Le queda como tarea a un especialista en niños, podría ser un pediatra, que escoja un tema bien novedoso para realizar un trabajo de investigación que rompa esquemas. Se trata de descubrir dónde está localizado el chip electrónico que traen incorporado los nacidos a partir de las últimas décadas del siglo XX, y el cual a medida que pasa el tiempo viene corregido y aumentado. Porque no cabe duda de que dichas personas, pero sobre todo los niños de ahora, son superdotados cuando de tecnología se trata. Si un adulto se enreda al tratar de cambiar el timbre del celular, el mocoso lo coge, y así no conozca el modelo del aparato, en par patadas le programa todo lo necesario. Para ellos es innato el trato con computadoras o cualquier tipo de equipo electrónico.
Lo contrario sucede con muchos adultos, entre los que me incluyo, para quienes las instrucciones de un aparato de este tipo son un misterio absoluto. Nosotros desaprovechamos la mayoría de funciones que ofrece el televisor, el VHS, el equipo de sonido o el DVD, lo que podemos comprobar al notar la cantidad de teclas que tiene un control remoto, de las cuales solo utilizamos la del encendido, la de cambiar canales, el control de sonido y otras pocas que sirven para funciones sencillas. De ahí en adelante el moderno chuflí ofrece diferentes opciones las cuales, con tal de no tener que entender cómo funcionan, preferimos ignorar.
Hay que ver en un hogar moderno la cantidad de controles remotos que existen. No falta el fulano que tiene uno hasta para abrir y cerrar las cortinas, y supe que se consigue una chimenea con un mando a distancia con el que se puede encender, aumentar o disminuir la llama, y luego apagarla sin tener que vaciarle un balde de agua encima. Atrás quedaron entonces los zurullos de periódico, la voleada de china, la briega con los tizones para tratar de que echen llama y todo ese camello que representa encenderla con los métodos tradicionales. Lo peor es que nos acostumbramos a esos pequeños mandos llenos de funciones y cuando alguno falla, debemos mandarlo a arreglar de inmediato porque la vida se dificulta sin su ayuda. Hoy parece mentira que alguien se tuviera que levantar de la cama a cambiar de canal o a apagar el televisor; en cambio muchos acostumbran dejar el aparato encendido mientras concilian el sueño, confiados en ese botoncito que inventaron para programar el auto apagado a una hora determinada.
Pero así como a los adultos se nos dificulta el manejo y la comprensión de las funciones de esos cocianfirulos, los muchachitos se peinan con el asunto y cuando insisten en explicarnos utilizan un lenguaje que no es compatible con el nuestro. Y hay que ver la cara que ponen los zambos cuando les hacemos una pregunta cuya respuesta es absolutamente obvia para ellos. Uno aprende por ejemplo a prender la computadora, se defiende con los programas que utiliza con regularidad, después de recibir instrucciones le coge el tirito al internet, sabe cómo imprimir un documento, transfiere fotos desde una cámara digital y hasta se da el lujo de compartir algún truco con un amigo, pero ¡ay! de que la máquina muestre alguna irregularidad o se bloquee por cualquier causa.
Hasta ese punto llega nuestra destreza porque desconocemos el oscuro mundo de la tecnología informática, por lo que no queda más que pedir cacao a un hijo, sobrino o cualquier otro menor que tengamos a mano. Si no cuenta con esa facilidad entonces debe llamar al técnico, el cual muchas veces llega a su casa, prende el equipo, en dos minutos teclea algunas instrucciones que lo dejan perfecto, para luego proceder a cobrar por el servicio. Por algo dicen que el que sabe sabe. Si el hijo vive en otra ciudad, como es mi caso, las instrucciones se reciben vía telefónica o por el novedoso chat. El muchacho empieza a dictar instrucciones con una propiedad pasmosa mientras no entiendo de qué carajo habla, hasta que me toca interrumpirlo para recordarle que no tengo ni remota idea de lo que es un spam, que ni siquiera me imaginaba que en la red existiera una cosa llamada parche para combatirlo, que no tengo noción de cómo bajarlo y mucho menos voy a conocer la forma de instalar esa pendejada.
