martes, febrero 26, 2013

¡Qué desperdicio!


Definitivamente los caldenses somos negados para promocionar nuestros atractivos turísticos. No nos dicta, como decía mi madre. Hace un tiempo conocí una publicación que distribuyeron en Manizales con motivo de la celebración del centenario de la ciudad, en el cual resaltaban, entre otros, la recién construida carretera hacia el nevado de El Ruiz, por la ruta de los termales, la misma que auguraban como el detonante para convertir la región en un destino turístico internacional. Hoy, después de 63 años, la vía es apta sólo para vehículos de doble tracción, cuando los derrumbes permiten el paso, y el hotel departamental localizado en la zona de las aguas termales es una casona abandonada que está a punto de caerse.

Durante nuestra niñez esa carretera todavía era transitable y con regularidad nos llevaban allá el domingo a disfrutar las medicinales aguas. Empacábamos el vestido de baño y salíamos felices por la vía que serpentea a través de un majestuoso bosque de niebla, y al llegar nos tirábamos del carro para cambiarnos y meternos a la piscina sin demora. Cuando ya teníamos los ojos rojos por el calor y el azufre de las aguas, mi mamá nos llamaba para que nos vistiéramos y disfrutáramos una deliciosa arepa con mantequilla y queso, acompañada de una humeante taza de chocolate. Cierta vez llegamos y nos lanzamos a la piscina güetes de la dicha, pero al momento mi mamá vio a un viejo que presentaba una llaga purulenta en la barriga y muy campante la remojaba sentado en una escala de madera que tenía la alberca. Nos hizo salir de inmediato, a pesar de nuestras quejas, e iracunda le metió tremenda empajada al personaje por asqueroso y desagradable, y nos trajo para la casa sin pasar bocado.

Tengo una foto donde aparecen mis padres y algunos tíos y tías, en el nevado de El Ruiz, enfundados en ropas de invierno y con equipos de esquí. Porque entonces existía un refugio cómodo y agradable, tipo chalet suizo, y un cable que subía a los esquiadores hasta la parte alta de la montaña para que descendieran por la pista mientras practicaban el exótico deporte. El cable desapareció hace mucho tiempo, el refugio se quemó en la erupción del volcán en 1985 y de una vez desapareció buena parte de la nieve que cubría la montaña; el resto se ha derretido gracias a las “mejoras” que le hemos hecho a nuestro planeta. Imagino si en la actualidad tuviéramos allí una estación de esquí, donde turistas de todo el mundo vinieran a disfrutar de esa maravilla natural.

Hace poco nos fuimos con un grupo de amigo a pasar el fin de semana a Salento, en el departamento del Quindío. Un pueblo que no tenía mucha gracia, con una actividad económica limitada, se convirtió de la noche a la mañana en un verdadero fogoncito turístico. Atraídos por el Valle de Cocora, los visitantes buscan alojamiento en infinidad de hostales, hoteles, pensiones y demás albergues que hay en la localidad. Para todos los gustos y bolsillos, se distinguen por la amabilidad de sus dueños y la excelente atención que ofrecen al huésped. En la plaza principal los negocios adecuaron carpas en la calle para albergar los clientes y en la noche se forma una parranda general.

A pesar del clima lluvioso y frío disfrutamos la tertulia popular hasta bien tarde, con detalles tan originales como que la hielera del negocio era una bacinilla; eso sí, nos juraron que no había tenido otros usos en el pasado. En el hotelito que escogimos, limpio, cómodo y agradable, por cincuenta mil pesos la noche nos dieron además un delicioso desayuno con calentado de frijoles y huevo frito encima, arepa con mantequilla, queso y chocolate. El que pida más… En ese pueblo todo el mundo vive del turismo: transportan gente, venden artesanías, atienden en un restaurante, cuidan carros, trabajan en un hotel o cualquier otra actividad relacionada.

