Los colombianos no podemos quejarnos por carecer de tema de conversación. No alcanzamos a digerir tantos chicharrones y en las tertulias nos peleamos la palabra para expresar ideas y opiniones; porque a diferencia de otras latitudes, aquí la realidad sobrepasa la ficción. Y ante tantas conjeturas y diferentes lecturas que damos a los acontecimientos, son muchos los cabos sueltos y las suspicacias que afloran. Esto pude comprobarlo al conversar con don Aniceto Rebolledo, quien no come cuento fácilmente y aplica la malicia indígena. El viejo andaba copetón para hacer honor a su nombre, que según él, viene de anís.
*Vea hombre, no se le olvide que todo lo que viene de las FARC está fríamente calculado y lo presentan como ellos quieren que se vea. Yo no les creo un carajo. Hace días leí un artículo, de un periodista venezolano y publicado en un periódico de allá, donde el pisco asegura que los secuestrados que con tanto bombo han liberado con el patrocinio de Chávez y su compinche Piedad, pasaron varias semanas de recuperación en la finca del Ministro Rodríguez Chacín, un vergajo de mala calaña al que solo le falta el camuflado de guerrillero.
Resalta el periodista la diferencia que hay entre la facha que presentaron el ahora Canciller Araujo y el policía Pinchao cuando aparecieron, que semejaban cadáveres ambulantes, a los recientemente liberados que, excepto Géchen a quien largaron antes de que se les muriera allá, lucían frescos, sanos y algunos hasta repuesticos. Las mujeres maquilladas y bien peinadas, aunque supuestamente habían caminado durante 20 o más días por la selva amazónica. Y si el doctor Géchen casi no daba paso porque estaba cojo, asfixiado por la insuficiencia cardiaca y con la columna vertebral jodida, no me vengan con que así recorrió, a pata, semejante trecho.
¿Suspicaz yo?, no hombre. Lo que pasa es hay que discernir con detenimiento y analizar sin apasionamiento. Todo el mundo feliz con las liberaciones, y con justa razón, pero hay que ahondar en el asunto. Otra cosa: mientras millones de personas esperaban ansiosas ante sus televisores la bajada del avión de los liberados, en ambas ocasiones, y se imaginaban las escenas de alegría, abrazados hasta revolcarse por el suelo y la berreada a moco tendido de todos los presentes, la situación fue tranquila y poco efusiva. Todos parecían representar un libreto orquestado ya sabemos por quiénes.
Se ha preguntado usted por ejemplo, ¿cómo escogieron a quiénes liberar? No vaya a creer que el Mono Jojoy le dijo un número en secreto a Tirofijo, y luego empezó desde el otro lado de la alambrada a preguntar: A ver, fulano, diga un número. Nada, se queda. Usted, Pérez, diga otro; listo, empaque los chiros que sale. Mendieta, le toca; no está ni tibio. Consuelo, ¿qué número dijo?; sí señora, que verrionda tan de buenas, también se larga. Olvídese mijo que algo tiene que haber detrás de esa escogencia.
O usted cree que a Luís Eladio se le ocurrió en estos días la idea de ir a proponerle a Sarkozy que saque al grupo insurgente de la lista de terroristas; o que una cita para conversar con el presidente de Francia se consigue así de fácil. Y mientras tanto Moncayo recorre el mundo entero; Clara Rojas viaja a Argentina a hablar con la tal Cristina, que casualmente le debe a Chávez su elección; y Consuelo González visita Europa para participar en foros y entrevistas. No me crea tan pendejo hombre. Si sacar la visa Schenguen es un gallo, y cualquier viaje de esos vale un platal. ¿Quién los patrocina? ¿Quién les programa la agenda y consigue citas con semejantes personajes? Métame el dedo en la boca si quiere, pero no me pida que trague entero.
Pero deje que con la incautación de los computadores ahora sí quedaron en pelota esos bandidos. Ya no tenemos que “suponer” que envían droga por toneladas. Que Chávez paga el protagonismo que le dan con dólares, petróleo y gasolina para que negocien en el exterior, y fusiles de segunda. Que con el gobierno de Ecuador tienen relaciones formales, y así el ministro Larrea lo niegue, se les quedó en veremos el plan para liberar el hijo de Moncayo y así meter al baile al presidente Correa. Y el profesor, que tanta lora ha dado y tras seguir al pie de la letra las instrucciones del Secretariado para lograr rescatar a su muchacho, quedó como el ternero.
