viernes, julio 31, 2015

Cuando no te toca…

Contrario a quienes encuentran la muerte de una manera inverosímil, otros se le puchan a diario y siguen tan campantes. Tampoco obsesionase con los peligros, como sucede con madres sobreprotectoras, quienes no permiten al hijo vivir con tal de alejarlo de todo riesgo. Sin ser osado debe llevarse una existencia normal y dejar que sea el destino el que decida; muy claro reza el dicho: ‘Cuando no te toca, aunque te pongas’.

A mediados de la década de 1980 la Aeronáutica Civil instaló en la cabecera de la nueva pista de aterrizaje en La Nubia unas luces AVASI, las cuales ayudan a los pilotos en el momento de la aproximación. Si la operación se hace en el ángulo correcto ve las luces de cierto color, pero si está más alto o más bajo los colores cambian. Después de los trabajos en tierra seguía la calibración de los equipos, operación que adelantaban los técnicos desde un pequeño avión destinado para tal fin.

Por esos días regía el Ideca, ente departamental propietario del aeropuerto, un señor de apellido León, quien aprovechó para que le dieran una palomita en la avioneta de marras; consistía en despegar de La Nubia, hacer un giro sobre la ciudad y aterrizar de nuevo. Pues preciso en ese vuelo algo falló al momento de tocar tierra y la avioneta golpeó con la trompa la cabecera de la pista, con la fortuna que por centímetros no se destrozó sino que alcanzó a seguir por el asfalto en medio de un chispero; destrozados quedaron la hélice, el tren de nariz y toda la parte inferior del motor. No acababan de salir los ocupantes del aparato accidentado cuando llegamos los noveleros, y recuerdo bien la cara de susto de León; la verdad ese día se salvaron por los pelos.    

Rememoro otro accidente increíble. Transcurría un sábado tranquilo, con pocos pasajeros, y uno de los Twin Otter con base en La Nubia realizaba uno de los tantos vuelos que nos comunicaban a diario con Bogotá. La tripulación era manizaleña y después de mediodía se alistaban para partir de Eldorado, pero debieron esperar porque faltaba un pasajero del total registrado en la planilla. A los pocos minutos procedieron a cerrar la puerta del avión, encendieron motores, se retiró el personal de tierra y solo quedaba iniciar el carreteo.   

En esa época los pasajeros debían caminar unos 50 metros por la plataforma hasta donde parqueaban los aviones y de pronto apareció el pasajero retrasado como un bólido, con el cuello arriba para no mojarse con la llovizna y la mirada baja. Ambos tripulantes lo vieron venir y supusieron lo que pasaría, por lo que el piloto apagó el motor izquierdo; así las palas de la hélice se giran y dejan de cortar el aire, aunque seguían a gran velocidad cuando el señor se les metió de frente.

El golpe fue brutal, el fuselaje salpicado de sangre, las tres palas de la hélice dobladas y el personaje boca abajo con la cabeza destrozada en medio de un charco pestilente. Impresionados desocuparon el avión mientras los pilotos y el personal esperaban la llegada de las autoridades, y en esas el accidentado empezó a moverse. Pensaron que eran estertores, pero ¡oh! sorpresa cuando los paramédicos constataron que estaba vivo. Por fortuna todo el daño fue de tejidos blandos y recuerdo que poco tiempo después viajó de nuevo, con la cabeza calva llena de costuras; parecía una pelota de béisbol. Ambos tripulantes debieron presentarse durante varias semanas en una inspección de policía en Fontibón, y nadie sabía para qué. Esta justicia nuestra tan acuciosa.

Cuando te toca…

Somos muy dados a lamentar hechos sucedidos mientras especulamos sobre las posibilidades de haberlos podido evitar, renuentes a aceptar una realidad que no tiene reversa. Muere alguien en un accidente y en el velorio familiares y amigos dedican el tiempo a enumerar las tantas maneras que tuvo el finado de burlar a la muerte, mientras se olvidan de un dicho que refleja la realidad: ‘Cuando te toca, aunque te quites’. Claro que otros preferimos: ‘Nadie se muere la víspera’.

