Todo lo que se ha escrito o dicho sobre filosofía en la historia del hombre está sintetizado en el refranero popular. Ahí puede usted encontrar respuesta a cualquier incógnita. Los refranes resumen todo un tratado hasta dejarlo convertido en una corta frase; para cualquier situación existe un dicho que lo retrata a la perfección; y se echa mano de ellos para sustituir lo que otros aprenden en la academia después de muchos años de estudio. Un campesino analfabeto dicta cátedra de vida cuando recurre a los refranes y los acomoda a su forma de enfrentar la existencia. Los proverbios chinos resumen la filosofía de un pueblo que nos lleva mucha ventaja de supervivencia sobre este planeta, y es así como las diferentes culturas han recopilado su sabiduría con sentencias propias.
Desde pequeño uno escucha este tipo de máximas y aprende a utilizarlas en el momento preciso, pero muy pocos se han detenido a analizarlas a fondo. Y caí en cuenta de esto hace poco cuando leí algo al respecto, lo cual me hizo pensar seriamente en el asunto. Porque así como no estoy de acuerdo en cambiarle el nombre a las cosas porque sí, reconozco que la sociedad ha evolucionado y el comportamiento de las personas ya no es el mismo, y por lo tanto se podrían reconsiderar algunos refranes que ya están mandados a recoger. Voy a recordar algunos a ver si vale la pena meterles el diente.
Siempre hemos oído decir que mal de muchos consuelo de tontos. Pues fíjese que no me parece, porque cuando los males son en patota lo sacan a uno de muchos bollos y le dan cierta justificación a las embarradas. Por ejemplo si a un muchacho lo suspenden tres días del colegio por alguna causa, en la casa lo castigan y le arman tremendo escándalo. Pero si llega con el cuento que suspendieron a todo el grupo por una conducta incorrecta, es posible que la mamá interceda por él mientras aduce que a la fija fueron esos otros vándalos que perjudicaron al niño. O si llega un vendaval y arranca de cuajo el techo de su casa, con seguridad se lo traga la tierra y tiene que buscar la forma de arreglar el daño. Pero si la tragedia es general y hay cientos de casas perjudicadas, el gobierno debe poner la cara y empezar a repartir tejas, colchones, cobijas y mercados. De manera que bienvenido el mal de muchos.
Si fuera cierto que a quien madruga dios le ayuda, aquellos recicladores que empiezan a recorrer las calles en las primeras horas de la madrugada estarían en la gloria. O el campesino que abre el ojo a las 4 de la mañana para pelar el café y empezar labores; o tantos otros que nunca se han perdido la salida del sol. Francamente no entiendo por qué el Divino Hacedor va a tener preferencia por los que abandonan el nido a primera hora, si hasta donde tengo entendido el hecho de dormir hasta más tardecito no está relacionado en la lista de pecados, ni siquiera veniales. Con lo bueno que es hacer pereza a esas horas, sobre todo cuando el día amanece lluvioso y destemplado.
También aconsejan que a caballo regalado no se le mira el colmillo (porque hay quienes con solo mirarle las muelas a un táparo saben calcularle la edad). Como quien dice no se le debe sacar pero por el simple hecho de ser un obsequio, sin importar que el jumento no sirva ni para alimentar leones de circo. Qué tal esa vaina. Es como cuando estábamos chiquitos y había que recibir cualquier mecha de pantalón que nos heredaba un hermano mayor, el cual debíamos agradecer y luego usar hasta que no le cupiera un remiendo más. Ni hablar cuando recibíamos de regalo la remontada de unos pelles de zapatos que un primo ya había desechado.
Qué tal ahora como está de delicada la cosa con las feministas, de esas que en todo ven la sombra de los machos, para que insistan con el cuento que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. ¡Pamplinas!, como dicen en las tiras cómicas. Si ahora las mujeres son las que ocupan los cargos importantes y ahí sí que los maridos aparecen como unos peleles. Además, después de conocer algunas historias puede asegurarse que detrás de los grandes hombres la mayoría de las veces hay dos, y hasta más féminas. No les falta una novia, varias mozas y los levantes de ocasión. Otra cosa es que detrás de muchos lo que hay es otro hombre. O digan si no. Tampoco han faltado los personajes importantes que contrajeron con unas viejas pendejas sin ninguna gracia.
