Soy de los que piensa que a todo cuento hay que oírle las dos versiones. Porque acostumbramos escuchar una sola y salimos a despotricar de la contraparte sin darle la oportunidad de revirar, y es por ello que muchas veces debemos cambiar un juicio apresurado. Como cuando se daña un matrimonio y nos enteramos del hecho por boca del más allegado a nosotros, pero al oír la otra versión debemos aceptar que también esgrime argumentos válidos; claro que uno siempre termina dándole la razón al más cercano a sus afectos.
Por ello resolví leer el libro La puta de Babilonia del escritor Fernando Vallejo, porque aunque soy católico desde que estoy en el vientre materno, quiero enterarme de la versión de alguien que, como el irreverente escritor paisa, le saca los trapos al sol a la iglesia regida por Roma. Casi todos los seres humanos, al nacer, ya están matriculados en la religión que profesan sus mayores y la comunidad a la que pertenecen, sin darle al individuo la oportunidad de opinar ni escoger. Lo prudente sería instruir a las personas durante su educación acerca de las religiones más relevantes, sus cultos, costumbres, creencias, principios y dogmas de fe, para que cada uno resuelva en cual se hace anotar cuando tenga poder de decisión.
Que tal explicar durante la catequesis que las diferentes religiones coinciden en muchas cosas, y advertir además que la mayoría son más antiguas que la católica. Al menos yo me vengo a enterar apenas ahora de que el mismo 25 de diciembre nacieron de una virgen, y en un pesebre, Atis, Buda, Krishna, Horus y Zaratustra. A Mitra, además de las anteriores coincidencias, lo visitaron unos pastores y le llevaron regalos; tuvo doce apóstoles y pronunció un sermón de la montaña, fue llamado el Mesías y también resucitó. Atis murió por redimir la humanidad y resucitó al tercer día. A Buda lo bautizaron ante la presencia del espíritu santo, a los 12 años enseñó en el templo, curó enfermos, caminó sobre el agua y multiplicó unos biscochos para alimentar a 500 parroquianos. A Dionisio lo llamaron rey de reyes, salvador, redentor, hijo del hombre, cordero de dios y la palabra encarnada, fue crucificado entre dos ladrones y resucitó al tercer día. Krishna era hijo de un carpintero, la estrella de oriente anunció su nacimiento y los pastores le llevaron especias de regalo.
Todos los días crece el número de creyentes que optan por tener una comunicación directa son un ser superior al que acatan y respetan, antes que rendirle pleitesía a un “intermediario” que lo único que hace es llevar razones y aprovecharse para cobrar comisión por cualquier mandado. Porque las iglesias se han lucrado de la ignorancia de sus seguidores, o del hecho de tenerlos alienados en sus filas, para dictar sus mandatos y manipular las masas, amparados en el miedo que genera la amenaza de enfrentar una vida eterna condenados al castigo y el sufrimiento.
Si uno critica a la iglesia por su forma de proceder, después de leer el libro de marras queda convencido de que su comportamiento a través de la historia ha dejado mucho que desear, y que los representantes de Dios en la tierra no merecen credibilidad ni sumisión. Basta con recordar la inquisición, las cruzadas, la lista de libros prohibidos, la venta de indulgencias, la persecución a los judíos, el sometimiento y destrucción de comunidades aborígenes, el contubernio con los nazis, la pederastia, la corrupción y las intrigas del Vaticano, para confirmar que aquí lo que sobran son santos, beatos y venerables.
La historia del papado es escandalosa y ante semejante sinvergüencería puede uno pensar que el escritor exagera, pero de ser así ya alguien lo habría desmentido. El documento encierra una investigación intensa y profunda, con datos exactos para quien dude o quiera corroborar. Desde el primer papa hasta el actual ninguno se salva de sus denuncias, con minucioso escrutinio de todas sus aberraciones, injusticias, corruptelas, manipulaciones, infamias, marrullas y conspiraciones.
Las inexactitudes existentes en los evangelios dejan muchas dudas en el lector, y el hecho de que las primeras líneas escritas acerca de la vida de Jesús datan de 200 años después de su muerte es argumento suficiente para suponer que están llenos de datos erróneos y hechos confusos; una historia trasmitida por tradición oral, ante la inexistencia de cualquier otro medio de comunicación porque los escribanos eran muy escasos, tiene que sufrir muchas transformaciones en un lapso tan extenso. Los evangelistas no le merecen al escritor ninguna credibilidad y por el contrario los señala como iletrados oportunistas y manipuladores.