Otro día iba con mi hijo para Pereira, y como sé que me heredó ese gusto por conocer trochas y pueblos, le propuse que nos fuéramos por Marsella para que viera esa belleza de región cafetera que nos comunica con el vecino departamento. Desde Chinchiná hasta Marsella la carretera tiene apenas unos cortos tramos en buen estado, pero la mayoría del camino está en muy malas condiciones; sobre todo al pasar el río San Francisco, donde empieza Risaralda, el camino se torna casi intransitable en algunos pasos. Pero llega uno al pueblo y se topa con una belleza de plaza principal, con las casas de balcones pintadas de llamativos colores y una bonita iglesia que tutela el lugar. Allí también han convertido el parque principal en lugar de reunión y supe que los fines de semana son muchos los visitantes.

Porque de allí a Pereira la carretera está en perfecto estado y el paisaje hacia el Valle del Risaralda es impresionante. En el recorrido encontramos paradores, restaurantes y mecatideros, y vallas donde promocionan el Paisaje Cultural Cafetero. Y nosotros con un entorno igualito al de Cocora, en la región de Gallinazo, y un pueblo como Salamina, sin duda uno de los más bellos del país por su arquitectura, y el turismo sigue en pañales. Aquí el programa es llevar el visitante a Santágueda a ver bañistas en narizona.
@pamear55

martes, febrero 19, 2013

Inocentes confusiones.


Produce desazón ver cómo se utiliza nuestro idioma en las redes sociales. Sin normas de ortografía, redacción, sintaxis, puntuación, etc., y se nota a la legua que el léxico de muchos de los usuarios es muy limitado. Y aunque en un gran porcentaje son profesionales, algunos de ellos con más cartones que un tugurio, al querer escribir no dan pie con bola. Sin duda, esto se debe a que en la vida han leído un libro. Otra cosa es que el afán al momento de enviar mensajes de texto o mantener conversaciones por escrito, lo que llaman chatear, los induce a un facilismo pasmoso que convierte el idioma en una jerigonza que aunque se entiende, ofende a quienes tratamos de respetarlo.

Qué decir de la forma de expresarse de personas analfabetas o con pocos estudios, quienes apelan a las palabras que oyen en cualquier conversación para adicionarlas a su léxico, con el agravante que muchas veces las captan de forma errada y por ello dicen unas incongruencias que producen risa. Además, la ignorancia los hace creer que si preguntan van a quedar al descubierto y por ello prefieren aprender por sus propios medios. Entonces esa forma equivocada de pronunciar algunos vocablos pasa de generación en generación y parece no haber poder humano que lo corrija: dentrar por entrar, romboy por round point (aunque deberían utilizar sustitutos en castellano para esa expresión, como glorieta o rotonda), rampla por rampa, vusté por usted, lisarse por deslizarse, cedular por celular, fugo por jugo, reumatís por reumatismo y muchos otros ejemplos.

Me cuenta un amigo que cierto día que fue a visitar a una hermana, abrió la puerta el cuñado y le dijo que esperara un minuto antes de entrar, mientras llamaba al celador de la cuadra que estaba en la esquina. El hombrecito se vino a la carrera, agarrándose la funda del machete, y llegó jadeante a ver qué se ofrecía. Entonces el cuñado le dijo que les contara cómo fue la liberación del vecino que tenían secuestrado, a lo que el humilde guachimán respondió con mucha seguridad: cómo le parece dotor que lo rescató ayer el grupo “aula”. Ese mismo amigo fue a un taller a que le arreglaran un gallito del carro y al ver el mecánico de qué se trataba, comentó: aguarde patrón traigo la herramienta porque necesito un destornillador de “astría”.

Me parece ver a mi mamá y a la tía Lucy atacadas de la risa siempre que regresaban de hacerle visita a una amiga que era bastante bruta al momento de expresarse. La vieja decía que fulanita tenía muy bonito el “óvulo” de la cara; que a zutano lo habían operado de las “ortas”; habló alguna vez de unos cadáveres que encontraron “motilados”; y otro día llegó descrestada de la casa de una hija porque acababa de comprar una lavadora, y al querer dar más detalles del aparato confundió la reconocida marca Kelvinator con Kevin-héctor. Otra vez mi hermana le preguntó a la empleada del servicio que cómo era eso de los Testigos de Jehová, a lo que la mujercita respondió que por ejemplo ellos debían evitar a toda costa lo que llaman “formicación”. Después se refirió la doméstica a un nieto suyo que utilizaba una moto para trabajar, pero que al promocionarlo en la empresa al cargo de vendedor, le dijeron que tratara de cambiarla por un carrito dizque porque eso le daba más “estatuas”.