Respecto al tema del mal de muchos recordé un cuento de mi sobrina Cristina Mejía cuando estaba en la primaria. Un viernes la recogieron en el colegio y ella muy excitada empezó a contar que unas compañeras de la clase tenían que presentarse con los papás el lunes a primera hora en la rectoría; nombraba a la una, se refería a la otra, agregaba a fulanita, mientras disfrazaba con adornos la causa por la que las habían castigado. La muchachita al fin se quedó callada durante unos segundos, hasta que sin querer queriendo agregó:
- ¡Ah!, se me olvidaba. Ustedes también tienen que ir.
pmejiama1@une.net.co
sábado, junio 30, 2007
miércoles, junio 20, 2007
El velorio evoluciona.
Los jóvenes no pueden creerlo cuando escuchan que antes los velorios se hacían en las casas. Muchos creen que los están tomando del pelo ante semejante despropósito, ya que no alcanzan a imaginar una escena como ésa. Viéndolo bien tienen razón, porque dicha costumbre siempre es que era como muy lúgubre y traumática. Pues así era la cosa ni más ni menos. En la casa del finado se procedía con el velorio, y en caso de ser esta muy estrecha, incómoda o mal localizada, siempre resultaba un familiar o vecino más acomodado que prestaba su domicilio para proceder con lo que hoy nos parece una tradición arcaica.
Instalar el cajón en la sala, rodeado de cirios, y empezar a recibir gente era el paso obligado cuando un miembro de la familia estiraba la pata. Y mientras unas viejas beatas recitaban letanías, berreaban y se daban bendiciones al lado del ataúd, los hombres entraban un momento, daban el sentido pésame a quienes correspondiera, le echaban una postrer mirada al muerto, saludaban al resto con un leve movimiento de cabeza y se disponían a jartar trago y a comer de lo que ofrecieran. Para la mayoría el programa era con amanecida incluida, y no faltaba el que se animaba y contrataba un trío para darle trascendencia al momento, lo que convertía la luctuosa despedida en reunión de logreros y gotereros que veían la oportunidad de consumir sin gastar un solo peso.
Otra característica es que si algún familiar vivía en el exterior era menester esperar hasta que llegara para proceder con el entierro. Como muchas veces la sola avisada podía demorar dos o tres días, el dichoso velorio se extendía indefinidamente hasta tener a toda la parentela reunida. Y entre y salga gente, friten empanadas, preparen tinto, repartan trago, contesten el teléfono, repitan el cuento de cómo fueron los últimos instantes del finado, boten las coronas de flores marchitas y estén pendientes de los ceniceros y demás adornos para que no se los llevaran.
Por fortuna aparecieron entonces las salas de velación, porque definitivamente dormir con el muerto en la habitación vecina debía ser muy incómodo. Ni habar de los muchachitos que durante la noche olvidaban la tragedia y cuando al despertar salían flechados a pedir el desayuno, se topaban de frente con el lúgubre espectáculo. En cambio en las modernas salas a cierta hora todo el mundo se va para la casa y no es necesario llegar a hacer oficio ni a organizar el reblujo. Tampoco hay que ofrecer tinto o aromática porque éso lo venden en la cafetería del complejo funerario. Muy justo además, porque a quienes van a rajar del muerto y a chismosear que al menos les cueste algo.
No hay duda de que hay gente a la que le fascina asistir a velorios y entierros (digo entierro ya que esa palabra se volvió genérica sin importar que se trate de la misa que celebran luego de una cremación). Los aficionados a esta cita solidaria mantienen el traje oscuro aplanchado, y cuando se enteran del fallecimiento empiezan a llamar a todo el mundo para ser ellos los primeros en difundir la noticia. Llegan muy puntuales a la sala de velación y no pierden detalle de los asistentes, además de que se ofrecen para hacer cuanta diligencia se ocurra. Yo hago parte de los que somos el polo opuesto y no vamos a una vaina de ésas ni por equivocación. Que usted era muy allegado al muerto, le dicen a uno, como si el fulano se fuera a dar cuenta de nuestra asistencia. Tampoco estoy de acuerdo con que la familia agradece que los acompañen, porque en semejante trance ni cuenta se dan y es tanta la pelotera que no recuerdan quienes asistieron.
