miércoles, agosto 11, 2010

Prioridades ante todo.

Un instinto muy marcado en todos los animales es aprovecharse del más débil y existe una máxima que resume dicha realidad: el pez grande se come al pequeño. Y aunque dicen que el león es el rey de la selva, si llega a puchársele a un búfalo, un rinoceronte o un elefante lo vuelve papilla. Es así como a partir del gran paquidermo hacia abajo, hasta el más insignificante de los insectos, existe una cadena alimenticia donde cada especia reconoce muy bien de cuáles debe cuidarse y a cuáles puede cazar.

La excepción a la regla es el único animal racional, que aunque se comporta como el más irracional de todos, tiene la habilidad de defenderse del resto de los seres vivientes, además de controlarlos y dominarlos. El hombre está indefenso ante cualquier alimaña ponzoñosa, pierde la pelea contra un perro grande o un chimpancé, la patada de un caballo puede partirle el cráneo en dos y hasta un ave de rapiña de gran tamaño logra doblegarlo, pero gracias a su inteligencia tiene las herramientas para someter a cualquier tipo de animal. Tanto que la proteína, renglón importante de la nutrición de los humanos, la adquiere de infinidad de animales que hacen parte de su dieta diaria.

Quienes protestan por el abuso que comete el hombre contra los animales se refieren más que todo a los caballos carretilleros o a los perros callejeros que vemos en los países subdesarrollados, y de manera muy especial al espectáculo taurino donde los grandes damnificados son los toros de lidia. Dichos casos son los más socorridos porque los tenemos ahí, a la mano, pero existen infinidad de abusos contra los animales. Como los gansos que alimentan con embudo para desarrollarles el hígado y así obtener el “foie gras”, bocado exquisito de gourmets; o las gallinas ponedoras que pasan su existencia en un habitáculo diminuto donde no pueden siquiera pararse; o el tigre circense encerrado en su pequeña jaula, que sólo sale a la pista a hacer monerías bajo la amenaza del látigo.

Crueldad la que aún se acostumbra en las fiestas patronales o en los pueblos donde concursan a quien atrape al marrano embolado: cogen un cerdo pequeño y le raspan el pelo hasta dejarlo como bola de billar, para luego embadurnarlo con aceite. Entonces sueltan el asustado animalito y una turba enloquecida corre tras él para atraparlo, mientras recurren a todo tipo de argucias y salvajadas para tratar de dominarlo. Quien quiera ver crueldad con los animales que busque en Youtube el video de un personaje, parece mongol o siberiano, que procede a desollar vivos unos zorros para comercializar sus pieles y a los que apenas ha golpeado con un garrote en la cabeza. Las indefensas fieras se retuercen del dolor al quedar completamente peladas, o como decimos, en carne viva. Para no ir más lejos, qué puede ser más cruel que un pajarito en una jaula, un pez en su pecera, un perro amarrado o un gato entre un apartamento.

En mi juventud fui muy aficionado a los toros pero con los años me volví receloso con el espectáculo, tal vez por la sangre que derrama en la arena el agraviado animal; a lo mejor el costo de una tarde de toros ha contribuido también a espantarme del coso. Sin embargo, respeto esa afición y la veo como algo cultural que disfrutan muchas personas. El toro de lidia vive como un rey durante 4 años en su dehesa y todo ese cuidado es para que muera en manos de un torero; ese es su destino. Como el del cerdo o el pollo de criadero, con la diferencia que estos viven su corta existencia arrumados en unas condiciones espantosas.

Soy consciente de que las corridas de toros son el eje central de nuestra Feria anual y por ello me preocupo porque los carteles sean los mejores, el clima se comporte bien durante las tardes taurinas, los toros embistan y la gente disfrute de un espectáculo que hace parte de nuestra historia ciudadana. Si la corrida es buena la fiesta está asegurada, la gente consume y se mueve la economía de la región. Y gracias a una temporada taurina exitosa la próxima feria queda asegurada, lo mismo que la visita de tantos turistas nacionales y extranjeros.

Claro que debemos respetar a los animales y velar por su bienestar, pero invito a aquellos que gastan recursos y energías en su defensa que miren primero los seres humanos que requieren de cuidado. El abuso que se comete contra los niños trabajadores, que aunque reciben un salario son verdaderos esclavos, es algo que deberíamos repudiar todos. Muchas personas, incluidos inocentes pequeñines, duermen a la intemperie tapados con periódicos y cartones; cuántos compatriotas pasan el día sin probar bocado; cuántos viven en condiciones infrahumanas sin esperanzas ni ilusiones.

¿Acaso un animal merece más atención que un ser humano? Al que le produzca rabia y escozor ver cómo maltratan al toro de lidia, visite los cinturones de miseria para que vea angustia y sufrimiento. Porque el animal lastimado siente dolor, pero no tienen sentimientos; nada de tristeza, rabia, desamparo o angustia existencial.

Desazón siento yo de saber que cuesta más alimentar y sostener a una mascota que a un niño pobre. ¡Esa sí es una animalada!
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

!Y olé!

JuanCé dijo...

Magnífico saber que todavía existe gente que defiende a los toros bravos: si no hay corridas, esos animalitos se extinguen. La razón para que los hombres se enfrenten a los toros y no a los leones, por ejemplo, es simple: el toro no huye, no da la espalda al enemigo; eso se llama casta y valentía; es el único animal que se porta de tal manera.
Pero a quienes no gustan de las corridas, se les podría dar la oportunidad de que cuiden, cada uno de ellos, un torito en su casa o en la finquita.