Ya no es suspicacia creer que los presidentes vecinos tienen una trinca para apoyar la chusma y desestabilizar nuestro gobierno; que las FARC son terroristas internacionales que trafican hasta con uranio; que están cercados por el ejército en varios frentes y las deserciones los tienen fregados; o que para esa organización el despeje es primordial. Si nos enteramos de tanta cosa con los pocos documentos publicados, cómo será lo que hay en los miles de pruebas que encontraron. Para completar, tienen que dormir con un ojo abierto, como El Fantasma, porque sus mismos guardaespaldas los pasan al papayo.
Ahora salen el gobierno francés, el ecuatoriano, misiá Piedad y otros tantos a reclamar porque mataron a Raulito, en calzoncillos, cuando se aprestaba a tramitar más liberaciones. Qué pena con ellos. En adelante tocará preguntar en qué anda el bandido, y si tiene las botas puestas.
pmejiama1@une.net.co
domingo, marzo 30, 2008
lunes, marzo 17, 2008
Genio y figura.
El gran misterio del ser humano es la personalidad; el alma, el ser, la sustancia, el espíritu o como quiera llamarse. Muchos viven obsesionados por el cuidado del cuerpo, dedican muchas horas al ejercicio y al estado físico, pero poco se interesan por alimentar su intelecto y mantener activo el cerebro. Basta echarle un poco de cabeza al asunto para concluir que el organismo es un simple estuche donde habita un ser único e irrepetible. La perfección con la que funciona el cuerpo humano es superior a cualquier otra creación del universo, pero no cabe duda de que ante la capacidad de raciocinio no existe nada comparable. Porque los demás seres vivos también poseen organismos exactos y precisos, pero no pueden pensar, reír, llorar, admirar, amar, rezar o simplemente hablar.
Desde muy pequeño el recién nacido presenta rasgos de cómo será su personalidad, y puede saberse si de adulto va a ser extrovertido, tímido, mala ley, alegre, taimado, emprendedor, gracioso o sensible. Mi sobrino Santiago es un muchacho que desde muy chiquito dejó ver su carisma, además de tener una forma de ser que le llega a todo el mundo. Tiene un humor genial, se le mide a lo que sea, no conoce la mamitis o los berrinches, y hay que ver la correa que tiene para enfrentar las chanzas que le hacemos sus tíos y familiares. Cuando visito a mis padres y hermanos nos reímos al recordar los cuentos del sardino, que a sus escasos 10 años ya es todo un personaje.
Es, sin duda, la mascota de mis padres. Desde muy pequeño se amaña con los abuelos y hay qué ver el problema para que se vaya para su casa. Cierta vez la mamá, ante la negativa del mocoso de acompañarla, le dijo que él tenía que compartir con los papás y la hermanita, que está muy bien que uno visite los abuelos pero no puede pasarse a vivir con ellos, y que ella se comprometía a dejarlo volver al otro día. Entonces el zambo pone cara de angustia y le dice muy serio:
-Mami, ¿y cómo quieres que me vaya y deje solos a este par de ancianos desvalidos?
Una de las razones para que a Santiago le guste tanto la casa de los abuelos, es debido a que al menos una vez a la semana se aparece por allá mi tío Eduardo Arango a jugar ajedrez con mi papá, y sin falta le regala cinco mil pesos al muchacho. Don Eduar, como le decimos cariñosamente, es un miembro de familia muy especial para nosotros, pero para mis sobrinos y mi hijo, es otro abuelo. Se ponen los viejos a jugar su partida mientras saborean un trago, y el niño se arrima a patearse los cuentos y colaborar en lo que necesiten. Además, pone mucho cuidado a las historias del tío abuelo y a sus disertaciones cuando dicta cátedra sobre diferentes materias. Como el muchachito sabe que todo ese conocimiento es de autodidacta, una tarde se quedó mirándolo fijamente y muy serio le comentó:
-¿Sabe una cosa don Eduardo?, yo no sé qué admirar más en usted: si su sabiduría o su billetera.