Al discutir estos temas con un creyente fanático siempre nos va a salir, al sentirse acorralado ante un argumento válido, que para cualquier duda debemos recurrir a la fe. Alguien dijo que la fe es necesaria para creer en algo que no existe, y valido esa interpretación cuando por la fe católica debemos aceptar que la virgen María ascendió al cielo en cuerpo y alma. Si el Papa Juan Pablo II dijo muy claro que el cielo no existe como un lugar físico, ¿entonces por dónde deambula la Santa Madre desde hace dos mil años?
Espero que lean la segunda entrega de este escrito antes de tildarme de ateo, incrédulo, nihilista y come curas.
pmejiama1@une.net.co
martes, noviembre 27, 2007
sábado, noviembre 24, 2007
Redacción y corrección de textos.
Pablo Mejía Arango.
Redacción y corrección de textos.
Redacción:
Para muchas personas es difícil redactar un informe, un discurso, una carta o un simple memorando, y pierden mucho tiempo en esa diligencia.
Corrección:
Un texto con faltas de ortografía, mala puntuación y demás falencias gramaticales deja una mala imagen de quien lo remite.
Resumen:
Requiere mucha dedicación resumir un texto extenso hasta convertirlo en un documento conciso, explícito y fácil de leer.
Contactarme en la dirección electrónica: pmejiama1@une.net.co
Teléfono: 8870853 Manizales.
Celular: 314 681 8860
Redacción y corrección de textos.
Redacción:
Para muchas personas es difícil redactar un informe, un discurso, una carta o un simple memorando, y pierden mucho tiempo en esa diligencia.
Corrección:
Un texto con faltas de ortografía, mala puntuación y demás falencias gramaticales deja una mala imagen de quien lo remite.
Resumen:
Requiere mucha dedicación resumir un texto extenso hasta convertirlo en un documento conciso, explícito y fácil de leer.
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Teléfono: 8870853 Manizales.
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lunes, noviembre 19, 2007
El sufrido rebusque.
Poco a poco el optimismo retorna a nuestra patria. Aunque vivimos en medio del caos se nota en la gente una actitud diferente; más positiva, con mejores perspectivas yejor talante. No dejo de imaginar cómo sería este país si viviéramos en paz y hubiera más justicia social; porque si así, con semejante conflicto armado que enfrentamos la industria crece y muchas multinacionales se la juegan con nosotros, no cabe duda de que en condiciones normales seríamos una potencia mundial. El colombiano es trabajador, amable, emprendedor, simpático, abnegado y buena gente.
Es de admirar que ante el creciente desempleo la mayoría de la gente, antes que dedicarse a robar o a delinquir, se invente unas formas de subsistencia que deja maravillado a cualquiera. El pueblo duda de las cifras que presentan con respecto al desempleo, porque mientras el gobierno insiste en que el porcentaje disminuye, cada día se ven más varados en las calles. Tener camello, conseguir coloca o encontrar destino, son expresiones que utiliza el vulgo para referirse a la condición de contar con un empleo estable.
Lo increíble es que haya personas con necesidad de generar empleo y que nadie se interese en ocuparlos. Sucede por ejemplo con las empleadas domesticas. A diario vemos señoras que buscan desesperadas una “muchacha”, como les dicen coloquialmente, pero el trámite se ha vuelto muy complicado. Un trabajo cómodo, con buena comida y habitación con televisor y agua caliente, derecho a salir cuando le provoque con alguna disculpa que esgrima, manejo de su tiempo, seguridad social, prestaciones y el descanso correspondiente. Otras trabajan por días y así duermen en sus casas.
Sin embargo es muy difícil enganchar a alguien en este tipo de empleo. Después de hablar con infinidad de aspirantes, muchas no le jalan a la coloca porque les parece demasiado grande la casa, o la familia es muy numerosa (rara vez pasan de cuatro), no tienen empatía con la patrona, o el señor les parece muy malencarado. Cuando al fin la señora logra arreglar con alguna, es muy alta la posibilidad de que la mujer no aparezca el día acordado. Seguro que no llama siquiera a disculparse, y de hacerlo sale con una disculpa risible.
En los últimos años por la misma época, cuando inicia la cosecha cafetera, se repite la misma historia: no hay quién la recolecte. En pueblos y ciudades los desocupados recorren las calles sin esperanzas, pero no se les ocurre optar por esta oportunidad que al menos les asegura la comida. En un principio les irá mal por falta de destreza en el oficio, pero no sobra recordarles que así empezaron todos. Seguro que muy pronto serán unas fieras y así podrán contar con una fuente de ingresos segura y confiable. Esas son las paradojas de nuestro pueblo: mientras el café se pierde porque no hay quien lo coja, ejércitos de desempleados acaban los pantalones por el fondillo.
