lunes, abril 14, 2008

¡Qué pecaito! (II)

Empaparse de las noticias y los sucesos antes de salir a divulgarlos y opinar acerca de ellos, es recomendable para evitar enredos y chismes. Porque debido a la falta de información es que se forman las murmuraciones y cotilleos. Y en esa trampa casi caigo el día que en medio de la somnolencia del “perrito” que acostumbro echar después del almuerzo, tergiversé una información que después de conocer a fondo pude comprobar que se trataba de algo muy diferente. El caso es que en mi ignorancia quise analizar los nuevos pecados que El Vaticano presentó al mundo, y el primer error fue la confusión con el asunto de la manipulación genética.

Después de considerar en el escrito anterior diferentes tipos y estilos de manipulación, quedó pendiente la más popular y socorrida por los seres humanos: la auto manipulación. Algo tan natural y corriente como la masturbación fue un tabú inescrutable durante nuestra niñez y juventud, y en el hogar, el colegio, la parroquia y desde todos los flancos nos señalaron esa práctica como el acto más aberrante y pecaminoso que un ser humano podía cometer. Ni riesgos de ir a contarle al sacerdote durante la confesión que uno se jabonaba “por allá” a altas velocidades, porque seguro el cura le iba con el cuento a la mamá para que le quitara la maña a punta de correa, o si era más consecuente lo llevara a donde el psicólogo.

Entre los compañeros del colegio corría el rumor de que a quién fuera muy adicto a esa modalidad, con el tiempo le salía un pelo en la palma de la mano. Esto lo hacíamos para observar al que acababa de oír el cuento a ver cuánto demoraba en mirarse con disimulo la mano en búsqueda del vello delator. Los curas del colegio y algunos educadores aseguraban a la muchachada que las eyaculaciones estaban contadas, y que si las desperdiciaban todas en esa acción cochina y perversa, cuando se casaran no les iba a quedar ni con qué pegar una estampilla. ¡Pura paja!

Los demás pecados divulgados por el “Langley” del catolicismo me parecieron algo absurdos en un principio, hasta que leí completa la noticia y pude enterarme de que si antes los pecaos eran individuales, ahora se toman más desde un punto de vista social. Porque si contaminar es considerado una ofensa contra la religión, entonces al dueño de un bus urbano bien viejo y acabado no le alcanza la eternidad para pagar la condena que se merece. Y qué decir de los mandamases que regentan las multinacionales o los mandatarios que no respetan las disposiciones mundiales contra el deterioro ambiental. ¡Todos para la paila mocha!

Y que se tengan fino los que están forrados en plata, porque si un evangelista sentenció que pasa más fácil un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los cielos, qué decir ahora que la iglesia metió en su nueva lista la brecha entre ricos y pobres. Claro que esa vaina hay que revaluarla y no meterlos a todos en el mismo costal, porque conozco ricos, millonarios, que tienen el cielo más ganado que cualquier otro mortal porque son generosos, solidarios, justos y buenos como el pan. Así como también hay pobres que son unos vergajos más malos que Caín.

Al tema del aborto mejor no le meto el diente porque al fin y al cabo son las mujeres las que tienen que lidiar con semejante problema, y ellas verán cómo manejan el dilema que se les presenta al momento de acatar las leyes divinas o darle prioridad a su situación personal. Y en el asunto de la pedofilia hay que dejar que sea la misma iglesia la que juzgue moralmente, porque al fin y al cabo en sus filas está la mayoría de practicantes. Lo que sí me causó curiosidad cuando escarbaba en archivos referentes al tema, fue recordar los mandamientos para el conductor que promulgó El Vaticano hace un tiempo.

Reglas tan apropiadas como que no debe causarse lesión a nadie mientras se conduce un vehículo, sobre todo si se hace en estado de embriaguez o sin cumplir con las normas de seguridad exigidas. Ayudar a los demás conductores en caso de emergencia o auxiliarlos cuando lo requieran también son sugerencias que la iglesia le hace a quienes tienen la responsabilidad de manejar un vehículo. Además reconviene a los choferes que dejan aflorar el guache que llevan por dentro cuando alguien les saca la piedra; y que nada de chicanear ni dárselas de fantoche quien tenga una nave muy cachaca.

El texto de los mandamientos además recomienda no hablar por teléfono, trabajar en computadora o ver películas mientras manejan, y que nunca sobra decir una oración al accionar el encendido. Todas esas sugerencias son bienvenidas entre los conductores, pero hay otras que no son tan fáciles de acatar. Porque dice el documento que el vehículo puede ser “una ocasión para pecar” y que algunos lo utilizan para abusar de las drogas. Difícil la vaina, porque imagino unos clientes metiendo basuco y que alguno proponga que se bajen del carro para soplarse otro tubo.

Y si el maniculiteteo dentro de un vehículo también es pecado, no se diga más. Que muestre el dedo quien esté libre de culpa.
pmejiama1@une.net.co

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