lunes, julio 06, 2009

No hay muerto malo.

Qué manía la que tenemos los humanos de no llamar las cosas por su nombre. Es como si fuera mala educación, ignorancia o grosería utilizar los vocablos que existen desde siempre. No puedo entender por qué con el paso del tiempo debemos variar la manera de referirnos a algo, que no es otra cosa que cambiar la forma coloquial como hemos hablado toda la vida. Todo debe evolucionar, pero palabras que durante siglos han servido para nombrar las cosas no pueden dejar de existir de un momento a otro porque a algún académico le dio la culequera. A cuenta de qué están relegadas palabras como manicomio, poner, viejo, chofer, limosnero o maricón, para reemplazarlas por clínica siquiátrica, colocar, adulto mayor, conductor, habitante de la calle y gay. Enguandas que se inventan para complicarnos la vida.

O qué tal la hipocresía cuando fallece un sujeto que durante su existencia dio mucho de qué hablar y en el funeral el cura se dedica a alabar las virtudes del difunto. Todos los presentes, que lo conocieron de cerca, deben morderse la lengua y aguantar la risa cuando oyen decir que fulanito fue un dechado de virtudes, padre y esposo ejemplar, ciudadano emérito y reconocido por su generosidad y filantropía, cuando el tipo mantenía dos mozas y solo entraba a la casa a joder, fue manilargo en los negocios, mala leche y más amarrado que un tamal. Después aparece en el periódico el obituario y allí sigue la sarta de falsedades y alabanzas infundadas.

No cabe duda de que la mayoría de las muertes son lamentables, excepto cuando la persona ya cumplió con su misión en la tierra, y que todos tenemos derecho a una despedida digna, pero no por ello debe tergiversarse la realidad. Que digan que lamentan la desaparición del fulano, que su familia lo extrañará (aunque hay unos vergajos cuya muerte solo causa satisfacción entre sus allegados), que le quedaba mucho por hacer en la vida y desearle que disfrute del descanso eterno, así todos piensen que a esa hora ya lo deben tener a fuego lento en los profundos infiernos. Ojalá algún día la sinceridad y la franqueza dejen de verse como defectos, aunque debo reconocer que esas cualidades hay que saberlas manejar. Porque el tonito, las palabras utilizadas y el momento escogido, permiten que cualquier crítica u opinión negativa se escuchen de manera diferente.

Entre gustos no hay disgustos y por ello hay muchísimas personas en el mundo entero de luto porque murió Michael Jackson; mientras que a mí la noticia no me impactó, vi gente en los diferentes continentes jalándose al pelo y revolcándose en el piso por el dolor de la pérdida. Conocí al artista cuando interpretó la canción de la película Ben, la rata asesina (que todavía me produce escalofríos), y lo recuerdo como un negrito simpático y con mucho futuro. Después descolló su carrera artística y alcanzó un éxito impresionante, hasta que la fama le hizo daño y empezó a causar escándalos con sus extravagancias y desafueros. Abusó del quirófano y logró cambiar su fisonomía por la de un mamarracho repelente, además de renunciar a su color natural, por lo que su presencia causaba animadversión en el común de la gente. Cómo es que un tipo que vive en Los Ángeles, una de las ciudades más contaminadas del planeta, llega a Berlín con un tapabocas para evitar respirar malos efluvios; la misma protección utilizaban sus hijos, familiares y el séquito de tirabeques que siempre lo acompañaba.

Pero entre los tantos escándalos que acompañaron su existencia, el más repugnante fue el de su afición a los chiquitos… digo, a los niños chiquitos. En su extravagante mansión llamada Neverland construyó un parque con atracciones mecánicas para cebar los mocosos, y tuvo la desfachatez de reconocer que le gustaba irse a la cama acompañado de un infante. Negro cochino. Para mi gusto un individuo puede ser el mejor artista, un deportista fuera de serie, un personaje de la farándula destacado o el chacho para cualquier disciplina, pero si es mala persona pierde todo su encanto. A quienes rinden culto a Maradona les digo que un tipo que se comporta de esa manera no es digno de admiración, y que lo veo como un gordo periquero, fantoche y repugnante. Por ello me cuesta aceptar que rindan pleitesía y profesen adoración por personajes como éstos.

Dicen que la fama, el dinero y el poder obnubilan, y que es muy difícil manejar esos cambios en la vida, pero cuántos personajes conocemos que a pesar de su éxito se comportan como personas civilizadas y decentes. Un genio para la música como Jackson, que desde sus primeros años hizo pronosticar una carrera llena de triunfos y satisfacciones, desapareció temprano por una vida desordenada y díscola. Aseguran que sus finanzas estaban muy disminuidas y que con su reaparición buscaba llenar su faltriquera, pero el destino es el que decide y en este caso resolvió que no va más. Reconozco que su música es maravillosa y que como bailarín y hombre show pocos lo igualan, aunque muchos le criticaron que durante sus presentaciones tenía la manía de mandarse seguido la mano a la bragueta. Hasta llegaron a decir que se trataba de un complejo de inseguridad y por ello buscaba agarrarse del bejuco.
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

JuanCé dijo...

¿Sabes qué Pablo?
Estoy de acuerdo contigo en todos los conceptos de tu escrito; no hay derecho a seguir pensando que ese monstruo de Jackson era buena gente, sólo ahora porque murió.
Nada, para los p. infiernos con él.