Mi Dios sabe cómo hace sus cosas. Porque de solo pensar que en nuestra época entrar al colegio en enero hubiera tenido los costos de ahora, nos hubiéramos quedado sin estudio. La diferencia entre la cantidad de hijos en las familias en las diferentes épocas es muy marcada, y si hoy vemos a gatas a los padres de familia para cancelar la inaudita lista de útiles que le piden a uno o dos vástagos que apenas inician sus estudios, incluidos uniformes, materiales, elementos de aseo y otras tantas cosas, no entiende uno cómo hacían nuestros padres para mantener ocho o diez muchachos en el colegio.
No cabe duda de que la plata antes rendía más, y con seguridad los centros educativos eran más consecuentes, por lo que las listas de elementos necesarios para iniciar el año lectivo no tenían un costo muy alto y además los papás cogían cancha y compraban solo lo estrictamente necesario. Recuerdo que por ejemplo pedían un libro de filosofía y el papá insistía en que esperaran a ver si el profesor sí lo iba a utilizar, y la verdad es que en muchos casos tenían razón y finalizaba el año sin siquiera abrir el libro. Por fortuna los textos no eran de rellenar espacios, lo que lo hace útil para una sola persona, y cada temporada la gente se dedicaba a indagar entre familiares y amigos a ver si tenían alguno de los libros solicitados.
La frustración de cualquier estudiante era que le tocara un libro de segunda mano, y como los hermanos y primos éramos tantos, los textos iban pasando de mano en mano hasta terminar sin carátula, lleno de rayones y comentarios, y más manoseados que un billete de peso. También era común que en algunas librerías de la ciudad se moviera el mercado del usado, y esa era una buena opción para conseguir ciertos títulos.
Un noticiero de televisión se puso en la tarea de investigar las listas de elementos solicitadas a los alumnos en la actualidad, y pudieron comprobar el abuso que se comete con los padres de familia. El informe llevó el nombre de “útiles inútiles” y cada día presentó ejemplos que aparte de rabia, producen risa. De manera que ahora las instituciones educativas se aperan de los elementos de aseo que van a necesitar durante el año, y de esa forma se ahorran el costo que estos representan mensualmente. Imaginen si a cada párvulo le piden ocho rollos de papel higiénico –y tienen el descaro de exigir que sea doble hoja-, dónde diablos almacenan semejante cantidad de elementos.
Se supone que al pagar la mensualidad en el colegio, esta incluye todo lo que el educando consuma durante su estadía en el establecimiento. No hay derecho que en una lista de útiles pidan detergentes para los baños, elementos para limpiar pisos, los marcadores con que escriben los profesores en los tableros modernos, limpiavidrios y cuanto elemento sea necesario para mantener aseado el plantel. Entre las denuncias, una mamá se preguntó para qué necesitan los niños un litro de colbón; si hay veinte alumnos en el salón, en qué carajo se van a gastar veinte litros de pegante.
Otra ama de casa mostró ante las cámaras la lista de elementos que debía adquirir para que su bebé ingrese a una guardería. Después de averiguar precios y hacer una cotización, el costo total era de casi un millón de pesos. A otra niña de tres añitos le pidieron diez cajas de plastilina, una docena de lápices, cinco paquetes de pañitos húmedos –como si no fueran bien costosos- y una cantidad descomunal de cuadernos. Yo creo que una mocosa en esa etapa no se gasta un lápiz al año, ni utiliza medio cuaderno.
Ahora hablemos de los uniformes. De otra que se salvaron nuestros papás, ya que por fortuna en el colegio donde estudié, con cinco hermanos, no existía ese requisito. Para un niño que ingresó este enero al colegio, después de su paso de varios años por el jardín infantil, los papás debieron adquirir el uniforme que costó casi medio millón de pesos. Zapatos tradicionales y para deportes; uniforme de diario; pantalonetas, camisetas y medias para educación física; el saco representativo del plantel; y las infaltables sudaderas, las cuales deben ser siquiera dos, porque un muchachito de ese nivel llega todos los días con tierra hasta en las orejas. A lo mejor yo estoy muy desactualizado en lo que se refiere al precio de las cosas, pero no me explico cómo puede costar una sudadera para un petacón de esa edad la suma de cien mil pesos.
Y pensar que nosotros pasábamos el año con la maleta de cuero, un lápiz de dos colores, rojo y azul, un lápiz normal, una cajita de colores ordinarios; la regla, el transportador y la escuadra de plástico llenos de despicados; un borrador de rayitas azules y blancas; el frasco de goma; un lapicero de dos pesos; un compás oxidado y los libros reutilizados que ya mencioné. Los cuadernos “bolivariano” con los forros de plástico para protegerlos un poquito de la mugre y el desgaste.
