jueves, agosto 11, 2005

Adios a las Armas

Así tituló el escritor norteamericano Ernest Hemingway una de sus más reconocidas novelas, basada en su experiencia como voluntario para manejar ambulancias en la guerra que sostuvieron italianos y austriacos en la región del Piamonte. El joven aventurero resultó herido por una bala de fusil, y seguramente durante la convalecencia encontró la inspiración para desarrollar el relato.

El mismo título puede llevar una campaña a nivel mundial para que, así suene a utopía, le digamos no más a todo tipo de armas. Desde una navaja o una cachiporra, hasta un submarino nuclear. Parece inaudito que desde su aparición en este planeta el ser humano haya buscado la forma de construir armas de cualquier tipo, aunque en un principio lo hicieron para cazar y defenderse de las fieras. El problema empezó cuando dos fulanos se cogieron ojeriza y descubrieron que los garrotes y las lanzas también servían para deshacerse de un enemigo.

No existe período de la historia que no esté plagado de guerras. Los imperios basaron su poderío en los ejércitos que manejaban; los romanos con sus legiones, los mongoles con las hordas de jinetes, los ingleses y su poderosa flota naval, los alemanes con toda una maquinaria de guerra y ahora los gringos, que no saben qué más inventar para acabar hasta con el tendido de la perra. Parece increíble que un artista como Leonardo da Vinci no pudiera convencer a los príncipes y mecenas a través de su arte, sino con bocetos de poderosas armas de guerra que los haría más fuertes y poderosos que sus vecinos. En busca de eliminar otros seres humanos fue que algún día inventaron el arco de flechas, la ballesta, la espada, la catapulta, el arcabuz, el mosquete, el cañón, el gas mostaza, el fusil, la bayoneta, el lanza llamas, el mortero, los aviones y barcos de guerra, los tanques, el helicóptero artillado, la navaja automática y el revólver, entre otros miles de armas mortíferas.

Ahora cualquier mocoso consigue un fierro y después de que se carga al primer parroquiano, por encargo, por robarle el carro o porque le sacó la lengua, el asunto se vuelve para él lo más intrascendente y ahí es cuando la vida de los ciudadanos del común no queda valiendo un rábano. El destino lo lleva a usted a enfrentar a un bandido de estos y en un segundo, lo que demora en accionar el gatillo, es suficiente para que lo mande a la otra vida; un ser humano con ilusiones, con familia, con el futuro por delante, y en un abrir y cerrar de ojos quedó frito, despachado con un pedazo de plomo de unos pocos gramos entre la cabeza.

En un documental dirigido por el cineasta norteamericano Michael Moore sobre una matanza de estudiantes en una escuela secundaria, perpetrada por dos jóvenes alumnos, demuestra el gusto de los gringos por las armas de fuego y los graves efectos que esto ha traído a esa sociedad. La organización “Amigos del rifle”, liderada por el actor Charlton Heston, defiende la tenencia de armas y el derecho a defenderse por su propia mano. Por ello a diario se presentan casos como el referido, o el de niños que por accidente matan a sus hermanitos o compañeros porque tienen a mano dichos artefactos. Y como allá usted llega a una tienda y con solo llenar un formato y mostrar la identificación puede adquirir un fusil de asalto, una pistola, un revólver de grueso calibre, una ametralladora o cualquier tipo de arma, la proliferación de estos mortales elementos es aterradora.

Pero el problema con los gringos no es por la cantidad de armas, sino porque se han vuelto paranoicos e intolerantes. La prueba la presenta el señor Moore en el programa al comparar con sus vecinos canadienses, donde existen mayor cantidad de armas debido a su gusto por la cacería, y las cifras de asesinatos son ínfimas. Ese año en los Estados Unidos hubo más de once mil asesinatos mientras en Canadá no llegaban a cien. En ese país indagó con el comisario de una ciudad del tamaño de Manizales cuántas muertes violentas hubo en el último año, y el tipo se puso a echar cabeza porque no recordaba cuántos años hacía que no ocurría un hecho de esta naturaleza. Parece mentiras que en nuestra ciudad maten dos o tres personas al día, en Caldas fueron 35 los asesinatos en un mes, en Cartago “quebraron” ocho en una semana, y en Colombia… ya ni llevamos la cuenta. Pero en Tokio, una metrópoli de 30 millones de habitantes, a junio de este año había ocurrido un solo asesinato. ¿Cómo puede ser posible?

Vuelvo con lo que pasa en Estados Unidos. Hace poco una pareja de amigos estuvieron de vacaciones en el estado de Carolina, y mandaron los niños a un campo de verano. Entonces me puse a conversar con los chinos para que me contaran qué tal es esa vaina, y el mayor, de doce años, me hizo un recuento de todas las actividades que desarrollaron en su estadía. Claro que fue enfático en que lo que más le gustó fue el polígono, y que de los tres tipos de armas que le enseñaron a disparar, su preferida fue la pistola de 9 milímetros. ¿Habrá derecho a que los gringos sean tan brutos?

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