Ante la dificultad para encontrar un empleo digno y estable, muchos compatriotas se rebuscan la forma de conseguir algo para llevar a la casa; lo que llaman la liga. Hay que ver por ejemplo en lo que se han convertido los semáforos en Bogotá. Son hervideros donde una multitud de personas ofrecen los más variados servicios y las ventas informales pululan; aguacates, libros piratas, dulces y cigarrillos menudeados, sombrillas, limpiones, juguetes, aditamentos para el celular, frutas, candelas y cuanto cacharro pueda uno imaginar. Las familias con carteles donde relatan su tragedia como desplazados; los maromeros que derrochan ingenio y habilidad; el minusválido que implora; un fulano que baila con una muñeca, y los que aprovechan un descuido para lavar a las malas los parabrisas de los carros.
En las carreteras la gente explota un cruce o un desvío para con un cartel avisar a los conductores y a cambio recibir una moneda, mientras otros se arman de una pala para tapar los huecos de las vías en mal estado. Hay personas especializadas en madrugar a hacer filas para vender los cupos; otros pasean perros; los hay que se disfrazan de mimos y hágale a remedar al que pase; y el más varado personaliza a un payaso para con un altavoz invitar a la clientela a almorzar corrientazo.
En mi vecindario todos los días ofrecen aguacates maduros, frutas y verduras, buñuelos a trescientos, escobas y traperos; también arreglan sombrillas y pitadoras, y hasta un zapatero remendón anda con el negocio al hombro (me refiero a la herramienta... mejor dicho, al martillo, el pegante y las tachuelas). En el famoso rebusque ha hecho carrera el cliente que grita a voz en cuello: “de puro marrano vendo chorizos”, y ni hablar del aviso clasificado más cruel de todos: “músico sin trabajo vende contrabajo”.
Mis sobrinos Santiago y Arturo están en esa edad en que a los niños les empieza a “resbalar” la plata. Entonces mi hermana mayor, que tiene una perrita muy juiciosa e inteligente, contrata a los sobrinos para que saquen la mascota al parque a hacer sus necesidades. Un día otro de mis hermanos se topa con los muchachos que muy aburridos miraban con desprecio al animal, por lo que el tío les pregunta qué sucede. Y responden al unísono con desespero y desazón:
-No, pues aquí esperando a que esta chandosa cague. No ve que si no hay bollo tampoco hay propina.
pmejiama1@une.net.co
Es de admirar que ante el creciente desempleo la mayoría de la gente, antes que dedicarse a robar o a delinquir, se invente unas formas de subsistencia que deja maravillado a cualquiera. El pueblo duda de las cifras que presentan con respecto al desempleo, porque mientras el gobierno insiste en que el porcentaje disminuye, cada día se ven más varados en las calles. Tener camello, conseguir coloca o encontrar destino, son expresiones que utiliza el vulgo para referirse a la condición de contar con un empleo estable.
Lo increíble es que haya personas con necesidad de generar empleo y que nadie se interese en ocuparlos. Sucede por ejemplo con las empleadas domesticas. A diario vemos señoras que buscan desesperadas una “muchacha”, como les dicen coloquialmente, pero el trámite se ha vuelto muy complicado. Un trabajo cómodo, con buena comida y habitación con televisor y agua caliente, derecho a salir cuando le provoque con alguna disculpa que esgrima, manejo de su tiempo, seguridad social, prestaciones y el descanso correspondiente. Otras trabajan por días y así duermen en sus casas.
Sin embargo es muy difícil enganchar a alguien en este tipo de empleo. Después de hablar con infinidad de aspirantes, muchas no le jalan a la coloca porque les parece demasiado grande la casa, o la familia es muy numerosa (rara vez pasan de cuatro), no tienen empatía con la patrona, o el señor les parece muy malencarado. Cuando al fin la señora logra arreglar con alguna, es muy alta la posibilidad de que la mujer no aparezca el día acordado. Seguro que no llama siquiera a disculparse, y de hacerlo sale con una disculpa risible.
En los últimos años por la misma época, cuando inicia la cosecha cafetera, se repite la misma historia: no hay quién la recolecte. En pueblos y ciudades los desocupados recorren las calles sin esperanzas, pero no se les ocurre optar por esta oportunidad que al menos les asegura la comida. En un principio les irá mal por falta de destreza en el oficio, pero no sobra recordarles que así empezaron todos. Seguro que muy pronto serán unas fieras y así podrán contar con una fuente de ingresos segura y confiable. Esas son las paradojas de nuestro pueblo: mientras el café se pierde porque no hay quien lo coja, ejércitos de desempleados acaban los pantalones por el fondillo.
