¿En qué íbamos? Ah sí, cuando me pillaron con las manos en la masa, o mejor en el desayuno ajeno, y me mandaron p´al carajo. Es que suspendí porque se estaba pasmando esa vieja y empezó a hacerme ojitos p´a que me moviera; pero frescos que ya le serví otro becao de güisqui y allá quedó bailando sobre la mesa. El caso es que cuando mi apá supo se salió de los chiros y me dijo que en la casa no tenían p´a sosteneme, entonces me vine p´acá y empecé a rebuscame. Al menos tenía ya una profesión definida y sabía por dónde empezar; porque hay unos que cuando les preguntan qué saben hacer, dicen que de todo p´a descretar al patrón. Un amigo respondió así y el cliente le dijo que si sabía hacer cualquier cosa, entonces consiguiera herramienta p´a que le fabricara un botellero y una registradora que necesitaba urgente. Lo dejó mamando.
Pero ahí fueron resultando trabajitos y uno va cogiéndole maña al asunto, porque en este oficio usté salta como un sapo de coloca en coloca. En cantinas, casas de mujeres, griles, discotecas, cafeterías y cafetines de mala muerte. Lo bueno fue que junté unos pesos y pude hacer un curso en el SENA, donde sí enseñan el oficio p´a poder trabajar donde sea. Al fin pude conseguir trabajo digno en varios restaurantes, luego en un club social y terminé camellando en estas fiestas privadas que son una belleza. Deje y verá yo les cuento cómo es la vaina en estos sitios.
En cada restaurante es distinto según la clase de clientela y como siempre, qué tan buena persona sea el patrón. En los de combate donde se sirve el almuerzo del día no hay que esmerarse mucho, porque eso es tan barato que el que regatee es porque es muy agonía; además no hay que pararles bolas. Ya en los restaurantes cachacos la cosa es a otro precio, porque el cliente es más esigente y refinado. Claro que no falta la caranga resucitada que por descrestar a la hembrita de turno, pide unas marcas de vino bien rebuscadas y en muy poquitos sitios encuentra usté tal variedad; por aquí no tenemos esos sótanos que llaman cuevas, o yo no se qué, donde apilan montañas de botellas llenas de telarañas. Uno ofrece las dos o tres marcas que hay y el vergajo huele el corcho, empieza a catar, a mirar esa vaina contra la luz y de pronto resuelve que no le gusta. Ríanse la emberriondada del patrón cuando le llega usted con esa botella descorchada y que quieren probar otra. Y digo que es pura jodentina, porque cuando me zampo los cunchos me saben todos igual.
Tampoco falta el chichipato que jode por vicio y no hay forma de darle gusto; que la carne está dura, que muy asada, que cruda, que era sin gordo, que las papas están flojas. Mejor dicho, como p´ahorcalo; porque la gente tiene derecho a esigir, pero que no la cojan contra el mesero ni lo humillen a uno. Ni hablemos de la piedra que da los culicagaos que piden de todo y se llenan a punta de papas fritas y dejan el resto zapotiao; y los chinos míos en la casa transidos del hambre. Por fortuna muchos patrones nos dejan empacar lo que sobre limpio y hay que ver los banquetes que cargo yo. Al otro día salen esos pelaos p´a la escuela más llenos que hijo de sirvienta.
Pero lo másimo son estas fiestas privadas. Basta con achicales trago a la lata y al rato puede hacer uno lo que le provoque; por ejemplo zampase uno doble cada que sirva una tanda. Siempre hay forma de tumbarse dos botellitas de trago fino p´a vendelas, y en la cocina las empleadas le empacan una buena ración de comida. Claro que los ricos comen muy raro y por descrestar a los demás, preparan unos platos bien rebuscaos. A ninguno se le ocurre servir tamales, sudao o bandeja paisa. Y al final todos bien rascaos empiezan a repartir propinas.
Vean les comparto un cacharro, pero cuenta comentan algo porque después me meto en un lío. Hace unos años trabajé en una cafetería del centro donde vendían comidas rápidas y esas vainas de ahora. El patrón vivía ahí al pie del cañón controlando todo y eso sí p´a que, es una bella persona con los empleados. Pero resulta de que tiene un vicio muy asqueroso, porque a eso de las once de la noche, cuando ya casi no hay clientela, dícense a dentrar muchachos a ese negocio y se metían a una pieza que el tipo tenía en la trastienda convertida en una especie de discoteca privada. Y los jedionditos se aprovechaban y no pedían sino fino: que güisky p´al uno, volka p´al otro, ginebra pa´l de más allá; y fumaban puro malboro y ken; ni hablemos de la metedera de vicio, que además les da la comelona y terminaba yo mantequiando toda la noche p´al batallón de mariquetas. Después de cierta hora tenía prohibido dentrar a la pieza, pero una noche todavía estaba temprano y fui a llevarles un hielo. No les digo sino que eso parecía la hora llegada y p´a resumiles les cuento que estaban como una fecha del fútbol profesional: ¡Ya había varios empatados!
