Cuando aseguran que el perro es el mejor amigo del hombre no exageran ni un ápice, porque ese animal es el ejemplo perfecto de lo que es fidelidad y nobleza. Basados en pinturas rupestres podemos deducir que los canes acompañan al ser humano desde hace unos quince mil años, con diferentes razas según la región del mundo donde habitara, y dichas pinturas muestran que fue en Europa central donde los empezaron a utilizar como guardianes o para ayudarlos en las cacerías. Desde entonces ese animalito nunca ha faltado en cualquier asentamiento humano y en la actualidad se convirtió en la mascota preferida de las personas, por encima de tantos animales que fungen como tal.
Y aunque es lógico que todo evolucione, con los perros se ha producido un cambio tan radical que nos deja abismados. Porque así como la mayoría de nosotros hemos convivido con ellos durante nuestra existencia, en la actualidad se han convertido en verdaderos miembros de la familia, con más privilegios que muchas personas. Produce desazón enterarse de cuánto cuesta un cachorro de cualquier raza fina, el capital que invierten en su cuidado, las consideraciones que tienen para su bienestar y en muchos casos los escandalosos lujos que le ofrecen.
Del primer perro que recuerdo haberme encariñado fue de un pastor collie e imagino que se debió a que en ese entonces existía una perra famosa en la televisión, de nombre Lassie, y era de la misma raza que nuestra mascota. El perro vivía en la finca de mi abuela Teresita y allí los nietos disfrutábamos de su compañía, hasta que después de un alumbrado, al levantarnos, lo encontramos difunto en el patio; se tragó los restos de los totes que quedaron sin quemar y así pasó a mejor vida en compañía de varios pollos y gallinas. Desde entonces entiendo aquello de más tieso que pata de perro envenenado.
Los perros de nuestra infancia se diferencian de los de ahora en que entonces eran tratados como animales, se criaban en el patio de la casa amarrados con una cadena y eran alimentados con sobrados. Máximo se les ponía la vacuna contra la rabia y pare de contar, porque además eran animales criollos sin ninguna raza en particular. Y si alguien maltrataba un perro en la calle nadie decía nada, porque si ni siquiera oíamos hablar de los derechos de las mujeres o de los niños, mucho menos íbamos a pensar que un animalito los tuviera. En las casas se hacía lo que el papá decía y punto.
Cuando íbanos a pasarnos a la casa de La Camelia, en 1962, empezamos a buscar quién nos regalara un perro porque el patio requería de un guardián que evitara la visita de los cacos. Fue el tío Roberto quien nos llevó un cachorrito muy bonito, el cual parecía fino por su porte y estampa; todos especulábamos de qué raza podría ser y el uno decía que pastor alemán, el otro que doverman y así las diferentes apuestas, pero no caímos en cuenta de que todos los cachorros son una belleza pero que al crecer dejan ver su verdadero origen. El perro, que bautizamos Balín, resultó ser un chandoso más feo que el diablo, aunque lo hacía muy bien como guardián; no podía ver a un extraño porque reventaba la cadena y ábrase todo el mundo a correr.
Al bicho debieron matarlo las lombrices y la falta de clase porque años después, cuando nos pasamos a otra casa del mismo barrio, el cuidandero del patio fue otro gozque de raza indeterminada con una característica muy particular: era bizco. De tamaño mediano, fornido y con un pelaje abundante de color carmelita, cierta vez su defecto visual lo llevó a morder a uno de mis hermanos en vez de hincarle el colmillo al amigo que se encontraba con él. Cómo sería esa fiera, que después del incidente mi mamá llamó a los bomberos para que apresaran al bicho y los rescatistas resultaron subidos en el pollo de la cocina poposiados del miedo. Después de evaluarlo en la clínica veterinaria diagnosticaron que el animal era inofensivo y que sólo se trató de un lapsus ocular.
El perro guardián tenía su casa y podía moverse en un espacio reducido, cuyo piso era un morterito de cemento rodeado de una canal que iba a dar al desagüe, por lo que bastaba echarle agua con la manguera para lavar la porquería; a diferencia de ahora que deben recoger el bollo del chandoso con la mano porque de lo contrario les clavan una multa. El domingo por la mañana el programa era bañar al perro con un jabón especial; mi papá manejaba la manguera, que era lo mejor, mientras nosotros debíamos restregarlo y aguantarnos las emparamadas que nos daba cada vez que se sacudía. Después salíamos toda la tarde de caminada y ahí el animalito corría a sus anchas y disfrutaba de la libertad que le faltaba durante la semana.