Ante la dificultad para encontrar un empleo digno y estable, muchos compatriotas se rebuscan la forma de conseguir algo para llevar a la casa; lo que llaman la liga. Hay que ver por ejemplo en lo que se han convertido los semáforos en Bogotá. Son hervideros donde una multitud de personas ofrecen los más variados servicios y las ventas informales pululan; aguacates, libros piratas, dulces y cigarrillos menudeados, sombrillas, limpiones, juguetes, aditamentos para el celular, frutas, candelas y cuanto cacharro pueda uno imaginar. Las familias con carteles donde relatan su tragedia como desplazados; los maromeros que derrochan ingenio y habilidad; el minusválido que implora; un fulano que baila con una muñeca, y los que aprovechan un descuido para lavar a las malas los parabrisas de los carros.
En las carreteras la gente explota un cruce o un desvío para con un cartel avisar a los conductores y a cambio recibir una moneda, mientras otros se arman de una pala para tapar los huecos de las vías en mal estado. Hay personas especializadas en madrugar a hacer filas para vender los cupos; otros pasean perros; los hay que se disfrazan de mimos y hágale a remedar al que pase; y el más varado personaliza a un payaso para con un altavoz invitar a la clientela a almorzar corrientazo.
En mi vecindario todos los días ofrecen aguacates maduros, frutas y verduras, buñuelos a trescientos, escobas y traperos; también arreglan sombrillas y pitadoras, y hasta un zapatero remendón anda con el negocio al hombro (me refiero a la herramienta... mejor dicho, al martillo, el pegante y las tachuelas). En el famoso rebusque ha hecho carrera el cliente que grita a voz en cuello: “de puro marrano vendo chorizos”, y ni hablar del aviso clasificado más cruel de todos: “músico sin trabajo vende contrabajo”.
Mis sobrinos Santiago y Arturo están en esa edad en que a los niños les empieza a “resbalar” la plata. Entonces mi hermana mayor, que tiene una perrita muy juiciosa e inteligente, contrata a los sobrinos para que saquen la mascota al parque a hacer sus necesidades. Un día otro de mis hermanos se topa con los muchachos que muy aburridos miraban con desprecio al animal, por lo que el tío les pregunta qué sucede. Y responden al unísono con desespero y desazón:
-No, pues aquí esperando a que esta chandosa cague. No ve que si no hay bollo tampoco hay propina.
pmejiama1@une.net.co
lunes, noviembre 12, 2007
Diferencias abismales.
Los mensajes que circulan por el correo de internet están plagados de chistes flojos acerca del modo de ser de hombres y mujeres. Unos y otras dedican largas horas a programar unas elaboradas presentaciones donde ridiculizan al sexo opuesto, lo que asegura la continuidad de la competencia porque al aparecer uno nuevo, provoca en alguien la necesidad de responder con mayor saña e ironía. Cuentos viejos y trillados algunos, y otros finos e ingeniosos. Lo absurdo es que hay personas que se ofenden con este tipo de pendejadas, y esto solo contribuye a echarle pimienta al asunto y lograr que perdure el enfrentamiento.
Todos debemos reconocer que entre hombres y mujeres lo único que hay es diferencias, situación que debemos agradecerle al Creador porque de lo contrario esta vida sería sosa e insípida. Qué tal todos de un mismo sexo, igualitos en el modo de comportarnos y como dicen por ahí, cortados con la misma tijera. Por algo dicen que en la variedad está el placer. Y como entre gustos no hay disgustos, vemos a hombres y mujeres sin ninguna gracia física pavonearse enganchados a sus respectivas parejas. A toda plasta le corresponde su cucarrón.
Son incontables las diferencias que existen, pero voy a echar mano de unas pocas para ponerlas como ejemplo. Empiezo con una característica típica de las mujeres y que se presenta sin falta en cualquier tertulia o reunión. Todos, sin distinción de sexo, quieren enterarse de los cuentos y no perder detalle acerca de los últimos chismes. Entonces arranca alguien a soltar un rollo de esos que crean expectativa, y en ese preciso instante la mayoría de las damas presentes le comentan algo a la compañera del lado. Dónde compraste esa cartera; al fin conseguiste muchacha; qué supiste de fulanita; cómo están tus hijos; o busca halagarla al decirle que tiene divino el pelo. La otra responde a la inquietud de su amiga y conversan un momento sobre del tema, hasta que una de ellas para oreja y se interesa por el cuento central, por lo que ambas exigen con insistencia que empiecen de nuevo el relato para cogerle el hilo. Por ello es bueno advertir, antes de tomar la palabra, que no hay repeticiones ni explicaciones para nadie.