En otra ocasión le cuenta mi madre a su hermano que no había forma de que Santiago se motilara, y que como podía ver el mocoso ya parecía un espantapájaros con esas mechas alborotadas. Cómo estaría la cosa, que ya varios miembros de la familia habían propuesto hacer una vaca para recoger una platica que lo convenciera de que se dejara aunque fuera desbastar un poquito el pelo. El niño no quería tocar el tema y propuso que mejor hablaran de otra cosa, hasta que el tío dijo, como quien no quiere la cosa, que en caso de que hicieran la recolecta podían contar con su contribución. El negrito se quedó pensativo durante un buen rato, hasta que no aguantó la tentación de hacer la pregunta obligada:
-Oiga don Eduardo… ¿y como de cuánto estaríamos hablando?
Ese muchacho se las sabe todas en la casa de mis padres. Cualquier cosa que uno necesite, no es sino preguntarle a él para que le diga dónde puede encontrarla. Come como una draga y hay que ver a la abuela darle gusto con el mecato de su preferencia, pero si uno lleva cualquier comestible de regalo hay que esconderlo porque de lo contrario no deja ni las harinas. Otra característica de ese muchacho es la facilidad para imitar a las personas; a mi padre lo mantiene calibrado y no se le escapa detalle de su forma de actuar.
Un domingo de Resurrección, al regreso de una finca donde habían estado durante el puente de Semana Santa, se fue directo a visitar a los abuelos. Los encontró acompañados por algunos de mis hermanos, y todos conversaban en voz baja porque mi madre tenía sintonizado un programa desde el Vaticano. El zambo llegó cansado por el sol y la piscina, le dijo a la abuela que se corriera para el rincón y le soltara un poquito de cobija, acomodó el cojín para recostar su cabeza, echó mano del control remoto del televisor y pronunció una frase que todos añoraban, pero que nadie se había atrevido siquiera a sugerir durante los últimos días:
-Bueno, lo primero… quitemos al Papa.
pmejiama1@une.net.co
Desde muy pequeño el recién nacido presenta rasgos de cómo será su personalidad, y puede saberse si de adulto va a ser extrovertido, tímido, mala ley, alegre, taimado, emprendedor, gracioso o sensible. Mi sobrino Santiago es un muchacho que desde muy chiquito dejó ver su carisma, además de tener una forma de ser que le llega a todo el mundo. Tiene un humor genial, se le mide a lo que sea, no conoce la mamitis o los berrinches, y hay que ver la correa que tiene para enfrentar las chanzas que le hacemos sus tíos y familiares. Cuando visito a mis padres y hermanos nos reímos al recordar los cuentos del sardino, que a sus escasos 10 años ya es todo un personaje.
Es, sin duda, la mascota de mis padres. Desde muy pequeño se amaña con los abuelos y hay qué ver el problema para que se vaya para su casa. Cierta vez la mamá, ante la negativa del mocoso de acompañarla, le dijo que él tenía que compartir con los papás y la hermanita, que está muy bien que uno visite los abuelos pero no puede pasarse a vivir con ellos, y que ella se comprometía a dejarlo volver al otro día. Entonces el zambo pone cara de angustia y le dice muy serio:
-Mami, ¿y cómo quieres que me vaya y deje solos a este par de ancianos desvalidos?
Una de las razones para que a Santiago le guste tanto la casa de los abuelos, es debido a que al menos una vez a la semana se aparece por allá mi tío Eduardo Arango a jugar ajedrez con mi papá, y sin falta le regala cinco mil pesos al muchacho. Don Eduar, como le decimos cariñosamente, es un miembro de familia muy especial para nosotros, pero para mis sobrinos y mi hijo, es otro abuelo. Se ponen los viejos a jugar su partida mientras saborean un trago, y el niño se arrima a patearse los cuentos y colaborar en lo que necesiten. Además, pone mucho cuidado a las historias del tío abuelo y a sus disertaciones cuando dicta cátedra sobre diferentes materias. Como el muchachito sabe que todo ese conocimiento es de autodidacta, una tarde se quedó mirándolo fijamente y muy serio le comentó:
-¿Sabe una cosa don Eduardo?, yo no sé qué admirar más en usted: si su sabiduría o su billetera.