Oí de una prueba para saber quién lo quiere a uno más, si la mujer o el perro. Meterlos a ambos en la bodega del carro durante dos horas y el que al salir le haga fiestas, mueva la cola y corra como loco de la felicidad, ese es. No le busque más.
pamear@telmex.net.co
miércoles, julio 27, 2011
jueves, julio 21, 2011
¿Será percepción?
Percepción viene de percibir, que según el diccionario es recibir por uno de los sentidos las imágenes, impresiones o sensaciones externas. Por ejemplo al conversar con amigos, leer un periódico, oír radio o mirar un telenoticiero, de donde cada persona recibe la información y la asimila según su criterio; en muchos casos influenciado por prejuicios, perspectivas o comparaciones, que como reza el dicho, son tan odiosas. El caso es que la percepción se crea cuando en el ambiente flota una idea que aunque pocos saber explicarla o definirla, la mayoría la acepta como cierta.
Un ejemplo claro de percepción es la que se siente en el país con respecto al resurgimiento de la guerrilla, la cual durante varios años estuvo contenida y mantuvo un bajo perfil. Sin entrar a discutir si es culpa del actual gobierno, si hace falta la mano dura del ex presidente Uribe, si los militares tienen la moral por el piso o qué carajo es lo que sucede, la verdad es que vivimos una arremetida de violencia terrorista, la cual por fortuna empezábamos a olvidar. Porque cuando los grupos paramilitares fueron diezmados y suponíamos que las FARC y el ELN estaban acorralados y en las últimas, aparecen las tales bandas criminales, que son los mismos paracos pero con diferente nombre, y la guerrilla reacciona para sumirnos de nuevo en el caos y la incertidumbre.
El secuestro de nacionales y extranjeros dedicados a la explotación de pozos petroleros es una calamidad, debido a que espanta a muchas empresas multinacionales que prefieren trabajar en otras latitudes donde les brinden seguridad. La toma y destrucción de pueblos apartados, lo que sucede con mayor regularidad en las comunidades indígenas del departamento del Cauca, regresó a la primera plana de las noticias con sus imágenes aterradoras. Las extorsiones a finqueros y trabajadores del campo vuelven a ser una fuente de financiación para quienes prefieren operar al margen de la ley; y el hostigamiento en las carreteras, pesadilla de ingrata recordación para todos los colombianos, empieza a presentarse en diferentes puntos de nuestra geografía.
Y aunque el Presidente asegure que se trata de patadas de ahogado por parte de la insurgencia, que al verse acorralada trata de sacudirse de la persecución de la fuerza pública; que los altos mandos militares insistan en que la tropa tiene controlada a la guerrilla; que el Ministro de defensa presente cifras y estadísticas que demuestran los avances en cuanto a seguridad y control del territorio patrio; o que el Ministro Vargas Lleras diga que lo que quieren los bandidos es desviar la atención para evitar que se sepa que los tienen contra las cuerdas, la realidad es que la percepción actual es la de un resurgimiento de hechos violentos que creíamos superados.
Otra situación que nos tiene incómodos y alertas a muchos colombianos es la que tiene que ver con el auge de la minería. A grandes rasgos la noticia es positiva y alentadora, porque se habla de un renacer en la economía del país por la presencia de grandes consorcios dedicados a la explotación minera, con regalías para los departamentos, ocupación de mano de obra e ingreso de divisas. Sin embargo, el daño ecológico que esto genera en un país tan rico en biodiversidad como el nuestro es inimaginable. Algunos aducen que es mejor explotar esos recursos con tecnología y control por parte del estado, en vez de una minería artesanal que se hace sin ningún tipo de vigilancia ni respecto por el medio ambiente.
Puedo recordar cómo quedó el terreno a ambos lados de la troncal de occidente, entre Tarazá y Caucasia, después de que inescrupulosos destruyeron la capa vegetal en busca del preciado oro. Allí donde pastaban los rebaños, en medio de fértiles sabanas y árboles monumentales, sólo quedó un desierto de cascajo tachonado de malezas. Otra muestra de dicha barbarie sucede en el río Dagua, en el Valle del Cauca; basta teclear en Google el nombre del río para ver algo aterrador. O la absurda licencia que pretendían entregarle a una multinacional para que adelantara una explotación minera en el páramo de Santurbán, el cual surte de agua a los Santanderes.