Un comportamiento en el que hay grandes diferencias entre ambos sexos es la vanidad. Aunque ahora muchos hombres se preocupan en demasía por su presentación personal, hasta ser reconocidos como metro sexuales, para las mujeres esta es una obsesión que a veces raya con la manía. Pasan horas ante el espejo y la indecisión al momento de vestirse les hace perder mucho tiempo. El paso de los años y los estragos que produce la fuerza de la gravedad en sus tejidos blandos, por delante y por detrás, no les deja un minuto de tranquilidad. Unos kilos de más son causa de disgustos y depresiones, lo que puede llevarlas a enfermedades mentales muy graves y de difícil tratamiento. Mientras tanto las flacas hacen maromas para ganar peso.
Muchas mujeres se emperifollan hasta la exageración, para luego vestir unas prendas sensuales y provocativas, lo que conlleva a que sean blanco de piropos, miradas lascivas, expresiones vulgares y no falta el que les mande la mano al cajón. O en el peor de los casos son violadas y ultrajadas por algún maniático que se topen. Claro que después de analizar el asunto con detenimiento, puede uno deducir que la mayoría de las mujeres obra de esta manera es para que las vean sus congéneres. Sin duda lo que buscan, así sea de manera inconsciente, es competir con sus amigas o compañeras de ocasión. De no ser así, cómo se explica que si ellas van por ejemplo para un costurero con las amigas de toda la vida, pongan tanto cuidado en la presentación personal; desde el peinado hasta el último detalle en su indumentaria.
Y para corroborar las diferencias tan marcadas entre ambos sexos, pueden compararse las reuniones entre amigos. Las mujeres en su tertulia están todas de punta en blanco y la anfitriona ofrece una comida sofisticada y elegante; degustan una copa de vino o una taza de té; van de seguido al baño para retocar el maquillaje; fuman como presas en licencia; rajan de lo divino y lo humano; hablan seguido por el celular; se echan flores entre sí; denigran de los maridos y conversan todas al tiempo sobre moda, los hijos, las empleadas del servicio, los últimos separados; y la recién operada muestra orgullosa sus aún turgentes “marujas”.
En cambio en un grupo de hombres en similares circunstancias puede notarse la informalidad. El dueño de casa ofrece cerveza y trago en general; propone pedir arroz chino y les dice a los contertulios que se acomoden como puedan. Todos se presentan desgualetados, se carcajean, palmotean a los demás, pedorrean y eructan, echan madrazos, pronuncian expresiones de grueso calibre, y prefieren conversar acerca de sexo, carros, viejas, cualquier persona en bancarrota y todo chisme que alcance el calificativo de “carnudo”.
La diferencia de una pareja que ve una película pornográfica está en que el tipo aprovecha la coyuntura, entuca, procede, finiquita y luego ronca a pierna suelta, mientras la dama trata de ponerle romanticismo al asunto y luego espera hasta el final de la cinta para ver si los protagonistas se casan.
pmejiama1@une.net.co
Todos debemos reconocer que entre hombres y mujeres lo único que hay es diferencias, situación que debemos agradecerle al Creador porque de lo contrario esta vida sería sosa e insípida. Qué tal todos de un mismo sexo, igualitos en el modo de comportarnos y como dicen por ahí, cortados con la misma tijera. Por algo dicen que en la variedad está el placer. Y como entre gustos no hay disgustos, vemos a hombres y mujeres sin ninguna gracia física pavonearse enganchados a sus respectivas parejas. A toda plasta le corresponde su cucarrón.
Son incontables las diferencias que existen, pero voy a echar mano de unas pocas para ponerlas como ejemplo. Empiezo con una característica típica de las mujeres y que se presenta sin falta en cualquier tertulia o reunión. Todos, sin distinción de sexo, quieren enterarse de los cuentos y no perder detalle acerca de los últimos chismes. Entonces arranca alguien a soltar un rollo de esos que crean expectativa, y en ese preciso instante la mayoría de las damas presentes le comentan algo a la compañera del lado. Dónde compraste esa cartera; al fin conseguiste muchacha; qué supiste de fulanita; cómo están tus hijos; o busca halagarla al decirle que tiene divino el pelo. La otra responde a la inquietud de su amiga y conversan un momento sobre del tema, hasta que una de ellas para oreja y se interesa por el cuento central, por lo que ambas exigen con insistencia que empiecen de nuevo el relato para cogerle el hilo. Por ello es bueno advertir, antes de tomar la palabra, que no hay repeticiones ni explicaciones para nadie.
