A diario me pregunto si soy raro, no
tengo sentimientos o se me apagó el piloto, porque cada vez me importan menos
las cosas que suceden a mí alrededor; excepto familiares y amigos, el resto me
trae sin cuidado. Claro que prefiero mantenerme informado para poder meter la
cucharada, pero de ahí a preocuparme o perder el apetito por un hecho
específico, no hay cinco de riesgos. En cambio me asombra ver cómo en nuestro
hemisferio dedican el mejor espacio de los informativos para resaltar el éxito
de un deportista o lamentar la muerte de un artista, mientras apenas mencionan
la explosión de un carro bomba que deja doscientos muertos en un país del medio
oriente.
Me dio golpe oír a dos periodistas
como Julio Sánchez y Alberto Casas a punto de derramar lágrimas por la muerte
de Juan Gabriel; hicieron pucheros, se dieron golpes de pecho y debieron combatir
el nudo en la garganta, mientras dedicaron toda una mañana del noticiero para
lamentar esa pérdida invaluable, según ellos. Entonces proceden a llamar a
otros artistas para que expresen su dolor y empieza la repetición de la
repetidera; resulta que todos eran amigos íntimos del personaje. Y muelen
música del aludido, canciones de cinco minutos, mientras uno esperanzado hace
fuerza para que cambien de tema.
Una de las corresponsales de La W Radio
dijo con voz entrecortada que ahora qué vamos a hacer sin la música de Juan
Gabriel, cómo vamos a disfrutar las fiestas sin sus canciones, a quién le
provocará tomarse un trago sin su compañía. Qué tal esta, como si ella bebiera
siempre acompañada del personaje; que busque videos en la red que ahí están
todos. Como si al morir un artista todas sus grabaciones se borraran de golpe. Que
vieja tan pendeja.
Aunque no soy amigo de ese tipo de
música reconozco que sus canciones son agradables y pegajosas, pero el
enterarme de su muerte ni siquiera me produjo un parpadeo; imagino que la misma
reacción que habría tenido él si el muerto fuera yo. Debido a que no existe
posibilidad de que yo espere dos horas al teléfono para expresar mi opinión,
debo aguantarme la gana de decirle todas esas cosas a Julito: que el tipo me
parece maluco, repelente y detesto sus zalamerías. Respeto que a Julio le
guste, pero debería ser más moderado con el tiempo dedicado a lamentar su
muerte para satisfacer a todos los oyentes.
En nuestra cultura deberíamos enfrentar
desde pequeños el tema de la muerte; que desde kínder los niños se familiaricen
con ella, para no crecer con ese terror que le produce casi a la totalidad de
la gente. Aceptar que todo lo que nace tiene que morir, sin saber cómo ni
cuándo, a ver si los niños sufren menos al pensar que sus padres pueden morir
en cualquier momento; peor aún los hijos que procreamos nosotros, que por
hacerles la vida más fácil los criamos dependientes e inseguros. Por hacer
bonito hicimos feo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario