Soy dado a escarbar en la memoria
para revivir esas primeras impresiones que logro rescatar, a veces sin poder
calcular la edad que tenía en cada suceso pero convencido de que algunos son de
cuando apenas abría los ojos a este mundo. Ahora dicen que el pasado hay que
enterrarlo, que solo importa el presente y hacer planes para el futuro, pero a
muchos nos gusta revivir momentos inolvidables de una existencia que sin duda
era más fácil de llevar. Estos repasos no son aptos para quienes prefieren
ocultar su edad.
Recuerdo por ejemplo cuando el cura
daba la misa en latín y de espaldas a los feligreses. A esa edad uno no
entendía ni forro, y menos en ese idioma tan raro, pero se entretenía con la
ceremonia y esperaba ansioso a que echaran el incienso o a que el sacristán
hiciera sonar la campanita. Me parece ver al padre Uribe frente al altar,
siempre de espaldas, mientras los niños nos aburríamos y empezábamos a
secretearnos y a reírnos de cualquier bobada. Mi mamá nos regañaba y nos metía
uno que otro pellizco, hasta que por fin oíamos la única frase que entendíamos,
la misma que anunciaba el fin de la ceremonia.
A los cuatro años ya salía los
domingos a caminar por los alrededores de Manizales con mi papá y mis hermanos
mayores; deduzco mi edad porque veo que el tren dejó de operar en 1959. Alcancé
a verlo de cerca y recuerdo que veníamos por la carrilera, por donde queda hoy
el barrio Aranjuez, y en esas apareció con su gran columna de humo. Mi papá
dijo que nos tumbáramos cerca a la vía para sentirlo vibrar; el estruendo de
ese monstruo, los chorros de vapor y las pavesas que saltaban del fogón
quedaron grabados en mi memoria. En la estación de Villamaría, donde queda
ahora la bomba de gasolina a la entrada del municipio, había un tanque inmenso
de agua del que abastecían las calderas de las locomotoras.
El cable aéreo a Mariquita funcionó
hasta 1961 y ese también lo recuerdo con claridad. Algunos chinches subían al
Cerro de Oro a esperar las góndolas, que ahí pasaban muy bajitas, para treparse
y echarse el paseo hasta la estación; aunque debían saltar unos metros antes de
llegar a la plataforma y salir a las carreras, para evitar que los castigaran
por imprudentes. Las góndolas recorrían muy despacio el extenso corredor de la
parte trasera del edificio del cable y allí los coteros descargaban, para
después, siempre en movimiento, acomodar la carga que salía de una vez para el
oriente. También viajaban montañeros que se acomodaban encima de los bultos con
su ruana y sombrero, dispuestos a que lloviera o a que se fuera la luz y
quedaran por ahí varados en algún precipicio.
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