Para nuestra desgracia en este país todo se puede mientras haya dinero de por medio, por lo que debemos unirnos para evitar que la verde Colombia, la de infinidad de ecosistemas, la abigarrada, fértil y ubérrima, la de tantas especies de flora y fauna, la de diferentes pisos térmicos, valles, páramos, selvas, bosques húmedos, laderas, sabanas y una riqueza hídrica envidiable, se convierta en un desierto árido y despoblado. La percepción es de una rapiña de licencias para escurrirle a estas tierras hasta el último gramo de material valioso.
Por último, se percibe en nuestra ciudad una falta de candidatos de peso para las próximas elecciones. Excepto Gabriel Vallejo, para la gobernación, no vemos propuestas de peso que puedan prever una contienda interesante. Candidatos insípidos, sin hoja de vida, faltos de experiencia y reconocimiento, crean incertidumbre entre una ciudadanía que espera ver surgir opciones interesantes. Tengo entendido que varios personajes de renombre han rechazado una posible postulación, porque desgraciadamente en nuestro país desempeñar un cargo público es sinónimo de corrupción, mala fe y bandidaje. Y nadie arriesga su buen nombre en una apuesta tan ingrata, porque sin posesionarse ya lo estigmatizan.
pamear@telmex.net.co
Un ejemplo claro de percepción es la que se siente en el país con respecto al resurgimiento de la guerrilla, la cual durante varios años estuvo contenida y mantuvo un bajo perfil. Sin entrar a discutir si es culpa del actual gobierno, si hace falta la mano dura del ex presidente Uribe, si los militares tienen la moral por el piso o qué carajo es lo que sucede, la verdad es que vivimos una arremetida de violencia terrorista, la cual por fortuna empezábamos a olvidar. Porque cuando los grupos paramilitares fueron diezmados y suponíamos que las FARC y el ELN estaban acorralados y en las últimas, aparecen las tales bandas criminales, que son los mismos paracos pero con diferente nombre, y la guerrilla reacciona para sumirnos de nuevo en el caos y la incertidumbre.
El secuestro de nacionales y extranjeros dedicados a la explotación de pozos petroleros es una calamidad, debido a que espanta a muchas empresas multinacionales que prefieren trabajar en otras latitudes donde les brinden seguridad. La toma y destrucción de pueblos apartados, lo que sucede con mayor regularidad en las comunidades indígenas del departamento del Cauca, regresó a la primera plana de las noticias con sus imágenes aterradoras. Las extorsiones a finqueros y trabajadores del campo vuelven a ser una fuente de financiación para quienes prefieren operar al margen de la ley; y el hostigamiento en las carreteras, pesadilla de ingrata recordación para todos los colombianos, empieza a presentarse en diferentes puntos de nuestra geografía.
Y aunque el Presidente asegure que se trata de patadas de ahogado por parte de la insurgencia, que al verse acorralada trata de sacudirse de la persecución de la fuerza pública; que los altos mandos militares insistan en que la tropa tiene controlada a la guerrilla; que el Ministro de defensa presente cifras y estadísticas que demuestran los avances en cuanto a seguridad y control del territorio patrio; o que el Ministro Vargas Lleras diga que lo que quieren los bandidos es desviar la atención para evitar que se sepa que los tienen contra las cuerdas, la realidad es que la percepción actual es la de un resurgimiento de hechos violentos que creíamos superados.
Otra situación que nos tiene incómodos y alertas a muchos colombianos es la que tiene que ver con el auge de la minería. A grandes rasgos la noticia es positiva y alentadora, porque se habla de un renacer en la economía del país por la presencia de grandes consorcios dedicados a la explotación minera, con regalías para los departamentos, ocupación de mano de obra e ingreso de divisas. Sin embargo, el daño ecológico que esto genera en un país tan rico en biodiversidad como el nuestro es inimaginable. Algunos aducen que es mejor explotar esos recursos con tecnología y control por parte del estado, en vez de una minería artesanal que se hace sin ningún tipo de vigilancia ni respecto por el medio ambiente.