A finales de 1985 hubo un fuerte invierno y quienes trabajábamos en el aeropuerto soportábamos mucho estrés, dado que por ser temporada muchos viajeros van de vacaciones o a reunirse con sus familias para disfrutar las fiestas. Casi a diario el clima impedía las operaciones aéreas y muchas veces el aeropuerto permanecía cerrado hasta después del mediodía. Una mañana el agente Orrego, un policía que vivía en la terminal aérea con su familia, me pidió que le ayudara con dos cupos para la mujer y el hijo del subcomandante de policía del departamento, quienes iban a acompañar al hijo mayor que se graduaba de bachiller en Bogotá.

Al rato volvió a decirme que en plataforma estaba la avioneta que movilizaba personal de la firma Pinski, que construía la clínica de Villa Pilar, y que el piloto, un griego radicado en Colombia, le dijo que sobraban cupos; que pidiera permiso y él los llevaba. Había mejorado la visibilidad y estaba próximo a que autorizaran la operación del aeropuerto. Orrego quería ganarse la simpatía de su superior y me pidió que llamara a la constructora a ver si nos ayudaban. Yo pensé que la peor diligencia es la que no se hace y me comuniqué para exponerles el caso. Después de algunas consultas aceptaron con gusto prestarle el servicio al oficial y así pudo despacharlos en el vuelo privado, a tiempo para que alcanzaran a llegar a la ceremonia.

El agradecimiento del oficial fue inmenso, pero le dije que toda esa labor era de Orrego, que yo apenas había colaborado con una llamadita; el subalterno se pavoneaba satisfecho mientras su superior le palmoteaba la espalda y le repetía que ese favor no se le olvidaría. Al fin se fue tranquilo y contento, mientras Orrego les refregaba a sus compañeros de turno que ahora sí la había sacado del estadio.

Seguimos la rutina y al momento ni me acordaba del asunto, hasta que a eso de la una de la tarde apareció otra vez el oficial desencajado a mi oficina; pálido, tembloroso y con una ansiedad que no le permitía quedarse quieto. Me preguntó si sabía dónde había aterrizado la avioneta al llegar a Bogotá; que si acaso en Guaymaral; que si sus ocupantes debían seguir algún protocolo de seguridad que los demorara; todo porque esa era la hora que no tenía razón de su familia. Procedí a llamar a la torre de control para confirmar los datos del vuelo y el operador me dijo que acababan de declarar perdida la avioneta.

De inmediato avisamos a los pilotos privados que tenían aviones en La Nubia para que ayudaran con la búsqueda, que por fortuna dio frutos cuando el primer sobrevuelo encontró el siniestro en un cerro de la cordillera. En plataforma había tres helicópteros gringos facilitados para transportar científicos al volcán Arenas, por su reciente erupción, los mismos que ofrecieron para colaborar con el rescate de las víctimas, labor que estuvo completada para el final del día. Qué tarde tan triste debió enfrentar ese oficial, el mismo que vimos feliz apenas unas horas antes. ¿Y Orrego?, escondido debajo de la cama.

Mascotas extrañas.

Encuentro en la televisión por cable unos pocos canales que valen la pena, algunos de ellos dedicados a mostrarnos el mundo: culturas, tradiciones, razas y paisajes; gastronomía, folclore y rarezas que instruyen y amplían nuestras fronteras. Muestra clara de lo distintos que somos los seres humanos y que definitivamente entre gustos no hay disgustos. Por eso llamó mi atención cuando a escala mundial promocionaron una feria en una ciudad de China, donde se realiza el festival de la carne de perro, y por estas latitudes las voces de protesta se oyeron con fuerza. ¿Dónde dice acaso que uno puede mascarse cualquier otro animal, pero comerse un perro es una aberración imperdonable?

