El Antiguo testamento siempre ha despertado interés en los infantes, aunque recuerdo que entonces sentí cierto recelo por algunos apartes que no dejan de ser espeluznantes. Cuando el profesor refirió el cuento de las plagas de Egipto, que cayeron sobre esa nación como presión para que dejaran arrancar a Moisés con el pueblo judío desierto adentro, siempre le metió imaginación y pintó el panorama tétrico y aterrador. Las aguas del Nilo convertidas en sangre; plagas de mosquitos, tábanos, langostas y sapos; la muerte del ganado; el granizo que destruyó cultivos; la muerte de los primogénitos; y las tinieblas que taparon el sol, fueron las maldiciones que cayeron sobre los súbditos del faraón.
Durante mi infancia se presentaban cada año, en épocas diferentes, invasiones de insectos muy característicos. Recuerdo los “polochos”, que eran unos bichos inofensivos que cubrían las calles. En mayo aparecían las chicharras que mortificaban la vida de las niñas, porque les tenían pavor y los muchachitos aprovechábamos para pegárselas del pelo; había negras con un solo cacho, o de color carmelita, más grandes y con doble cacho. En el campo pululaban cocuyos que recogíamos en grandes cantidades dentro de botellas, dizque para hacer lámparas. También llegaban nubes de unos avispones que chapaleaban alrededor de las luces en las noches, y de pronto los árboles amanecían adornados con racimos inmensos de gusanos.
Sin duda el paso del tiempo cambia las cosas y después de varios miles de años no podemos esperar que las plagas sean las mismas. Tal vez sin darnos cuenta, el Creador ha mandado plagas de todo tipo que invaden nuestro planeta sin control ni cortapisas. Cada quién las ve desde su punto de vista, y para mi gusto algunas de esas plagas modernas son la contaminación ambiental, los teléfonos celulares, los policías de tránsito, las telenovelas, las motocicletas y el cigarrillo.
Por ejemplo el asunto de las motocicletas se ha vuelto incontrolable en el país.
Ahora años muy pocos tenían la posibilidad de adquirir moto y era común que la usaran para dar una palomita y llevar la novia a Chipre el domingo, mientras que la persona de escasos recursos que lograba conseguir un vehículo de ese tipo, debía conformarse con un pelle con mucho kilometraje, en muy mal estado y que para prenderla había que darle cran por lo menos cincuenta veces. La moto entonces era un artículo de lujo que despertaba la envidia de muchos y proporcionaba placer a unos pocos.
En cambio hay que ver la oferta que existe hoy en día en ese mercado. A diario vemos la publicidad de una marca nueva y los precios son cada vez más asequibles. Claro que falta esperar un tiempo a ver qué tan finas resultan muchas de esas motos importadas de China, que a primera vista parecen muy buenas pero que en la actualidad sus dueños ya se ven a gatas para conseguir repuestos y servicio técnico. Pensar que lo que antes era un artículo de lujo, ahora lo entregan con una cuota inicial de 200 mil pesos y el resto se cancela con cuotas mensuales que no llegan ni a los 100 mil. Un obrero que devengue el salario mínimo y que su compañera trabaje en el servicio doméstico de por días, perfectamente pueden adquirir un aparato de esos. Seguro que les sale más barato cumplir con la cuota mensual que pagar el trasporte en servicio público de ambos.
El problema es que le entregan la motocicleta a cualquier montañero que no sabe ni montar en bicicleta, le enciman el casco y el chaleco, y hágale a cometer infracciones y a chambonear por las calles sin dios ni ley. Basta con presentar la cédula, llevar la cuota inicial, firmar unas letras y conseguir un fiador, y de arriero lo convierten en motociclista como por arte de birlibirloque; y con moto nueva, cero kilómetros, con ese olorcito particular que solo podían disfrutar los ricos.
Una motocicleta bien utilizada es una herramienta de trabajo indispensable para muchas personas (incluidos los sicarios, infortunadamente), soluciona el trasporte a familias enteras, permite a los menos favorecidos pasear y divertirse, y el consumo de combustible es mínimo. Dos personas le echan 15 mil pesos de gasolina a su moto y viajan a Bogotá sin pagar siquiera peajes, costo que no puede compararse siquiera con dos pasajes en el más barato de los transportes terrestres como buses, taxis o colectivos.
Ahora inventan las motos taxis y en ciertas ciudades el negocio de los amarillos está en peligro porque la competencia es imposible. Los aseguradores no saben qué camino coger ante la avalancha de reclamaciones del seguro obligatorio, porque los improvisados conductores causan accidentes por montones y la mayoría de estrellas negras que vemos en calles y carreteras corresponden a motociclistas. Sin conocer el código de tránsito, sin experiencia ni conocimientos de inercia, fuerza centrífuga, equilibrio y demás pormenores, apenas le cogen confianza al velocípedo siguen derecho en la primera curva.
La mayoría de motociclistas no respetan los semáforos, violan vía, transitan por los andenes, hacen cruces prohibidos y cuanta barbaridad se les ocurra, y las hordas que inundan las calles ofuscan y desesperan al más tranquilo.
Las plagas modernas son muy diferentes a las del antiguo Egipto, aunque coincidimos en que por aquí todavía se ven muchos tipos de sapos.
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
Pablo, con mucho gusto te mando una motico y la pagás en veinte cómodas columnas semanales. ¿que color?
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