Lo que sucedió a los
estudiantes que naufragaron en el río Amazonas cuando disfrutaban de la semana
de receso no deja de ser un lamentable accidente; y estos ocurren sin previo
aviso, a cualquier hora, sin importar las circunstancias. Entonces salen los
medios de comunicación a buscar un culpable, el fiscal promete una
investigación exhaustiva, el Congreso convoca a debate para aclarar el incidente,
el defensor del pueblo mete basa y pasados los días, cuando ocurre algo peor,
el asunto se olvida definitivamente. Algunos compañeros y amigos de la muchacha
fallecida la recuerdan con cariño, pero solo la familia queda con el dolor
inmenso de la pérdida.
Que una de las lanchas iba
sin luces, la otra sin permiso, que salieron más temprano de lo permitido y
otras tantas infracciones, lo cual es el común denominador en un país donde nadie
cumple las normas. Si en las principales ciudades todo el mundo hace lo que le
da la gana, qué podemos esperar de un territorio olvidado, en medio de la nada.
Además, a las tres de la mañana está igual de oscuro que a las cinco, y que se
encuentren dos lanchas de frente, en semejante inmensidad de río, es una
desafortunada casualidad. Ahora en muchos colegios resolvieron suspender los
“viajes pedagógicos” a esa región, dizque para evitar una tragedia. Como quien
vende el sofá…
Y así los llamen viajes
pedagógicos, salidas académicas o trabajos de campo, no dejan de ser paseos
donde los jóvenes dan rienda suelta a una libertad que no tienen en sus hogares.
Se pasan por la galleta a los profesores acompañantes para tomar trago, fumar
marihuana y volarse de noche para irse de rumba. Quien desconozca esa realidad
es que no ha vivido. Otra cosa que llama mi atención, es que les ha dado por decirles
niños a unos jóvenes de 17 y 18 años que tiene más espuela que cualquiera; y
las niñas son unas señoritingas hechas y derechas. De milagro no suceden más
tragedias, porque son miles los paseos de ese tipo donde son comunes los
excesos y el peligro acecha.
Durante el bachillerato nos
llevaban a un paseo al año. En un bus alquilado salíamos madrugados para el
zoológico de Pereira, con don Abraham Cardona como acompañante, y en una parada
para entrar al baño comprábamos de contrabando cervezas Carla, novedosas por el
envase no retornable. Nos las tomábamos al escondido del profesor y al bajarnos
en el zoológico ya íbamos con la risa floja; allá mamábamos gallo, jodíamos al
por mayor y poco nos faltaba para meternos a la jaula del tigre. Luego seguíamos
hacia Cartago, al balneario La Esperanza, donde disfrutábamos la piscina toda
la tarde y a ratos les arrastrábamos el ala a algunas bandidas que llegaban al
sitio, que por ser día de semana casi siempre estaba vacío.