Con frecuencia encuentro rechazo de algunos contactos en las redes sociales respecto a comentarios, ácidos algunos, de la íntima relación que mantienen con sus mascotas. Así sea repetitivo insisto en que respeto el gusto de cada quién, pero que llama mi atención lo distinto que es tener un animal en un hogar actual, comparado a los que manteníamos ahora años en el patio de la casa. Hay que ver lo que invierten en el sostenimiento de un perro o un gato, los cuidados que le dedican, los privilegios y beneficios; en el mercado ofrecen infinidad de productos que invitan al consumidor a comprar, tales como pañitos húmedos para mascotas. ¡Qué tal!

Otro día sigo un programa que muestra mascotas extrañas y después de verlo quedo aterrado. Si me parece incómodo mantener a una mascota tradicional en estos apartamentos tan estrechos, qué decir de escoger un marrano como acompañante. Será porque crecí viendo los cerdos en la cochera, revolcados en el lodo y la porquería, dedicados a tragar ‘aguamaza’ y a engordar para ser sacrificados en Navidad, que me da ‘escaramucia’ pensar que un chancho se pasee libre por mis aposentos; porque el puerco de marras se sube a las camas para que le soben el tocino.       

Ahora es común ver a la gente sacar el perrito a que desocupe el intestino, por fortuna con una bolsa plástica en la mano, listos a recibir el desecho directo desde el correspondiente agujero. Entonces pienso cómo será con un marrano, con semejantes plastas que acostumbran; o el día que al bicho le de una urgencia y evacúe en el tapete de la sala, para después echarse encima del bollo a revolcarse un rato. Mejor dicho, que llamen a los bomberos.

Otra vieja comparte su apartamento con tres serpientes pitón de un tamaño descomunal, con las que duerme enroscadas como si fueran sus amantes; qué tal el día que un bicho de esos amanezca de mala vuelta, o que alguna se pase de revoluciones al momento de abrazarla. La mascota de otro fulano es un lagarto inmenso al que pasea con una traílla como si tal, lo acaricia, le hace mimos y hasta le da besos en la jeta. Y como el consumismo no tiene límites, se inventaron un negocio para disecar mascotas cuando les llegue la hora; los dejan acomodados como si estuvieran vivos e hicieran la siesta, para que el amo pueda sobarlos y conversarles.

Qué papel juega una iguana en un acuario, un perro atrapado en un apartamento o un gato sin poder salir a hacer sus rondas nocturnas. A eso llamo maltrato animal, cuando el egoísmo del ser humano está por encima de la autonomía de los animales, de permitirles vivir en su ambiente con libertad y la posibilidad de compartir con otros de su especie. Basta imaginar que una jauría de lobos se enamore de uno y lo lleve a vivir con ellos a su madriguera.

Reingeniería del matrimonio.

Suelo pensar, en cualquier reunión, cuántas de las parejas presentes son las originales desde que dieron el sí ante el cura o ante el notario. Entonces me convenzo de que el matrimonio está en vía de extinción porque cada vez son más los separados, muchos de ellos ya organizados con otro media naranja que seguro vivió la misma experiencia. Nacen así nuevos hogares donde los hijos reciben buen ejemplo, cariño y comprensión.

Pasan los años y disminuyen los matrimonios tradicionales, mientras aumentan las parejas que prefieren vivir juntas un tiempo antes de lanzarse al agua; sin duda una estrategia muy racional. Cuando esas personas deciden formalizar la unión, muchas prefieren el notario y para celebrarlo optan por un paseo con familiares y amigos. El dineral que cuesta una fiesta convencional lo destinan a un viaje o a cualquier otra inversión.    

Hasta nuestra generación perduró aquello de acatar los sacramentos y con los hijos procedimos como tal, pero estos crecieron en un medio sin dogmas ni condiciones y eso les abrió los ojos al mundo; sed de viajar, de conocer, de compartir experiencias y aprender. Tampoco son amigos de traer bebés a un planeta con semejante futuro tan negro.  

Opino que quienes perseveramos con la pareja somos privilegiados, porque eso de acostumbrarse a vivir con otra persona a estas alturas me parece muy trabajoso. Otro asunto que obliga a hacer una reingeniería de las relaciones, tiene que ver con la incursión de la tecnología en los hogares. Procedo a exponer un par de experiencias a ver si alguien se identifica.