Tengo muy claro que al único que pienso asistir es al mío, y éso porque no me puedo mamar. Los velorios son más un acto social donde la gente se dedica al cotilleo y a saludar amigos, además de tener tema de conversación cuando les pregunten sobre los pormenores de la ceremonia. Si viera las palabras tan divinas que dijo fulanita; hay que ver cómo lloraba la hija; la tranquilidad de perano, pasmosa; y ni qué decir de lo bien que habló el cura del muerto. Ya es hora de abolir esa costumbre y que al acto asistan solo los familiares cercanos, y quien después quiera manifestarse que mande un bono de contribución a una obra social. Nada de flores ni sufragios (también los llaman papel para-finado). Otra cosa bien jarta son las visitas de pésame, donde no se sabe a quien le da más pereza, si al que las hace o al que las recibe.
Me cuentan mis padres que hace años un señor de apellido Vallejo, comerciante reconocido y dueño del almacén Canadá, se ahogó en el río Cauca y el velorio fue muy concurrido. Gustavo Vallejo, sobrino del muerto, aprovechó la ocasión para tomarse unos tragos mientras conversaba con familiares y amigos, y al momento de abandonar la casa ya bastante copetón, abrazó a la viuda para darle el sentido pésame y le dijo:
-¡Ay! qué dolor tan grande. No puedo creer que el tío haya muerto de esa forma tan absurda. ¡Descanse en “pez”!
pmejiama1@une.net.co
Instalar el cajón en la sala, rodeado de cirios, y empezar a recibir gente era el paso obligado cuando un miembro de la familia estiraba la pata. Y mientras unas viejas beatas recitaban letanías, berreaban y se daban bendiciones al lado del ataúd, los hombres entraban un momento, daban el sentido pésame a quienes correspondiera, le echaban una postrer mirada al muerto, saludaban al resto con un leve movimiento de cabeza y se disponían a jartar trago y a comer de lo que ofrecieran. Para la mayoría el programa era con amanecida incluida, y no faltaba el que se animaba y contrataba un trío para darle trascendencia al momento, lo que convertía la luctuosa despedida en reunión de logreros y gotereros que veían la oportunidad de consumir sin gastar un solo peso.
Otra característica es que si algún familiar vivía en el exterior era menester esperar hasta que llegara para proceder con el entierro. Como muchas veces la sola avisada podía demorar dos o tres días, el dichoso velorio se extendía indefinidamente hasta tener a toda la parentela reunida. Y entre y salga gente, friten empanadas, preparen tinto, repartan trago, contesten el teléfono, repitan el cuento de cómo fueron los últimos instantes del finado, boten las coronas de flores marchitas y estén pendientes de los ceniceros y demás adornos para que no se los llevaran.
Por fortuna aparecieron entonces las salas de velación, porque definitivamente dormir con el muerto en la habitación vecina debía ser muy incómodo. Ni habar de los muchachitos que durante la noche olvidaban la tragedia y cuando al despertar salían flechados a pedir el desayuno, se topaban de frente con el lúgubre espectáculo. En cambio en las modernas salas a cierta hora todo el mundo se va para la casa y no es necesario llegar a hacer oficio ni a organizar el reblujo. Tampoco hay que ofrecer tinto o aromática porque éso lo venden en la cafetería del complejo funerario. Muy justo además, porque a quienes van a rajar del muerto y a chismosear que al menos les cueste algo.
No hay duda de que hay gente a la que le fascina asistir a velorios y entierros (digo entierro ya que esa palabra se volvió genérica sin importar que se trate de la misa que celebran luego de una cremación). Los aficionados a esta cita solidaria mantienen el traje oscuro aplanchado, y cuando se enteran del fallecimiento empiezan a llamar a todo el mundo para ser ellos los primeros en difundir la noticia. Llegan muy puntuales a la sala de velación y no pierden detalle de los asistentes, además de que se ofrecen para hacer cuanta diligencia se ocurra. Yo hago parte de los que somos el polo opuesto y no vamos a una vaina de ésas ni por equivocación. Que usted era muy allegado al muerto, le dicen a uno, como si el fulano se fuera a dar cuenta de nuestra asistencia. Tampoco estoy de acuerdo con que la familia agradece que los acompañen, porque en semejante trance ni cuenta se dan y es tanta la pelotera que no recuerdan quienes asistieron.
