martes, enero 18, 2011

La alegría de leer.

Me parece ver la carátula de la cartilla en la que varias generaciones aprendimos las primeras letras. Como en aquel entonces no cambiaban los útiles escolares todos los años nos tocaban los textos ya medio descuadernados, con regueros de gaseosa, engrasados y llenos de corazones, dibujos y anotaciones; el libro ya habían pasado por la mano de primos, vecinos y todos los hermanos mayores. Todavía recuerdo lo que renegó mi papá porque no pude conseguir un Álgebra de Baldor, que costaba una fortuna, y debió comprarlo nuevo en la Librería Atalaya.

Es tan común saber leer y escribir que nunca agradecimos como corresponde a quienes hicieron posible que tuviésemos esa maravillosa oportunidad. Me pregunto cómo será la vida de un analfabeto, qué pensará cuando camina por la calle y ve los avisos, carteles y letreros; con qué ojos mirará un periódico; cuál será su indefensión al recibir una instrucción escrita; cómo puede sobrevivir en un mundo donde se da por descontado que todos conocemos el significado de las letras. Para ponerme en los zapatos del analfabeto busco en internet un escrito en árabe y al tratar de leerlo, experimento lo que enfrenta esa persona ante cualquier texto simple escrito en su propio idioma. Indefensión, humillación y desconsuelo ante semejante pobreza intelectual.

Quienes tenemos ese don maravilloso debemos aprovecharlo para alimentar el intelecto. Y que a nadie lo coja la vejez sin el gusto por la lectura porque le va a hacer mucha falta; qué carajo hace un anciano todo el día sin un fiel compañero como el libro. La lectura entretiene, mata el tiempo, instruye, acompaña, agiliza la mente y despierta la imaginación. Conozco muchos viejos que se le midieron a navegar en internet y no se cambian por nadie, porque ahí tienen el mundo al alcance de un clic. Si les gusta la prensa pueden escoger; si prefieren las ciencias, el arte, los deportes, la música, el cine o cualquier otro pasatiempo, ahí lo encuentran; o si lo que les gusta son los chistes verdes y ver viejas en pelota, se dan gusto con la oferta que encuentran.

Quien tenga algo para leer está entretenido. Existen libros tan absorbentes que piensa uno que lo pueden meter a la cárcel y ni se entera. Mejor todavía si está abierto a todo tipo de lecturas y no tiene resabios ni condiciones, porque siempre va a encontrar un librito por ahí en promoción o un buen amigo que le facilite algunos ejemplares recomendados; basta con tener fama de devolverlos y nunca faltará quién se los preste. Y aunque los ejemplares de lujo son costosos, esos mismos títulos en ediciones de bolsillo tienen precios muy asequibles.

Otra cosa es que uno no debe dejarse influenciar por los sentimientos para leer a un autor, porque puede perderse de cosas muy buenas. Lo que ha sucedido con el libro de Ingrid Betancur es un ejemplo de ello, porque dicen los conocedores que se trata de una lectura interesante y muy bien lograda; yo resolví que no lo compro ni muerto, aunque espero que alguien me lo preste. Fernando Vallejo me parece un maricón detestable y sin embargo soy fiel seguidor de sus libros. Que no me pase como a alguien a quien leí hace poco y que hacía una crítica a Camilo José Cela; en el escrito lo trata de escatológico, soplón y plagiario. En un aparte dice: “cogí anoche un libro de Cela, de quien no había leído nada. En la página 24 descubrí alarmado que me estaba gustando y lo arrojé por la ventana porque ¿qué tal que vaya uno y se envicie a leer a ese gilipollas? ¡Dios me libre!”.

Aunque detesto esos libros escritos por oportunistas que aprovechan su cuarto de hora, hace poco al quedarme sin lectura me topé con un ladrillo escrito por Mauricio Aranguren Molina, titulado Mi confesión. Relata la vida de Carlos Castaño y cualquier lector desprevenido puede quedar convencido de que los hermanos Castaño fueron unos redentores y héroes de la patria, que entregaron sus vidas por defender las instituciones. Además, es tal vez el libro más mal escrito que conozco; no me explico cómo la editorial Oveja negra publica semejante adefesio y una periodista de la talla de Salud Hernández escribe el prólogo sin leer su contenido. Porque si lo leyó, es imperdonable que no le haya corregido los “horrores” ortográficos, de puntuación, redacción y sintaxis. Por encimita encontré hasta 12 errores en 2 páginas seguidas y la tapa fue cuando leí “enriquézcasen” en la 208.

Cuando escribo algo lo reviso varias veces, consulto, realizo cambios y me esmero en hacerlo bien. Por eso me produce desazón el toparme por ejemplo con el libro Caín, del Premio Nobel de literatura José Saramago, y veo que el tipo escribe sin respetar la puntuación o sin ponerle mayúscula inicial a los nombres propios. O en la maravillosa novela de Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, donde el autor “comete” anti dequeísmo infinidad de veces; ante semejante escritor pensé que el equivocado era yo, pero consulté con personas conocedoras y me dieron la razón.

Así es la vida, la licencia poética permite inventar palabras para cuadrar una rima, pero si uno comete cualquier errorcillo se lo cobran. Definitivamente todo lo del pobre es robado.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo nací con las tildes aprendidas... pero la "orrografía" no me ha querido dejar desde el colegio... con los años uno va aprendiendo... pero siempre habrá por ahí una bestialidad que se me suelta. Igual gracias a los editores de texto le ayudan a uno un poco a no ser tan bruto...

Y siempre he admirado a las personas que son buenas lectoras, yo no lo soy tanto. Para mi, leer, es mantener la imaginación viva, tan viva como nunca porque todo lo está fabricando la imaginación guiada por las letras... en el cine ya nos ahorran ese gran paso. Trataré de leer más.

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Cada que leo las entregas de su blog, me alegro de pertenecer a una generación a la que le "tocó" aprender en la cartilla Charry o la Alegría de Leer, vivir en un mundo sin la tecnología electrónica de hoy día y luego haber aprendido a usarla y disfrutarla. Creo que el hábito de la lectura une a las generaciones pasadas y a las actuales. Como siempre, me gustó su escrito.

Jorge Iván dijo...

Muy agradable y muy cierto tu comentario sobre la lectura y todo lo que encierra ese arte. Creo que no hay un libro con un título mas diciente que en el que nos tocó aprender a leer. "La Alegría de Leer" en ese título está reflejado todo. Respecto a los errores de Saramago, entre mis preferidos, creo que el equivocado es quien hace la tradución del portugués al castellano. Definitivamente, mientras mas leo más se que nada se de ortografía y gramática.
Felicitaciones por el cambio de "fachada" de tu blog

auritadebaronp@hotmail.com dijo...

como quisiera tener un ejemplar de esa cartilla la alegria de leer. fue hay donde empece a leer.

Scraptella dijo...

llegué aqui por casualidad y me encuentro con un articulo con el cual me identifico plenamente. Vivo en Alemania y al comienzo si era una completa analfabeta, porque podia leer, es decir unir las consonantes y las vocales que veía pero eso no me servia de nada si no conocia el significado! Adoro leer! un libro es una ventana a otros mundos, y leyendo se aprende algo cada dia, como ahora por ejm. no tengo idea de qué es el "anti-dequeismo" hmmm?

LIBNYGP dijo...

Aprendí a deleitarme en la lectura de buenos libros. Hoy tengo 72 años y tengo recuerdos un poco nostálgicos de aquellos años cuando leíamos la colección de "Alegría de leer".
Me gustaría conseguir un ejemplar antiguo de "Alegría de Leer".