Una de las características más tiernas de los niños en sus primeros años es lo que conocemos como media lengua. Con su léxico incipiente y el desconocimiento absoluto de los tiempos, los infantes aprenden al escuchar a los demás y utilizan unas frases y unos terminachos que sin duda divierten a quien los oye. Por ello desde que el bebé balbucea sus primeros vocablos hay que filmarlo, grabarlo o anotar todo lo que dice para que después, cuando ya está polligallo, no nos devanemos los sesos al tratar de recordar cómo es que decía el zambo. Claro que esa dificultad para pronunciar ciertos fonemas es graciosa y tierna hasta cierta edad, porque cuando el muchachito crece y sus compañeros hablan a la perfección, la situación se torna en un problema que puede crearle traumas y molestias.
En nuestra época ese tipo de dislexias se corregían a punta de correa, ya que no recuerdo haber siquiera escuchado la palabra fonoaudiología entonces. Ahora llevan al mucharejo donde la terapeuta, consultan con una sicóloga la causa de la disfunción, conversan con los profesores para que colaboren con el tratamiento, recurren a los papás de los amiguitos para que hablen con sus hijos y así no se la monten al afectado, y cuanto sea necesario con tal de que el chino suelte la lengua. Otra cosa es que muchos petacones hablan así por tatas y por mimados.
El hijo del Negro Peláez hablaba media lengua cuando se llegó el momento de entrar al colegio y por ello resolvieron contratar una fonoaudióloga. La escogida fue mi hermana Mónica, a quien todos llamamos La Mosca, y ella trabajó con el niño varias semanas hasta completar el tratamiento. Cada cierto número de sesiones visitaba al papá para contarle los adelantos logrados, y cuando dio por terminado el proceso, le hizo un resumen completo de los resultados. El día que el Negro iba a pagarle por sus servicios, y como el hombre es un mamagallista profesional, le dijo muy serio que la noche anterior lo primero que hizo al llegar a la casa fue hablar con el niño para corroborar lo dicho por ella, y que al preguntarle cómo se llamaba la doctora que lo atendía, el mocoso respondió muy seguro: “La Mosta”.
Ya de adultos existen vocablos que se nos confunden al tratar de pronunciarlos y algunas personas, sobre todo las mujeres, por hablar precipitadamente son engañadas por el subconsciente y trastocan las palabras con otras parecidas. Me cuenta un amigo que un día su mujer le comentaba algo sobre un tipo que se caracterizaba por ser voluminoso y acuerpado. Ella trataba de describir al sujeto y decía que era grandote, muy grueso y pesado, y quiso resumir el asunto al compararlo con un bustamante. Mientras la señora seguía con la cháchara, Fernando se quedó cavilando acerca de lo que ella quiso expresar con esa palabra y con cierta ironía le comentó:
-Oiga mija, ¿cierto que lo que usted quiso decir fue que el fulano parece un mastodonte?
El Chapulín Colorao es un maestro para trabarse con el refranero popular y hace unas mescolanzas que ni él mismo entiende, y Mencha Restrepo puede considerarse una avezada alumna de dicha escuela. Un ejemplo que se me viene a la cabeza sucedió una vez mientras ella conversaba con el marido, y para dar a entender que lo que decía era muy obvio, sentenció: “Huevo es, frito se come”. Los refranes son tan comunes que uno los memoriza desde pequeño sin esfuerzo y sólo alguien muy distraído puede hacerles semejantes cambios. Otro día Luis le preguntó de dónde la había llamado el hijo que vive en Bogotá, porque alcanzó a oír que andaba como de parranda, y ella así se confundió al mencionar tal vez el sitio más famoso de la capital, un nombre que además rima y por ello es de fácil recordación:
-Fulanito anda enrumbado en Andrés carne de cerdo.
Irene, sobrina de Mencha y digna representante del gremio femenino en ese sentido, cierto día fue a visitar a un familiar que recién se mudó a un edificio nuevo. Ella no tenía muy claro en qué nivel vivían sus parientes y en vez de confirmar con el portero, confió en su memoria y se dirigió al piso que suponía. Al llegar al apartamento vio un avisito que había a un lado, debajo del interruptor eléctrico, y en el cuál decía Luz Padilla. Se fue a otro piso y cuando estaba por timbrar observó que allí también aparecía el nombre de la misma propietaria, escena que se repitió cuando hizo su tercer intento. Entonces desesperada pensó que esa vieja había comprado todo el edificio, hasta que detalló bien el letrero y vio que decía era “Luz pasillo”.
Conozco otra señora que es la campeona para eso de confundirse al hablar. Un día discutía con su marido porque este no estaba conforme con la empleada del servicio. El hombre exponía las quejas que tenía del proceder de la fámula y de los oficios que consideraba no estaban bien hechos, además de otras observaciones al respecto, hasta que la mujer le dijo muy ofuscada:
-Vea mijito, es que usted lo que necesita es una “bucana”. Y ojalá esté bien “follante”, porque eso le va a costar un ojo de la cara.
pmejiama1@une.net.co
3 comentarios:
Ja,ja,ja. Me hiciste acordar de la vieja que leía "salude con las tetas" a cambio de "salida de volquetas"
Deberías ampliar tus deliciosos comentarios de tergiversaciones, más comunes en la tercera edad que en la primera; y sobre todo, más impactantes y más risibles.
A propósito de tus tergiversaciones, amigo Pablo, y advirtiendo que hace muchos años perdí un ojo en un accidente de tránsito, relato la siguiente anécdota:
Siendo presidente del Sindicato de Trabajadores del SENA, la gerente de la entidad –en ese entonces– rechazaba reunirse con nuestra junta directiva.
A fuerza de críticas y denuncias, accedió a recibirnos.
En plena reunión, con mucha solemnidad, dijo: "No piensen que he eludido reunirme con ustedes. La verdad es que soy consciente de que debemos trabajar conjuntamente en beneficio de la entidad y de los trabajadores: siempre he dicho que… tres ojos ven más que uno".
Los diez miembros de la dirección sindical nos reímos, y ella –sin darse por enterada– siguió con su discurso, un poco molesta porque creía que nos burlábamos de sus palabras.
Terminada la reunión, concluimos que no se trató de una referencia ofensiva contra el presidente de la organización; sino de un curiosísimo, inexplicable e involuntario lapsus.
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