Entonces pienso que si con lo poco que aprovechamos los ignorantes las posibilidades que ofrece una computadora basta para enviciarnos a ella, hasta llegar al punto de no poder prescindir del aparato aunque sea una mañana, cómo será quienes conocen su manejo a fondo. Después de navegar en internet la vida cambia porque el mundo queda al alcance de un clic, aunque es muy delicado que los menores tengan acceso a unas imágenes que a mi edad nunca pensé que llegaría a ver. Así uno esté solo, hay videos que lo hacen poner colorado.
Ahora me entero de que están a punto de implementar el envío de sensibilidad vía internet. Si en la actualidad con solo imagen y sonido las orgías cibernéticas son el pan de cada día, cómo será metiéndole mano (y otras presas) al asunto. Y aunque con la tecnología todo es posible, no falta el escéptico que diga que eso es pura paja.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, agosto 29, 2007
lunes, agosto 20, 2007
¿Será que nos toca?
Esta es sin duda la pregunta que sale a colación siempre que hay un grupo de personas reunidas, y cuyo tema de conversación son los proyectos y las obras de infraestructura que se adelantan en la región y el país. No es que los contertulios sean pesimistas, sino que en nuestro medio han sido tantas las promesas y tantos los mega proyectos que se han quedado en solo palabrería, que la duda ronda entre la gente y cada vez somos más renuentes a creer en la eficiencia de nuestros dirigentes. A lo mejor con los años uno se vuelve desconfiado y ya no le come cuento a esas promesas, ni se deja pintar pajaritos de oro.
¿Será que nos toca ver en operación el aeropuerto de Palestina? Porque el sueño de todos es que despegue desde allí un avión hacia un destino internacional, aunque por ahora la mayoría nos conformamos con tener un terminal aéreo que funcione en época de invierno y opere en horario nocturno. En el programa radial La Luciérnaga escuchamos con cierta regularidad las diatribas de Álvarez Gardeazabal en las que habla pestes de nuestra aspiración a tener un aeropuerto funcional; el cáustico comentarista insiste en que se trata de un embeleco de “unos cuantos ricos de Manizales”. Pero claro, como el personaje de marras es oriundo del Valle del Cauca, además de ex gobernador de ese departamento, insiste en que la solución para nosotros es utilizar el aeropuerto Santa Ana, de Cartago, hasta donde podemos trasladarnos en muy poco tiempo, por una, según él, “excelente” autopista.
Lo que me extraña es que Hernán Peláez, para mi gusto el periodista más ecuánime del país, permita esas opiniones amañadas en su programa. Que al menos permita a la contraparte exponer sus razones, y que le aclare al país que entre las dos ciudades no existe ninguna autopista ni nada que se le parezca. Me gustaría verlos en un embotellamiento del tráfico en la bajada a Desquebradas a ver qué tan expedito les parece el camino. Además Héctor Rincón, la cuota antioqueña del programa, mete la cucharada para decir que la idea de Aeropalestina es un asunto de puro regionalismo caldense. Qué tal un paisa que critica el regionalismo, cuando fueron ellos quienes lo inventaron. Así como no nos entrometemos en los proyectos ajenos, que nadie venga a meter las narices en nuestras justas aspiraciones de desarrollo.
¿A propósito, será que nos toca viajar entre las tres capitales del eje cafetero por una cómoda y moderna autopista? Porque esa realidad solo existe en la mente de algunos periodistas foráneos que la promocionan como una obra terminada, lo que hace suponer que ha pasado mucho tiempo sin que transiten por esa vía. Ya perdimos la cuenta de cuántos años hace que oímos hablar del anhelado proyecto, el cual sigue en pañales en un gran porcentaje. Es común enterarnos de las fechas fijadas para entregar la totalidad de las obras, pero los plazos se cumplen y solo vemos como nos dan contentillo con pañitos de agua tibia. Y como ante la necesidad el ciudadano agradece cualquier tramo que pongan en servicio, así nos caramelean mientras cumplimos con el pago de unos costosos y copiosos peajes.
¿Será que alcanzamos a conocer el cacareado puerto de Tribugá? Ese sí que lo veo remoto. A las otras obras al menos les trabajan, así sea a puchitos; o les meten el hombro e insisten en conseguir la financiación, pero de la tan anhelada carretera a las costas del océano pacífico no se sabe nada en concreto. Que ya está de un cacho, dicen un día; que el gobierno aprobó el presupuesto, dicen después; que falta muy poco tramo por abrir, aseguran luego, pero de ahí a poder viajar en carro hasta la playa hay mucho trecho. Y mucha trocha. Trocha a la que después de abierta hay que adecuar con las mejores especificaciones para que permita el tránsito de tracto camiones hacia y desde el puerto. De manera que a ese proyecto es mejor que ni le hagamos ganas.