En otra ocasión le cuenta mi madre a su hermano que no había forma de que Santiago se motilara, y que como podía ver el mocoso ya parecía un espantapájaros con esas mechas alborotadas. Cómo estaría la cosa, que ya varios miembros de la familia habían propuesto hacer una vaca para recoger una platica que lo convenciera de que se dejara aunque fuera desbastar un poquito el pelo. El niño no quería tocar el tema y propuso que mejor hablaran de otra cosa, hasta que el tío dijo, como quien no quiere la cosa, que en caso de que hicieran la recolecta podían contar con su contribución. El negrito se quedó pensativo durante un buen rato, hasta que no aguantó la tentación de hacer la pregunta obligada:
-Oiga don Eduardo… ¿y como de cuánto estaríamos hablando?
Ese muchacho se las sabe todas en la casa de mis padres. Cualquier cosa que uno necesite, no es sino preguntarle a él para que le diga dónde puede encontrarla. Come como una draga y hay que ver a la abuela darle gusto con el mecato de su preferencia, pero si uno lleva cualquier comestible de regalo hay que esconderlo porque de lo contrario no deja ni las harinas. Otra característica de ese muchacho es la facilidad para imitar a las personas; a mi padre lo mantiene calibrado y no se le escapa detalle de su forma de actuar.
Un domingo de Resurrección, al regreso de una finca donde habían estado durante el puente de Semana Santa, se fue directo a visitar a los abuelos. Los encontró acompañados por algunos de mis hermanos, y todos conversaban en voz baja porque mi madre tenía sintonizado un programa desde el Vaticano. El zambo llegó cansado por el sol y la piscina, le dijo a la abuela que se corriera para el rincón y le soltara un poquito de cobija, acomodó el cojín para recostar su cabeza, echó mano del control remoto del televisor y pronunció una frase que todos añoraban, pero que nadie se había atrevido siquiera a sugerir durante los últimos días:
-Bueno, lo primero… quitemos al Papa.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, marzo 12, 2008
Recorrido urbano (II).
No alcanzo a imaginar lo que puede gozar un manizaleño que no haya regresado a la ciudad desde hace muchos años, al recorrer sus barrios, parques y avenidas, y comparar su estado actual con el que dejó al momento de partir. Sin duda Manizales ha evolucionado en su desarrollo urbanístico y presenta una cara muy diferente a la de ahora años. Si quienes vivimos aquí desde siempre disfrutamos con las obras y proyectos que se adelantan, para el visitante ocasional tiene que ser muy emocionante el ejercicio.
Sigo entonces con nuestro personaje, quien desde la glorieta de la universidad mira para el morro de Sancancio. Hace unos 40 años había una carretera sin pavimentar que salía del estadio hacia el morro por donde ahora va la Avenida Paralela, y en el sector solo existían la Escuela de auxiliares de enfermería, el batallón, la fábrica Iderna, la clínica siquiátrica y una o dos viviendas rurales. En cambio ahora quedan muy pocos terrenos disponibles para construir, y pueden verse gran cantidad de casas, edificios de apartamentos, un gran centro comercial y establecimientos de todo tipo.
Ya que anda por esos lados, puede atravesar por el viaducto de Vizcaya para llegar a la glorieta de San Rafael. Con seguridad ahí sí va a quedar con la boca abierta, porque en épocas remotas en ese sector quedaba la Baja Suiza y la única vía que lo atravesaba era una tortuosa carreterita que salía del edificio Cervantes, en El Cable, y que comunicaba la ciudad con la Escuela de Carabineros y el barrio Minitas. En cambio ahora se va a topar con una moderna avenida, la Kevin Ángel, y en sus márgenes gran variedad de construcciones. También va a admirarse cuando vea los diversos barrios que hay en lo que hasta hace poco se llamaba la comuna cinco, en donde antes solo había potreros y casas campestres, entre ellas la finca de don Aparicio Díaz Cabal.
Después de comprobar que la antigua estación del ferrocarril se convirtió en una moderna universidad, puede notar que por donde cruzaba el túnel para el tren ahora hay un amplio viaducto que comunica dos importantes zonas de la ciudad. Lugo sube al Parque de los Fundadores y mientras asimila los cambios ocurridos durante su ausencia, recorre las dos cuadras que lo separan del Parque de Caldas. Allí solo va a reconocer la iglesia de La Inmaculada, el cedro y el guadual que perduran en las zonas verdes, porque el resto ha sufrido una remodelación total. Ojalá que no traiga antojo de comer en la salsamentaria de Mister albóndiga, porque de ella solo queda el recuerdo.