En su trabajo diario mi hijo debe lidiar con diferentes contratistas, como carpinteros, metalmecánicos, tapiceros, técnicos electrónicos y demás personajes, y cierta vez que discutían la manera de adecuar un espacio, un maestro, ya viejo y experimentado, insistía en que la solución era poner unos “istantes”. Nadie entendía de qué hablaba, hasta que después de algunas explicaciones lograron captar que se refería a instalar unos estantes. En otra ocasión estaban enredados con un trabajo y mi hijo le dijo al maestro que por favor se encargara de solucionarlo. Cuando fue a revisar, el hombre había ideado una salida perfecta y al felicitarlo por su éxito, el viejo respondió ufano: Sí don Poncho, es que en este trabajo uno tiene que ser “recurtivo”. Y una compañera comentó en otra ocasión que en un estadio murieron varias personas aplastadas porque salieron todos a las carreras; dizque se formó una “estampilla”, fue lo que dijeron.    

La señora que cuidaba el bebé de una prima le dijo una mañana, que el muchachito amaneció como ido, que el niño estaba como un “lente”. Otra acostumbraba referirse al momento “curcial”; la agregada de una finca me contó alguna vez que tramitaba con la Caja de Compensación el “suicidio” familiar; y la empleada doméstica de un amigo le respondió, al este reclamarle porque iba muy seguido al médico: y yo qué culpa dotor, no ve que soy “hiterpensa”.   

Insisto, muchas personas creen que si preguntan se rebajan y que los demás pueden notar su ignorancia, lo que redunda definitivamente en su contra porque se quedan toda la vida inmersos en el error. Cuando en los noticieros de televisión entrevistan al vulgo se ven infinidad de muestras, como hace poco que al reportar una manifestación en Cali una humilde mujer se quejaba porque unos policías la maltrataron: Fíjese que me cascaron por “firmar” un video con el “cedular”.
pamear@telmex.net.co

martes, febrero 12, 2013

Viacrucis vial (I).


Si en algo somos expertos en Colombia es en hacer las cosas al revés, sin planear ni visualizar. Con todo el tiempo que estuvimos dándole al tan mentado TLC, lo que jorobaron con eso, las vísperas que debimos hacerle, la prensa que mojó el manido tema, lo que exigieron los gringos para acceder a firmarlo, y apenas nos venimos a poner las pilas para solucionar el tema de la infraestructura vial. En un país donde se desaprovechan las opciones de transporte por vía férrea y fluvial, sólo quedan las obsoletas y destruidas carreteras para mover toda la carga que requieren las regiones. Por lo tanto las filas de tractomulas son interminables y eso conlleva a que transitar en vehículos livianos sea una odisea. Sin hablar de los repetidos cierres en las vías cuando el invierno arrecia.

El caso es que debido a los altos costos de los tiquetes aéreos no queda otra opción que lanzarse a las carreteras, no sin antes tomar un buen seguro de vida y encomendarse al santo de su devoción (si tiene). Otra cosa es que muy pronto implantarán restricciones para los vehículos particulares en temporadas altas, ya que prácticamente las vías son insuficientes para recibir el exagerado flujo que transita por ellas. Lo cierto es que uno con tal de no quedarse encerrado en la casa se le mide a lo que sea y fue así como armamos viaje para la ciénaga de Ayapel, un lugar paradisíaco localizado en el departamento de Córdoba. Heredé de mis mayores el gusto por andar en carro y por ello disfruto cada minuto del recorrido, los paisajes, las novedades en la vía, nada me parece lejos ni aburrido y desde el mismo momento que planeamos el fiambre empiezo a gozarme el paseo.