Tengo muy claro que al único que pienso asistir es al mío, y éso porque no me puedo mamar. Los velorios son más un acto social donde la gente se dedica al cotilleo y a saludar amigos, además de tener tema de conversación cuando les pregunten sobre los pormenores de la ceremonia. Si viera las palabras tan divinas que dijo fulanita; hay que ver cómo lloraba la hija; la tranquilidad de perano, pasmosa; y ni qué decir de lo bien que habló el cura del muerto. Ya es hora de abolir esa costumbre y que al acto asistan solo los familiares cercanos, y quien después quiera manifestarse que mande un bono de contribución a una obra social. Nada de flores ni sufragios (también los llaman papel para-finado). Otra cosa bien jarta son las visitas de pésame, donde no se sabe a quien le da más pereza, si al que las hace o al que las recibe.
Me cuentan mis padres que hace años un señor de apellido Vallejo, comerciante reconocido y dueño del almacén Canadá, se ahogó en el río Cauca y el velorio fue muy concurrido. Gustavo Vallejo, sobrino del muerto, aprovechó la ocasión para tomarse unos tragos mientras conversaba con familiares y amigos, y al momento de abandonar la casa ya bastante copetón, abrazó a la viuda para darle el sentido pésame y le dijo:
-¡Ay! qué dolor tan grande. No puedo creer que el tío haya muerto de esa forma tan absurda. ¡Descanse en “pez”!
pmejiama1@une.net.co
miércoles, junio 13, 2007
Verdades acomodadas.
Definitivamente este es el país del yo no fui. Aquí es imposible saber quien tuvo la culpa; además de que nadie vio nada, ni oyó, ni supo. Dicen que desde que las disculpas se hicieron el gato no come queso, y en eso de sacar el cuerpo los colombianos somos unos magos. Está bien que un mocoso se invente cualquier cuento con tal de evitar un regaño o un sopapo, pero que el ministro, el congresista o un personaje público salgan con una babosada es algo que produce rabia y desazón. A diario nos enteramos de acusaciones que no dejan duda sobre la culpa del responsable señalado, pero cuál será nuestra desilusión cuando, en vez de mostrarse arrepentido, renunciar a su cargo o ir a parar a la guandoca, el implicado se sale por la tangente de una forma risible.
El escándalo de moda es la para-política y creo que al presidente no le va a alcanzar su segundo mandato para lograr capotear el temporal. Sucederá lo mismo que con Samper, que no hizo nada por dedicarse a apagar incendios. Falta que todos los jefes paracos recluidos en la cárcel de Itagüí enciendan el ventilador para salpicar a reconocidos personajes, porque solo unos pocos han pasado al tablero, lo que hace suponer que esta vaina apenas comienza. Y ojalá hagan una lista de quiénes son los responsables y los untados, y los zampen al calabozo; claro que de seguir así, no habrá dónde encerrarlos.
Lo gracioso es que se repite el procedimiento con cada uno de los implicados cuando desmiente las acusaciones en su contra, y con cara de ternero huérfano y la lágrima en el ojo, hace pucheros y jura por su madrecita que es tan inocente como un recién nacido. Ya estoy jarto con dicho proceder y me late que nunca veremos a alguien aceptar una culpa. Sin querer fungir de pesimista, tampoco creo que alcancemos a disfrutar de la paz en este bendito país. Porque así logremos un arreglo con guerrilleros y paracos, nos queda pendiente el cartel del contrabando, el de la gasolina, el de la piratería terrestre, ladrones de banco, proxenetas, secuestradores, mafiosos, falsificadores, abigeos, timadores… ¡mejor dicho!