Seguramente encontrará la carrera 23, en el centro, muy diferente a como la dejó. Si antes era una vía carrera, donde los vehículos transitaban con dificultad porque los buses paraban en todas las esquinas y un carril estaba destinado al parqueo, ahora está diseñada para la comodidad de los peatones, quienes transitan por amplios andenes adornados con palmeras y mobiliario adecuado. Los carritos de dulces y los puestos de los vendedores ambulantes fueron remplazados por habitáculos especiales para que ofrezcan allí sus productos. De los viejos almacenes y negocios va a encontrar muy pocos, como el café La Cigarra y la pastelería La Suiza, aunque esta última en un local diferente al que ocupó en aquella época; quedaba en la misma carrera, pero entre las calles 24 y 25.
Que ni busque el viejo edificio de la alcaldía en la Plaza Alfonso López porque hace tiempos le metieron dinamita, y en la actualidad en ese entorno solo hay obreros, materiales de construcción y maquinaria pesada. Si regresa dentro de unos meses, podrá deleitarse con el diseño moderno y agradable que va a presentar una zona que por tanto tiempo ha sido el patito feo de la ciudad.
Después de recorrer a Manizales por todos sus recovecos va a recordar por ejemplo que donde existen hoy varios edificios de apartamentos, consultorios y locales comerciales, a un costado del antiguo Seminario Mayor, había un muro como el que rodeaba entonces el complejo deportivo del estadio. En la Avenida Paralela con calle 52 querrá saber si hace mucho tiempo derribaron la gallera, para enterarse de que ya van a demoler una estación de servicio que ha operado allí por muchos años para dar paso a la construcción de un túnel que comunicará muy pronto la Paralela con el sector del barrio La Asunción.
Seguro va a reconocer el sitio donde se levanta el Hospital de Caldas, pero dirá que lo nota como distinto porque está más moderno y funcional. Después sube a Chipre para disfrutar del maravilloso paisaje y comprobar que las casitas donde funcionan infinidad de negocios son las originales, y que donde quedaba el recordado Lago de Aranguito, y después las Torres de Chipre, ahora hay un majestuoso monumento a los colonizadores. Y además, que por fin volvieron realidad el antiquísimo proyecto de convertir el inmenso tanque de agua del Parque del Observatorio en un adecuado y funcional mirador.
Muy satisfecho quedará cuando recorra la doble calzada que nos une con la vecina Chinchiná y se tope con una obra espectacular que está a punto de ser realidad en el sector de La Estampilla, porque sin duda los viaductos darán realce a esa entrada a Manizales.
pmejiama1@une.net.co
Sigo entonces con nuestro personaje, quien desde la glorieta de la universidad mira para el morro de Sancancio. Hace unos 40 años había una carretera sin pavimentar que salía del estadio hacia el morro por donde ahora va la Avenida Paralela, y en el sector solo existían la Escuela de auxiliares de enfermería, el batallón, la fábrica Iderna, la clínica siquiátrica y una o dos viviendas rurales. En cambio ahora quedan muy pocos terrenos disponibles para construir, y pueden verse gran cantidad de casas, edificios de apartamentos, un gran centro comercial y establecimientos de todo tipo.
Ya que anda por esos lados, puede atravesar por el viaducto de Vizcaya para llegar a la glorieta de San Rafael. Con seguridad ahí sí va a quedar con la boca abierta, porque en épocas remotas en ese sector quedaba la Baja Suiza y la única vía que lo atravesaba era una tortuosa carreterita que salía del edificio Cervantes, en El Cable, y que comunicaba la ciudad con la Escuela de Carabineros y el barrio Minitas. En cambio ahora se va a topar con una moderna avenida, la Kevin Ángel, y en sus márgenes gran variedad de construcciones. También va a admirarse cuando vea los diversos barrios que hay en lo que hasta hace poco se llamaba la comuna cinco, en donde antes solo había potreros y casas campestres, entre ellas la finca de don Aparicio Díaz Cabal.
