lunes, julio 09, 2007

Recuerdos al vuelo.

Después de tantos años de haber trabajado en el área de la aviación todavía me aterra cuando entra el invierno y amanecen los días nublados y lluviosos, porque entonces la situación se torna caótica y los problemas e inconvenientes se multiplican. El aeropuerto cerrado por mal tiempo, decenas de vuelos cancelados y al otro día, cuando los pasajeros represados quieren viajar, se repite la historia y el estrés de todos, pasajeros, acompañantes, tripulantes y empleados de tierra puede sentirse en el ambiente. Cada persona exige una explicación, una respuesta, un pronóstico, una solución a su problema, y llega un momento en que uno solo quiere que se lo trague la tierra. Sin embargo, el trabajo en ese campo es atractivo por lo variado, porque el ambiente es agradable, se interactúa con mucha gente y sobre todo, porque el gremio de los pilotos es sui géneris.

Durante los 10 años que conviví con ese medio conocí cientos de pilotos; de la compañía donde me desempeñé, de otras empresas y aviadores particulares. Entre estos últimos recuerdo con cariño a Germán Mejía, quien murió de forma trágica hace varios años. Pichón fue el apodo con que todo el mundo lo conocía, aunque en el medio aeronáutico lo llamábamos el capitán “bombillo flojo”, por un tic que tenía de parpadear en todo momento. Durante su corta existencia Pichón fue todo un personaje. Llegaba al aeropuerto muy temprano y si me veía desocupado, insistía en que lo acompañara a dar una vueltica en su avión, acción que el hombre necesitaba realizar antes de empezar su jornada laboral. Era un afiebrado absoluto a volar.

En una ocasión se accidentó una avioneta de la Aerocivil en la cabecera de la pista, percance en el que de puro milagro no hubo víctimas, y como es lógico yo me fui a noveleriar (hijo de mi madre, que no se pierde ni la cambiada de una llanta). En ese momento un periodista de La Patria llamó a mi teléfono directo a indagar por el suceso, y casualmente Pichón se disponía a hacer una llamada de ese mismo número. Entonces optó por decirle al periodista, para que desocupara la línea, que cómo así, que si quería saber lo sucedido bajara hasta el aeropuerto; que no fuera pechugón. Pues resulta que en esa época Pichón era el director de Valorización Municipal, y como su voz era muy particular, el comunicador lo reconoció. Más tarde recibí una llamada donde me hacían el reclamo por la descortesía; francamente yo no entendía de qué me hablaban, hasta que preguntaron, sin rodeos, si quien había contestado la llamada era el funcionario señalado. Negué la acusación por desconocer el asunto, aunque conociendo al personaje, me parecía verlo apoltronado en mi escritorio muerto de la risa por la forma como había procedido.

Al otro día le advertí que lo tenían pillado, pero él con su forma de ser dijo que eso no valía la pena. Al poco tiempo se aparece por mi oficina un juez con su secretario para tomarme una declaración de los hechos. Cuando dije mi nombre completo, y ante la coincidencia de mis apellidos con los del acusado, el juez pregunta si somos hermanos, a lo que respondí que Dios me libre de ser pariente de semejante belleza. En esas, y por casualidad, entra Pichón como Pedro por su casa con su mamadera de gallo y nota que yo cambio de colores. Entonces le informé de qué se trataba la diligencia y en vez de preocuparse, convenció a los funcionarios para que se fueran a disfrutar un paseo en el avión. Al terminar la tarde, regresaron a recoger la máquina de escribir y venían cargados de paquetes del aeropuerto de Medellín; turrones del Astor, pasteles de Santa Helena y cuanta chuchería encontraron. Antes de salir, Pichón me dijo con disimulo que me olvidara del caso porque ya estaba cerrado.

Y es que la facultad de mamar gallo es inherente a muchos pilotos. En ACES voló Diego “EL Mudo” Arango, un personaje de Medellín con una chispa y un humor geniales. Burletero de profesión y gocetas de antología. Por esos días contrataron en el Olaya Herrera un muchacho para trabajar en la plataforma y una tarde que se largó un aguacero, el improvisado despachador, desconocedor absoluto de la jerga aeronáutica, llegó a las carreras protegido con una sombrilla y a los gritos le informó al Mudo:
-Caitán, caitán, quisque el aeropuerto está cerrao por fuerte “churrasco”.

Con ese descache se inauguró el novel empleado, y preciso le sucede con el capitán Arango quien se encargó de regar el cuento por todo el país. Recuerdo que cuando los vuelos se retrasaban por alguna causa, pedíamos el favor a los tripulantes que almorzaran en la cabina del avión. Se dispuso el joven de marras, ignorante como el que más, a tomarle el pedido al Mudo y a su copiloto. Todos acostumbraban lo mismo, hamburguesa, pizza, sándwich o pollo asado, pero el malicioso piloto mira muy serio al asustado aprendiz, que estaba listo para anotar en su libreta, y le dice que quiere pollo “stroganoff”, egg rolls con salsa teriyaki, arroz tai y muffets de chocolate; y para tomar, ice tea. Ante semejante galimatías, el muchacho pone cara de desconsuelo y algo ofuscado le implora:
-Ah, nooooo caitán, pida sánguche.
pmejiama1@une.net.co

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jeje, pero es que hay reconocer que lo del churrasco es un papayazo de eso que no se pueden dejar pasar.

Como mi amiga que me contaba emocionada como se burlaban de uan compañera por su esbelta figura y decían que parecía un babanín.

- Un que?
-- Un babanín, contesta emocionada.
- A ver Dianis*, defíneme un Bananin.
-- Ay, pues un babanín ... un mamífero de agua dulce, como una ballena ... sin curvas.
- Ahh ... un MANATÍ??????
(plop)

*Dianis es Ingeniera Industrial graduada con honores (horror!) de la Encopetadísima y Pontificia Universidad Javeriana.

Jorge Iván dijo...

Felicitaciones Pablo por este ameno artículo de alto vuelo.

Anónimo dijo...

Pablo:
Comentaba, pero he tenido dificultades para dejarte mi mensaje, que yo quisiera estar en una tormenta de churrascos, ojalá con arepas ventiadas...
¿Y en qué paró el joven aquel, lo nombraron piloto honorario?
Juancrisme