Puedo recordar cómo quedó el terreno a ambos lados de la troncal de occidente, entre Tarazá y Caucasia, después de que inescrupulosos destruyeron la capa vegetal en busca del preciado oro. Allí donde pastaban los rebaños, en medio de fértiles sabanas y árboles monumentales, sólo quedó un desierto de cascajo tachonado de malezas. Otra muestra de dicha barbarie sucede en el río Dagua, en el Valle del Cauca; basta teclear en Google el nombre del río para ver algo aterrador. O la absurda licencia que pretendían entregarle a una multinacional para que adelantara una explotación minera en el páramo de Santurbán, el cual surte de agua a los Santanderes.
Para nuestra desgracia en este país todo se puede mientras haya dinero de por medio, por lo que debemos unirnos para evitar que la verde Colombia, la de infinidad de ecosistemas, la abigarrada, fértil y ubérrima, la de tantas especies de flora y fauna, la de diferentes pisos térmicos, valles, páramos, selvas, bosques húmedos, laderas, sabanas y una riqueza hídrica envidiable, se convierta en un desierto árido y despoblado. La percepción es de una rapiña de licencias para escurrirle a estas tierras hasta el último gramo de material valioso.
Por último, se percibe en nuestra ciudad una falta de candidatos de peso para las próximas elecciones. Excepto Gabriel Vallejo, para la gobernación, no vemos propuestas de peso que puedan prever una contienda interesante. Candidatos insípidos, sin hoja de vida, faltos de experiencia y reconocimiento, crean incertidumbre entre una ciudadanía que espera ver surgir opciones interesantes. Tengo entendido que varios personajes de renombre han rechazado una posible postulación, porque desgraciadamente en nuestro país desempeñar un cargo público es sinónimo de corrupción, mala fe y bandidaje. Y nadie arriesga su buen nombre en una apuesta tan ingrata, porque sin posesionarse ya lo estigmatizan.
pamear@telmex.net.co
miércoles, julio 13, 2011
Cuentos del ayer.
Don Rafael Genaro Mejía fue alcalde de Manizales por allá a mediados del siglo pasado y durante su existencia se distinguió por ser un hombre de esos que se hace querer de sus conciudadanos. Su familia fue pionera del barrio La Francia, en las afueras de la ciudad, lugar que se ha caracterizado por ser un remanso de paz y tranquilidad, en medio de la naturaleza y con un panorama privilegiado hacia el poniente. Yo recuerdo a don Genaro porque se la pasaba en la puerta del negocio de su amigo Olegario Echeverri, en el primer piso del Banco del Comercio, por la carrera 22, y allí en compañía de Mario Villegas Pérez, el otro socio infaltable de la tertulia diaria, saludaban a todo el que pasaba, botaban corriente y echaban piropos a las muchachas que lo merecían.
Cierta vez mi hermana iba para el trabajo en su carrito y debido al tráfico, debió detenerse un momento al frente de donde ellos estaban. Cuando volteó a mirarlos notó que le hacían gestos, decían cosas y la señalaban, y aunque no podía oírlos porque tenía la ventanilla cerrada, supuso lo peor y procedió a bajar el vidrio para meterles una empajada de miedo. Viejos corrompidos, sinvergüenzas, morbosos, respeten y cojan oficio, les dijo; además, aprendan a reconocer a la gente decente. Entonces uno de ellos se arrimó y en tono conciliador expresó:
-Maria Clara, perdona, queríamos advertirte que la llanta trasera está desinflada.
A don Genaro lo molestaban sus amigos porque era muy bajito y eso se prestaba para chanzas y cuentos. Aseguraban que cuando se desempeñó como burgomaestre de la ciudad, en cierta ocasión debió compartir la oficina con un maestro de obras que hacía algunas reparaciones locativas. En cierto momento el fulano le preguntó si tenía por ahí un metro, a lo que respondió de manera tajante:
-Pues para que sepa tengo un metro con sesenta; y se me larga ya de aquí, por irrespetuoso, igualado y atrevido.
No alcancé a conocer a mi abuelo Rafael Arango Villegas, pero al verlo en fotos deduzco que no fue un hombre que propiamente se distinguiera por su porte y distinción; de estatura mediana, flaco, oscuro de piel, con un bigotico menudo y la cara algo chupada, se parecía mucho a la caricatura con la que lo inmortalizó su primo y amigo del alma, Alberto Arango Uribe, el encargado de ilustrar sus libros.