No cabe duda de que la verdad duele. A nadie le gusta que le canten la tabla y le saquen los trapitos al sol, así de labios para afuera agradezca la sinceridad de su acusador. Por ello aquí seguiremos nadando contra la corriente con el asunto de la tal verdad, palabra que se puso de moda en nuestro medio. Las verdades que salen a flote solo sirven para alimentar los cotilleos y los titulares de una prensa amarillista. Porque hasta el momento de nada ha servido que hayamos convertido este país en un criadero de sapos.
En la película “En mi país” (In my country), donde la actriz Juliette Binoche representa a una periodista nativa y Samuel Jackson a uno estadounidense, se presenta la forma como enfrentaron en Sudáfrica el proceso de verdad y olvido. En consejos abiertos al público y transmitidos en directo por radio y televisión, los acusados relataban en detalle la forma como asesinaron, violaron o torturaron a las víctimas, y todo frente a familiares y allegados de los afectados. De igual manera los negros confesaban los atentados terroristas y los asaltos a las propiedades de los blancos, donde asesinaban todo tipo de personas.
Sobre el papel suena muy didáctica la práctica, pero tiene que ser muy difícil para alguien escuchar cómo fueron los últimos momentos de un hijo u otro familiar cercano. Escuchar de boca del asesino cómo procedió, qué gritaba el agredido, dónde sucedió el hecho, a qué hora, frente a quiénes, es algo que hierve la sangre y envenena a cualquiera. Por ello acepto que uno puede perdonar, por el bien general, pero olvidar debe ser imposible.
Llama la atención que aquí nos escandalizamos con declaraciones que son secretos a voces. Que una empresa cualquiera paga vacuna a los paracos para que la dejen operar, es cuento viejo; que las demás señaladas proceden igual, también es cierto; y las que no han sido reportadas, póngale la firma. Las que no aportan a los para-militares, es porque operan en zona guerrillera y en este caso el billete es para ellos. Y muchos tienen que cotizarle a ambos bandos. Sucede lo mismo con los finqueros, para que nadie se aterre si dicen que fulano pagó vacuna, porque no es lógico que todos aporten y a alguien no le cobren porque sí.
En Colombia estamos polarizados; el odio y el resentimiento pueden sentirse cuando la gente opina en publicaciones y emisoras de radio. Si le gusta Uribe es para-militar, fascista, derechista; si lo ataca es guerrillero, comunista, mamerto y contestatario. Quien apoya el TLC es un regalado de los gringos y el que lo ataca un enemigo del desarrollo. El crítico de la iglesia un irrespetuoso, come curas y ateo, y su defensor un beato rezandero. Con lo fácil que es reconocer las virtudes y los defectos de cualquier situación.
No digo más porque me chuzan el teléfono y descubren que pido a la tienda tomates, leche y arepas; pillan dónde es el parche para el fin de semana; y se patean las conversaciones que sostenemos con amigos y familiares. ¡Qué susto!
pmejiama1@une.net.co
El escándalo de moda es la para-política y creo que al presidente no le va a alcanzar su segundo mandato para lograr capotear el temporal. Sucederá lo mismo que con Samper, que no hizo nada por dedicarse a apagar incendios. Falta que todos los jefes paracos recluidos en la cárcel de Itagüí enciendan el ventilador para salpicar a reconocidos personajes, porque solo unos pocos han pasado al tablero, lo que hace suponer que esta vaina apenas comienza. Y ojalá hagan una lista de quiénes son los responsables y los untados, y los zampen al calabozo; claro que de seguir así, no habrá dónde encerrarlos.
Lo gracioso es que se repite el procedimiento con cada uno de los implicados cuando desmiente las acusaciones en su contra, y con cara de ternero huérfano y la lágrima en el ojo, hace pucheros y jura por su madrecita que es tan inocente como un recién nacido. Ya estoy jarto con dicho proceder y me late que nunca veremos a alguien aceptar una culpa. Sin querer fungir de pesimista, tampoco creo que alcancemos a disfrutar de la paz en este bendito país. Porque así logremos un arreglo con guerrilleros y paracos, nos queda pendiente el cartel del contrabando, el de la gasolina, el de la piratería terrestre, ladrones de banco, proxenetas, secuestradores, mafiosos, falsificadores, abigeos, timadores… ¡mejor dicho!