Después de comprobar que la antigua estación del ferrocarril se convirtió en una moderna universidad, puede notar que por donde cruzaba el túnel para el tren ahora hay un amplio viaducto que comunica dos importantes zonas de la ciudad. Lugo sube al Parque de los Fundadores y mientras asimila los cambios ocurridos durante su ausencia, recorre las dos cuadras que lo separan del Parque de Caldas. Allí solo va a reconocer la iglesia de La Inmaculada, el cedro y el guadual que perduran en las zonas verdes, porque el resto ha sufrido una remodelación total. Ojalá que no traiga antojo de comer en la salsamentaria de Mister albóndiga, porque de ella solo queda el recuerdo.
Seguramente encontrará la carrera 23, en el centro, muy diferente a como la dejó. Si antes era una vía carrera, donde los vehículos transitaban con dificultad porque los buses paraban en todas las esquinas y un carril estaba destinado al parqueo, ahora está diseñada para la comodidad de los peatones, quienes transitan por amplios andenes adornados con palmeras y mobiliario adecuado. Los carritos de dulces y los puestos de los vendedores ambulantes fueron remplazados por habitáculos especiales para que ofrezcan allí sus productos. De los viejos almacenes y negocios va a encontrar muy pocos, como el café La Cigarra y la pastelería La Suiza, aunque esta última en un local diferente al que ocupó en aquella época; quedaba en la misma carrera, pero entre las calles 24 y 25.
Que ni busque el viejo edificio de la alcaldía en la Plaza Alfonso López porque hace tiempos le metieron dinamita, y en la actualidad en ese entorno solo hay obreros, materiales de construcción y maquinaria pesada. Si regresa dentro de unos meses, podrá deleitarse con el diseño moderno y agradable que va a presentar una zona que por tanto tiempo ha sido el patito feo de la ciudad.
Después de recorrer a Manizales por todos sus recovecos va a recordar por ejemplo que donde existen hoy varios edificios de apartamentos, consultorios y locales comerciales, a un costado del antiguo Seminario Mayor, había un muro como el que rodeaba entonces el complejo deportivo del estadio. En la Avenida Paralela con calle 52 querrá saber si hace mucho tiempo derribaron la gallera, para enterarse de que ya van a demoler una estación de servicio que ha operado allí por muchos años para dar paso a la construcción de un túnel que comunicará muy pronto la Paralela con el sector del barrio La Asunción.
Seguro va a reconocer el sitio donde se levanta el Hospital de Caldas, pero dirá que lo nota como distinto porque está más moderno y funcional. Después sube a Chipre para disfrutar del maravilloso paisaje y comprobar que las casitas donde funcionan infinidad de negocios son las originales, y que donde quedaba el recordado Lago de Aranguito, y después las Torres de Chipre, ahora hay un majestuoso monumento a los colonizadores. Y además, que por fin volvieron realidad el antiquísimo proyecto de convertir el inmenso tanque de agua del Parque del Observatorio en un adecuado y funcional mirador.
Muy satisfecho quedará cuando recorra la doble calzada que nos une con la vecina Chinchiná y se tope con una obra espectacular que está a punto de ser realidad en el sector de La Estampilla, porque sin duda los viaductos darán realce a esa entrada a Manizales.
pmejiama1@une.net.co
martes, marzo 04, 2008
Recorrido urbano (I).
El apego por el terruño es algo innato del ser humano. Son pocas las personas que no sienten cariño y nostalgia por el lugar que los vio nacer, sobre todo cuando por cualquier causa deben residir en un lugar lejano, donde además las costumbres son muy diferentes. En la actualidad es fácil el tránsito de los ciudadanos por todos los rincones del planeta, cosa que no sucedía ahora años cuando viajar era complicado, costoso y generaba temor en las personas. Ahora los jóvenes no tienen fronteras y gracias a los avances en las comunicaciones, tienen contactos en todas partes y así programan y organizan sus periplos sin necesidad de gastar mucho dinero. Pero sin duda es muy triste ver como tantos conciudadanos deben acogerse al exilio, voluntario o no, debido a la difícil situación social y económica que vivimos en la actualidad.
