Es de no creerse que en pleno siglo XXI una ciudad de casi 400 mil habitantes se quede sin suministro de agua durante tanto tiempo. Lo vemos a diario en barrios marginados del sur de Bogotá o en municipios alejados, pero que suceda en la capital de un departamento, una ciudad activa, próspera y pujante, es inaudito. Y lo paradójico es que siempre nos hemos ufanado de contar con una de las aguas más puras del mundo. Pero el problema no radica en la calidad de nuestro recurso hídrico, sino en el manejo que debe dársele para que llegue a todos los usuarios del municipio, incluidas veredas y viviendas rurales.
Ahora pienso que hemos tenido mucha suerte, porque desde hace varios años las temporadas invernales son cada vez más intensas y los “chorriaderos” se ven por todas partes. Y como los tubos que conducen el agua desde la planta de tratamiento de Gallinazo recorren varios kilómetros a través de potreros, laderas y bosques, además de atravesar ríos y quebradas, es casi un milagro que un tramo tan extenso no se haya visto afectado por ninguno de los tantos derrumbes o las avalanchas que han bajado por esos cauces.
Empiezan a aparecer documentos que demuestran las advertencias hechas por expertos sobre el peligro que amenazaba al acueducto, pruebas que ahora deberán investigar las autoridades para señalar responsables. Lo cierto es que el derrumbe ocurrió, la avalancha bajó por el río y destruyó los tubos, pero lo imperdonable es que la planta alterna estuviera fuera de servicio desde hace un año. Porque por más que quieran justificar la demora para realizar esa reparación, para el ciudadano del común es claro que debieron hacerla de inmediato con plata de la empresa, del municipio, del gobierno central o de donde fuera necesario conseguirla. Así nos hubiera tocado empeñar la catedral. Uno supone que pueden hacer un remiendo provisional, aunque sea con babas, para después proceder con tiempo a solucionar el problema de forma definitiva. Es de simple sentido común.
El caso es que la indignación de los manizaleños va “in crescendo” a medida que pasan los días y el agua no fluye por los grifos. Ni qué decir de la piedra que sentimos todos cuando, preciso en medio del corte, llegó la factura del agua. Cierto que los carros tanque recorren la ciudad, que la solidaridad de los bomberos de municipios y departamentos vecinos es oportuna, que las diferentes autoridades nacionales están pendientes y dispuestas, pero ese tipo de ayuda soluciona el problema apenas por encimita. Basta pensar qué soluciona una madre de familia que logra llenar un par de baldes con agua, después de perder medio día por hacer una fila interminable al sol y al agua, para que al llegar a su casa con el cargamento note que después de tanto esfuerzo, los recipientes perdieron buena parte de su contenido. Mayor será su desencanto al percatarse de que el remanente le alcanza para vaciar el inodoro, preparar una sopa y después lavarse los dientes.
Otra vaina bien jarta es tener que recurrir a diario al ahora famoso baño tipo traqueto: a punta de coca. Debido al clima de Manizales toca poner a calentar un poquito de agua, para después mezclarla con fría en un recipiente más grande. Sale uno bien despacio hacia el baño, para no regarla, y mientras busca la toalla y se empelota, el agua ya está destemplada. Entonces procede a echarse de a poquitos con una coca, por partes, para jabonarse cara, sobacos y horqueta; ahí empieza a tantear con los ojos cerrados a ver dónde está el recipiente para dosificar el agua y quitarse por completo el jabón, labor que siempre requiere más cantidad de la disponible. Mientras tirita de frío coge la toalla y al secarse, repara que le quedó espuma en una oreja, en las corvas y la espalda. Aquí la diferencia con la ducha es que mientras en ella uno canta y tararea, en este caso echa madres, reniega y despotrica.
Ahora debemos hacer fuerza para que el invierno no arrecie, porque pasaremos las noches en vela preocupados por la posibilidad que amanezcamos sin agua. Que el alcalde electo se comprometa a blindarnos contra semejante amenaza, porque aunque tenemos un agua excelente, no contamos con reservas. Para ello podría revivir el proyecto de represar la quebrada Olivares, en cercanías a la bocatoma de Río Blanco, y contar con un reservorio que además puede aprovecharse como sitio de recreo para la ciudadanía. Y que los dos conductos que traen el agua de Gallinazo recorran rutas diferentes para reducir el riesgo. Así, cuando el derrumbe se lleve un tubo, queda el otro.
De los tantos líos que deberá enfrentar Aguas de Manizales después de esta emergencia, hay uno que me intriga. Resulta que muchos edificios y conjuntos residenciales han gestionado el trasporte de agua para surtir sus tanques de reserva, líquido que es destinado a suplir las necesidades básicas. Pero como al ingresar el agua a las viviendas marca en los contadores, ¿cómo van a calcular ese consumo para descontarlo en las facturas? Porque si dicho servicio es sufragado con recursos particulares, no faltaría sino que además la empresa se lucrara al cobrar lo que se consiguió por otros medios. Ahí les dejo ese trompo en l´uña.
pamear@telmex.net.co
1 comentario:
Me reí mucho con el párrafo 5 dónde describe el baño tipo traqueto... definitivamente no hay nada peor.
Aunque ahora están es sin gas... qué seguirá... luz... teléfono... intenret???
Publicar un comentario