Veo una película en el televisor mientras ella disfruta en su tableta la red social preferida, una dedicada a las fotografías; nada que le guste más. De pronto me habla de una amiga del costurero que tiene una prima en Medellín; que esa prima tiene una hija que acaba de tener un bebé y procede a mostrarme la foto del recién nacido. Sin mucho entusiasmo la miro, rápido para no perderle el hilo a la película, pero insiste y me pregunta si había visto alguna vez una cuquera de bebé como ese; que qué tal la cumbamba partida, que esas orejas, que los hoyitos en los cachetes. Rezongo como respuesta, pero se anima y ahora quiere que vea la nieta de fulanita. Entonces ahí sí la paro, pues ella sabe que a mí esos muchachitos me parecen todos iguales.

Coge el celular para revisar los grupos del chat y en esas empieza a sonar como una máquina tragamonedas, y entonces anuncia: ¡vamos a jugar! Toca pararle bolas, así mi película esté en el momento cumbre, intrigado además porque no sé de qué me habla. Siguen los sonidos en ese aparato y ella reniega porque le van a preguntar sobre deportes. Luego lee en voz alta para que le ayude: ¿Cuál de estos deportes se practica sin pelota? A: fútbol. B: tenis. C: boxeo. D: baloncesto. Se apresura a responder y comenta satisfecha, ¡yo también seé!

Nunca había jugado en un dispositivo electrónico y aquí estoy, engrampado en semejante pendejada. La mayoría de preguntas son infantiles, pero de pronto quieren saber cuál selección quedó de tercera en Chile 62; o el premio Nobel de física en 1948; o cuántos latidos por minuto emite el corazón de un canguro. Le digo que bien pueda adivine porque no tengo ni idea, pero insiste y lee de nuevo las opciones. Por fin se termina el ‘instructivo’ jueguito y comenta bastante desilusionada que pensó que nos iba a ir mejor, pero que tranquilo, que en un ratico ‘nos’ invitan otra vez. ¡Bendito!

viernes, julio 10, 2015

Frutas olvidadas.

Aunque respeto los gustos de los demás me parece increíble que a muchos no les gusten las frutas y las verduras; inclusive conozco algunos que tampoco comen hortalizas. Dietas basadas en carne asada, papas fritas, tajadas de plátano y sancocho, además de todo lo que envíen a domicilio, alimentos que en su mayoría conforman una dieta poco saludable y desbalanceada. Tampoco quieren oír hablar de los jugos de frutas naturales y en cambio prefieren las gaseosas y demás bebidas artificiales, aparte del gusto por batidos, helados y malteadas.

Es común que los papis por hacer bonito hagan feo, como cuando crían a sus retoños dándoles gusto en todo lo que prefieran y por lo tanto no les enseñan a alimentarse bien. Infantes que empiezan a tener dificultades cuando los invitan a comer a otra casa porque con seguridad no les va a gustar lo que sirvan en la mesa, situación que se convertirá en una cabecera cada que les resulte un programa por fuera de su entorno. Después viajan a otra ciudad a estudiar en la universidad y deben vivir solos, sin la mamá dispuesta a atenderles todas sus demandas y resabios, y sin saber preparar un huevo o lavar un calzón; seguro van a lamentar no haber recibido la instrucción necesaria.

Por fortuna crecí en un hogar donde nos enseñaron desde chiquitos a comer de todo, a no poner perinola en la mesa, ayudar en la cocina y defendernos en los oficios de la casa; mi madre no podía con semejante carga y por lo tanto necesitaba nuestra colaboración. Una educación básica como esa se agradece toda la vida, además porque nos inculcaban disciplina y reglas de comportamiento.

Para mi gusto las frutas son parte esencial de la dieta diaria, pero no solo por su sabor o frescura, sino por la importancia que representan para la digestión y la nutrición. Durante la niñez cogíamos las frutas directamente de los árboles y en las fincas las más comunes eran las naranjas –ombligonas, limas, toronjas-; los limones –de cáscara gruesa, mandarinos, pajarito-; las mandarinas –de varios tamaños y sabores-; guayabas agrias y dulces; zapotes, mangos, guamas, chulupas; grosellas, madroños, corozos; y lo que hubiera disponible en esos bellos bosques que servían de sombra al café.