La tapa de las peticiones denunciadas en la televisión fue a un chino que aparte de todo lo mencionado, le exigen llevar un pez ornamental. Y que ojalá sea una bailarina. Qué desfachatez.
No cabe duda de que la plata antes rendía más, y con seguridad los centros educativos eran más consecuentes, por lo que las listas de elementos necesarios para iniciar el año lectivo no tenían un costo muy alto y además los papás cogían cancha y compraban solo lo estrictamente necesario. Recuerdo que por ejemplo pedían un libro de filosofía y el papá insistía en que esperaran a ver si el profesor sí lo iba a utilizar, y la verdad es que en muchos casos tenían razón y finalizaba el año sin siquiera abrir el libro. Por fortuna los textos no eran de rellenar espacios, lo que lo hace útil para una sola persona, y cada temporada la gente se dedicaba a indagar entre familiares y amigos a ver si tenían alguno de los libros solicitados.
La frustración de cualquier estudiante era que le tocara un libro de segunda mano, y como los hermanos y primos éramos tantos, los textos iban pasando de mano en mano hasta terminar sin carátula, lleno de rayones y comentarios, y más manoseados que un billete de peso. También era común que en algunas librerías de la ciudad se moviera el mercado del usado, y esa era una buena opción para conseguir ciertos títulos.
Un noticiero de televisión se puso en la tarea de investigar las listas de elementos solicitadas a los alumnos en la actualidad, y pudieron comprobar el abuso que se comete con los padres de familia. El informe llevó el nombre de “útiles inútiles” y cada día presentó ejemplos que aparte de rabia, producen risa. De manera que ahora las instituciones educativas se aperan de los elementos de aseo que van a necesitar durante el año, y de esa forma se ahorran el costo que estos representan mensualmente. Imaginen si a cada párvulo le piden ocho rollos de papel higiénico –y tienen el descaro de exigir que sea doble hoja-, dónde diablos almacenan semejante cantidad de elementos.
Se supone que al pagar la mensualidad en el colegio, esta incluye todo lo que el educando consuma durante su estadía en el establecimiento. No hay derecho que en una lista de útiles pidan detergentes para los baños, elementos para limpiar pisos, los marcadores con que escriben los profesores en los tableros modernos, limpiavidrios y cuanto elemento sea necesario para mantener aseado el plantel. Entre las denuncias, una mamá se preguntó para qué necesitan los niños un litro de colbón; si hay veinte alumnos en el salón, en qué carajo se van a gastar veinte litros de pegante.
Otra ama de casa mostró ante las cámaras la lista de elementos que debía adquirir para que su bebé ingrese a una guardería. Después de averiguar precios y hacer una cotización, el costo total era de casi un millón de pesos. A otra niña de tres añitos le pidieron diez cajas de plastilina, una docena de lápices, cinco paquetes de pañitos húmedos –como si no fueran bien costosos- y una cantidad descomunal de cuadernos. Yo creo que una mocosa en esa etapa no se gasta un lápiz al año, ni utiliza medio cuaderno.
Ahora hablemos de los uniformes. De otra que se salvaron nuestros papás, ya que por fortuna en el colegio donde estudié, con cinco hermanos, no existía ese requisito. Para un niño que ingresó este enero al colegio, después de su paso de varios años por el jardín infantil, los papás debieron adquirir el uniforme que costó casi medio millón de pesos. Zapatos tradicionales y para deportes; uniforme de diario; pantalonetas, camisetas y medias para educación física; el saco representativo del plantel; y las infaltables sudaderas, las cuales deben ser siquiera dos, porque un muchachito de ese nivel llega todos los días con tierra hasta en las orejas. A lo mejor yo estoy muy desactualizado en lo que se refiere al precio de las cosas, pero no me explico cómo puede costar una sudadera para un petacón de esa edad la suma de cien mil pesos.
Y pensar que nosotros pasábamos el año con la maleta de cuero, un lápiz de dos colores, rojo y azul, un lápiz normal, una cajita de colores ordinarios; la regla, el transportador y la escuadra de plástico llenos de despicados; un borrador de rayitas azules y blancas; el frasco de goma; un lapicero de dos pesos; un compás oxidado y los libros reutilizados que ya mencioné. Los cuadernos “bolivariano” con los forros de plástico para protegerlos un poquito de la mugre y el desgaste.
La tapa de las peticiones denunciadas en la televisión fue a un chino que aparte de todo lo mencionado, le exigen llevar un pez ornamental. Y que ojalá sea una bailarina. Qué desfachatez.
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