Todavía no me explico a quién se le ocurrió bautizar los padecimientos graves con el terrorífico nombre de enfermedades catastróficas. Esa vaina le tumba el carriel al más optimista. Pudieron llamarlas tipo A, de alto costo, de trato especial o simplemente graves, pero le zamparon el catastrófico como para dejar al paciente bien preocupado. Y lo triste es que las llaman así por el alto costo que representan los tratamientos que requieren, porque es una catástrofe para ellos un paciente con SIDA, cáncer o insuficiencia renal.
Por fortuna en este país la justicia defiende los pacientes y en la mayoría de casos las tutelas son falladas a su favor, lo que obliga a las entidades de salud a prestarle el servicio necesario. La gente se aterra que en Colombia necesitemos acudir al juez para recibir atención médica, pero desconocen que existe un POS (Plan obligatorio de salud) que en muchos casos no cubre los medicamentos indicados para ciertos tipos de tratamiento. Entonces al recibir el fallo de tutela, el gobierno, por medio del FOSYGA, debe reconocer a la entidad la diferencia del costo entre el medicamento que ofrece el POS y el que requiere el paciente. Así se curan en salud y es el estado el que corre con ese gasto extra, porque de lo contrario ya habrían quebrado todas las EPS.
Catastróficamente hablando yo padezco una enfermedad catastrófica. Hace un año mi primo Rafael Arango vino a decirme que el resultado de una biopsia que me hizo en la mejilla izquierda, resultó ser un melanoma. Como es común, siempre le tuve terror a la palabra cáncer y pensaba que a quien se lo diagnosticaran, de cualquier tipo, estaba despachado. Sin embargo, con el tratamiento recibido y el manejo de la enfermedad por parte de los médicos y demás personas comprometidas, uno aprende a convivir con el problema y a tornarse optimista y positivo. Claro que sin meterse mentiras ni desconocer la gravedad del asunto.
A usted le dicen que tiene cáncer y los primeros meses no piensa en otra cosa. Cuando se despierta es lo primero que recuerda y el resto del día se la pasa echándole cabeza a la cuestión e imaginándose lo peor. Por fortuna uno se acostumbra a todo y con el paso del tiempo se familiariza con la situación.
Por tratarse de un tumor maligno hay que actuar rápido y en el CAA de San Rafael mi amigo Raúl Vallejo me colaboró para gestionar una cantidad de exámenes que ordenaron. A los pocos días estaba en el quirófano, pero me sentía como en casa porque el anestesiólogo era mi primo Juan Bernardo Mejía, un tipo maravilloso, y la cirujana la doctora Cristina Ángel, a quien también considero como de mi familia y además tiene unas manos prodigiosas. Esta es la hora en que ya casi no se nota el machetazo que me tuvo que hacer en la mejilla.
Pero faltaba lo peor, porque a los dos meses apreció un ganglio inflamado en el cuello. Otro primo, Luis Alfonso Mejía, patólogo, me sacó una muestra con una jeringa y apareció un líquido como aceite quemado. Metástasis y el procedimiento a seguir fue vaciamiento del cuello al lado izquierdo. Otra vez para la Clínica de Villa Pilar y esta vez fue el doctor Andrés Chala, un as del bisturí, acompañado de nuevo por Juan B. Esa noche la pasé en cuidados intensivos, más trabado que un bulto de cachos a punta de morfina, y cuando desperté pensé que me habían arrancado la cabeza y me la habían vuelto a pegar. Con el cuello de la camisa la vaina no se nota pero es como si un tiburón me hubiera zampado un tarascazo en el pescuezo, porque para curarse en salud me sacaron hasta el apellido.
Luego vino la radioterapia en el Instituto Oncológico, ION, donde encuentra uno la gente más querida del mundo. Desde la gerente hasta la señora que reparte los tintos son de una amabilidad que le suben el ánimo a cualquiera; claro que la radiación mina el organismo y termina uno como Superman cuando le mostraban la criptonita. Ahora estoy en quimioterapia, con un medicamento más caro que el diablo; ni vendiendo hasta los calzoncillos hubiera tenido para pagar ese tratamiento. Y todo lo referido por cuenta del Seguro Social, o Rita Arango como se llama ahora, por lo que no me canso de agradecer a Dios haber estado afiliado a esa entidad. Además, porque todos sus funcionarios se han manejado como unos príncipes conmigo.
En estas encrucijadas de la vida es cuando se da uno cuenta de la clase de familia y de amigos que tiene, y eso reconforta. Muchos de ellos, para subirme el ánimo, hablan de un pariente o amigo que pasó por el mismo tratamiento, tuvo idéntica reacción pero al final le fue muy bien. Claro que al preguntar que cómo está el fulano, casi siempre dicen que ya viajó.
Sigo muy confiado en mi médico de ION, el doctor Juan Paulo Cardona, pero me tiene un poquito orejón que el hombre además de ser radio oncólogo, es especializado en tanatología (estudio de la muerte). De manera que debo estar pilas por si deja de tratarme con la primera especialización y pasa a la segunda, porque eso quiere decir que uno ya estoy oliendo maluco.
miércoles, agosto 03, 2005
Qué Nombrecito
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1 comentario:
Fuerza y sentido del humor, ayudan cantidades.
un abrazo
matador
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