Definitivamente los caldenses
somos negados para promocionar nuestros atractivos turísticos. No nos dicta,
como decía mi madre. Hace un tiempo conocí una publicación que distribuyeron en
Manizales con motivo de la celebración del centenario de la ciudad, en el cual resaltaban,
entre otros, la recién construida carretera hacia el nevado de El Ruiz, por la
ruta de los termales, la misma que auguraban como el detonante para convertir
la región en un destino turístico internacional. Hoy, después de 63 años, la
vía es apta sólo para vehículos de doble tracción, cuando los derrumbes
permiten el paso, y el hotel departamental localizado en la zona de las aguas
termales es una casona abandonada que está a punto de caerse.
Durante nuestra niñez esa
carretera todavía era transitable y con regularidad nos llevaban allá el
domingo a disfrutar las medicinales aguas. Empacábamos el vestido de baño y
salíamos felices por la vía que serpentea a través de un majestuoso bosque de
niebla, y al llegar nos tirábamos del carro para cambiarnos y meternos a la
piscina sin demora. Cuando ya teníamos los ojos rojos por el calor y el azufre
de las aguas, mi mamá nos llamaba para que nos vistiéramos y disfrutáramos una
deliciosa arepa con mantequilla y queso, acompañada de una humeante taza de
chocolate. Cierta vez llegamos y nos lanzamos a la piscina güetes de la dicha,
pero al momento mi mamá vio a un viejo que presentaba una llaga purulenta en la
barriga y muy campante la remojaba sentado en una escala de madera que tenía la
alberca. Nos hizo salir de inmediato, a pesar de nuestras quejas, e iracunda le
metió tremenda empajada al personaje por asqueroso y desagradable, y nos trajo
para la casa sin pasar bocado.
Tengo una foto donde aparecen mis
padres y algunos tíos y tías, en el nevado de El Ruiz, enfundados en ropas de
invierno y con equipos de esquí. Porque entonces existía un refugio cómodo y
agradable, tipo chalet suizo, y un cable que subía a los esquiadores hasta la
parte alta de la montaña para que descendieran por la pista mientras
practicaban el exótico deporte. El cable desapareció hace mucho tiempo, el
refugio se quemó en la erupción del volcán en 1985 y de una vez desapareció
buena parte de la nieve que cubría la montaña; el resto se ha derretido gracias
a las “mejoras” que le hemos hecho a nuestro planeta. Imagino si en la
actualidad tuviéramos allí una estación de esquí, donde turistas de todo el mundo
vinieran a disfrutar de esa maravilla natural.
Hace poco nos fuimos con un grupo
de amigo a pasar el fin de semana a Salento, en el departamento del Quindío. Un
pueblo que no tenía mucha gracia, con una actividad económica limitada, se
convirtió de la noche a la mañana en un verdadero fogoncito turístico. Atraídos
por el Valle de Cocora, los visitantes buscan alojamiento en infinidad de
hostales, hoteles, pensiones y demás albergues que hay en la localidad. Para
todos los gustos y bolsillos, se distinguen por la amabilidad de sus dueños y
la excelente atención que ofrecen al huésped. En la plaza principal los
negocios adecuaron carpas en la calle para albergar los clientes y en la noche
se forma una parranda general.
A pesar del clima lluvioso y frío
disfrutamos la tertulia popular hasta bien tarde, con detalles tan originales
como que la hielera del negocio era una bacinilla; eso sí, nos juraron que no
había tenido otros usos en el pasado. En el hotelito que escogimos, limpio,
cómodo y agradable, por cincuenta mil pesos la noche nos dieron además un
delicioso desayuno con calentado de frijoles y huevo frito encima, arepa con
mantequilla, queso y chocolate. El que pida más… En ese pueblo todo el mundo
vive del turismo: transportan gente, venden artesanías, atienden en un
restaurante, cuidan carros, trabajan en un hotel o cualquier otra actividad
relacionada.
Otro día iba con mi hijo para
Pereira, y como sé que me heredó ese gusto por conocer trochas y pueblos, le
propuse que nos fuéramos por Marsella para que viera esa belleza de región
cafetera que nos comunica con el vecino departamento. Desde Chinchiná hasta
Marsella la carretera tiene apenas unos cortos tramos en buen estado, pero la
mayoría del camino está en muy malas condiciones; sobre todo al pasar el río
San Francisco, donde empieza Risaralda, el camino se torna casi intransitable
en algunos pasos. Pero llega uno al pueblo y se topa con una belleza de plaza
principal, con las casas de balcones pintadas de llamativos colores y una bonita
iglesia que tutela el lugar. Allí también han convertido el parque principal en
lugar de reunión y supe que los fines de semana son muchos los visitantes.
Porque de allí a Pereira la
carretera está en perfecto estado y el paisaje hacia el Valle del Risaralda es
impresionante. En el recorrido encontramos paradores, restaurantes y
mecatideros, y vallas donde promocionan el Paisaje Cultural Cafetero. Y
nosotros con un entorno igualito al de Cocora, en la región de Gallinazo, y un
pueblo como Salamina, sin duda uno de los más bellos del país por su
arquitectura, y el turismo sigue en pañales. Aquí el programa es llevar el visitante
a Santágueda a ver bañistas en narizona.
@pamear55