jueves, octubre 20, 2016

Frivolidades.

A diario me pregunto si soy raro, no tengo sentimientos o se me apagó el piloto, porque cada vez me importan menos las cosas que suceden a mí alrededor; excepto familiares y amigos, el resto me trae sin cuidado. Claro que prefiero mantenerme informado para poder meter la cucharada, pero de ahí a preocuparme o perder el apetito por un hecho específico, no hay cinco de riesgos. En cambio me asombra ver cómo en nuestro hemisferio dedican el mejor espacio de los informativos para resaltar el éxito de un deportista o lamentar la muerte de un artista, mientras apenas mencionan la explosión de un carro bomba que deja doscientos muertos en un país del medio oriente.

Me dio golpe oír a dos periodistas como Julio Sánchez y Alberto Casas a punto de derramar lágrimas por la muerte de Juan Gabriel; hicieron pucheros, se dieron golpes de pecho y debieron combatir el nudo en la garganta, mientras dedicaron toda una mañana del noticiero para lamentar esa pérdida invaluable, según ellos. Entonces proceden a llamar a otros artistas para que expresen su dolor y empieza la repetición de la repetidera; resulta que todos eran amigos íntimos del personaje. Y muelen música del aludido, canciones de cinco minutos, mientras uno esperanzado hace fuerza para que cambien de tema.

Una de las corresponsales de La W Radio dijo con voz entrecortada que ahora qué vamos a hacer sin la música de Juan Gabriel, cómo vamos a disfrutar las fiestas sin sus canciones, a quién le provocará tomarse un trago sin su compañía. Qué tal esta, como si ella bebiera siempre acompañada del personaje; que busque videos en la red que ahí están todos. Como si al morir un artista todas sus grabaciones se borraran de golpe. Que vieja tan pendeja.

Aunque no soy amigo de ese tipo de música reconozco que sus canciones son agradables y pegajosas, pero el enterarme de su muerte ni siquiera me produjo un parpadeo; imagino que la misma reacción que habría tenido él si el muerto fuera yo. Debido a que no existe posibilidad de que yo espere dos horas al teléfono para expresar mi opinión, debo aguantarme la gana de decirle todas esas cosas a Julito: que el tipo me parece maluco, repelente y detesto sus zalamerías. Respeto que a Julio le guste, pero debería ser más moderado con el tiempo dedicado a lamentar su muerte para satisfacer a todos los oyentes.

En nuestra cultura deberíamos enfrentar desde pequeños el tema de la muerte; que desde kínder los niños se familiaricen con ella, para no crecer con ese terror que le produce casi a la totalidad de la gente. Aceptar que todo lo que nace tiene que morir, sin saber cómo ni cuándo, a ver si los niños sufren menos al pensar que sus padres pueden morir en cualquier momento; peor aún los hijos que procreamos nosotros, que por hacerles la vida más fácil los criamos dependientes e inseguros. Por hacer bonito hicimos feo.

La gente se lamenta porque murió un viejo cacreco que dizque estaba como un lulo, a lo que respondo que yo en cambio me alegro mucho, porque se evitó todos esos achaques que agobian al ser humano durante la vejez. Nada más ingrato que enfrentar el deterioro del organismo mientras la mente permanece lúcida, porque los que ya están chuchumecos ni cuenta se dan. Por eso es tan cierto eso que si uno se despierta después de las 50 años y no le duele nada, ¡es porque se murió! Y qué tal esta joya: Morir es como quedarse dormido, pero sin despertarse a orinar.

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