En la Grecia antigua los actores
de teatro utilizaban máscaras, llamadas entonces personas, para reflejar la
característica del rol que representaban: tristeza, alegría, ferocidad, asombro,
malicia y demás estados anímicos. Después la palabra pasó a referirse a los
ciudadanos con derechos, contrario a los esclavos que no eran considerados
personas. Del mismo vocablo viene personalidad, que identifica las
características de cada ser humano en su forma de pensar y de comportarse; así
como en lo físico cada persona es única e irremplazable, la personalidad cumple
con esa misma condición. Durante nuestra existencia sufrimos algunos cambios
conductuales, pero al llegar a la madurez lo normal es que tengamos definido
cómo somos y cómo nos comportamos.
Para mayor claridad cada quien puede
exponer ciertas conductas que no van con su forma de ser o sus gustos, sin
decirlo de una manera definitiva, porque es prudente tener claro que la vida es
larga y nunca se sabe qué puede suceder. En mi caso refiero algunos patrones de
lo que definitivamente no me gusta, para que si alguien sospecha haberme visto
en una situación determinada, sepa que me confundió con otro porque son mínimas
las posibilidades de que yo estuviera en tal escenario.
Por ejemplo si creen reconocerme
en las afueras de un restaurante mientras hago fila para esperar que desocupen
una mesa, no hay peligro de que sea yo. Es de las cosas que más detesto cuando
visito Bogotá, donde es común ver el fenómeno, porque opino que fila para comer
se hace en la cárcel o en un hospicio, pero mientras sea pagando no me le mido
a esa humillación; con el mal genio que produce el hambre, para prestarse uno a
semejante absurdo. Menos todavía si esa persona asegura que yo, para matar el
tiempo durante la espera, leía concentrado un libro de Paulo Coelho; no le jalo
a esas lecturas espirituales o de ayuda personal porque solo dicen cosas que la
gente quiere oír, las mismas que no logran deducir por mantener el cerebro en
vacaciones.
No existe posibilidad de que
alguien se tope conmigo en la sala de espera de una bruja de esas que adivinan
el futuro o donde un astrólogo de los que hacen la Carta Astral. Nunca podrá un
fulano convencerme de que Marte o Saturno influyen en mi personalidad y suerte
futura; con lo lejos que están esos planetas. Tampoco le como cuento a
sanadores, quirománticos y demás vividores; si esos personajillos tuvieran ese don
maravilloso, no trabajarían de sol a sol atendiendo incautos. Es fácil deducir
que si alguien sabe lo que sucederá mañana, se gana el Baloto y a rascarse la
barriga.
Me confunden con otro si creen
verme en unos retiros espirituales o en trance con los brazos en alto mientras
entono salmos en una celebración religiosa. Hace mucho tiempo descubrí que no
necesito intermediarios para manejar mi espiritualidad, cuando fui consciente
de que ella está en la mente de cada ser humano y por lo tanto es única y
personal. Tampoco hay riesgo de toparse conmigo en un coctel político o
cualquier otro evento donde pululen los lagartos; no me atan intereses
económicos con nadie, ni debo favores y tampoco tengo compromisos de ningún
tipo.
Está equivocado quien asegure
haberme visto pasear un perrito faldero, mientras espero que haga popó para
recogerle la caca. ¡Ni muerto! Mucho menos si el chandoso tiene moños en las
orejas y está vestido con pinta dominguera. O el que jure que yo estaba en una
tienda de discos en la sección de pop latino y que no podía decidirme entre
Ricky Martin y Enrique Iglesias. Tampoco me verán nunca en un velorio o en el
entierro de alguien, porque he dicho reiteradamente que al único que pienso ir
es al mío, y eso porque toca.
Es remota la posibilidad de que
me vean en un concierto de cualquier tipo, y menos aún si es de música del
despecho, regetón o salsa; o en un centro comercial mirando vitrinas a ver de
qué me antojo; o en un Mac Donalds enfrentado a un súper combo con hamburguesa
doble carne, papas fritas y un litro de gaseosa; o en una película del estilo
de Sherk, El Hombre Araña, Avatar, Robocop, Transformers y demás pendejadas. Me
confunden si quien creen que soy está reunido con otras personas y se dedica a
chatear o a hacer y recibir llamadas por el teléfono celular; para eso los
aparatos modernos guardan la información de quién nos solicita, para llamarlo
apenas nos desocupemos.