Hace unas noches apareció de nuevo en mis sueños, oníricos claro está, la mujer a quien entrevisté sobre la prostitución en nuestro medio, y me hizo el reclamo que ella no alcanzó a contarme más detalles y anécdotas que recordó después de la charla anterior. Acepté de inmediato, porque de verdad la vieja es graciosa y por cierto muy descriptiva. Volví a recordarle que ojo con el vocabulario, porque es muy boquisucia y nos escandaliza con su jerga y expresiones que hacen poner colorado a cualquiera. Bastó una sola pregunta para que la fulana se derramara en prosa. Solamente alcancé a preguntarle el nombre y arrancó:
No mi querido, nosotras nunca lo damos, digo, el nombre, porque queda una al descubierto y quienes la distinguen van a enterarse de sus andanzas. Inventamos alguno, aunque en esta profesión lo primero que sucede es que algún vergajo le zampa un apodo por cualquier característica que tenga. A mí me dicen La Peluda, y no pregunte por qué p´a evitanos regaños. En todo caso puedo asegurale, que aunque ahora estoy un poquito jamona y dentrada en años, fue mucho el ésito que tuve durante mi juventú; tenía fama de pisporeta; bailarina de tango, milonga y fox; amable con los clientes y lo más importante, decían que muy buen catre. Porque a una la valoran es por su experiencia y dedicación en lo que hace.
Lo triste de este destino es que con los años se pierde el sesapil y tiene que empezar a medísele a unos personajes muy desagradables. Si a usted antes la buscaban los sardinos caribonitos y los clientes de plata, ahora toca lograr lo que caiga. Imagínese que los coteros no fallan echarse su polvacho cada que hacen un trabajo, y llega un lungo de´sos todo sudao después de descargar un camionao de papa, con tierra hasta en las orejas y p´a pior que tienen unas energías que descaderan una vaca; y si no les para el chorro, se quedan ahí trepaos hasta que no tengan ni con qué pegar una estampilla. Yo sufro de reumatís y me dan asficias por el asma -la trasnochadera jode a cualesquiera-, y cuando arranca el julepe empieza a soname el pecho y los indios creen que es de puro entusiasmo.
En cambio en mis años mozos me buscaban era p´a mimar a los clientes platudos, porque en aquellas épocas esos viejos no fallaban varias visitas a la semana; y no crea que siempre venían a ejercer, no señor, la mayoría de las veces se sentaban a jartar trago y a jugar dao corrido o tute, mientras una se les sentaba en las piernas, les hacía cosquillitas y les mantenía el traguito servido. Y qué propinas, ¿oiga? También me buscaban los que llaman ahora gomelos, que en un dos por tres quedaban despachados porque eran muy arrechitos y a muchos se les estornudaba afuera; pero como pagaban por adelantao...
Puedo decirle que recorrí los negocios más famosos de la época. Trabajé con misiá Ligia Cardona; onde Carlina Ruiz; saliendo p´a Arauca en la conocida Curva de la Nena; y onde doña Otilia, en las famosas Pereiranas. También en Las Muñecas, en la carrera 22 con calle 25. Allá solo era permitido abejorriala a una y el negocio consistía en poner al cliente a comprar. Asegún el consumo le daban fichas. Usté por ejemplo le metía media de ron y recibía 5 fichas, 4 por media de guaro, y si lograba sacale un ron con singer -o yinyer, o como se diga-, 2 y por un brande... -no me corrija que usté entiende-, 3 fichas. Debíamos vestir pintas bien provocativas y dejarnos meter mano, pero de aquellito nada. Al dueño le gustaba rotar el personal y al amanecer le liquidaban las fichas, y si te he visto no me acuerdo. Nada de contrato, seguro social y demás arandelas... sueñe mijo.
Recuerdo una boba que llegó a la casa dándoselas de mucho chuzo, quisque porque dominaba esa vaina de la educación sedsual; así decía porque hablaba sopitas. Fíjese que ella por ejemplo al terminar el servicio, siempre le preguntaba al cliente: ¨El caballero desea repetid, o me puedo subid los cadzones...¨ Otro día llegó con el cuento que un dotor iba a hablanos de sexo oral. Hubo curiosidad por ver qué nos podía enseñar a nosotras un tipo estudiao, pero se trataba era de una conferencia sobre cuidaos para evitar enfermedades; qué tal, ella pensó que por ser hablao, lo llamaban así.
Pero el mejor cacharro sucedió cuando trabajé en el gril Los Picapiedra, por el teatro Manizales echando p´a la galemba. Resulta de que un viejo convenció a la madán, como dicen en las películas, de hacerle publicidá al negocio y ofrecer gabelitas y vainas así. Entonces repartían unos volantes onde presentaban el clud y que asegún el consumo, daban una picada gratis. Resulta que esa vaina la armaba un pendejo que ni sabía escribir y un día se le fue una hache de más en la palabra picada, pero un amigo le dijo que tranquilo, que esa letra quisque no suena; que es muda. Ni se imagina usté al otro día la fila de chinches, zorreros, emboladores, terciadores, verduleros y montañeros, esperando con paciencia y el volante en la mano, porque la letra quedó preciso después de la ce.
