jueves, mayo 03, 2012

Angustia invernal.

A lo mejor la memoria me falla, pero no recuerdo que en los tantos inviernos que he soportado durante mi vida, excepto el más reciente que se desarrolló a finales del año pasado y principios de este, tuviéramos que vivir en vilo ante la posibilidad de quedarnos sin algunos servicios públicos por culpa de los derrumbes y las avalanchas. Tampoco ha sido común que se produzcan cortes de agua por la turbiedad que presentan las fuentes, algo que ahora es tan frecuente. Alguien se entera de que van a cortar el agua y empieza a cundir el pánico al cruzarse las llamadas de advertencia, y uno se pregunta si fue que chorreó lo que falta de La Marmolera y arrasó con la planta del acueducto, o si la avalancha fue tan grande que subió hasta los veinte metros donde cuelgan ahora los tubos de conducción. Por otro lado hacemos fuerza para que no se friegue otra vez la tubería que nos trae el gas desde el Magdalena medio.
Apenas comienza la temporada invernal y ya las noticias no hablan de otra cosa. La zozobra y la angustia aumentan a medida que pasan los días y los aguaceros emparejan. Pueblos inundados, vías destruidas, campos anegados, diques rotos, miseria, destrucción, caos general. Mientras el clima sea variable y se intercalen los ratos de sol con las lluvias la situación es manejable, pero la cosa se complica cuando se rompe el cielo y pasan las horas y los días y no escampa. Entonces sabemos que empiezan los daños y los problemas.
Si algo logra bajarme el ánimo es el crudo invierno. No provoca salir, ni armar paseos, todo parece triste y apagado, la calle es lúgubre, la gente ensimismada y siempre de afán. Sobretodos, gabardinas, cuellos subidos, paraguas y chaquetones son el atuendo general, y al sentir el repiqueteo de la lluvia en la ventana rememoro al poeta De Greiff cuando rima en su Cancioncilla Gama: “Llueve tras de los vidrios (bogotana lluvia, si no en mi corazón): es la aburrida lluvia cotidiana, de Bacatá, de Pasto o de Sonsón. En la tarde, en la noche, en la mañana llueve con qué insistencia y qué tesón…”. El frío intenso y el mal tiempo sólo invitan a tomarse un chocolate caliente antes de meterse dentro de las cobijas a esperar que se aclimaten los pies. ¡Qué jartera!
Alcancé a viajar por carretera antes de que comenzara el invierno y quedé descorazonado al ver que ni siquiera alcanzaron a reparar los daños producidos por la anterior temporada de lluvias. En los primeros veinte kilómetros de la carretera que nos comunica con Mariquita, aunque hay muchos frentes de trabajo y se nota la inversión, la secuencia de derrumbes y de pasos restringidos hacen del recorrido una odisea, y ni hablar cuando llueve y empieza a chorrear barro por los taludes. Se le mueren las lombrices al más varón. Desde La Margarita hasta unos kilómetros después del Doce la vía fue renovada; amplia, bien demarcada y con excelentes obras civiles, mejoras que esperamos tener en un futuro próximo para todo el recorrido.
La carretera Honda-Guaduas parece que no tiene solución, aunque desde hace varios años prefiero viajar por Cambao para ir a Bogotá. Claro que cruzar del antiguo Armero a Cambao es un viacrucis por la cantidad y el tamaño de los huecos; es una vía rápida por estar en el valle, pero si el vehículo cae a un cráter de ésos se destruyen las llantas y la suspensión. Después de Cambao empieza el ascenso a Vianí por una calzada sinuosa y estrecha, pero sin tráfico pesado, lo que evita el estrés de perseguir tractomulas y el peligro que representa adelantarlas. La carretera sigue por Bituima, Guayabal de Síquima y llega hasta Albán, muy cerca ya de la sabana, y puedo decir que a esa vía le quedan meses de vida. No alcanzaron a hacer nada después del anterior invierno y los negativos, fallas geológicas, derrumbes sin evacuar, etc., son incontables, y al transitarla queda uno convencido de que al gobierno nunca le va a alcanzar la plata para arreglarla. Más si se trata de una vía secundaria.
También alcanzamos a visitar la ciénaga de Ayapel durante la Semana Santa y ya empieza el río Cauca a entrar con fuerza por los caños. En las casas del pueblo puede verse la marca que dejó la recién superada inundación y por ejemplo en donde se aprovisionan de combustible los vehículos acuáticos, debieron subir los surtidores en unas especies de bases de por lo menos un metro de altura para enfrentar lo que se viene. Muchos lugareños viven del turismo y cuando el agua invade la región quedan desamparados; todo tipo de comercios, pescadores, empleados de las casas de recreo, artesanos, lancheros, etc., derivan el sustento diario de los diversos servicios que prestan a los visitantes.
Algo que impacta es el daño ecológico que representa la cantidad de árboles que sufrieron por la inundación. Por lo menos el 80% quedaron convertidos en chamizos, la mayoría muertos, lo que obliga a viajar muy lejos para lograr ver los micos y demás especies salvajes que abunda en ese paradisíaco lugar. Ojalá el Fenómeno de la Niña nos dé un respiro y el clima se normalice, porque si no…
pamear@telmex.net.co  

2 comentarios:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Buenas noches pariente lejano:

Siempre he creido que es necesario desarrollar habilidades para permanecer dentro de esta especie de Arca de Noe a donde la madre naturaleza nos envía de vez en cuando.

La preocupación es válida, pero ante la no posibilidad de arreglar las cosas por uno mismo, pronuncio mentalmente la frase que creo que se le atribuye a San Francisco: "Señor, dame valor para cambiar las cosas que puedo cambiar. Dame valor para aceptar las que no puedo cambiar". Ante las arremetidas invernales de la naturaleza, yo opto por la segunda parte de la petición. Así me relajo, libero menos adrenalina y de esta manera se endurecen menos mis arterias. Cordial saludo tataratataraprimo. BERNARDO MEJIA ARANGO

www.pablomejiaarango.blogspot.com dijo...

Pelao, a este artículo le debería adicionar la foto de los chamizos de mama... podría ser que cuando haya una foto para acompañar el artículo la meta... es muy fácil. Si le suena me dice y le explico como.