
locuacidad, la interrumpí y le propuse que mejor nos reuniéramos para poder
tomar nota de tantas anécdotas y datos de interés. Doña Leticia Cuartas Chica
tiene algo más de 80 años, una lucidez absoluta, memoria fotográfica, simpatía
arrolladora y su único achaque aparente es que oye solo por un oído, y poquito.
De manera que bastó arrimarme y hablarle durito para disfrutar de su agradable
charla.
Recién fundada Manizales nacieron
unos gemelos, pero como era común en esa época, la madre murió después del
parto. El papá los hizo bautizar con los nombres de Victoriano y Raúl, y debido
a su parecido, les amarró un lacito de color en las muñecas para reconocerlos.
Hasta que cierto día durante el baño las marcas se perdieron y no quedó manera
de distinguirlos, y cuando poco después murió uno de los bebés, el padre resolvió
llamar Victoriano al sobreviviente. Por cosas del destino ese niño se crió con
la familia de don Joaquín Arango Restrepo, uno de los fundadores de la ciudad,
a quien en la repartición de predios le tocaron los terrenos que ocupan hoy los
barrios Sancancio, Palermo, Milán, Alto del Perro, el Batallón y todo el
terreno que hay hasta Expoferias; la quebrada del Perro y el río Chinchiná eran
linderos de la propiedad. La casa de don Joaquín quedaba donde funcionó muchos
años Iderna, en Sancancio, lote que en la actualidad ocupa el Conjunto
Horizontes, donde resido.
Una hermana de don Joaquín,
Matea, fue como una madre para Victoriano Chica y cuando el muchacho cumplió la
mayoría de edad, le adjudicaron el lote para que levantara su casita, además de
permitirle cultivar la tierra y engordar ganado en los potreros. Como el joven
ya tenía intención de casarse puso todo su empeño en la construcción del rancho
con madera obtenida de los bosques aledaños; el entramado del techo amarrado
con bejucos, porque las puntillas eran costosas y escasas, dos habitaciones y una
cocina con piso de tierra conformaban la humilde vivienda. Poco después de
casarse ya tenía dos hijos varones, Juan de la Rosa y Jaime, y al estallar la
Guerra de los mil días, en 1899, el mayor de los muchachos estaba en edad de
alistarse en el ejército. Pero el angustiado padre no estaba dispuesto a perder
a su hijo mayor en el campo de batalla y procedió a cavar un amplio agujero en
medio del rastrojo, cerca a la casa, para construir una caleta dónde acomodar
al muchacho mientras pasaba el conflicto. Todos los días le llevaba comida, lo
acompañaba un rato y buscaba la forma de mantenerlo entretenido.
Hasta que algún vecino los
denunció, el muchacho fue detenido y enrolado, y nunca más volvieron a saber de
él. Por un costado de la casita bajaba un camino de herradura que arrancaba desde
Milancito, un bailadero que funcionó muchos años arribita del batallón, y en La
Teresita se unía al camino que baja desde el Alto del Perro. Cuando empezaron a
construir la carretera, por el trazado actual, la mano de obra la ponían los
presos que trabajaban encadenados y así cumplían sus condenas a trabajos
forzados. Al llegar frente de su predio le advirtieron a Victoriano que debían
utilizar dinamita para demoler una inmensa piedra y que seguramente la vivienda
quedaría destruida. Entonces él pidió que le dieran una esperita y procedió a
cortar madera para formar una barrera de protección, y además cubrió el techo
con ramas y chamizos que amortiguaran la explosión. Por fortuna su esfuerzo surtió
efecto porque la casa no sufrió daños de consideración.
Néstor Cuartas, yerno de Victoriano, trabajaba como mayordomo
de la finca La Nubia (donde está el aeropuerto) de Juan Antonio Toro, la misma
que lindaba con Lusitania, cuya casa restauraron y hoy sirve de sede a Jardines
de la Esperanza. Allí vivía con su mujer Eulalia Chica y los hijos pequeños, entre
ellos Leticia, porque los que estudiaban residían en la casa del abuelo para
poder asistir a la escuela, que funcionaba en una casita localizada a un
costado de donde muchos años después construyeron el edificio Cuezzo. Los
domingos el abuelo llevaba a sus nietos hasta La Nubia para que se vieran con
sus padres; viajaban montados en un burro por el camino de herradura, para
regresar de nuevo al caer la tarde. Continuará…