¿Será que nos toca algún día viajar a Bogotá por una vía cómoda y segura? Amanecerá y veremos, porque a cualquiera se le gasta el optimismo al ver que ni siquiera ha sido posible un acuerdo para adelantar los estudios de la rectificación de la carretera que une a Manizales con Mariquita. Resulta que la Universidad Nacional tiene una deuda con el INVIAS por el lote que ocupa el campus de La Nubia, compromiso que puede cancelar con la realización de dicho estudio. Ambos están de acuerdo, a las dos partes les conviene el arreglo, el gobierno azuza para que se logre el convenio, pero pasa el tiempo y no hay poder humano que logre la firma. Esa vaina no la entiende ni el patas. Mientras tanto es cada vez mayor el número de viajeros que opta por utilizar la vía por Cambao, que aunque es una carretera sinuosa y muy despoblada, puede evitarse el tramo Honda - Villeta que está imposible por el tráfico pesado.
Será en una próxima reencarnación que disfrutamos del túnel de La Línea, el ferrocarril de occidente, la navegación por el río Magdalena y la transición del ISS a una nueva EPS. Mientras tanto, no queda sino ver esta vida pasar y pasar.
pmejiama1@une.net.co
¿Será que nos toca ver en operación el aeropuerto de Palestina? Porque el sueño de todos es que despegue desde allí un avión hacia un destino internacional, aunque por ahora la mayoría nos conformamos con tener un terminal aéreo que funcione en época de invierno y opere en horario nocturno. En el programa radial La Luciérnaga escuchamos con cierta regularidad las diatribas de Álvarez Gardeazabal en las que habla pestes de nuestra aspiración a tener un aeropuerto funcional; el cáustico comentarista insiste en que se trata de un embeleco de “unos cuantos ricos de Manizales”. Pero claro, como el personaje de marras es oriundo del Valle del Cauca, además de ex gobernador de ese departamento, insiste en que la solución para nosotros es utilizar el aeropuerto Santa Ana, de Cartago, hasta donde podemos trasladarnos en muy poco tiempo, por una, según él, “excelente” autopista.
Lo que me extraña es que Hernán Peláez, para mi gusto el periodista más ecuánime del país, permita esas opiniones amañadas en su programa. Que al menos permita a la contraparte exponer sus razones, y que le aclare al país que entre las dos ciudades no existe ninguna autopista ni nada que se le parezca. Me gustaría verlos en un embotellamiento del tráfico en la bajada a Desquebradas a ver qué tan expedito les parece el camino. Además Héctor Rincón, la cuota antioqueña del programa, mete la cucharada para decir que la idea de Aeropalestina es un asunto de puro regionalismo caldense. Qué tal un paisa que critica el regionalismo, cuando fueron ellos quienes lo inventaron. Así como no nos entrometemos en los proyectos ajenos, que nadie venga a meter las narices en nuestras justas aspiraciones de desarrollo.
¿A propósito, será que nos toca viajar entre las tres capitales del eje cafetero por una cómoda y moderna autopista? Porque esa realidad solo existe en la mente de algunos periodistas foráneos que la promocionan como una obra terminada, lo que hace suponer que ha pasado mucho tiempo sin que transiten por esa vía. Ya perdimos la cuenta de cuántos años hace que oímos hablar del anhelado proyecto, el cual sigue en pañales en un gran porcentaje. Es común enterarnos de las fechas fijadas para entregar la totalidad de las obras, pero los plazos se cumplen y solo vemos como nos dan contentillo con pañitos de agua tibia. Y como ante la necesidad el ciudadano agradece cualquier tramo que pongan en servicio, así nos caramelean mientras cumplimos con el pago de unos costosos y copiosos peajes.
