En nuestro medio dicen que los
sapos mueren estripaos y a mí casi me sucede. A mediados de la década de 1980
trabajaba con ACES, en el aeropuerto La Nubia, y en mis narices se realizaba un
robo continuado que debía llevar años sucediendo. Tal vez por inocente o por no
tener una mente proclive a turbiedades, nunca sospeché de nadie; por el
contrario, soy confiado y de los que piensa que el ser humano es bueno por
naturaleza. El caso es que desde el instante que descubrí el desfalco lo
denuncié y por ello estuve a punto de que me estriparan (por sapo, según una
gran mayoría).
En aquella época el trabajo en las
aerolíneas era muy distinto, sobre todo porque no utilizábamos computadoras.
Los tiquetes eran físicos y se diligenciaban a mano, nombre del pasajero, ruta,
número y hora del vuelo, y listo; casi todos pagaban con efectivo y apenas
empezaban a usarse las tarjetas de crédito. Desde la oficina principal nos dictaban
las listas de pasajeros, que se copiaban a mano, y en el aeropuerto
adicionábamos los que compraban a última hora. Los pasajes tenían precios
establecidos, sin descuentos ni promociones, y si un pasajero no se presentaba
para un vuelo podía volver a utilizar el tiquete, sin ninguna penalidad.
La aerolínea operaba en Manizales
con aviones Twin Otter, que aunque ahora nos parecen avionetas, era lo que
había y por cierto fue un equipo todoterreno que permitía operar en condiciones
meteorológicas extremas; tenía que estar muy nublado para que cerraran el
aeropuerto. A diario despachábamos, ida y regreso, ocho vuelos a Bogotá, tres a
Medellín y dos a Cali. Teníamos dos aviones y sus respectivas tripulaciones con
base en la ciudad, y también personal de mantenimiento.
Para cada salida debía
diligenciarse un manifiesto de vuelo y la lista de pasajeros que embarcaban; de
esos documentos los originales eran para la tripulación y las copias para donde
correspondieran. La lista de pasajeros tenía, además, una copia en papel común
que servía de soporte para el pago de la tasa de aeropuerto. Porque, distinto a
como se hacía en los demás aeropuertos del país, en Manizales cobraban ese
impuesto por aparte del valor del tiquete aéreo.
De manera que después de presentar
su tiquete, con el respectivo equipaje, en el counter de la aerolínea, el
pasajero debía pasar a que le cobraran la tasa de aeropuerto. Ese trabajo lo
realizaban dos empleados del Ideca, el organismo departamental que administraba
el aeropuerto en esa época, y ambos funcionarios se turnaban por días para
desempeñar dicha labor. Además, había un representante de la Contraloría
departamental encargado de sellar los talones que se entregaban a los usuarios.
En vista de que ambos empleados
trabajaban a nuestro lado era de esperarse que existiera plena confianza,
además de que nos prestábamos servicios y demás favores que se ocurrían. Por
cierto yo admiraba la dedicación con que ellos acudían a cumplir con el deber,
lo que hacían así estuvieran muy enfermos. Entonces les insistía que la salud
debía cuidarse y que para eso era la seguridad social, para atenderlos, incapacitarlos
y darles la medicina necesaria. Pero ellos porfiaban en que el trabajo era lo
primero y así tuvieran fiebre alta, cumplían sus jornadas laborales de más de
doce horas.