Al llegar Rafael con su familia a ocupar una casa localizada en la carrera 23, entre calles 30 y 31, Graciela, su mujer, vio con buenos ojos la edificación porque tenía en los bajos un local que podía generarles una renta. A los pocos días un zapatero remendón, al que llamaban Caregata, ocupó el local e instaló su negocio. Cumplido el primer mes, Graciela le preguntó al marido si había cobrado el arrendamiento y este respondió que casualmente cuando arrimó, el zapatero había salido un momentico; al otro día aseguró que al tipo se le había quedado la plata en la casa y así esgrimió una disculpa tras otra, hasta que ella decidió bajar personalmente a hacer la diligencia. Cuál sería su sorpresa cuando el hombrecito muy tranquilo preguntó que cuál mensualidad, si don Rafa le había ofrecido el local gratis mientras conseguía clientela, y que cuando le sobraran unos pesos podía pagarle cualquier chichigua.
Cuentan que el abuelo pasaba horas entretenido oyéndole los cuentos al viejo artesano y que en él se inspiró para darle vida al maestro Feliciano Ríos. Pues a la zapatería se apareció un día muy orgulloso a mostrarle a los presentes a su nieto mayor, Jorge Eduardo Vélez, un muchachito muy bonito de tez clara y ojos azules. El remendón lo mira, se saca unas tachuelas de la boca y comenta:
-Con razón dicen que los pichones de los gallinazos son blancos.
Lo mismo le pasó con Silvio Villegas, el eminente dirigente político, poeta e intelectual que tanto lustre le dio a nuestro terruño. Iba don Rafa por la calle de la mano de su nietecita Juanita Arango, que si ahora de abuela es una mujer muy bella de niña debió ser una cuquera, y al ver a su amigo Silvio lo detuvo para ufanarse ante él de su descendencia. El otro se pone las gafas para verla bien y en tono perentorio afirma:
-¡Ahora sí creo en la evolución de las especies!
Recién compró don Rafa su parcela en El Rosario, a orillas del río Chinchiná, acostumbraba invitar varios amigos a pasar el fin de semana. Todas las noches armaban una mesa de tute y se tomaban sus aguardientes; Roberto Vélez Arango, Alberto Arcila “Cepillo” y Ambrosio Echeverri eran contertulios frecuentes. Sólo apostaban centavos porque el fin del juego no era conseguir plata, sino más bien mamar gallo, entretenerse y conversar de lo divino y de lo humano. Cierta noche los amigos notaron que el anfitrión perdía mano tras mano y sin embargo, como por arte de magia, le aparecían en la mesa granos de maíz (que hacían las veces de fichas), hasta que las dudas de todos quedaron aclaradas cuando el marrullero empezó a bostezar, y con gesto cansado, sacó una tusa con algunos granos del bolsillo del saco, la puso en medio de la mesa y sentenció: ¡Juego los restos!
pamear@telmex.net.co
Cierta vez mi hermana iba para el trabajo en su carrito y debido al tráfico, debió detenerse un momento al frente de donde ellos estaban. Cuando volteó a mirarlos notó que le hacían gestos, decían cosas y la señalaban, y aunque no podía oírlos porque tenía la ventanilla cerrada, supuso lo peor y procedió a bajar el vidrio para meterles una empajada de miedo. Viejos corrompidos, sinvergüenzas, morbosos, respeten y cojan oficio, les dijo; además, aprendan a reconocer a la gente decente. Entonces uno de ellos se arrimó y en tono conciliador expresó:
-Maria Clara, perdona, queríamos advertirte que la llanta trasera está desinflada.
A don Genaro lo molestaban sus amigos porque era muy bajito y eso se prestaba para chanzas y cuentos. Aseguraban que cuando se desempeñó como burgomaestre de la ciudad, en cierta ocasión debió compartir la oficina con un maestro de obras que hacía algunas reparaciones locativas. En cierto momento el fulano le preguntó si tenía por ahí un metro, a lo que respondió de manera tajante:
-Pues para que sepa tengo un metro con sesenta; y se me larga ya de aquí, por irrespetuoso, igualado y atrevido.
No alcancé a conocer a mi abuelo Rafael Arango Villegas, pero al verlo en fotos deduzco que no fue un hombre que propiamente se distinguiera por su porte y distinción; de estatura mediana, flaco, oscuro de piel, con un bigotico menudo y la cara algo chupada, se parecía mucho a la caricatura con la que lo inmortalizó su primo y amigo del alma, Alberto Arango Uribe, el encargado de ilustrar sus libros.