No cabe duda de que la verdad duele. A nadie le gusta que le canten la tabla y le saquen los trapitos al sol, así de labios para afuera agradezca la sinceridad de su acusador. Por ello aquí seguiremos nadando contra la corriente con el asunto de la tal verdad, palabra que se puso de moda en nuestro medio. Las verdades que salen a flote solo sirven para alimentar los cotilleos y los titulares de una prensa amarillista. Porque hasta el momento de nada ha servido que hayamos convertido este país en un criadero de sapos.
En la película “En mi país” (In my country), donde la actriz Juliette Binoche representa a una periodista nativa y Samuel Jackson a uno estadounidense, se presenta la forma como enfrentaron en Sudáfrica el proceso de verdad y olvido. En consejos abiertos al público y transmitidos en directo por radio y televisión, los acusados relataban en detalle la forma como asesinaron, violaron o torturaron a las víctimas, y todo frente a familiares y allegados de los afectados. De igual manera los negros confesaban los atentados terroristas y los asaltos a las propiedades de los blancos, donde asesinaban todo tipo de personas.
Sobre el papel suena muy didáctica la práctica, pero tiene que ser muy difícil para alguien escuchar cómo fueron los últimos momentos de un hijo u otro familiar cercano. Escuchar de boca del asesino cómo procedió, qué gritaba el agredido, dónde sucedió el hecho, a qué hora, frente a quiénes, es algo que hierve la sangre y envenena a cualquiera. Por ello acepto que uno puede perdonar, por el bien general, pero olvidar debe ser imposible.
Llama la atención que aquí nos escandalizamos con declaraciones que son secretos a voces. Que una empresa cualquiera paga vacuna a los paracos para que la dejen operar, es cuento viejo; que las demás señaladas proceden igual, también es cierto; y las que no han sido reportadas, póngale la firma. Las que no aportan a los para-militares, es porque operan en zona guerrillera y en este caso el billete es para ellos. Y muchos tienen que cotizarle a ambos bandos. Sucede lo mismo con los finqueros, para que nadie se aterre si dicen que fulano pagó vacuna, porque no es lógico que todos aporten y a alguien no le cobren porque sí.
En Colombia estamos polarizados; el odio y el resentimiento pueden sentirse cuando la gente opina en publicaciones y emisoras de radio. Si le gusta Uribe es para-militar, fascista, derechista; si lo ataca es guerrillero, comunista, mamerto y contestatario. Quien apoya el TLC es un regalado de los gringos y el que lo ataca un enemigo del desarrollo. El crítico de la iglesia un irrespetuoso, come curas y ateo, y su defensor un beato rezandero. Con lo fácil que es reconocer las virtudes y los defectos de cualquier situación.
No digo más porque me chuzan el teléfono y descubren que pido a la tienda tomates, leche y arepas; pillan dónde es el parche para el fin de semana; y se patean las conversaciones que sostenemos con amigos y familiares. ¡Qué susto!
pmejiama1@une.net.co
lunes, junio 04, 2007
!Se fue la luz!
Afortunados quienes vivimos una época donde los servicios públicos domiciliarios cubren casi la totalidad de los centros urbanos, y muchas veredas y caseríos del sector rural. Claro que la cobertura no es la misma en todas las regiones, ya que debido a la lejanía o a la falta de infraestructura de algunos departamentos, hay zonas que todavía carecen de ellos. Aunque en otras latitudes ofrecen más servicios, me doy por bien servido con lo que llega a mi casa. Y renegamos a diario por las fallas que presentan, o por su alto costo, pero solo cuando falta alguno los valoramos de verdad.
Es curiosa la forma como reaccionamos ante un desperfecto en los servicios públicos. Siempre ha sido costumbre, al presentase un corte nocturno de energía eléctrica, que todos los presentes reaccionen y digan al unísono: ¡se fue la luz! De igual forma proceden cuando de súbito se encienden las bombillas y todos vuelven a corear: ¡llegó la luz! Lo que nadie sabe es para dónde carajo se va la luz, que debe ser el mismo sitio de donde llega cuando vuelve. Y empiezan las quejas porque no hay televisión, en la estufa eléctrica no hay forma de cocinar, los electrodomésticos quedan cesantes, ni modo de leer y solo queda pelear con los muchachitos para que no jueguen con las velas ni hagan regueros de parafina. Claro que no pensamos en los que de verdad se perjudican, porque deben suspender la producción en sus negocios. La empresa regional publicó una explicación de los cortes reiterados de los últimos tiempos, lo que no satisface del todo a quienes nos sentimos directamente afectados.
