Sentí nostalgia al ver la
demolición de la vieja casona donde hice mis primeros pinitos en el colegio,
localizada entonces enseguida de la casa de don Pedro Emilio Salazar, donde hoy
queda el edificio Meridiano, en la avenida Santander con calle 52. Allí
funcionó El Divino Niño, el kínder al que asistía con mis hermanos, hasta que
se trasladó definitivamente para el barrio Estrella a una casa grande ahí abajo
de la falda en la calle 61; eso nos favoreció porque vivíamos a una cuadra del
colegio.
Tenía yo cinco años cuando el kínder
funcionaba en el caserón de la avenida, al que le llegó la pica del progreso
para dejarlo convertido en un lote más, y me cuentan que ya estaba
prácticamente derruido por el paso del tiempo, pues al hacerle las cuentas así
por encimita calculo que debía tener al menos ochenta años de construido. La
edificación era inmensa, con un patio interior con marquesina, y varios pisos
hacia abajo hasta llegar al solar, que lindaba por detrás con la carretera que iba
para el matadero.
Frente al colegio había un muro que
cerraba un lote que llegaba hasta donde queda hoy El Triángulo, el primer
edificio alto que se construyó poco tiempo después en este sector de la ciudad,
y unos metros antes de llegar a la esquina estaba la entrada al convento del
Buen Pastor, a cuya capilla nos llevaban con mucha regularidad para asistir a
misa. El desplazamiento lo hacíamos en estricta formación por el andén de la
avenida, bajo el cuidado de las profesoras que insistían en que pusiéramos
cuidado para que nos cogiera un carro.
Así una a una desaparecen esas
viejas edificaciones que nos conectan con el pasado y ahora recuerdo algunos de
esos iconos de la ciudad que servían de referencia para ubicar a quien buscaba
una dirección. En la boca del túnel de la 51 hacia la avenida Paralela, donde
funcionó Lavautos, quedaba la antigua Gallera, una edificación inmensa en forma
de kiosco circular. No recuerdo haber visto allí actividad de gallos y más bien
era un vetusto edificio abandonado que después de mucho tiempo tiraron al piso.
En la avenida Santander con calle
40 quedaba el orfanato, una antigua construcción que ocupaba todo ese lote
donde ahora se levanta un conjunto cerrado de edificios. Desaparecido el inmueble,
el lote se aprovechó para montar la carpa del circo de turno, una ciudad de
hierro o el consabido mercado Persa que acompaña cualquier feria o celebración.
En el parque de El Cable, al otro lado de la avenida, había un hermoso hospital
de estilo francés con sus amplios corredores y ventanales, todo en madera, y a
un costado la capilla; el cerramiento del predio era una verja en hierro
forjado, muy elaborada.
Quién no recuerda el imponente
castillo de la calle 63, también sobre la avenida, que nos hacía sentir en la
Europa del medioevo; allí vivieron varias familias conocidas y por ello pude
recorrer todos sus recovecos. Y al subir hacia la plata de Niza, una cuadra
después del Batallón Ayacucho y a mano derecha, quedaba Milancito, un
restaurante típico que por las tardes se convertía en bailadero, para que los
soldados en licencia se dieran gusto brillando baldosa con las entroderas del
sector.
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