El trayecto de 530 kilómetros se hace en unas 10 horas, si las paradas son pocas y expeditas. Salimos a las 5 de la mañana con nuestro hijo Poncho al timón, yo de copiloto y atrás iban Anita, mi mujer, y Naty, una amiga del muchacho. Como es costumbre ambas pasajeras se mandaron una pastilla para el mareo y durante el trayecto no abrieron el ojo sino para preguntar por dónde íbamos, decir que tenían hambre o ganas de entrar al baño; satisfecha la necesidad se volvían a templar. Empieza el recorrido en la doble calzada que a esa hora está en tinieblas, lo que es inadmisible porque entonces cuál es la función de las luminarias que instalaron cada pocos metros. Después de Tres puertas la carretera se torna rizada y en  regular estado, y en los alrededores del Kilómetro 41 una espesa niebla nos obligó a reducir la velocidad. Pasamos Irra, el túnel y llegamos a La Felisa, donde está el segundo de los nueve peajes que debemos pagar durante el recorrido. Encontramos el río Cauca irreconocible por su escaso caudal, ya que por ese cañón siempre baja embravecido y torrentoso, y en cambio dejó a la vista unos inmensos playones que hacen del paisaje una novedad.

Por fortuna los camiones a esa hora eran pocos, aunque la restricción por ser alta temporada solo empezaba a las 9 de la mañana. Sin embargo resolvimos buscar un atajo para evitar la vía que sube de La Pintada hacia el Alto de Minas, ya que adelantar vehículos pesados es muy difícil debido a que la carretera es angosta y llena de curvas, y por lo tanto la maniobra representa alto riesgo; y aunque existe la restricción, esta no aplica para buses y busetas, camiones de menos de seis toneladas y para los que transporten combustibles, alimentos perecederos o tienen furgón refrigerado. Además transitan los choferes que “arreglan” policías y por ello pululan los tracto camiones con chipas de hierro, maquinaria o grandes contenedores.

Entonces de La Pintada seguimos por la orilla del río, por la carretera que va para Valparaíso y Támesis, pero a pocos metros nos desviamos hacia Bolombolo y a unos 20 kilómetros encontramos Puente Iglesias, que es donde se cruza el río para subir hacia Fredonia. Se asciende por una especie de zigzag por entre potreros y cultivos de cítricos, con una vista espectacular sobre el valle del río Cauca y con el Cerro de la Tusa a un costado. En unos quince minutos llegamos a la vereda Marsella, un pequeño caserío con una hermosa iglesita y casas coloridas y llenas de flores, pero a partir de allí empiezan a aparecer resaltos en la vía con chocante frecuencia.

Al coronar la trepada encontramos la tierra natal del Maestro Arenas Betancur, un pueblo sin mucha gracia que según mi sobrinita debería llamarse “Feonia”, aunque tiene una panorámica que lo hace muy apetecido para construir en sus alrededores las casas de recreo de muchos medellinenses. Siguen los reductores de velocidad en la vía y son tantos que en Fredonia deberían celebrar cada año las Fiestas del resalto; y puedo decir que es el único pueblo donde todos los policías que vi estaban acostados. Además, las calles presentan un estado lamentable y ni la arquitectura u otro atractivo hacen de la población un sitio para recordar.

Se me alargó el relato, como siempre, por lo que debo dejar para la próxima entrega los pormenores de lo que falta por recorrer, un camino azaroso y lleno de peligros. 
@pamear55

Viacrucis vial (II).


Sin duda viajar en avión es rápido y placentero, pero se pierden tantas cosas que se ven durante un recorrido por tierra. Porque a quienes nos gusta coger carretera disfrutamos el momento, mientras a otros no les obliga porque desde que arrancan empiezan a quejarse y así el viaje se hace eterno. Planear el fiambre y luego preparar sándwiches, huevos duros y papas cocinadas, empacar sal y un frasquito con ají; frutas, papitas fritas y rosquillas, galletas de dulce y demás mecatos, es el mejor abrebocas. Durante el recorrido entretener la muela con galguerías y antojos, pero llegada la hora del almuerzo comprar las bebidas para buscar un lugar agradable dónde disfrutar las viandas.

Íbamos por Fredonia y su panorámica arrobadora. Pasado el pueblo viene un corto tramo con fallas geológicas repetidas, lo que no es obstáculo para que el camino rinda mucho porque desde que uno pasa La Pintada no encuentra buses ni camiones de ningún tipo. Por Bolombolo la distancia se aumenta en unos 40 kilómetros, respecto al trazado por Minas, mientras que por Fredonia la diferencia es de solo 4 kilómetros. Eso, más evitarse el estrés y el peligro que representa adelantar tractomulas, ya justifica coger ese pintoresco atajo.