Cuando cortan el agua la queja es general y empezamos a necesitar el precioso líquido para mil cosas. Ni hablar si sucede cuando uno está enjabonado en la ducha, porque los madrazos se oyen desde varias cuadras a la redonda. Nada descorazona más que abrir el grifo y escuchar el sonido que produce el aire en la tubería, y ahí es cuando añoramos aunque sea unos pocos litros para suplir las necesidades básicas. Si en la casa nadie se entera con anticipación del corte, o este se presenta sin previo aviso por una emergencia, y por lo tanto no recolectan un poco en cuanto recipiente tengan a mano, la situación se torna caótica. Y así se aprovisionen nunca va a alcanzar para lo mínimo requerido. Porque para preparar una sopa o un jugo, para lavarse los dientes o sudar un arroz se necesita muy poquita agua, pero si es menester vaciar un sanitario hay que echarle varios galones. El caso es que por diferentes razones, en el barrio donde vivo la presión del agua oscila y los cortes se repiten en forma desesperante.
Muchas veces el timbre del teléfono ofusca y cuando es inoportuno renegamos de él, pero ¡ay! de que falte un rato para que nos sintamos huérfanos y aislados. Las fallas de la línea fija no son traumáticas desde que inventaron el celular, pero la falta del aparatejo portátil crea paranoia en quienes se envician a usarlo. Ni hablar de cuando se envolata y se pierde la información recopilada en su memoria. El servicio telefónico es bueno, pero nos tiene hasta la coronilla la llamaderita que han cogido de los call center a ofrecer productos y otros mensajes que poco interesan, lo que para colmo siempre coincide con la hora de la siesta. Y la banda ancha de internet es una fantasía; digo, cuando funciona.
Viéndolo bien, las carreteras también son servicios públicos y aunque no recibimos factura mensual, por fortuna, debemos pagar un impuesto en los peajes. Parece mentira que en semejante negocio, el cual no se compara con ninguno en lo que a recoger billete se refiere, tenga uno que perder tiempo debido a la falta de sentido común de unos pocos. En el nuevo peaje de Tarapacá II la cola de carros es interminable, y a nadie se le ocurre proceder como en otros lugares, donde empleados se desplazan y atienden a los conductores en la fila para agilizar el servicio. Y qué tal el de San Bernardo del viento un domingo a las 5 de la tarde.
Respecto a la recolección de basuras tengo una queja. Propongo que turnen la hora de la recogida, ya que desde hace varios años el camión aparece en mi cuadra a media noche y debido al silencio reinante, el manipuleo de canecas y el hidráulico del vehículo hacen un ruido muy molesto. La verdad es que nunca estoy dormido a esa hora, pero imagino que muchos se despiertan alarmados por el sonido que, involuntariamente, genera esa actividad. Es claro que no pueden variar los horarios cada dos o tres meses, por los traumatismos que ello puede generar, pero ya es justo que trasnochen a otros.
El gas domiciliario funciona de maravilla, aparte de la dichosa revisión que nos afrijolan cada cierto tiempo y en donde resuelven que las normas anteriores ya no sirven, y por lo tanto toca meterse la mano al dril para cumplir las nuevas disposiciones porque de lo contrario cortan el servicio.