No mi querido, nosotras nunca lo damos, digo, el nombre, porque queda una al descubierto y quienes la distinguen van a enterarse de sus andanzas. Inventamos alguno, aunque en esta profesión lo primero que sucede es que algún vergajo le zampa un apodo por cualquier característica que tenga. A mí me dicen La Peluda, y no pregunte por qué p´a evitanos regaños. En todo caso puedo asegurale, que aunque ahora estoy un poquito jamona y dentrada en años, fue mucho el ésito que tuve durante mi juventú; tenía fama de pisporeta; bailarina de tango, milonga y fox; amable con los clientes y lo más importante, decían que muy buen catre. Porque a una la valoran es por su experiencia y dedicación en lo que hace.
Lo triste de este destino es que con los años se pierde el sesapil y tiene que empezar a medísele a unos personajes muy desagradables. Si a usted antes la buscaban los sardinos caribonitos y los clientes de plata, ahora toca lograr lo que caiga. Imagínese que los coteros no fallan echarse su polvacho cada que hacen un trabajo, y llega un lungo de´sos todo sudao después de descargar un camionao de papa, con tierra hasta en las orejas y p´a pior que tienen unas energías que descaderan una vaca; y si no les para el chorro, se quedan ahí trepaos hasta que no tengan ni con qué pegar una estampilla. Yo sufro de reumatís y me dan asficias por el asma -la trasnochadera jode a cualesquiera-, y cuando arranca el julepe empieza a soname el pecho y los indios creen que es de puro entusiasmo.
En cambio en mis años mozos me buscaban era p´a mimar a los clientes platudos, porque en aquellas épocas esos viejos no fallaban varias visitas a la semana; y no crea que siempre venían a ejercer, no señor, la mayoría de las veces se sentaban a jartar trago y a jugar dao corrido o tute, mientras una se les sentaba en las piernas, les hacía cosquillitas y les mantenía el traguito servido. Y qué propinas, ¿oiga? También me buscaban los que llaman ahora gomelos, que en un dos por tres quedaban despachados porque eran muy arrechitos y a muchos se les estornudaba afuera; pero como pagaban por adelantao...
Puedo decirle que recorrí los negocios más famosos de la época. Trabajé con misiá Ligia Cardona; onde Carlina Ruiz; saliendo p´a Arauca en la conocida Curva de la Nena; y onde doña Otilia, en las famosas Pereiranas. También en Las Muñecas, en la carrera 22 con calle 25. Allá solo era permitido abejorriala a una y el negocio consistía en poner al cliente a comprar. Asegún el consumo le daban fichas. Usté por ejemplo le metía media de ron y recibía 5 fichas, 4 por media de guaro, y si lograba sacale un ron con singer -o yinyer, o como se diga-, 2 y por un brande... -no me corrija que usté entiende-, 3 fichas. Debíamos vestir pintas bien provocativas y dejarnos meter mano, pero de aquellito nada. Al dueño le gustaba rotar el personal y al amanecer le liquidaban las fichas, y si te he visto no me acuerdo. Nada de contrato, seguro social y demás arandelas... sueñe mijo.
Recuerdo una boba que llegó a la casa dándoselas de mucho chuzo, quisque porque dominaba esa vaina de la educación sedsual; así decía porque hablaba sopitas. Fíjese que ella por ejemplo al terminar el servicio, siempre le preguntaba al cliente: ¨El caballero desea repetid, o me puedo subid los cadzones...¨ Otro día llegó con el cuento que un dotor iba a hablanos de sexo oral. Hubo curiosidad por ver qué nos podía enseñar a nosotras un tipo estudiao, pero se trataba era de una conferencia sobre cuidaos para evitar enfermedades; qué tal, ella pensó que por ser hablao, lo llamaban así.
Pero el mejor cacharro sucedió cuando trabajé en el gril Los Picapiedra, por el teatro Manizales echando p´a la galemba. Resulta de que un viejo convenció a la madán, como dicen en las películas, de hacerle publicidá al negocio y ofrecer gabelitas y vainas así. Entonces repartían unos volantes onde presentaban el clud y que asegún el consumo, daban una picada gratis. Resulta que esa vaina la armaba un pendejo que ni sabía escribir y un día se le fue una hache de más en la palabra picada, pero un amigo le dijo que tranquilo, que esa letra quisque no suena; que es muda. Ni se imagina usté al otro día la fila de chinches, zorreros, emboladores, terciadores, verduleros y montañeros, esperando con paciencia y el volante en la mano, porque la letra quedó preciso después de la ce.
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