¿Será que alcanzamos a conocer el cacareado puerto de Tribugá? Ese sí que lo veo remoto. A las otras obras al menos les trabajan, así sea a puchitos; o les meten el hombro e insisten en conseguir la financiación, pero de la tan anhelada carretera a las costas del océano pacífico no se sabe nada en concreto. Que ya está de un cacho, dicen un día; que el gobierno aprobó el presupuesto, dicen después; que falta muy poco tramo por abrir, aseguran luego, pero de ahí a poder viajar en carro hasta la playa hay mucho trecho. Y mucha trocha. Trocha a la que después de abierta hay que adecuar con las mejores especificaciones para que permita el tránsito de tracto camiones hacia y desde el puerto. De manera que a ese proyecto es mejor que ni le hagamos ganas.
¿Será que nos toca algún día viajar a Bogotá por una vía cómoda y segura? Amanecerá y veremos, porque a cualquiera se le gasta el optimismo al ver que ni siquiera ha sido posible un acuerdo para adelantar los estudios de la rectificación de la carretera que une a Manizales con Mariquita. Resulta que la Universidad Nacional tiene una deuda con el INVIAS por el lote que ocupa el campus de La Nubia, compromiso que puede cancelar con la realización de dicho estudio. Ambos están de acuerdo, a las dos partes les conviene el arreglo, el gobierno azuza para que se logre el convenio, pero pasa el tiempo y no hay poder humano que logre la firma. Esa vaina no la entiende ni el patas. Mientras tanto es cada vez mayor el número de viajeros que opta por utilizar la vía por Cambao, que aunque es una carretera sinuosa y muy despoblada, puede evitarse el tramo Honda - Villeta que está imposible por el tráfico pesado.
Será en una próxima reencarnación que disfrutamos del túnel de La Línea, el ferrocarril de occidente, la navegación por el río Magdalena y la transición del ISS a una nueva EPS. Mientras tanto, no queda sino ver esta vida pasar y pasar.
pmejiama1@une.net.co
lunes, agosto 13, 2007
Oficios varios.
Por lo complicado que es conseguir trabajo la gente ha cogido la maña de responder, ante la pregunta del empleador acerca de para qué tipo de cargo se ofrece, tratar de coparlos todos al optar por el que llaman ahora oficios varios. Como quien dice, para lo que sea necesario con tal de que lo enganchen. Pero ahí es donde la embarra el desesperado aspirante, porque el psicólogo encargado de evaluar el personal, cuando alguien asegura saber de todo, de una vez lo chulea y queda descalificado. En cambio antes sí era común el cliente que se le medía a lo que fuera, y la gente decía que fulanito servía hasta para remedio. Para la muestra…
*Pues sí dotor, yo me la paso todo el día aquí recostao en este murito, mientras espero que aparezca algún amigo p’a ponenos a recordar cómo era esto por aquí ahora años. Con decile que estamos tan viejos que ya a la catedral tuvieron que reforzala quisque porque se iba a venir abajo; y hasta los emboladores se modernizaron, ya que la cajita tradicional fue jubilada por esos bancos metálicos con un guardadero p’a meter el betún y los cepillos. En mi época los emboladores éramos muy conocidos y uno podía vivir con lo que dejaba ese destino.
Con decile que no era necesario movese de aquí porque la clientela era fija. Por ejemplo muchos ricos que tenían oficina cerca al parque de Bolívar, se la pasaban era paraos en una de estas esquinas y ahí mismo palabriaban los negocios. Llegaban en el carro, lo parquiaban alrededor de la plaza y empezaban a negociar con el que les interesara. A cada rato se metían a un café a tintiar y a la oficina sólo subían cuando necesitaban entrar al baño, llamar por teléfono o a ponele pirinola a la secretaria. Lo cierto es que todo mundo trabajaba en el centro, y p’a cualquier diligencia también era necesario venir hasta aquí.
La gente andaba bien vestida y hasta los mensajeros se hacían embolar a diario, a diferencia de ahora que acostumbran unos zapatos deportivos que se limpian con un trapo mojao. Si aquí el negocio estaba flojo, bastaba con dase una vuelta por los cafés y cafeterías donde abundaba la clientela. Yo a media mañana me daba una pasada por muchos almacenes donde los comerciantes lo trataban a uno muy bien, así no necesitaran el servicio. Cogía por la 23 y dentraba a saludar a don Evelio Mejía, en el Artístico; a don Aurelio Restrepo que cazaba clientes en la puerta de su negocio; don Gregorio Jaramillo medía metros de tela; en La Colmena don Antonio Llano y doña Pepa despachaban mercados; y así me iba hasta el parque de Caldas donde hacía la última visita a don Benjamín López. Además, podía uno asomase por cualquier oficina o negocio y nadies lo trataba mal. Es que esa sí era gente, ¿oiga?
