Es increíble que existan manizaleños que nunca han subido al nevado del Ruiz. O que haya otros que digan que a qué van a ir por allá a ver piedras, arena y a aguantar frío. Por fortuna disfruto las cosas simples de la vida, tengo sensibilidad y aprecio la naturaleza en todos sus aspectos; me deleitan los amaneceres y atardeceres, me dejo hipnotizar por un cielo estrellado y me asombra la salida de la luna. Para mí cada árbol es una monumento, cada río un santuario, cada montaña un universo. Admiro los animales silvestres, los matorrales, las tierras de labor, el bosque y las flores.
En Manizales tenemos el privilegio de encontrar tierra caliente a media hora de recorrido hacia el occidente o visitar el ecosistema del páramo a unos 35 kilómetros de distancia, si viajamos al oriente. Durante mi infancia y juventud visité muchas veces al nevado, pasé por allí otras tantas para dirigirme a la Laguna del Otún, además de paseos a los termales del Ruiz y los alrededores. Cuando estábamos pequeños no existían los arbolitos de Navidad sintéticos y por lo tanto a principios de diciembre era paseo obligado subir todos en familia, con fiambre incluido, a cortar un chamizo para el árbol y recoger musgo para el pesebre en la vegetación del páramo. Entonces no existía la cultura de cuidar el ecosistema y nadie controlaba un proceder que hoy en día es inaceptable; subir al nevado era un programa común, sin ningún costo pero sin los controles y servicios que presta en la actualidad la administración del Parque.
La ruta es la siguiente: a 23 kilómetros por la vía al Magdalena encontramos la desviación hacia el nevado, donde inauguraron hace poco un estadero moderno y funcional para que el visitante pueda detenerse y aclimatar su organismo para que enfrente la altura sin contratiempos de salud. Empieza desde ahí el ascenso hacia el Parque por una carretera asfaltada rodeada de fértiles potreros, arboles florecidos y una que otra casa campesina típica de la región.
A los pocos minutos aparece la vegetación del páramo que nos hace sentir en el país de Liliput, porque debido al clima y a la altura los árboles y rastrojos son enanos. Chamizos centenarios, helechos, líquenes y matorrales conforman una selva en miniatura, única e irrepetible. Luego el paisaje es de pajonales, los imponentes frailejones y flores de colores que adornan la vera del camino. La vía está pavimentada hasta el cerro Gualí, donde están las antenas repetidoras de televisión, y en ese punto se divide en la que va para Líbano y Murillo, en el Tolima, y la que sigue hacia la cumbre nevada. Desde ahí la carretera es destapada y en regulares condiciones, aunque parece que empezarán pronto a trabajarle porque hay estacas y mediciones en el recorrido, que es de algo más de un kilómetro hasta el sitio conocido como Brisas, lugar de entrada al Parque Natural de los Nevados. Allí se imparten las instrucciones al visitante, cobran por el ingreso y asignan los guías.
Sigue la vía destapada y podemos observar dónde nace el agua que disfrutamos en esta región. Los colchones de musgo en los barrancos gotean profusamente y empiezan a formarse arroyos de agua cristalina; en el territorio del Parque, de casi 60 mil hectáreas de extensión, nacen los ríos Chinchiná, Campoalegre, Otún, Quindío, Gualí, Frío, Coello, Lagunillas, Recio, Totare y Combeima, además hay una docena de lagunas de diferentes tamaños. A los pocos minutos de recorrido el visitante se topa con los arenales y en ese punto el paisaje es idéntico al de la luna. Paredes de roca, valles de arena, imponentes cañones y dunas, y en el ambiente un silencio y una soledad que solo rompen el ulular del viento y el raudo paso de la neblina.
Transitar por la arena es una dicha por la suavidad del terreno y el ascenso por el famosos zigzag, localizado a un costado del cráter La Olleta, es una experiencia única por el paisaje que desde allí se observa. Al llegar al final de la trepada se divide la carretera: a la izquierda nos lleva al nevado y a la derecha sigue hacia el Centro de visitantes El Cisne, con alojamientos y servicios, y a la Laguna del Otún.
Desde esa bifurcación hasta el lugar donde quedaba el antiguo refugio, que fue presa de las llamas el 13 de noviembre de 1985 cuando hizo erupción el volcán Arenas, el recorrido es muy corto. Allí sólo queda una pared de piedra como recuerdo y en su reemplazo hay una pequeña edificación para atender al visitante, prestarle servicios sanitarios, de cafetería y primeros auxilios a quien lo requiera. Hasta el sitio llegan todo tipo de vehículos, incluidos automóviles, y un letrero informa que el altímetro marca los 4.800 metros sobre el nivel del mar.
Visitar ese paradisíaco lugar es como conocer el mar. Así de majestuosa es la montaña a esas alturas. Ideal visitarlo en invierno para ver nevar y jugar con la nieve como si estuviera en otras latitudes. Por fortuna el Parque tiene ahora un doliente que presta los servicios correspondientes, controla los visitantes para que respeten la flora y la fauna, y evita accidentes. Quedan muchas cosas por hacer para mejorarlo pero como vamos, vamos bien.
pmejiama1@une.net.co
3 comentarios:
Pablo:
La única forma de disfrutar la vida es asombrándose de todo lo existente.
Dejas de asombrarse es morir.
Quiera Dios, y nuestras esposas, que no esté muy lejano el día en que los Caminantes Todo Terreno sigamos tu mapa virtual al pié de las botas. Mientras tanto, seguiremos subiendo al páramo de Belmira, a 70 kilómetros de Medellín, con la misma vegetación del Ruiz pero sin nieve y más bajito. ah, y sin chicaniar de a mucho, que aqui en Medallo, a tiro de tunel, en 25 minutos caemos a San Jerónimo, nuestro Santágueda.
cada vez que voy a Manizales me vengo más enamorada de esa linda tierra que me vió nacer para Bogotá. La úlima vez, en Enero del 2010, estuve en el nevado y no podía creer que un paisaje lunar estuviera tan solo a 50 minutos de la ciudad. "Manizales es un privilegio de pocos".
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