Hace treinta años el ambiente de
trabajo en el aeropuerto era relajado, entre otras cosas porque el trato entre
los diferentes empleados se basaba en el respeto y la camaradería. Cuando
quedaban ratos disponibles se jugaban ‘picaos’ de fútbol entre quienes
laborábamos allá: El policía, mecánicos, cuadrilleros, los del aseo, un
copiloto, maleteros, el controlador aéreo, el guarda de la aduana y cuanto
‘pato’ se apuntara al improvisado juego. Después todos para la cafetería a
comentar los pormenores del encuentro, mientras repartían gaseosas.
Recuerdo que llegábamos a las 5:30
de la mañana y a esa hora el administrador le ordenaba a su perro que saliera a
la pista de aterrizaje a espantar el ganado que pastaba en el predio durante la
noche. Al pastor alemán, que ya estaba adiestrado, le bastaba oír el silbido
del amo para arrancar a corretear esas vacas hasta dejar despejado el entorno,
momento que aprovechaban los pilotos para despegar hacia sus destinos cuando apenas
despuntaba el día.
Trascurría la rutina en un ambiente
tranquilo y familiar, hasta que recibí una llamada que cambió la situación.
Resulta que por esos días nacía el proyecto del aeropuerto de Palestina y en
Manizales un movimiento cívico buscaba opciones para sacar adelante la idea. Se
procedió a vender los terrenos del aeropuerto de Santágueda y varios estamentos
se comprometieron con sus contribuciones, entre ellos la Gobernación que destinó
un aporte por cada pasajero que pagara tasa de aeropuerto en La Nubia.
En esa época los vuelos, sobre todo
a Bogotá, tenían una excelente ocupación y por ello mi extrañeza cuando la
persona encargada de recolectar los fondos para el naciente proyecto, llamó a
decirme que estaba desencantado por el bajo flujo de pasajeros que viajaban por
La Nubia. Con archivo en mano le pedí que cotejáramos datos de algunos vuelos
en particular y ninguno coincidió, pues mientras los nuestros aparecían llenos,
ninguna de sus copias llegaba siquiera a quince pasajeros, la mayoría con muy
pocos y hasta se atrevían a presentar como cancelados vuelos que salieron con
el cupo completo.
Resulta que los encargados de
cobrar la tasa de aeropuerto, con la complicidad de empleados de ACES,
retiraban el papel carbón de su lista de pasajeros en cierto momento y así solo
quedaba registrado el número que ellos quisieran. Esa noche recibí la llamada
de un personaje a aconsejarme que mejor no dijera nada, porque podía ser
peligroso, y que a cambio de mi silencio tendría derecho a participar en el ‘negocio’.
Madrugué a avisar a la gerencia y ese mismo día estaba la denuncia en la Presidencia
de la compañía.
Qué decepción sentí al ver que para
muchos de quienes trabajaban en el aeropuerto yo era en un pendejo, un sapo, un
regalado; no podían entender que hubiera ‘aventado’ a los compañeros en vez de
recibir mi tajada. A ambos recaudadores los metieron a la cárcel, pero como
todo lo nuestro, una semana después los dejaron libres. El ambiente se puso muy
pesado, hasta que una tarde llegó uno de ellos rascado disque a arreglar el
asunto; por fortuna me volé, porque el tipo se puso a hacer tiros al aire y a
echarme vainazos.
2 comentarios:
Eso Pablo, así es la gente que vale la pena. Felicitaciones!!!.
Con esta anécdota usted pasó a ser de los míos, es decir, la gente buena y honrada como nuestros ancestros.
Eso Pablo, así es la gente que vale la pena. Felicitaciones!!!.
Con esta anécdota usted pasó a ser de los míos, es decir, la gente buena y honrada como nuestros ancestros.
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