Casi todos los desarraigados sueñan con su regreso, y ahorran con juicio para viajar a su querencia a respirar de nuevo ese aire que extrañan a diario. Muchos otros soportan la morriña y las vicisitudes de su condición de inmigrantes, con la firme esperanza de retornar al país a disfrutar de una vejez próspera y tranquila al lado de sus seres queridos. En fechas especiales, como las fiestas de navidad, fin de año y semana ferial, es común que visiten la ciudad y da gusto verlos recorrerla mientras se admiran con su desarrollo arquitectónico, y quiero enumerar algunos cambios que va a encontrar un personaje que no venga desde hace 3 o 4 décadas.
Lo primero que va a notar es que el aeropuerto La Nubia, que entonces quedaba alejado de la ciudad y rodeado de cultivos, potreros y casas campestres, ahora está al lado de una ciudadela y conectado con la ciudad por una moderna avenida. En su trayecto podrá ver edificios, conjuntos cerrados, lujosas residencias y sedes comerciales, y al llegar al sector del batallón va a toparse con unos túneles que le dan al entorno un ambiente vanguardista. Seguro va a reconocer la Avenida Santander, pero no los grandes edificios y variada arquitectura que se levanta en sus costados.
Después de recorrer unas cuadras, echará de menos la carreterita destapada que bajaba a San Rafael en medio de las mangas, para encontrar una universidad, edificios y un viaducto que pasa por debajo de la avenida. En el parque del Cable sí que ha cambiado el entorno. Solo el viejo edificio del cable aéreo mantiene su estructura original, mientras que donde quedaba el antiguo y hermoso hospital de estilo francés, con la capillita que parecía sacada de una postal, y cerrado por una artística reja en hierro forjado, hay dos edificaciones grandes y modernas: el edificio de La Luker y el centro comercial Cable plaza.
En lo más alto del parquecito, donde hay un tanque subterráneo, encontrará una afamada tienda de café, desde donde podrá otear un vecindario que en su época fue residencial y ahora está destinado al comercio y a la zona rosa. Seguro va a recordar que en la rampa que permite el ingreso a la terraza del café quedaba la casita que servía de residencia para la familia de Alfonso, el guarda parque encargado de manipular las válvulas del acueducto.
El resto del parque también ha cambiado, porque ahora existe un bosque de pinos que por cierto sembraron para que los vecinos de aquella época no acabáramos con los prados de tanto jugar picaditos de fútbol. Al bajar por la Avenida Lindsay, podrá comprobar que la vocación comercial impera y que de aquellas familias que ocupaban las casas ya no queda ninguna. Pero su sorpresa será mayor cuando observe el nuevo estadio y todo el complejo deportivo que encierra el entorno.
Desde la rotonda de la universidad observará que del vetusto estadio Fernando Londoño no queda ni la sombra, y que ahora, y debido a las dimensiones del Palogrande y a la capota que lo cubre a todo el rededor, ya los chinches no pueden trepar a los árboles de la Lindsay para “patiarse” el partido; igual suerte corrieron los patos que se empinaban en unas escalitas de la Universidad Nacional para tratar de no perder detalle de los encuentros del Once Caldas, y sin pagar boleta.
La pista para patinadores tampoco existía y donde ahora queda el Coliseo Menor, construyeron alguna vez una piscina olímpica que nunca vimos utilizar; ni siquiera los niños nos queríamos bañar en ella, porque con semejante frío en esa pileta le daba reumatismo a un sapo. Ahí siguen las canchas públicas de tenis, el Coliseo Mayor y el Club de tenis, para cerrar el círculo con el cuartel de los bomberos. Todo estaba cerrado por un muro de ladrillo a la vista, el cual saltaban algunos oportunistas los domingos para colarse en el estadio, aunque aún les faltaba cruzar la cancha auxiliar sin que los pillaran los carabineros que patrullaban en sus caballos.