Se me ocurre que por el pago de facturas, en vez de darnos millas, nos deberían reconocer tiempo en le purgatorio; como cuando la iglesia vendía indulgencias.
pmejiama1@une.net.co
Es curiosa la forma como reaccionamos ante un desperfecto en los servicios públicos. Siempre ha sido costumbre, al presentase un corte nocturno de energía eléctrica, que todos los presentes reaccionen y digan al unísono: ¡se fue la luz! De igual forma proceden cuando de súbito se encienden las bombillas y todos vuelven a corear: ¡llegó la luz! Lo que nadie sabe es para dónde carajo se va la luz, que debe ser el mismo sitio de donde llega cuando vuelve. Y empiezan las quejas porque no hay televisión, en la estufa eléctrica no hay forma de cocinar, los electrodomésticos quedan cesantes, ni modo de leer y solo queda pelear con los muchachitos para que no jueguen con las velas ni hagan regueros de parafina. Claro que no pensamos en los que de verdad se perjudican, porque deben suspender la producción en sus negocios. La empresa regional publicó una explicación de los cortes reiterados de los últimos tiempos, lo que no satisface del todo a quienes nos sentimos directamente afectados.
Cuando cortan el agua la queja es general y empezamos a necesitar el precioso líquido para mil cosas. Ni hablar si sucede cuando uno está enjabonado en la ducha, porque los madrazos se oyen desde varias cuadras a la redonda. Nada descorazona más que abrir el grifo y escuchar el sonido que produce el aire en la tubería, y ahí es cuando añoramos aunque sea unos pocos litros para suplir las necesidades básicas. Si en la casa nadie se entera con anticipación del corte, o este se presenta sin previo aviso por una emergencia, y por lo tanto no recolectan un poco en cuanto recipiente tengan a mano, la situación se torna caótica. Y así se aprovisionen nunca va a alcanzar para lo mínimo requerido. Porque para preparar una sopa o un jugo, para lavarse los dientes o sudar un arroz se necesita muy poquita agua, pero si es menester vaciar un sanitario hay que echarle varios galones. El caso es que por diferentes razones, en el barrio donde vivo la presión del agua oscila y los cortes se repiten en forma desesperante.
Muchas veces el timbre del teléfono ofusca y cuando es inoportuno renegamos de él, pero ¡ay! de que falte un rato para que nos sintamos huérfanos y aislados. Las fallas de la línea fija no son traumáticas desde que inventaron el celular, pero la falta del aparatejo portátil crea paranoia en quienes se envician a usarlo. Ni hablar de cuando se envolata y se pierde la información recopilada en su memoria. El servicio telefónico es bueno, pero nos tiene hasta la coronilla la llamaderita que han cogido de los call center a ofrecer productos y otros mensajes que poco interesan, lo que para colmo siempre coincide con la hora de la siesta. Y la banda ancha de internet es una fantasía; digo, cuando funciona.
Viéndolo bien, las carreteras también son servicios públicos y aunque no recibimos factura mensual, por fortuna, debemos pagar un impuesto en los peajes. Parece mentira que en semejante negocio, el cual no se compara con ninguno en lo que a recoger billete se refiere, tenga uno que perder tiempo debido a la falta de sentido común de unos pocos. En el nuevo peaje de Tarapacá II la cola de carros es interminable, y a nadie se le ocurre proceder como en otros lugares, donde empleados se desplazan y atienden a los conductores en la fila para agilizar el servicio. Y qué tal el de San Bernardo del viento un domingo a las 5 de la tarde.
Respecto a la recolección de basuras tengo una queja. Propongo que turnen la hora de la recogida, ya que desde hace varios años el camión aparece en mi cuadra a media noche y debido al silencio reinante, el manipuleo de canecas y el hidráulico del vehículo hacen un ruido muy molesto. La verdad es que nunca estoy dormido a esa hora, pero imagino que muchos se despiertan alarmados por el sonido que, involuntariamente, genera esa actividad. Es claro que no pueden variar los horarios cada dos o tres meses, por los traumatismos que ello puede generar, pero ya es justo que trasnochen a otros.
El gas domiciliario funciona de maravilla, aparte de la dichosa revisión que nos afrijolan cada cierto tiempo y en donde resuelven que las normas anteriores ya no sirven, y por lo tanto toca meterse la mano al dril para cumplir las nuevas disposiciones porque de lo contrario cortan el servicio.
Se me ocurre que por el pago de facturas, en vez de darnos millas, nos deberían reconocer tiempo en le purgatorio; como cuando la iglesia vendía indulgencias.
pmejiama1@une.net.co
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