Al poco llegamos a la intersección con la carretera que va de Medellín para Bolombolo, a la altura de Amagá, y de ahí en adelante un corto tramo con algo más de tráfico, porque suben los camiones cargados de las minas de carbón. Al coronar la cuesta paramos en un rancherito a comer arepa de chócolo con quesillo, pero la delicia de las viandas quedó opacada por la hora larguita que se demoraron para despacharnos en un negocio que estaba casi vacío; creo que apenas prendían el fogón, amasaban las arepas y le echaban el cuajo a la leche. Otra vez a la carretera y en pocos minutos estábamos en la variante de Caldas, una obra que les ha sacado chispas a los paisas. Ellos, que se vanaglorian de efectivos y emprendedores, se han visto a gatas con una doble calzada que no está ni tibia. Retazos de obra, desvíos, muros de contención y trabajos diversos, embrollan un tráfico pesado y agobiante.

Por fortuna al terminar la variante se empata con la avenida Regional, por la cual se fluye con facilidad debido a que no tiene semáforos y la velocidad es constante; claro que no debe excederse porque hay cámaras para pillar infractores. A la altura de la plaza de toros hay que estar pendiente para coger la oreja que nos pasa al occidente del río, aunque en ese cruce es fácil equivocarse porque una vez al otro lado, si se sube al puente que hay debajo de la escultura del péndulo, debe atravesar todo el centro del municipio de Bello. Eso nos sucedió y debimos detenernos en unos pocos semáforos, pero de todas maneras el tráfico es ágil. En la glorieta de Niquía empieza una autopista de varios carriles que permite recorrer de forma rápida lo que resta del Valle de Aburrá, y otra vez concentrados para no seguir por la amplia vía que lleva a Barbosa y sigue hacia el valle del Magdalena. En la actualidad realizan las obras para mejorar esa intersección, donde empieza la famosa subida de Matasanos. La carretera serpentea por la pendiente y la panorámica es absolutamente espectacular, mientras algunos parapentistas realizan piruetas frente a los asombrados viajeros.

Por fortuna a esa hora, diez de la mañana, ya estaba vigente la limitación para vehículos pesados. La carretera amplia y bien señalizada nos lleva hasta lo más alto del ascenso para empezar a recorrer campos, lecherías y cultivos varios; recuerdo que hace años eran tierras áridas y cubiertas de helechos. Quedan atrás las entradas a Don Matías y Santa Rosa de Osos para seguir hacia Valles de Cuiba, donde hay otro de los peajes que se congestionan en épocas de mucho tráfico en la vía. Sigue el ameno recorrido hasta llegar a Yarumal, donde empieza a desmejorar el piso debido a fallas geológicas. También aparecen los colonos asentados al costado de la vía, gentes que llevan en esa región mucho tiempo dedicados a la mendicidad; creo que los niños nacen con el brazo estirado.

Entre Valdivia y Puerto Valdivia el daño causado por la falla es preocupante, porque en ciertos pasos la vía está a punto de desaparecer. Por fin nos topamos de nuevo con el río Cauca y allí empiezan el calorcito y el plan. Hasta Tarazá la carretera tiene reparcheo y debe transitarse con cuidado porque el entorno está muy poblado; también pueden verse los estragos ecológicos que dejan las minas de oro a cielo abierto. Por esos lados nos detuvimos a disfrutar del fiambre, y muy pronto íbamos con destino a Caucasia, el último municipio de Antioquia hacia el norte; quince kilómetros después está La Apartada, desde donde inicia la carretera que nos llevaría a nuestro destino. Son 38 kilómetros que después de bregar mucho lograron asfaltar, aunque al principio está en mal estado y el resto se nota muy descuidado.

A las cuatro de la tarde, tras once horas de camino, llegamos a un paraíso que ya describí alguna vez en esta misma columna y que infortunadamente muestra las secuelas de la deforestación y del calentamiento global.
@pamear55