viernes, septiembre 02, 2005

ENTRE MÁS LES DIGA…

Es increíble cómo la forma de comportarse de los seres humanos es definitivamente la misma. Varían las costumbres, las culturas, las creencias, etc., pero los sentimientos, los principios, las reglas morales podría decirse que son universales. El personaje “torcido” lo es porque no recibió ejemplo de sus mayores o porque las circunstancias de la vida lo obligaron a recorrer el camino equivocado, pero lo lógico es que un individuo con una infancia normal, bajo la tutela de personas rectas y responsables, va a comportarse de igual manera y con seguridad influirá en su prole para que lo imiten.

Lo que pasa es que la persona cambia su forma de comportarse según la edad que tenga y los demás deben aprender a soportar esos cambios, los cuales muchas veces son chocantes y difíciles de asimilar. El niño recién nacido es muy tierno, pero empieza a crecer y esa ternura se convierte en malicia e inquietud. Luego llega a la edad en que todo le parece maluco, se avergüenza de los papás, no se resiste los hermanos, y solo genera entre quienes lo rodean unas ganas de pellizcarlo incontrolables. Ni hablar de la pubertad y adolescencia, cuando son más comunes los encontrones y malos entendidos entre las diferentes generaciones.

A uno como padre de familia no le vale que le recuerden a toda hora que en nuestro momento fuimos igualiticos, con las diferencias lógicas que resultan de la evolución que presenta una sociedad moderna y un poco desbocada. Quién puede aspirar por ejemplo a que en esta época, una hija no lo “afloje” a los 17 o 18 años; o que el muchacho de la misma edad no aparezca un día a dormir porque se emborrachó y borró película en casa de un amigo; o que alguno de los dos haya ensayado bailar “trans” con una pepa de éxtasis en la cabeza, y haya aceptado pegarse unas chupadas cuando le pasaron un “bareto” en cualquier reunión.

Estas son actitudes normales en cualquier muchacho pero en ese momento es cuando afloran los principios morales y la educación recibida. Porque la gran mayoría experimenta este tipo de situaciones, pero de igual manera casi todos superan la etapa y a los pocos años han dejado atrás cualquier tipo de vicio. En cambio los que tuvieron una infancia infeliz, en un hogar lleno de conflictos y malos ejemplos, sobre todo cuando los padres son separados y generan en los hijos una cantidad de dudas y contradicciones, ese joven se convierte en terreno abonado para caer definitivamente en problemas delicados. No es sino pensar en los casos que uno conoce, y esto se corrobora casi como una constante.

Uno de los símbolos de rebeldía del adolescente varón es dejarse crecer el pelo, actitud que mortifica a muchos adultos. Claro que ahora se impuso la moda entre los sardinos también, y en vista de que sus papás son jóvenes y no les paran muchas bolas, los que no se resisten la vaina son los abuelos. Aparece entonces el famoso consejo que da todo el mundo a los papás que se mortifican con esta provocación, cuando les repiten que a los muchachos hay que dejarlos y que entre más les digan, menos posibilidad existe que visiten al peluquero.

Ahora recuerdo lo que discutí con mi papá en aquella época porque me gustaba mantener las mechas a la altura de los hombros; entonces era un poco crespo y ni siquiera me peinaba. En el colegio y en el grupo de amigos era la moda y había que ver las pintas tan estrafalarias que inventamos, sobre todo cuando los más crespos adoptaron aquello del “afrikan look”. Y si ahora se impusieron las manillas y a los mocosos ya no les caben más en las muñecas, nosotros nos colgábamos del cuello cadenas, dijes, collares y el infaltable signo de la paz; “peace brother”, le decíamos a quien pasaba mientras hacíamos el signo universal de la V con los dedos índice y anular.

Cuando mi hijo entró a la universidad resolvió dejarse crecer el pelo hasta llegar a tener cola de caballo. Le echamos vainas, lo jodimos, insistimos en que parecía un chinche, pero todo fue infructuoso. Entonces terminó la carrera y consiguió trabajo en Bogotá, pero a mi mujer le dio la obsesión de que si llegaba así a la oficina, lo iban a devolver por greñudo y mal presentado. Pero yo confié en la táctica de no volverle a decir nada al respecto, y el día antes de abandonar el nido el chino fue y se motiló como un soldado.

No se me olvida una vez que íbamos llegando a Cartagena de paseo y nos paró un policía de esos típicos que en la costa andan en busca del aguinaldo. Entonces mi primo Gabriel Arango, quien manejaba el carro, le entregó todos los documentos en regla, pero como aparecía en la foto del pase con el pelo muy largo, el tombo se empecinó en que esa licencia era de una mujer. Quién dijo que hubo poder humano de convencerlo de su equivocada apreciación, aunque Gabriel le mostró otros documentos con su nombre y número de cédula. Todavía se debe estar riendo de nosotros ese vergajo porque de la gana de llegar, nos tocó untarle la mano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Primera vez que paso por aca, solo quiero decir en cuanto a tu frase "la persona cambia su forma de comportarse según la edad que tenga y los demás deben aprender a soportar esos cambios", que, yo pienso que cada uno es la misma persona desde los 8 hasta los 80, son solo los adornos, acicales, mascaras y modificaciones las que se van revelando en el plano racional de la imagen. Es de hecho la primera etapa de la vida la unica de construcción, el resto pueden ser solo intentos de adaptación. Por tanto, los demás solo podran aceptar los cambios de comportamiento de un individuo mientras estos no interfieran en sus propios procesos, de ahí el tal asunto de la incompatibilidad de caracteres despues de estar un tiempo juntos, entre otras cosas...