Aunque el barrio Estrella, vecino del complejo deportivo, ha cambiado muy poco, las calles que circundan los escenarios presentan, igual que la Avenida Santander, novedosos bulevares para que los peatones transiten con comodidad. En cambio si observa desde la glorieta hacia el morro de Sancancio, va a quedar asombrado con el desarrollo de ese sector en las últimas décadas.
pmejiama1@une.net.co
Casi todos los desarraigados sueñan con su regreso, y ahorran con juicio para viajar a su querencia a respirar de nuevo ese aire que extrañan a diario. Muchos otros soportan la morriña y las vicisitudes de su condición de inmigrantes, con la firme esperanza de retornar al país a disfrutar de una vejez próspera y tranquila al lado de sus seres queridos. En fechas especiales, como las fiestas de navidad, fin de año y semana ferial, es común que visiten la ciudad y da gusto verlos recorrerla mientras se admiran con su desarrollo arquitectónico, y quiero enumerar algunos cambios que va a encontrar un personaje que no venga desde hace 3 o 4 décadas.
Lo primero que va a notar es que el aeropuerto La Nubia, que entonces quedaba alejado de la ciudad y rodeado de cultivos, potreros y casas campestres, ahora está al lado de una ciudadela y conectado con la ciudad por una moderna avenida. En su trayecto podrá ver edificios, conjuntos cerrados, lujosas residencias y sedes comerciales, y al llegar al sector del batallón va a toparse con unos túneles que le dan al entorno un ambiente vanguardista. Seguro va a reconocer la Avenida Santander, pero no los grandes edificios y variada arquitectura que se levanta en sus costados.
Después de recorrer unas cuadras, echará de menos la carreterita destapada que bajaba a San Rafael en medio de las mangas, para encontrar una universidad, edificios y un viaducto que pasa por debajo de la avenida. En el parque del Cable sí que ha cambiado el entorno. Solo el viejo edificio del cable aéreo mantiene su estructura original, mientras que donde quedaba el antiguo y hermoso hospital de estilo francés, con la capillita que parecía sacada de una postal, y cerrado por una artística reja en hierro forjado, hay dos edificaciones grandes y modernas: el edificio de La Luker y el centro comercial Cable plaza.
En lo más alto del parquecito, donde hay un tanque subterráneo, encontrará una afamada tienda de café, desde donde podrá otear un vecindario que en su época fue residencial y ahora está destinado al comercio y a la zona rosa. Seguro va a recordar que en la rampa que permite el ingreso a la terraza del café quedaba la casita que servía de residencia para la familia de Alfonso, el guarda parque encargado de manipular las válvulas del acueducto.
El resto del parque también ha cambiado, porque ahora existe un bosque de pinos que por cierto sembraron para que los vecinos de aquella época no acabáramos con los prados de tanto jugar picaditos de fútbol. Al bajar por la Avenida Lindsay, podrá comprobar que la vocación comercial impera y que de aquellas familias que ocupaban las casas ya no queda ninguna. Pero su sorpresa será mayor cuando observe el nuevo estadio y todo el complejo deportivo que encierra el entorno.
Desde la rotonda de la universidad observará que del vetusto estadio Fernando Londoño no queda ni la sombra, y que ahora, y debido a las dimensiones del Palogrande y a la capota que lo cubre a todo el rededor, ya los chinches no pueden trepar a los árboles de la Lindsay para “patiarse” el partido; igual suerte corrieron los patos que se empinaban en unas escalitas de la Universidad Nacional para tratar de no perder detalle de los encuentros del Once Caldas, y sin pagar boleta.
La pista para patinadores tampoco existía y donde ahora queda el Coliseo Menor, construyeron alguna vez una piscina olímpica que nunca vimos utilizar; ni siquiera los niños nos queríamos bañar en ella, porque con semejante frío en esa pileta le daba reumatismo a un sapo. Ahí siguen las canchas públicas de tenis, el Coliseo Mayor y el Club de tenis, para cerrar el círculo con el cuartel de los bomberos. Todo estaba cerrado por un muro de ladrillo a la vista, el cual saltaban algunos oportunistas los domingos para colarse en el estadio, aunque aún les faltaba cruzar la cancha auxiliar sin que los pillaran los carabineros que patrullaban en sus caballos.
Aunque el barrio Estrella, vecino del complejo deportivo, ha cambiado muy poco, las calles que circundan los escenarios presentan, igual que la Avenida Santander, novedosos bulevares para que los peatones transiten con comodidad. En cambio si observa desde la glorieta hacia el morro de Sancancio, va a quedar asombrado con el desarrollo de ese sector en las últimas décadas.
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