jueves, octubre 19, 2006

Paranoia a la carta.

La gran mayoría de los gringos, y en general quienes habitan el occidente del planeta, que estaban convencidos de que los musulmanes, mahometanos, budistas o cualquier seguidor de una de las tantas religiones diferentes a las cristianas eran terroristas ignorantes y trogloditas, ahora se enteran de que en realidad son muy inteligentes. Además, no le tienen miedo a la muerte y por el contrario la enfrentan como un paso más en su trasegar por la existencia. Pues resulta que esos hombres de turbante en la cabeza, vestimenta particular y un fusil de asalto en bandolera, no se le quitan ni al tren y tienen más cacumen que sus congéneres del supuesto mundo civilizado.

Los afganos sacaron el ejército soviético, con toda su maquinaria de guerra, con el rabo entre las patas y una derrota que nadie pronosticaba. Esos mismos combatientes, que recibieron asesoría militar y armamento de la CIA, decidieron utilizar toda la experiencia adquirida en el enfrentamiento contra la Unión Soviética para una vez despachados éstos, voltear la cola y cogerla contra los gringos que siempre han sido sus enemigos naturales. Como dice el refranero: nadie sabe para quien trabaja. Otra cosa es que cuando se trata de luchar, no importa el país de origen de los combatientes sino su creencia religiosa. Se juntan árabes, iraníes, libios, filipinos, paquistaníes o egipcios, y todos son uno mismo. El único fin es la guerra santa y frente a esa meta nada se interpone.

Entonces aceptaron que enfrentar a Estados Unidos con un ejército regular es casi un suicidio, por lo que resolvieron aplicarles una presión sicológica que los tiene al borde de un ataque de nervios. Aunque la arremetida terrorista comenzó hace muchos años, fue desde ese aciago 11 de septiembre que los países más poderosos no volvieron a tener sosiego, porque en las grandes capitales esperan a diario que les llegue el turno de recibir el batacazo.

Claro que como quienes habitamos el tercer mundo dependemos de los ricos en casi todo, también llevamos del bulto en dicho conflicto así no tengamos nada que ver con el asunto. Un ejemplo claro es la friega que cogieron cuando se viaja en avión. Qué tal presentarse en el aeropuerto con 4 horas de anticipación para un vuelo al exterior, el cual dura otro extenso lapso según el destino. Eso es cansón para cualquiera, pero inmamable para un anciano, un discapacitado o alguien que viaje con niños pequeños o un bebé.

Ya montado en el avión, no se le ocurra agacharse abruptamente, estornudar en forma escandalosa, echarle un piropo a la azafata o tomarse unos tragos de más. Cuidadito con hacer un chiste acerca de una bomba o algo por el estilo, y mucho menos se vaya a demorar en el baño, así tenga diarrea. Mejor entra varias veces y hace por poquitos. Si está mareado, a dieta u odia la comida artificial que sirven las aerolíneas, tráguese lo que le ofrezcan porque de lo contrario se torna sospechoso. No mire demasiado a alguien, ojo con dormirse y roncar, acate todas las instrucciones y ni se le ocurra preguntar si puede conocer la cabina de pilotos. También es recomendable hacerse un lavado de cerebro y estar preparado para la raquetiada que le van a meter cuando llegue al destino.

Las medidas de seguridad rayan en la paranoia y la noticia de cualquier suceso, por inocente que sea, le da la vuelta al mundo. Nos enteramos hace poco de un intento de secuestro de un avión de Quatar Airways, pero un amigo que surca los cielos de medio mundo al mando de un avión de dicha compañía, me contó que fue un despistado pasajero que iba para el baño y se metió a primera clase. Al percatarse del error, salió con prisa en busca de su objetivo y dicho proceder fue suficiente para que los ricachones, que bogaban champaña y jartaban salmón en esa privilegiada sección, dieran la voz de alerta sobre un sospechoso que quería meterse a la cabina.

Dice el capitán Martínez que a todos los tripulantes, sin excepción, les revisan sus maletines de vuelo, los zapatos, el cinturón y hasta la gorra en busca de explosivos; también les confiscan cualquier objeto corto punzante, así sea un corta uñas. Qué tal la estupidez, cuando el piloto vuela encerrado tras una puerta blindada y entre las cosas que tiene a su disposición en la cabina, hay por ejemplo un hacha y una pistola de bengalas en el equipo de supervivencia. Si quiere hacer un daño puede despresurizar el avión a gran altura, mandarlo contra la Torre Eiffel o dirigirlo en picada contra el mundo. Sin duda es una falta absoluta de lógica actuar de esa manera contra quienes llevan el mando del aparato.

Ahora pillaron a los terroristas, que ante la imposibilidad de meter explosivos a los aviones, querían armar las bombas durante el vuelo con elementos químicos camuflados en lociones, cremas, frascos de medicamentos y otros recipientes. Entonces ya no puede usted llevar elementos personales a la mano, y para cargar una compota o un tetero para el bebé hay que sacar mil permisos. Mucho menos llevar fiambre o bebidas hidratantes, y podemos concluir que ahora lo único que puede echarse el pasajero durante un vuelo internacional es un polvito. Hasta sabrosa la vaina.
pmejiama1@epm.net.co

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