Al llegar Rafael con su familia a ocupar una casa localizada en la carrera 23, entre calles 30 y 31, Graciela, su mujer, vio con buenos ojos la edificación porque tenía en los bajos un local que podía generarles una renta. A los pocos días un zapatero remendón, al que llamaban Caregata, ocupó el local e instaló su negocio. Cumplido el primer mes, Graciela le preguntó al marido si había cobrado el arrendamiento y este respondió que casualmente cuando arrimó, el zapatero había salido un momentico; al otro día aseguró que al tipo se le había quedado la plata en la casa y así esgrimió una disculpa tras otra, hasta que ella decidió bajar personalmente a hacer la diligencia. Cuál sería su sorpresa cuando el hombrecito muy tranquilo preguntó que cuál mensualidad, si don Rafa le había ofrecido el local gratis mientras conseguía clientela, y que cuando le sobraran unos pesos podía pagarle cualquier chichigua.
Cuentan que el abuelo pasaba horas entretenido oyéndole los cuentos al viejo artesano y que en él se inspiró para darle vida al maestro Feliciano Ríos. Pues a la zapatería se apareció un día muy orgulloso a mostrarle a los presentes a su nieto mayor, Jorge Eduardo Vélez, un muchachito muy bonito de tez clara y ojos azules. El remendón lo mira, se saca unas tachuelas de la boca y comenta:
-Con razón dicen que los pichones de los gallinazos son blancos.
Lo mismo le pasó con Silvio Villegas, el eminente dirigente político, poeta e intelectual que tanto lustre le dio a nuestro terruño. Iba don Rafa por la calle de la mano de su nietecita Juanita Arango, que si ahora de abuela es una mujer muy bella de niña debió ser una cuquera, y al ver a su amigo Silvio lo detuvo para ufanarse ante él de su descendencia. El otro se pone las gafas para verla bien y en tono perentorio afirma:
-¡Ahora sí creo en la evolución de las especies!
Recién compró don Rafa su parcela en El Rosario, a orillas del río Chinchiná, acostumbraba invitar varios amigos a pasar el fin de semana. Todas las noches armaban una mesa de tute y se tomaban sus aguardientes; Roberto Vélez Arango, Alberto Arcila “Cepillo” y Ambrosio Echeverri eran contertulios frecuentes. Sólo apostaban centavos porque el fin del juego no era conseguir plata, sino más bien mamar gallo, entretenerse y conversar de lo divino y de lo humano. Cierta noche los amigos notaron que el anfitrión perdía mano tras mano y sin embargo, como por arte de magia, le aparecían en la mesa granos de maíz (que hacían las veces de fichas), hasta que las dudas de todos quedaron aclaradas cuando el marrullero empezó a bostezar, y con gesto cansado, sacó una tusa con algunos granos del bolsillo del saco, la puso en medio de la mesa y sentenció: ¡Juego los restos!
pamear@telmex.net.co
jueves, julio 07, 2011
Paisaje cultural cafetero.
No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, dice el adagio popular. Por ello después de mucho trabajo, de hacer cabildeo, dedicarle esfuerzo y tesón, por fin podemos decir que nuestra cultura cafetera es reconocida mundialmente. Fueron años de labor mancomunada de gobernaciones, municipios, corporaciones autónomas regionales, universidades privadas, la red de universidades públicas del Eje Cafetero (Red Alma Mater) y los diferentes comités de cafeteros, quienes hicieron causa común para alcanzar un logro que es importantísimo para la región y el país.
En el año 2000 vinieron a Manizales representantes de la UNESCO, de diferentes nacionalidades, para enterarse de todo lo concerniente al Paisaje cultural cafetero, el cual abarca 411 veredas de 46 municipios, que albergan 24 mil fincas cafeteras donde reside una población aproximada de 80 mil personas; toda la zona está dedicada al cultivo del café y pertenece a los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y norte del Valle. Entonces tenía mi programa radial y después de entrevistar a tan distinguidos visitantes, recuerdo que todos se fueron de la región con una grata impresión de lo que aquí conocieron.
Es común que la gente, al enterarse de la noticia, piense que el reconocimiento se hace a aquello que conocemos como paisaje, panorámica o esa vista espectacular que ofrece la región a nuestros ojos. Pararse por ejemplo en el barrio Chipre, otear hacia los 4 puntos cardinales y ver tanta majestuosidad; o viajar por cualquier ruta de la zona referida y detenerse a observar los sembradíos, las montañas, los pueblos y veredas que se encuentra en el camino. O esos tapetes infinitos de diferentes verdes, los guaduales y las cañadas, las sementeras y los árboles frutales; los nogales, robles, carboneros, acacias y tantas otras especias nativas.