La fruta comodín era el banano, porque colgaban un racimo en el comedor de la finca y cada que un muchachito decía tener hambre, le daban uno mientras era hora de las comidas; la mayoría de las sopas se acompañaban con un banano y en época de vacaciones mi mamá los pelaba, los engarzaba en un palo y al congelador. Después los repartía a la hora del algo y empezaba uno a lamer el artesanal helado, el cual terminaba convertido en una baba negra muy poco provocativa.

Rara vez teníamos acceso a frutas como peras, manzanas, duraznos, uvas, melocotones o fresas, y en cambio en los potreros donde después construyeron barrios como La Camelia, Sancancio o Palermo encontrábamos matas de uchuva y moras silvestres; lo que sí teníamos prohibido comer eran los lulos de perro y el temido ‘tapaculos’. Otras frutas no las volví a ver por poco comerciales: Mamey, chachafruto, jaboticaba, pomarrosa, pepino de agua, ciruela criolla. Algunas por escasas: Badea, mangostino, chirimoya. Hoy disfruto de los sabores y aromas de las frutas, además porque son saludables. Igualmente mis amigos finqueros nunca olvidan traerme remesas con productos de sus parcelas.

Disfruté mucho al rescatar el sabor del mamoncillo, desde hace  tiempo perdido en mi memoria. Los encontré en una venta callejera y comí hasta que me toqué con el dedo. ¡Deliciosos!

Memorias de barrio (11).

Tendría yo once años cuando nos fuimos a vivir a Villa Julia, una deliciosa casa campestre localizada en las afueras de Villamaría; ahí existe todavía un corto tramo de la carretera de ingreso, abajito de la curva de El Estrelladero, porque del resto de la finquita ya no queda nada y en su terreno se levanta ahora un populoso barrio. En ese entonces se nos presentó un inconveniente por vivir tan lejos, y fue que quedamos por fuera de la ruta de los buses del colegio y por lo tanto debíamos buscar una manera de transportarnos.

La solución fue contratar un chofer, que de una vez le ayudara a mi mamá con el julepe de estar todo el día en ese carro de aquí para allá. La rutina diaria consistía en madrugar y llevar primero a mi hermana al colegio Santa Inés, luego parábamos en el centro donde mi papá le entregaba al conductor, para seguir hacia Morrogacho, al colegio Gemelli, donde estudiábamos cinco hermanos.

Un asunto que no nos gustó ni cinco fue que tres días a la semana no podíamos ir a almorzar a la casa y en cambio mi mamá nos empacaba una lonchera con alimentos provocativos y novedosos, para dorarnos la píldora. En vista de que nunca se había presentado tal situación en el colegio, estábamos convencidos de que nos la iban a montar y por lo tanto hicimos un pacto de silencio para que nadie se enterara. Al llegar en la mañana mandábamos al menor a que llevara la maleta a donde Cecilia Bermúdez, la secretaria, para que nos la guardara.

A medio día esperábamos que se fuera todo el mundo, con la disculpa que nuestro carro estaba demorado, y al no quedar nadie por ahí mandábamos de nuevo a Buchón, que tendría siete años, a que la recogiera; el zambo renegaba y decía que por qué todo él, pero le zampábamos dos patadas en el fundillo y no le quedaba sino obedecer. El escondite era una casita abandonada que había en la parte baja del colegio, pero era tal la paranoia de que nos fueran a pillar, que nos encaramábamos al zarzo por una claraboya y ahí nos quedábamos hasta que fuera hora de volver a entrar a clases.