Un comportamiento en el que hay grandes diferencias entre ambos sexos es la vanidad. Aunque ahora muchos hombres se preocupan en demasía por su presentación personal, hasta ser reconocidos como metro sexuales, para las mujeres esta es una obsesión que a veces raya con la manía. Pasan horas ante el espejo y la indecisión al momento de vestirse les hace perder mucho tiempo. El paso de los años y los estragos que produce la fuerza de la gravedad en sus tejidos blandos, por delante y por detrás, no les deja un minuto de tranquilidad. Unos kilos de más son causa de disgustos y depresiones, lo que puede llevarlas a enfermedades mentales muy graves y de difícil tratamiento. Mientras tanto las flacas hacen maromas para ganar peso.
Muchas mujeres se emperifollan hasta la exageración, para luego vestir unas prendas sensuales y provocativas, lo que conlleva a que sean blanco de piropos, miradas lascivas, expresiones vulgares y no falta el que les mande la mano al cajón. O en el peor de los casos son violadas y ultrajadas por algún maniático que se topen. Claro que después de analizar el asunto con detenimiento, puede uno deducir que la mayoría de las mujeres obra de esta manera es para que las vean sus congéneres. Sin duda lo que buscan, así sea de manera inconsciente, es competir con sus amigas o compañeras de ocasión. De no ser así, cómo se explica que si ellas van por ejemplo para un costurero con las amigas de toda la vida, pongan tanto cuidado en la presentación personal; desde el peinado hasta el último detalle en su indumentaria.
Y para corroborar las diferencias tan marcadas entre ambos sexos, pueden compararse las reuniones entre amigos. Las mujeres en su tertulia están todas de punta en blanco y la anfitriona ofrece una comida sofisticada y elegante; degustan una copa de vino o una taza de té; van de seguido al baño para retocar el maquillaje; fuman como presas en licencia; rajan de lo divino y lo humano; hablan seguido por el celular; se echan flores entre sí; denigran de los maridos y conversan todas al tiempo sobre moda, los hijos, las empleadas del servicio, los últimos separados; y la recién operada muestra orgullosa sus aún turgentes “marujas”.
En cambio en un grupo de hombres en similares circunstancias puede notarse la informalidad. El dueño de casa ofrece cerveza y trago en general; propone pedir arroz chino y les dice a los contertulios que se acomoden como puedan. Todos se presentan desgualetados, se carcajean, palmotean a los demás, pedorrean y eructan, echan madrazos, pronuncian expresiones de grueso calibre, y prefieren conversar acerca de sexo, carros, viejas, cualquier persona en bancarrota y todo chisme que alcance el calificativo de “carnudo”.
La diferencia de una pareja que ve una película pornográfica está en que el tipo aprovecha la coyuntura, entuca, procede, finiquita y luego ronca a pierna suelta, mientras la dama trata de ponerle romanticismo al asunto y luego espera hasta el final de la cinta para ver si los protagonistas se casan.
pmejiama1@une.net.co
martes, noviembre 06, 2007
El que llaman…
A veces me pregunto quién habrá sido el primer ser humano al que le endilgaron un apodo. Porque al menos en nuestra cultura, son muy poquitos los que se salvan de cargar con un remoquete que los distingue entre los demás. No conozco si en otras latitudes tienen la misma tradición, aunque es claro que por ejemplo en los Estados Unidos acostumbran referirse a las personas con las iniciales cuando se trata de nombres compuestos, como BJ, OJ y JJ (pronuncian Yei Yei, y debe ser el John Jairo de por allá), y en los nombres simples prefieren usar el apócope del mismo: Tom, Ben, Cat, Chris, Su y Andy.
En muchos países de Latinoamérica hemos cogido la maña de bautizar a los niños con unos nombres que la verdad no requieren apodo, porque son tan rebuscados que de por sí llaman la atención; aparte de que muchos prefieren denominar a los mocosos como si fueran nacidos en otras latitudes: Usnavy (copiado de un barco de la armada gringa), Elizabet, Fransuá, Gregory, Brayan, Leidy o Estiven. En cambio en España son comunes los tradicionales de nuestro idioma, costumbre que prevaleció entre nosotros hasta hace unos años cuando los muchachitos se llamaban Augusto, Manuel, Claudia, Helena o Germán. También se echaba mano de los nombres bíblicos para hombres y mujeres, y ha sido costumbre que a ciertos apelativos se les aplique automáticamente un reemplazo ineludible: a José le dicen Pepe, a Jesús Chucho, a Benjamín Mincho, a Antonio Toño, a Gonzalo Lalo y a Francisco Pacho. En castellano también se utiliza apocoparlos y así resultan Isa, Santi, Tina, Tavo, Concha, Nepo y Justo.