Pero ahí fueron resultando trabajitos y uno va cogiéndole maña al asunto, porque en este oficio usté salta como un sapo de coloca en coloca. En cantinas, casas de mujeres, griles, discotecas, cafeterías y cafetines de mala muerte. Lo bueno fue que junté unos pesos y pude hacer un curso en el SENA, donde sí enseñan el oficio p´a poder trabajar donde sea. Al fin pude conseguir trabajo digno en varios restaurantes, luego en un club social y terminé camellando en estas fiestas privadas que son una belleza. Deje y verá yo les cuento cómo es la vaina en estos sitios.
En cada restaurante es distinto según la clase de clientela y como siempre, qué tan buena persona sea el patrón. En los de combate donde se sirve el almuerzo del día no hay que esmerarse mucho, porque eso es tan barato que el que regatee es porque es muy agonía; además no hay que pararles bolas. Ya en los restaurantes cachacos la cosa es a otro precio, porque el cliente es más esigente y refinado. Claro que no falta la caranga resucitada que por descrestar a la hembrita de turno, pide unas marcas de vino bien rebuscadas y en muy poquitos sitios encuentra usté tal variedad; por aquí no tenemos esos sótanos que llaman cuevas, o yo no se qué, donde apilan montañas de botellas llenas de telarañas. Uno ofrece las dos o tres marcas que hay y el vergajo huele el corcho, empieza a catar, a mirar esa vaina contra la luz y de pronto resuelve que no le gusta. Ríanse la emberriondada del patrón cuando le llega usted con esa botella descorchada y que quieren probar otra. Y digo que es pura jodentina, porque cuando me zampo los cunchos me saben todos igual.
Tampoco falta el chichipato que jode por vicio y no hay forma de darle gusto; que la carne está dura, que muy asada, que cruda, que era sin gordo, que las papas están flojas. Mejor dicho, como p´ahorcalo; porque la gente tiene derecho a esigir, pero que no la cojan contra el mesero ni lo humillen a uno. Ni hablemos de la piedra que da los culicagaos que piden de todo y se llenan a punta de papas fritas y dejan el resto zapotiao; y los chinos míos en la casa transidos del hambre. Por fortuna muchos patrones nos dejan empacar lo que sobre limpio y hay que ver los banquetes que cargo yo. Al otro día salen esos pelaos p´a la escuela más llenos que hijo de sirvienta.
Pero lo másimo son estas fiestas privadas. Basta con achicales trago a la lata y al rato puede hacer uno lo que le provoque; por ejemplo zampase uno doble cada que sirva una tanda. Siempre hay forma de tumbarse dos botellitas de trago fino p´a vendelas, y en la cocina las empleadas le empacan una buena ración de comida. Claro que los ricos comen muy raro y por descrestar a los demás, preparan unos platos bien rebuscaos. A ninguno se le ocurre servir tamales, sudao o bandeja paisa. Y al final todos bien rascaos empiezan a repartir propinas.
Vean les comparto un cacharro, pero cuenta comentan algo porque después me meto en un lío. Hace unos años trabajé en una cafetería del centro donde vendían comidas rápidas y esas vainas de ahora. El patrón vivía ahí al pie del cañón controlando todo y eso sí p´a que, es una bella persona con los empleados. Pero resulta de que tiene un vicio muy asqueroso, porque a eso de las once de la noche, cuando ya casi no hay clientela, dícense a dentrar muchachos a ese negocio y se metían a una pieza que el tipo tenía en la trastienda convertida en una especie de discoteca privada. Y los jedionditos se aprovechaban y no pedían sino fino: que güisky p´al uno, volka p´al otro, ginebra pa´l de más allá; y fumaban puro malboro y ken; ni hablemos de la metedera de vicio, que además les da la comelona y terminaba yo mantequiando toda la noche p´al batallón de mariquetas. Después de cierta hora tenía prohibido dentrar a la pieza, pero una noche todavía estaba temprano y fui a llevarles un hielo. No les digo sino que eso parecía la hora llegada y p´a resumiles les cuento que estaban como una fecha del fútbol profesional: ¡Ya había varios empatados!
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