Gonzalo el chofer era un camaján, peinado hacia atrás con mucha gomina, que manejaba el carro con un estilacho muy particular. Mientras estaba con adultos era todo un señor pero al quedar solo con nosotros convertía el carro en una fiesta completa, además de enseñarnos unos versos que harían poner colorado al mismísimo Satanás. Siempre que bajábamos por la carretera que va hacia el barrio La Francia a toda mecha, él trataba dizque de asustarnos pero nosotros le gritábamos en coro que le asentara la chancleta. Por las tardes al terminar la jornada varios amigos pedían que los trajéramos y como el DeSoto era un carro grande y espacioso, lo llenábamos hasta el tope.

La ruta era hacia el centro y Gonzalo parqueaba el carro en la cuadra del almacén Vandenenden, donde debíamos esperar que mi papá saliera de la oficina; al quedar solos íbamos por turnos a comprar ‘esquimales’ a La Suiza, empanadas a La Canoa y a echarle una mirada a la vitrina del almacén Artístico. Después nos despedíamos de los amigos que habían conseguido cupo en el carro, entre los cuales había dos casi seguros: Oscar Gutiérrez a quien Gonzalo bautizó ‘Cansómetro’ y otro al que fregó un día cuando le dijo: Oíste Pepeorejas… ¡vos sí sos más feo que un culo asomado a una ventana!

Volver en ‘no’.

Un problema complicado que enfrentamos es el de los virus que se presentan con cierta regularidad, los mismos que atacan a las poblaciones menos favorecidas que habitan tierras bajas donde los mosquitos transmisores se reproducen con facilidad. Aparte de eso existe un mal que no requiere hospitalización, ni siquiera atención médica, el cual se contagia entre la población con facilidad porque encuentra en la gente un nicho fácil para instalarse; tiene una característica muy particular, que cuando los pacientes sufren un desmayo no vuelven en sí, vuelven en ‘no’.

Se trata del virus de la maledicencia, el pesimismo, los prejuicios, la estigmatización, el negativismo y demás demonios. Su contagio es inmediato porque se trasmite de boca en boca y así alcanza todos los rincones donde habiten seres humanos; son focos de infección comunes los costureros, tertulias, mesas de café, corrillos, jugarretas, reuniones, paseos y cualquier lugar donde se junten dos o más personas. Sobra decir que el éxito del chisme depende de que sea sórdido, rastrero, dañino, perverso.

Está comprobado que a la gente no le gustan las noticias buenas. Por eso los noticieros, así reneguemos y nos rasguemos las vestiduras, dedican sus espacios a mostrar crónica roja; eso es lo que vende. Nadie quiere oír habar de que en medio de tanto caos y corrupción existen obras, programas, soluciones, proyectos y demás ayudas que mejoran la vida de muchos compatriotas.

Lo comprobé cuando hice un comentario en una red social acerca de las becas que ofrece el Gobierno para que los 10 mil mejores bachilleres, de los estratos bajos, sigan una carrera universitaria y quién dijo miedo; me trataron de iluso, pendejo, atembado, que eso son cuentos, promesas disfrazadas, que el Presidente esto, que la Ministra aquello… Mejor dicho… Poco después me entero por un amigo, cuya hija ingresó hace dos años a la facultad de medicina de la Universidad de los Andes, que de los 100 alumnos matriculados un poco más de la mitad eran becados. Esa facultad tiene la matrícula más costosa del país y no sobra decir que la Universidad les cobra a todos por parejo, por lo que los cincuenta y pico becados son patrocinados por empresas, fundaciones, mecenas privados, pero la mayoría reciben la ayuda de parte del Gobierno nacional.

Disfruto contarles estas cosas a mis contertulios pero noto que ellos no las difunden. Como lo sucedido a principios de año, cuando el Gobernador del departamento se fue con algunos funcionarios y directivos de un colegio de Villamaría a llevar un grupo numeroso de niños y adolescentes a presentar su banda sinfónica a España. En el colegio Gerardo Arias Ramírez la música es una opción preferida por muchos estudiantes, quienes desde sus primeros años se encariñan con un instrumento hasta aprender a interpretarlo a la perfección.

Infantes disciplinados y comprometidos que después de viajar por el territorio nacional donde participaron en muchos festivales, de donde han traído el triunfo en repetidas ocasiones, vieron recompensado su esfuerzo con un viaje que ni siquiera soñaban: tocar para un público selecto en el viejo continente. Barcelona fue la ciudad que los recibió y desde allí se desplazaron a varias poblaciones donde hicieron exitosas presentaciones.