Pero definitivamente en la mayoría de nuestro territorio la costumbre de chantarles a las personas un mote desde pequeños es raizal, sobre todo en regiones como la costeña y la paisa. Muchos adquieren el remoquete en la familia porque un hermanito menor no sabe pronunciar su nombre y le dice de cierta manera, o por alguna característica en particular; de lo contrario, en la época escolar le endilgan su apodo a como dé lugar. Del primer caso resultan apelativos tales como tata, nena, gordo, negra, cuqui, tolo, etc.; mientras que los que ponen los compañeros de estudio son más ingeniosos, burlescos y descriptivos.
En nuestra ciudad la gente acostumbra preguntar, cuando no logra dar con alguien a quien le describen, con qué apodo es conocido el personaje a ver si logra ubicarlo. Familias enteras cargan con un apelativo que los distingue sin duda de los demás. Por ejemplo le hablan de un Echeverri y en vista de que son tantos los que llevan ese apellido, basta con decir que es de los capachos para aclarar el asunto. Los macabeos pertenecen a un linaje muy numeroso y representativo en la sociedad. Las torcuatas heredaron el apodo del nombre paterno; los montañeros Uribe son reconocidos; también recuerdo a los chinches Mejía, los plastas Jaramillo, los cucharras, los mojarras, los pescaos, los bóxer, los chitas, los volquetas, las busetas y los pinochos.
El imaginario popular se desborda en variedad al momento de repartir sobrenombres. Claro que al ver los ejemplos anteriores se puede colegir que comparar a los humanos con ciertos animales ha sido costumbre de siempre y de mi época juvenil recuerdo a pingüino Uribe, conejo Londoño, perro Gallego, el pollo Ocampo, guacamaya Mejía, caballito Bernal, pato Villegas, marrano Vargas y mi hermano Fernando a quien todos llamaban ardilla. Otros se ganaban el remoquete por alguna particularidad física como el gordo Mundo, el bizco Aristizabal, huesos Villegas, telescopio (por sus lentes de aumento), mis primos muelas y pinocho Hoyos (el uno por sonreído y el otro por narizón), las hermanas Pintuco, el enano Herrera y el negro Pambelé Araque.
La costumbre de estigmatizar a los demás no tiene edad, sexo, color ni estrato. En el bajo mundo los alias son muchas veces graciosos, y en la actualidad se han puesto de moda varios paramilitares que se distinguen por sus curiosos remoquetes. En el otro extremo hay señores reconocidos de la sociedad manizaleña que han sido identificados más por sus apodos que por los nombres de pila: el Ñato Ospina, Tamarindo, Chumilas, Pecueca, Chorizo, Canasto, Penetro, Genoveva y Agapito.
Cualquier profesión o actividad cuenta con miembros que cargan con sus motes desde siempre y para muchas personas es difícil referirse a ellos de una manera formal, y no por falta de educación, sino porque realmente no tienen idea de cómo se llaman. Por ejemplo entre los médicos de las primeras promociones de nuestra Universidad de Caldas son muy recordados Tamal, Momia, Lacra, Escopeta y Catarro. De los galenos que se desempeñan en la actualidad puedo nombrar a Nimbus, Canocho, Pochocha, Chichí y Chamizo. Otro caso curioso es el de personas a las que les cambian definitivamente el nombre; conozco a una señora Maria Eugenia a quien absolutamente todo el mundo le dice Nuria.
En cambio hay otros que por su nombre no necesitan apodo. Un ex gobernador de Caldas, víctima infortunada de esta violencia absurda que nos agobia, relataba con mucha gracia que ya de adulto se enteró de que un compañerito suyo de la primaria llegó un día muy excitado a la casa con este cuento:
-Mami, mami, en mi clase hay un niño al que le dicen Fortunato.