Pero fue hasta que el negocio se perratió porque llegaron unos colegas de mala clase y empezaron a vender vicio. Lo pior es que todos quedamos señalaos como jíbaros. Recuerdo cuando en el festival de teatro hacían por las noches tremendas pachangas aquí, en la plaza de Bolívar, y había qué ver la cantidá de mechudos fumando maracachafa. Como no había baños, cuando ya estaban jumaos se metían al atrio de la catedral y dejaban eso todo empuercao. Eso fue hasta que un Monseñor se salió de los chiros y les metió severo regaño; hasta ahí duró la guachafita.
Como yo antes había cargao mercaos en la galemba, conocía mucha gente y las señoras me utilizaban como mandadero o p’a haceles arreglos en las casas. Diga usté coger goteras, colgar lámparas, destuquiar tuberías, ajustar bisagras, virutiar y encerar pisos, limpiar terrazas, arreglar prados, jardiniar, blanquiar paredes, despercudir escusaos, bañar perros, trastiar muebles pesaos, lavar ventanas y todo lo que se ofreciera. Lo mejor es que me tenían mucha confianza y conmigo podían mandar plata o cualquier ojeto de valor.
En otra época hice de guachimán por las noches, pero ese destino es muy berriondo porque la trasnochadera lo acaba a uno y además la calle se puso muy peligrosa. Se la pasaba uno lidiando con borrachos y ladrones, y había veces que no alcanzaba a guardar el machete cuando había que rastrillalo otra vez. Qué cosa tan jodida. Entoes me dediqué a cuidar carros en la carrera 23, por los laos del Palacio Nacional; cuando eso el negocio era muy bueno porque la gente podía parquiar donde le provocara, y uno trabajaba en cualquier parte sin que nadies viniera a pedile plata ni a vendele el derecho a una cuadra determinada. Porque le cuento que eso ahora lo maneja una mafia que usté ni se imagina.
Hombre… esto ya no es lo de antes. Recorro cuadras y no distingo a nadies. A veces cierro las vistas y me parece ver a Margarito tongoniándose por la mitad de la calle; a la loca María echando madres; a Nazario sobándose los bolsillos y dándose bendiciones; o a Quijano con un cartapacio debajo del brazo. Fíjese que ya ni personajes típicos quedan. En cambio hay raponeros, vendedores ilegales, pájaras, gamines, oportunistas y desempleados hasta p’a tirar p’a la jura. Las únicas que siguen ahí, tan campantes, son las palomitas. Mírelas no más.
pmejiama1@une.net.co
*Pues sí dotor, yo me la paso todo el día aquí recostao en este murito, mientras espero que aparezca algún amigo p’a ponenos a recordar cómo era esto por aquí ahora años. Con decile que estamos tan viejos que ya a la catedral tuvieron que reforzala quisque porque se iba a venir abajo; y hasta los emboladores se modernizaron, ya que la cajita tradicional fue jubilada por esos bancos metálicos con un guardadero p’a meter el betún y los cepillos. En mi época los emboladores éramos muy conocidos y uno podía vivir con lo que dejaba ese destino.
Con decile que no era necesario movese de aquí porque la clientela era fija. Por ejemplo muchos ricos que tenían oficina cerca al parque de Bolívar, se la pasaban era paraos en una de estas esquinas y ahí mismo palabriaban los negocios. Llegaban en el carro, lo parquiaban alrededor de la plaza y empezaban a negociar con el que les interesara. A cada rato se metían a un café a tintiar y a la oficina sólo subían cuando necesitaban entrar al baño, llamar por teléfono o a ponele pirinola a la secretaria. Lo cierto es que todo mundo trabajaba en el centro, y p’a cualquier diligencia también era necesario venir hasta aquí.
