Por naturaleza el ser humano siempre ha querido dominar a los demás, apropiarse de sus tierras, controlar los mercados externos, dirimir y participar en conflictos ajenos, y demostrar superioridad. Desde que habitó las cavernas y echó mano de ese don extraordinario, la inteligencia, para superar animales muy superiores en fuerza y tamaño, el hombre ha competido con sus semejantes para ostentar el poder. Primero los enfrentamientos entre clanes vecinos, después los conflictos tribales, las guerras entre los pueblos, y los grandes ejércitos que buscaron conquistar el mundo bajo el mando de mesiánicos líderes ávidos de poder.
El ejercito de Alejandro, las imbatibles legiones romanas, la desolación tras el paso de Atila y los Hunos, las hordas del Gengis Kan, el expansionismo de la Francia Napoleónica, y los mil años que pretendía durar el Tercer Reich, son ejemplos de naciones y personajes que quisieron conquistar y dominar. El más reciente imperio, el que nos tocó soportar durante nuestra existencia, es el de los Estados Unidos de América.
Desde sus inicios como nación, después de librarse de quienes quisieron apoderarse de esos fértiles terrenos, los estadounidenses han participado en cuanto conflicto exista en el mundo. Lo primero fue despojar a Méjico de gran parte de su territorio, cuando se ganaron el apelativo de “gringos”, para seguir metidos en Cuba, centro y sur América; las dos guerras mundiales; intervenciones en África y Asia; en el pacífico sur, la guerra fría, las de oriente medio, los Balcanes y su más reciente incursión detrás del petróleo de Irak. Pero como a todo marrano le llega su nochebuena, somos testigos de la decadencia del imperio de turno. La aparición de la Comunidad Europea y su poderoso euro, el renacimiento de la China como monstruo económico y militar, y los golpes terroristas a sus más representativos iconos de poder, son evidencias palpables de un fin ineludible.
El imperialismo genera odios y con dirigentes como George W. Bush, falto de carisma y popularidad, se generaliza la animadversión desde todas las razas, religiones y colores. La forma como los gringos manipulan, intrigan, presionan, influyen, disponen, pontifican e imponen, es francamente chocante. Y de las tantas cosas que le critico al imperio de marras, hay una banalidad que siempre me ha rondado por la cabeza. Se trata de la influencia amañada que tuvieron, por medio del séptimo arte, durante nuestra infancia y juventud.
No puedo perdonarles que nos hayan convencido de que los ídolos del lejano oeste eran los buenos del paseo, mientras que los llamados pieles rojas eran una raza de salvajes, sanguinarios y desalmados. Sobre todo después de conocer la integridad y sabiduría de aquellos nativos, quienes fueron desarraigados por gamberros ignorantes cuyo único aliciente era la ambición. En esas mismas películas mostraban a los guerreros Mejicanos, quienes con toda la razón defendían sus fronteras, como una chusma desarrapada y vulgar.
Lograron además que odiáramos a los alemanes con fanatismo. Filmes acomodados que mostraron al soldado estadounidense como un héroe infalible, ecuánime y superdotado, mientras al germano lo estigmatizaron como inhumano, asesino, torpe y demoníaco. El gringo era el de la buena puntería, el sagaz y estratégico, mientras que el nazi, porque según su óptica todos pertenecían al mismo partido, se caracterizaba por ser pérfido y despiadado.
El tema de la segunda guerra mundial produjo muchas cintas y en otro frente las tropas de MacArthur enfrentaron a los japoneses, quienes quedaron ante el mundo como una tropa de reclutas amarillos, flacuchentos e ineptos. Hasta en la guerra de Vietnam alcanzaron a influir en nuestras mentes obtusas e inocentes, y fue así como nos convencieron de que quienes se defendían ante el invasor eran sanguinarios campesinos comunistas. Qué ironía enterarnos después del honor, valentía y patriotismo de esos orientales, comparados con la ordinariez de la tropa estadounidense.
Durante la guerra fría se impusieron los espías y el turno fue para los superagentes occidentales, con James Bond a la cabeza, para hacer que sus contrincantes rusos y de la Cortina de Hierro parecieran trogloditas inexpertos. Hollywood también se encargó de que en el conflicto milenario entre árabes y judíos tomáramos partido por estos últimos, sin darnos chance de conocer la causa Palestina para que nos limitáramos a odiar todo lo que oliera a fedayin.
Lo triste es que en la actualidad todavía les comen cuento y en una película como “La caída del Halcón negro”, basada en un hecho real sucedido en Mogadiscio, tergiversan la historia para hacer creer que los gringos fueron las víctimas y por ello debieron fumigar negros como moscas, para rescatar a sus compañeros. Imagino el éxito de taquilla del Rambo reencauchado, personaje de pacotilla que caracteriza la estulticia y la frivolidad, quien ahora pretende que el público acoja sus hazañas de veterano invencible.
Por fortuna algunos cineastas se han salido del formato para presentar la otra cara de los hechos. La serie MASH, plagada de buen humor y realidad, nos mostró otra faceta de lo que fue el horror de Corea; y el superagente 86 supo retratar la estupidez del cine convencional. Y pensar que lograron convencernos de que todos los indígenas norteamericanos eran atembaos como Toro, el compañero del Llanero Solitario, un rastreador que encontraba un esqueleto con sombrero y atravesado por una flecha, y sentenciaba:
-Kimosabi, yo presentir que este cara pálida estar muerto.
pmejiama1@une.net.co
4 comentarios:
Lo malo don Pablo es que con tanto borrego pro-imperialista que tenemos entre nuestros dirigentes, nunca saldremos, ni dejaremos de ser colonias del imperio.
¡Y el que saque la cabeza se la mochamos!
José M.
Pablo:
Muy buen análisis del Imperio que tanto nos afectó y sigue...
Un resumen muy bien "jalado"; me sentí representado en tus palabras.
JuanCé
Comparto la teoría por completo!
Yo en política y asuntos afines no tercio. Eso si, y pa' que, pero me empendejaba con las peliculas de vaqueros. ¡Que hacemos pues!
y que decir de las películas sobre la guerra, punto aparte. me vi 4 veces El Gran Escape, con estiven maqüin, y me perdonan el inglés, pero pocón..pocón
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