pmejiama1@une.net.co
En muchos países de Latinoamérica hemos cogido la maña de bautizar a los niños con unos nombres que la verdad no requieren apodo, porque son tan rebuscados que de por sí llaman la atención; aparte de que muchos prefieren denominar a los mocosos como si fueran nacidos en otras latitudes: Usnavy (copiado de un barco de la armada gringa), Elizabet, Fransuá, Gregory, Brayan, Leidy o Estiven. En cambio en España son comunes los tradicionales de nuestro idioma, costumbre que prevaleció entre nosotros hasta hace unos años cuando los muchachitos se llamaban Augusto, Manuel, Claudia, Helena o Germán. También se echaba mano de los nombres bíblicos para hombres y mujeres, y ha sido costumbre que a ciertos apelativos se les aplique automáticamente un reemplazo ineludible: a José le dicen Pepe, a Jesús Chucho, a Benjamín Mincho, a Antonio Toño, a Gonzalo Lalo y a Francisco Pacho. En castellano también se utiliza apocoparlos y así resultan Isa, Santi, Tina, Tavo, Concha, Nepo y Justo.
Pero definitivamente en la mayoría de nuestro territorio la costumbre de chantarles a las personas un mote desde pequeños es raizal, sobre todo en regiones como la costeña y la paisa. Muchos adquieren el remoquete en la familia porque un hermanito menor no sabe pronunciar su nombre y le dice de cierta manera, o por alguna característica en particular; de lo contrario, en la época escolar le endilgan su apodo a como dé lugar. Del primer caso resultan apelativos tales como tata, nena, gordo, negra, cuqui, tolo, etc.; mientras que los que ponen los compañeros de estudio son más ingeniosos, burlescos y descriptivos.
En nuestra ciudad la gente acostumbra preguntar, cuando no logra dar con alguien a quien le describen, con qué apodo es conocido el personaje a ver si logra ubicarlo. Familias enteras cargan con un apelativo que los distingue sin duda de los demás. Por ejemplo le hablan de un Echeverri y en vista de que son tantos los que llevan ese apellido, basta con decir que es de los capachos para aclarar el asunto. Los macabeos pertenecen a un linaje muy numeroso y representativo en la sociedad. Las torcuatas heredaron el apodo del nombre paterno; los montañeros Uribe son reconocidos; también recuerdo a los chinches Mejía, los plastas Jaramillo, los cucharras, los mojarras, los pescaos, los bóxer, los chitas, los volquetas, las busetas y los pinochos.
El imaginario popular se desborda en variedad al momento de repartir sobrenombres. Claro que al ver los ejemplos anteriores se puede colegir que comparar a los humanos con ciertos animales ha sido costumbre de siempre y de mi época juvenil recuerdo a pingüino Uribe, conejo Londoño, perro Gallego, el pollo Ocampo, guacamaya Mejía, caballito Bernal, pato Villegas, marrano Vargas y mi hermano Fernando a quien todos llamaban ardilla. Otros se ganaban el remoquete por alguna particularidad física como el gordo Mundo, el bizco Aristizabal, huesos Villegas, telescopio (por sus lentes de aumento), mis primos muelas y pinocho Hoyos (el uno por sonreído y el otro por narizón), las hermanas Pintuco, el enano Herrera y el negro Pambelé Araque.
La costumbre de estigmatizar a los demás no tiene edad, sexo, color ni estrato. En el bajo mundo los alias son muchas veces graciosos, y en la actualidad se han puesto de moda varios paramilitares que se distinguen por sus curiosos remoquetes. En el otro extremo hay señores reconocidos de la sociedad manizaleña que han sido identificados más por sus apodos que por los nombres de pila: el Ñato Ospina, Tamarindo, Chumilas, Pecueca, Chorizo, Canasto, Penetro, Genoveva y Agapito.
Cualquier profesión o actividad cuenta con miembros que cargan con sus motes desde siempre y para muchas personas es difícil referirse a ellos de una manera formal, y no por falta de educación, sino porque realmente no tienen idea de cómo se llaman. Por ejemplo entre los médicos de las primeras promociones de nuestra Universidad de Caldas son muy recordados Tamal, Momia, Lacra, Escopeta y Catarro. De los galenos que se desempeñan en la actualidad puedo nombrar a Nimbus, Canocho, Pochocha, Chichí y Chamizo. Otro caso curioso es el de personas a las que les cambian definitivamente el nombre; conozco a una señora Maria Eugenia a quien absolutamente todo el mundo le dice Nuria.
En cambio hay otros que por su nombre no necesitan apodo. Un ex gobernador de Caldas, víctima infortunada de esta violencia absurda que nos agobia, relataba con mucha gracia que ya de adulto se enteró de que un compañerito suyo de la primaria llegó un día muy excitado a la casa con este cuento:
-Mami, mami, en mi clase hay un niño al que le dicen Fortunato.
pmejiama1@une.net.co
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