La gente andaba bien vestida y hasta los mensajeros se hacían embolar a diario, a diferencia de ahora que acostumbran unos zapatos deportivos que se limpian con un trapo mojao. Si aquí el negocio estaba flojo, bastaba con dase una vuelta por los cafés y cafeterías donde abundaba la clientela. Yo a media mañana me daba una pasada por muchos almacenes donde los comerciantes lo trataban a uno muy bien, así no necesitaran el servicio. Cogía por la 23 y dentraba a saludar a don Evelio Mejía, en el Artístico; a don Aurelio Restrepo que cazaba clientes en la puerta de su negocio; don Gregorio Jaramillo medía metros de tela; en La Colmena don Antonio Llano y doña Pepa despachaban mercados; y así me iba hasta el parque de Caldas donde hacía la última visita a don Benjamín López. Además, podía uno asomase por cualquier oficina o negocio y nadies lo trataba mal. Es que esa sí era gente, ¿oiga?
Pero fue hasta que el negocio se perratió porque llegaron unos colegas de mala clase y empezaron a vender vicio. Lo pior es que todos quedamos señalaos como jíbaros. Recuerdo cuando en el festival de teatro hacían por las noches tremendas pachangas aquí, en la plaza de Bolívar, y había qué ver la cantidá de mechudos fumando maracachafa. Como no había baños, cuando ya estaban jumaos se metían al atrio de la catedral y dejaban eso todo empuercao. Eso fue hasta que un Monseñor se salió de los chiros y les metió severo regaño; hasta ahí duró la guachafita.
Como yo antes había cargao mercaos en la galemba, conocía mucha gente y las señoras me utilizaban como mandadero o p’a haceles arreglos en las casas. Diga usté coger goteras, colgar lámparas, destuquiar tuberías, ajustar bisagras, virutiar y encerar pisos, limpiar terrazas, arreglar prados, jardiniar, blanquiar paredes, despercudir escusaos, bañar perros, trastiar muebles pesaos, lavar ventanas y todo lo que se ofreciera. Lo mejor es que me tenían mucha confianza y conmigo podían mandar plata o cualquier ojeto de valor.
En otra época hice de guachimán por las noches, pero ese destino es muy berriondo porque la trasnochadera lo acaba a uno y además la calle se puso muy peligrosa. Se la pasaba uno lidiando con borrachos y ladrones, y había veces que no alcanzaba a guardar el machete cuando había que rastrillalo otra vez. Qué cosa tan jodida. Entoes me dediqué a cuidar carros en la carrera 23, por los laos del Palacio Nacional; cuando eso el negocio era muy bueno porque la gente podía parquiar donde le provocara, y uno trabajaba en cualquier parte sin que nadies viniera a pedile plata ni a vendele el derecho a una cuadra determinada. Porque le cuento que eso ahora lo maneja una mafia que usté ni se imagina.
Hombre… esto ya no es lo de antes. Recorro cuadras y no distingo a nadies. A veces cierro las vistas y me parece ver a Margarito tongoniándose por la mitad de la calle; a la loca María echando madres; a Nazario sobándose los bolsillos y dándose bendiciones; o a Quijano con un cartapacio debajo del brazo. Fíjese que ya ni personajes típicos quedan. En cambio hay raponeros, vendedores ilegales, pájaras, gamines, oportunistas y desempleados hasta p’a tirar p’a la jura. Las únicas que siguen ahí, tan campantes, son las palomitas. Mírelas no más.
pmejiama1@une.net.co
domingo, agosto 05, 2007
El callo de Moncayo.
El título de esta nota lo copié de mis hermanos cuando los oí comentar sobre el caminante Moncayo; aparte de eso lo bautizaron el profesor “Mi callo”. Porque deben ser monumentales los callos y las ampollas que tiene en los pies el mencionado personaje, después de esa patoniada tan espantosa que se metió. Si queda uno de cama al viajar de Sandoná a Bogotá en carro, como será echando pata. Claro que si las quimbas le quedaron en carne viva y llenas de llagas, al mismo tiempo se convirtió en una postema para el Presidente Uribe y el alto gobierno. Qué encartada tan espantosa con ese hombre instalado en plena plaza mayor; estorba más que una tostada en un brassier.
