martes, marzo 05, 2013

El barrio chino.


Hablan los expertos de la transición que ya está en camino para que sea China, en remplazo de Estados Unidos, el nuevo imperio que domine el mundo. Y a fe que se nota porque cada vez son más explícitas las cifras de su crecimiento económico, lo que los hace fuertes en todos los campos, incluido el militar. Hoy en día la mayoría de objetos que llegan a nuestras manos, desde el más sofisticado dispositivo electrónico hasta la insignificante chuchería, son fabricados en el coloso oriental. Algunos con precios tan irrisorios que nos hacen preguntar cómo es posible que alguien los haya producido, luego comercializado, después transportado hasta el otro lado del mundo, donde alguien les gana algo antes de vendérnoslo. Claro que muchos son ordinarios, pero para lo que cuestan…

En las últimas décadas China se ha occidentalizado de manera significativa y las ciudades más importantes, localizadas en su mayoría al oriente del extenso territorio, presentan un aspecto moderno y cosmopolita que las asemeja a las más destacadas urbes del planeta. Sin embargo en el interior del país un gran porcentaje de su población habita en condiciones de pobreza, donde sobreviven de lo que produce la tierra y sin contar con las mínimas comodidades del mundo moderno; muchos villorrios parecen estancados en el siglo XIX.

Debido al exagerado aumento de su población esa nación se ha visto en la obligación de acomodar ciudadanos en los diferentes continentes, lo que representa una diáspora que en el mediano plazo tendrá una influencia importante en los países que la acoja. En todo el sudeste asiático la presencia de chinos es muy importante y en ciudades como Bangkok ya representa un gran porcentaje de su población. Europa, Canadá, Estados Unidos y en general los países industrializados están inundados de orientales, pero sobre todo de chinos. Recuerdo que hace unos años el gobierno Chino propuso al nuestro montar varias plantas de confecciones, en diferentes ciudades, con la condición que varios miles de obreros procedentes de ese país trabajarían en ellas y se radicarían aquí con sus familias. Y ante el auge de compra de tierras en Colombia, en especial por parte de chinos y brasileños, en el Congreso propusieron una ley que prohíbe a los municipios vender más de 15% de su territorio.

En nuestro medio la presencia de chinos no es numerosa y casi todos se desempeñan en el negocio de los restaurantes, los cuales abundan en el mundo entero. Son muchas las personas renuentes a consumir las delicias orientales que  ofrecen, porque circulan rumores y creencias acerca de que son desaseados, utilizan productos de mala calidad y demás prejuicios, lo que puede ser cierto en algunos casos, pero la gran mayoría trabaja de manera responsable y honesta. Disfrutar la comida china, sin escrúpulos ni misterios, es una delicia para el paladar.

En las grandes ciudades del mundo existen colonias de chinos y en Suramérica son importantes las de Sao Paulo y Lima; en Buenos Aires también hay un barrio chino que atrae turismo al sector. Nueva York es una inmensa torre de babel donde la diversidad de razas llama la atención, pero sin duda la presencia de orientales es notoria. Famoso en todo el mundo es el barrio chino de Manhattan, donde el ambiente es idéntico a cualquier ciudad de ese gran país; los negocios, la gente, la diversidad de dialectos e idiomas que pueden oírse al pasar, las costumbres y todo lo que identifica a un pueblo. Es común que al preguntarle a otras personas que han visitado esa ciudad sobre cómo les pareció el barrio chino, digan que sucio, desordenado, sin ninguna gracia; y al indagar si comieron en sus restaurantes respondan que ni siquiera se les pasó por la cabeza. Cuestión de gustos, porque con mis compañeros de viaje fuimos tres veces al barrio chino en una semana, y nuestro mayor aliciente fue su deliciosa comida.

Claro que al recorrer sus calles puede verse basura, desorden, ruido y alboroto, pero como uno no va a alojarse allá, sino de paso, la idea es disfrutar la visita, convivir con una cultura desconocida y tomarlo como una experiencia enriquecedora. En medio del barrio encontramos un hermoso parque con una edificación en forma de pagoda, la cual visitan los vecinos para practicar sus ejercicios de relajación, una especie de gimnasia espiritual. Al oír una hermosa música nos adentramos por un sendero peatonal para buscar su origen y encontramos un grupo de ancianos que ejecutaban instrumentos tradicionales de su cultura, mientras una mujer los acompañaba con su voz. A nuestro lado, una viejecita ataviada con la típica vestimenta enjugaba sus lágrimas al escuchar una tonada que le recodaba sus orígenes; lágrimas de nostalgia.

Observar la diversidad de mercancías que ofrecen en los tenderetes es entretenido y mejor aún regatear con los hábiles vendedores. En las calles comercian vegetales desconocidos, mariscos, pescados y todo tipo de productos exóticos. En los restaurantes la oferta gastronómica es tan numerosa, que así uno escoja platos diversos y apetitosos, al mirar hacia otras mesas puede confirmar que necesitaría muchas visitas al lugar para disfrutarlos todos. También llama la atención la variedad de viandas que degustan en cada comida y la ceremonia que representa para ellos sentarse a la mesa. Visitar el barrio chino es una vivencia maravillosa.  
pamear@telmex.net.co    

2 comentarios:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Podré padecer de nacionalismo, pero veo en tanta y tanta mercancía, mucha de ella buena y barata, una amenaza para la industria y la obra de mano nacional: traducción: DESEMPLEO. Como si ya no tuviéramos suficiente. Su artículo me deja preocupado pariente lejano.

BERNARDO MEJIA ARANGO

Anónimo dijo...

Excelente, por un momento me transportó a el parque en China Town. Pensé que iba a contar el cuento del mesero mejicano en el restaurante del pato, pero me imagino que lo dejó para otra entrega.

Buen artículo... eso es lo que yo quiero hacer cuando viaje, escribir sobre los lugares... pero no es tan fácil.