lunes, noviembre 12, 2007

Diferencias abismales.

Los mensajes que circulan por el correo de internet están plagados de chistes flojos acerca del modo de ser de hombres y mujeres. Unos y otras dedican largas horas a programar unas elaboradas presentaciones donde ridiculizan al sexo opuesto, lo que asegura la continuidad de la competencia porque al aparecer uno nuevo, provoca en alguien la necesidad de responder con mayor saña e ironía. Cuentos viejos y trillados algunos, y otros finos e ingeniosos. Lo absurdo es que hay personas que se ofenden con este tipo de pendejadas, y esto solo contribuye a echarle pimienta al asunto y lograr que perdure el enfrentamiento.

Todos debemos reconocer que entre hombres y mujeres lo único que hay es diferencias, situación que debemos agradecerle al Creador porque de lo contrario esta vida sería sosa e insípida. Qué tal todos de un mismo sexo, igualitos en el modo de comportarnos y como dicen por ahí, cortados con la misma tijera. Por algo dicen que en la variedad está el placer. Y como entre gustos no hay disgustos, vemos a hombres y mujeres sin ninguna gracia física pavonearse enganchados a sus respectivas parejas. A toda plasta le corresponde su cucarrón.

Son incontables las diferencias que existen, pero voy a echar mano de unas pocas para ponerlas como ejemplo. Empiezo con una característica típica de las mujeres y que se presenta sin falta en cualquier tertulia o reunión. Todos, sin distinción de sexo, quieren enterarse de los cuentos y no perder detalle acerca de los últimos chismes. Entonces arranca alguien a soltar un rollo de esos que crean expectativa, y en ese preciso instante la mayoría de las damas presentes le comentan algo a la compañera del lado. Dónde compraste esa cartera; al fin conseguiste muchacha; qué supiste de fulanita; cómo están tus hijos; o busca halagarla al decirle que tiene divino el pelo. La otra responde a la inquietud de su amiga y conversan un momento sobre del tema, hasta que una de ellas para oreja y se interesa por el cuento central, por lo que ambas exigen con insistencia que empiecen de nuevo el relato para cogerle el hilo. Por ello es bueno advertir, antes de tomar la palabra, que no hay repeticiones ni explicaciones para nadie.

Un comportamiento en el que hay grandes diferencias entre ambos sexos es la vanidad. Aunque ahora muchos hombres se preocupan en demasía por su presentación personal, hasta ser reconocidos como metro sexuales, para las mujeres esta es una obsesión que a veces raya con la manía. Pasan horas ante el espejo y la indecisión al momento de vestirse les hace perder mucho tiempo. El paso de los años y los estragos que produce la fuerza de la gravedad en sus tejidos blandos, por delante y por detrás, no les deja un minuto de tranquilidad. Unos kilos de más son causa de disgustos y depresiones, lo que puede llevarlas a enfermedades mentales muy graves y de difícil tratamiento. Mientras tanto las flacas hacen maromas para ganar peso.

Muchas mujeres se emperifollan hasta la exageración, para luego vestir unas prendas sensuales y provocativas, lo que conlleva a que sean blanco de piropos, miradas lascivas, expresiones vulgares y no falta el que les mande la mano al cajón. O en el peor de los casos son violadas y ultrajadas por algún maniático que se topen. Claro que después de analizar el asunto con detenimiento, puede uno deducir que la mayoría de las mujeres obra de esta manera es para que las vean sus congéneres. Sin duda lo que buscan, así sea de manera inconsciente, es competir con sus amigas o compañeras de ocasión. De no ser así, cómo se explica que si ellas van por ejemplo para un costurero con las amigas de toda la vida, pongan tanto cuidado en la presentación personal; desde el peinado hasta el último detalle en su indumentaria.

Y para corroborar las diferencias tan marcadas entre ambos sexos, pueden compararse las reuniones entre amigos. Las mujeres en su tertulia están todas de punta en blanco y la anfitriona ofrece una comida sofisticada y elegante; degustan una copa de vino o una taza de té; van de seguido al baño para retocar el maquillaje; fuman como presas en licencia; rajan de lo divino y lo humano; hablan seguido por el celular; se echan flores entre sí; denigran de los maridos y conversan todas al tiempo sobre moda, los hijos, las empleadas del servicio, los últimos separados; y la recién operada muestra orgullosa sus aún turgentes “marujas”.

En cambio en un grupo de hombres en similares circunstancias puede notarse la informalidad. El dueño de casa ofrece cerveza y trago en general; propone pedir arroz chino y les dice a los contertulios que se acomoden como puedan. Todos se presentan desgualetados, se carcajean, palmotean a los demás, pedorrean y eructan, echan madrazos, pronuncian expresiones de grueso calibre, y prefieren conversar acerca de sexo, carros, viejas, cualquier persona en bancarrota y todo chisme que alcance el calificativo de “carnudo”.

La diferencia de una pareja que ve una película pornográfica está en que el tipo aprovecha la coyuntura, entuca, procede, finiquita y luego ronca a pierna suelta, mientras la dama trata de ponerle romanticismo al asunto y luego espera hasta el final de la cinta para ver si los protagonistas se casan.
pmejiama1@une.net.co

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo Primo:
¡Todo eso me consta!
Excelente artículo; lo del chiste es de lo más depresivo, porque además una de las grandes diferencias con las doñas es que ellas, pocón de sentido del humor...
JuanCé

Anónimo dijo...

excelente.
. Voy aprendiendo un poco y con tus enseñansas hago el mio.
FRG

Jorge Iván dijo...

Oiste Pablo, y en donde se consiguen de esas viejas, porque por acá nanai cucas. jajajajaja
Excelente columna. Nos pintaste con pelos y señales