Encomiable la epopeya emprendida por un angustiado padre que ve impotente cómo pasan los años y su hijo sigue secuestrado en la selva. Lo que parece inaudito, es que en ningún momento acusa o se refiere a la organización guerrillera que lo tiene prisionero. Porque nadie puede olvidar que fueron las FARC quienes arrasaron el puesto de comunicaciones de Patascoy; que no dejaron piedra sobre piedra y si algunos salieron con vida, fue de milagro. Basta con recordar cómo quedaron las instalaciones después del ataque, para suponer que quisieron acabar hasta con el nido de la perra. Luego llevaron los sobrevivientes al monte para encerraron en jaulas y tratarlos como animales.
Pero no, el profesor de marras se dedica a echarle vainas al Presidente, a responsabilizarlo por la situación de su hijo y los demás secuestrados, y a presionar para que al fin se autorice una zona de despeje. ¿Acaso no se dan cuenta de que son utilizados por el grupo insurgente para lograr que el gobierno afloje y así sean ellos los beneficiados? ¿Será muy difícil que entiendan que a sus familiares los tienen como ases en la manga para utilizarlos en el momento de tirar las cartas? ¿No se enteran de que los responsables directos de esta tragedia son los bandidos que mantienen encerrados a sus seres queridos? A lo mejor la actitud que han tomado los familiares de los secuestrados, de no señalar a los insurgentes, puede relacionarse con el síndrome de Estocolmo.
Cualquiera entiende la angustia que los agobia, pero no cabe duda de que el interés general prima. El gobierno no puede bajarse los calzones en una negociación tan trascendental para el país, con el único fin de solucionar la situación de unos pocos. Basta con ponernos en los zapatos de los colombianos que habitan los municipios que exigen como zona de despeje; aquellos que poseen allí una parcela, su casa y el patrimonio. ¿Qué se los trague la tierra? No es justo, porque ellos tienen los mismos derechos de cualquier otro ciudadano. A lo mejor olvidaron las andanzas de las FARC durante los 4 años que tuvieron a su disposición un vasto territorio al sur del país, cuando se apropiaron de las fincas y demás propiedades que tenían los ciudadanos de bien en la zona de despeje.
Que sean muchos los caminantes por la paz, pero que señalen con el dedo acusador a quien corresponde. Tienen respaldo de sobra porque todos estamos con ellos, además de que en nuestro pueblo lo que hay son desocupados, noveleros y patos a granel. Pero que las marchas se hagan con respeto, y que ojalá no se les suban los humos. Porque me dejó un mal sabor cuando el profesor Moncayo arribó a Bogotá y resolvieron recorrer sus calles por el carril que utiliza el transporte masivo; como si la gente que a esa hora utiliza el Trans milenio tuviera la culpa de la situación del angustiado maestro. Ni hablar de la forma irreverente como trató al señor Presidente.
Si la manera de combatir el abominable delito del secuestro es ceder a las exigencias de la chusma, estamos jodidos. Hoy liberan a unos para mañana agarrar a otros; valiente gracia. Así quedamos inmersos en lo que llaman un círculo vicioso. Es como el caso del secuestro extorsivo, el cual solo puede enfrentarse de la forma como lo hizo Diego Mejía y su familia. Y me refiero al mismo afectado, porque él dejó instrucciones claras de cómo debían actuar ante un posible plagio.
Diego fue un tipo bueno, trabajador, honesto, excelente amigo y miembro de familia. Sus empleados siempre lo respetaron y lo apreciaron. Como ejecutivo laboró toda una vida para alcanzar un sueño: poder retirarse y construir su casa en medio del potrero. Ahí, entre vacas, perros y caballos. Sabía del riesgo que corría, pero no renunció a la libertad y al derecho a disfrutar sus haberes. Y claro, como la ignorancia es atrevida, los bandidos confundieron a un hombre que durante muchos años fue el gerente de una multinacional, y lo señalaron como el dueño de la misma. Hágame el favor. Por lo tanto la exigencia económica era exorbitante y el desenlace fatal una posibilidad inminente.