Pero el paisaje destacado es mucho más que eso: se refiere a todo lo que incluye nuestra cultura, heredada de aquellos colonizadores antioqueños que tumbaron montes para fundar sus haciendas a mediados del siglo XIX; costumbres, mitos y leyendas, música, gastronomía, idiosincrasia, literatura, lenguaje, arquitectura y otros muchos ejemplos que sería largo enumerar. Y aunque en nuestro país se cultiva café en otras regiones, como la Sierra Nevada de Santa Marta, en Huila y Tolima, en Cauca y Nariño, en los Santanderes y muchos otros departamentos, la cultura de esas zonas es muy diferente a la nuestra.
Porque aunque uno conozca toda nuestra región, en caso de despertar un día en una finquita o casa campesina localizada en medio de los cafetales, no podría decir en cuál de los departamentos se encuentra. Por más pistas que busque para despejar su duda, puedo asegurar que será infructuoso porque el modo de vida es idéntico. Si es una vivienda antigua estará construida de guadua, madera y bareque, tejas de barro en el techo, puertas de doble ala y grandes ventanas con postigos; amplios corredores con chambranas de macana y el servicio sanitario en uno de sus extremos. Las paredes serán encaladas, de un blanco reluciente, y la madera pintada con colores típicos de la región: rojo fiesta, azul marino, verde oscuro o amarillo mostaza.
En la cocina el fogón de leña, alimentado con madera procedente de la renovación de los cafetales, que hace de ese espacio un lugar oscuro por el ahumado de las paredes y el techo. Afuera de la cocina el comedor para los peones en un espacio amplio y abierto, porque en época de cosecha debe albergar muchos comensales. El menú diario varía muy poco: antes de clarear el día los tragos, que consiste en una taza de café negro endulzado con panela, llamado “chaqueta”; al desayuno chocolate, arroz, tajadas maduras, carne frita y arepa; para el almuerzo sancocho y a la comida frijoles rendidos con plátano verde, arroz, carne arreglada, maduro asado y arepa. Al corte les llevan “bogadera”, como denominan los diversos preparados para calmar la sed; uno tradicional es el “guandolo”, elaborado con agua, jugo de limón mandarino y panela.
Flores de colores adornan el corredor y en la pared son infaltables el Corazón de Jesús, el almanaque del granero y un afiche del comité de cafeteros. La casa rodeada de jardín y más allá están el pilón, la huerta casera, la sementera, el gallinero, la cochera y la tradicional cruz de mayo; todo elaborado con guadua, material codiciado por su versatilidad. Por la carreterita de penetración verá pasar los buses escalera, o chivas, y los tradicionales “yipaos” repletos de montañeros.
Una semana antes del reconocimiento de la UNESCO visitamos una finca cafetera y mi mujer, aficionada a la fotografía, se dedicó a retratar los animales domésticos, un atado de leña, los cafetales, las flores, los árboles, el paisaje y demás detalles. Luego colgó las fotos en una página especializada, donde lo hace gente de todo el mundo, y hay que ver la sensación que causaron. Un español quería saber a qué altura se cultiva el café, la neozelandesa celebró conocer la planta, el argentino alabó la panorámica, otro preguntó cómo lo cosechan es semejantes pendientes y muchos otros comentarios por el estilo.
Ayudemos a compartir esta noticia con nuestros contactos en el exterior; enviémosles fotografías, videos, panorámicas; invitémoslos a que nos visiten y promocionemos la región, porque somos pocos quienes tenemos el privilegio de conocerla. Y algo importante: nunca dejemos de admirarla.
pamear@telmex.net.co
En el año 2000 vinieron a Manizales representantes de la UNESCO, de diferentes nacionalidades, para enterarse de todo lo concerniente al Paisaje cultural cafetero, el cual abarca 411 veredas de 46 municipios, que albergan 24 mil fincas cafeteras donde reside una población aproximada de 80 mil personas; toda la zona está dedicada al cultivo del café y pertenece a los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y norte del Valle. Entonces tenía mi programa radial y después de entrevistar a tan distinguidos visitantes, recuerdo que todos se fueron de la región con una grata impresión de lo que aquí conocieron.