Un millonario chino llevó a sus 6 mil empleados de vacaciones a Francia y la noticia le dio la vuelta al mundo en las primeras planas. Aquí pocos supieron que un empresario manizaleño cerró su fábrica durante una semana y empacó maletas con 200 empleados, desde altos ejecutivos hasta la de los tintos, para irse de vacaciones a Cancún. A cuerpo de rey y lo que es mejor, al ‘gratín’.

Bomba de tiempo.

Así le decimos a un problema que no tiene solución a la vista y por lo tanto crece sin control hasta el día que revienta y vuela ‘eme’ al zarzo. Son muchas razones por las cuales no puede enderezarse el inconveniente, pero a la larga todo termina por ser un asunto de dinero; y al no encontrar manera de salir del lío, la deuda crece sin control porque en cuestiones económicas cada segundo cuesta. Les sucede a personas, empresas y comercios, instituciones y a todo el que pertenezca a esta sociedad capitalista y metalizada.

Mandatarios y demás funcionarios que llegan a sus cargos por elección popular, y los nombrados a dedo también, son dados a capotear ciertos inconvenientes que parecen muy difíciles de solucionar, y con disimulo se los heredan a quienes les reciben el cargo; que miren a ver cómo se defienden después. Y es que muchas de esas situaciones son tan complicadas que a quién le meta el diente puede costarle el puesto, o al menos le pasa factura por antipopular.

Preocupa que en nuestro país los gobernantes deban enfrentar paros y huelgas en momentos coyunturales, cuando se ven obligados a solucionar el problema a como dé lugar y eso los obliga a ceder ante las pretensiones económicas de quienes protestan, negociaciones estas que endeudan al erario por varias décadas en el futuro. Con todos los mandatarios ha sucedido, pero el ejemplo más reciente es con el presidente Santos, a quien le hicieron un paro los cafeteros y demás agricultores cuando faltaban dos semanas para la reelección. A un candidato que depende de la popularidad para ganar en las urnas y le cierran las carreteras, con lo que esto representa para el país, no le queda sino bajarse los calzones y ceder ante las demandas de los inconformes de turno.

Quienes hacen campaña para las alcaldías tienen muchas ideas de cómo enfrentar situaciones tales como los vendedores ambulantes o los moto taxistas, pero ya elegidos les dan largas a esos asuntos porque saben que antes que encontrarles solución, los sacan tallados de sus despachos. En las capitales y principales municipios existe el problema de los vendedores ambulantes -con invasión del espacio público, desorden, piratería, perjuicio a los comerciantes legales, etc.-, situación que se complica porque al querer desalojarlos la gente se solidariza con ellos y obstaculizan el accionar de la fuerza pública.

Mientras tanto la modalidad de transportar pasajeros en motos y bicicletas se impuso en todos los rincones del país y es una plaga a la que nadie quiere enfrentarse, por ser un servicio ágil y barato que representa economía en el bolsillo del ciudadano de a pie. Entonces los transportadores legales buscan mejorar sus condiciones y al no encontrar respuesta de parte del gobierno, proceden a bloquear las principales ciudades con el caos que ello representa.

La autoridad procede a combatir la ilegalidad pero se encuentra con una situación complicada, cuando el infractor alega soñar con un empleo estable pero ante la imposibilidad de conseguirlo, algo tiene que hacer para obtener el sustento diario; es difícil encontrarle solución a un problema donde ambas partes tienen la razón. Muchas bombas de tiempo amenazan el futuro del país -crisis de la salud, sistema judicial, agro, educación, pensiones, hacinamiento en las cárceles, movilidad en las principales ciudades y demás ‘chicharrones’-, y en cada caso quienes luchan por sus derechos inician las protestas con pitos y carteles, pero al no encontrar respuestas proceden a las vías de hecho. Está claro que aquí a quien proteste por las buenas no le paran ni cinco de bolas.