El proceder de María Matilde, su esposa, es digno de admirar porque seguir esas instrucciones no es fácil. Y las cosas no salieron como todos esperábamos, porque así es la vida. Unas veces se gana, otras se pierde. Lo cierto es que si todos actuáramos de esa manera, el despreciable negocio del secuestro moriría por sustracción de materia.
pmejiama1@une.net.co
Encomiable la epopeya emprendida por un angustiado padre que ve impotente cómo pasan los años y su hijo sigue secuestrado en la selva. Lo que parece inaudito, es que en ningún momento acusa o se refiere a la organización guerrillera que lo tiene prisionero. Porque nadie puede olvidar que fueron las FARC quienes arrasaron el puesto de comunicaciones de Patascoy; que no dejaron piedra sobre piedra y si algunos salieron con vida, fue de milagro. Basta con recordar cómo quedaron las instalaciones después del ataque, para suponer que quisieron acabar hasta con el nido de la perra. Luego llevaron los sobrevivientes al monte para encerraron en jaulas y tratarlos como animales.
Pero no, el profesor de marras se dedica a echarle vainas al Presidente, a responsabilizarlo por la situación de su hijo y los demás secuestrados, y a presionar para que al fin se autorice una zona de despeje. ¿Acaso no se dan cuenta de que son utilizados por el grupo insurgente para lograr que el gobierno afloje y así sean ellos los beneficiados? ¿Será muy difícil que entiendan que a sus familiares los tienen como ases en la manga para utilizarlos en el momento de tirar las cartas? ¿No se enteran de que los responsables directos de esta tragedia son los bandidos que mantienen encerrados a sus seres queridos? A lo mejor la actitud que han tomado los familiares de los secuestrados, de no señalar a los insurgentes, puede relacionarse con el síndrome de Estocolmo.
Cualquiera entiende la angustia que los agobia, pero no cabe duda de que el interés general prima. El gobierno no puede bajarse los calzones en una negociación tan trascendental para el país, con el único fin de solucionar la situación de unos pocos. Basta con ponernos en los zapatos de los colombianos que habitan los municipios que exigen como zona de despeje; aquellos que poseen allí una parcela, su casa y el patrimonio. ¿Qué se los trague la tierra? No es justo, porque ellos tienen los mismos derechos de cualquier otro ciudadano. A lo mejor olvidaron las andanzas de las FARC durante los 4 años que tuvieron a su disposición un vasto territorio al sur del país, cuando se apropiaron de las fincas y demás propiedades que tenían los ciudadanos de bien en la zona de despeje.
Que sean muchos los caminantes por la paz, pero que señalen con el dedo acusador a quien corresponde. Tienen respaldo de sobra porque todos estamos con ellos, además de que en nuestro pueblo lo que hay son desocupados, noveleros y patos a granel. Pero que las marchas se hagan con respeto, y que ojalá no se les suban los humos. Porque me dejó un mal sabor cuando el profesor Moncayo arribó a Bogotá y resolvieron recorrer sus calles por el carril que utiliza el transporte masivo; como si la gente que a esa hora utiliza el Trans milenio tuviera la culpa de la situación del angustiado maestro. Ni hablar de la forma irreverente como trató al señor Presidente.
Si la manera de combatir el abominable delito del secuestro es ceder a las exigencias de la chusma, estamos jodidos. Hoy liberan a unos para mañana agarrar a otros; valiente gracia. Así quedamos inmersos en lo que llaman un círculo vicioso. Es como el caso del secuestro extorsivo, el cual solo puede enfrentarse de la forma como lo hizo Diego Mejía y su familia. Y me refiero al mismo afectado, porque él dejó instrucciones claras de cómo debían actuar ante un posible plagio.
Diego fue un tipo bueno, trabajador, honesto, excelente amigo y miembro de familia. Sus empleados siempre lo respetaron y lo apreciaron. Como ejecutivo laboró toda una vida para alcanzar un sueño: poder retirarse y construir su casa en medio del potrero. Ahí, entre vacas, perros y caballos. Sabía del riesgo que corría, pero no renunció a la libertad y al derecho a disfrutar sus haberes. Y claro, como la ignorancia es atrevida, los bandidos confundieron a un hombre que durante muchos años fue el gerente de una multinacional, y lo señalaron como el dueño de la misma. Hágame el favor. Por lo tanto la exigencia económica era exorbitante y el desenlace fatal una posibilidad inminente.
El proceder de María Matilde, su esposa, es digno de admirar porque seguir esas instrucciones no es fácil. Y las cosas no salieron como todos esperábamos, porque así es la vida. Unas veces se gana, otras se pierde. Lo cierto es que si todos actuáramos de esa manera, el despreciable negocio del secuestro moriría por sustracción de materia.
pmejiama1@une.net.co
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