Es común que la gente, al enterarse de la noticia, piense que el reconocimiento se hace a aquello que conocemos como paisaje, panorámica o esa vista espectacular que ofrece la región a nuestros ojos. Pararse por ejemplo en el barrio Chipre, otear hacia los 4 puntos cardinales y ver tanta majestuosidad; o viajar por cualquier ruta de la zona referida y detenerse a observar los sembradíos, las montañas, los pueblos y veredas que se encuentra en el camino. O esos tapetes infinitos de diferentes verdes, los guaduales y las cañadas, las sementeras y los árboles frutales; los nogales, robles, carboneros, acacias y tantas otras especias nativas.
Pero el paisaje destacado es mucho más que eso: se refiere a todo lo que incluye nuestra cultura, heredada de aquellos colonizadores antioqueños que tumbaron montes para fundar sus haciendas a mediados del siglo XIX; costumbres, mitos y leyendas, música, gastronomía, idiosincrasia, literatura, lenguaje, arquitectura y otros muchos ejemplos que sería largo enumerar. Y aunque en nuestro país se cultiva café en otras regiones, como la Sierra Nevada de Santa Marta, en Huila y Tolima, en Cauca y Nariño, en los Santanderes y muchos otros departamentos, la cultura de esas zonas es muy diferente a la nuestra.
Porque aunque uno conozca toda nuestra región, en caso de despertar un día en una finquita o casa campesina localizada en medio de los cafetales, no podría decir en cuál de los departamentos se encuentra. Por más pistas que busque para despejar su duda, puedo asegurar que será infructuoso porque el modo de vida es idéntico. Si es una vivienda antigua estará construida de guadua, madera y bareque, tejas de barro en el techo, puertas de doble ala y grandes ventanas con postigos; amplios corredores con chambranas de macana y el servicio sanitario en uno de sus extremos. Las paredes serán encaladas, de un blanco reluciente, y la madera pintada con colores típicos de la región: rojo fiesta, azul marino, verde oscuro o amarillo mostaza.
En la cocina el fogón de leña, alimentado con madera procedente de la renovación de los cafetales, que hace de ese espacio un lugar oscuro por el ahumado de las paredes y el techo. Afuera de la cocina el comedor para los peones en un espacio amplio y abierto, porque en época de cosecha debe albergar muchos comensales. El menú diario varía muy poco: antes de clarear el día los tragos, que consiste en una taza de café negro endulzado con panela, llamado “chaqueta”; al desayuno chocolate, arroz, tajadas maduras, carne frita y arepa; para el almuerzo sancocho y a la comida frijoles rendidos con plátano verde, arroz, carne arreglada, maduro asado y arepa. Al corte les llevan “bogadera”, como denominan los diversos preparados para calmar la sed; uno tradicional es el “guandolo”, elaborado con agua, jugo de limón mandarino y panela.
Flores de colores adornan el corredor y en la pared son infaltables el Corazón de Jesús, el almanaque del granero y un afiche del comité de cafeteros. La casa rodeada de jardín y más allá están el pilón, la huerta casera, la sementera, el gallinero, la cochera y la tradicional cruz de mayo; todo elaborado con guadua, material codiciado por su versatilidad. Por la carreterita de penetración verá pasar los buses escalera, o chivas, y los tradicionales “yipaos” repletos de montañeros.
Una semana antes del reconocimiento de la UNESCO visitamos una finca cafetera y mi mujer, aficionada a la fotografía, se dedicó a retratar los animales domésticos, un atado de leña, los cafetales, las flores, los árboles, el paisaje y demás detalles. Luego colgó las fotos en una página especializada, donde lo hace gente de todo el mundo, y hay que ver la sensación que causaron. Un español quería saber a qué altura se cultiva el café, la neozelandesa celebró conocer la planta, el argentino alabó la panorámica, otro preguntó cómo lo cosechan es semejantes pendientes y muchos otros comentarios por el estilo.
Ayudemos a compartir esta noticia con nuestros contactos en el exterior; enviémosles fotografías, videos, panorámicas; invitémoslos a que nos visiten y promocionemos la región, porque somos pocos quienes tenemos el privilegio de conocerla. Y algo importante: nunca dejemos de admirarla.
pamear@telmex.net.co
Suscribirse a:
Entradas (Atom)