jueves, marzo 30, 2006

Léxico Propio

Cada pueblo tiene su propia forma de expresarse, y aunque en países vecinos hay muchas coincidencias en cuanto al léxico utilizado, lógicamente cuando en ambos se habla la misma lengua, hay muchos dichos y expresiones que son únicos de una región específica. La tradición oral se encarga de que este lenguaje particular pase de generación en generación y así no sean palabras aceptadas como castizas, todo el mundo las entiende que a la larga es lo que importa. En nuestro medio los médicos se topan con unas definiciones y ciertas palabrejas para definir las enfermedades, que no dejan de causarles mucha gracia. Ellos conocen un lenguaje científico para definir todas las dolencias, pero de poco les sirve si los pacientes utilizan expresiones populares.

Aquí por ejemplo nadie dice que una persona tiene quebrantos de salud, sino que está maluco; si se trata de un bebé, preferimos comentar que el chino está malito. Para definir una molestia de esas que no tienen síntomas muy definidos utilizamos la palabra malestar o simplemente que el sujeto está indispuesto. Según el estrato social también varía la forma de definir los diferentes males y es así como una ricachona deprimida y a punto de suicidarse comenta que sufre un fuerte surmenaje. El mismo mal en un obrero de la construcción se define como una “malpa” la verrionda, una gusanera que le revuelca las tripas, un no sé qué no sé dónde y una gana la hijuemadre de tirarse a llevar.

Mientras a unos les da un sarpullido, con algo de prurito y molestias dermatológicas, a otros los ataca una rasquiña tenaz con ronchas y granos en carne viva. Sobra decir que en el primer caso la consulta es privada y el diagnóstico habla de una alergia al polen, mientras el otro paciente asiste con su carné del Sisbén y el mal queda definido como siete luchas, sarna o exceso de piojos.

Imagino que para cualquier galeno es difícil traducir enfermedades como el famoso dolor bajito que les da a ciertas mujeres, o el recurrente peso en el cerebro que produce como una vaina toda extraña. Otro llega donde el facultativo y le dice que le dio un patatús, que empezó a ver estrellas y de pronto se le fueron las luces. Los más pinchados prefieren definirlo como un soponcio y en definitiva es lo mismo que El Chavo llama la chiripiorca. A los ejecutivos les da estrés y esto produce nudos en la espalda y fuerte dolor en el cuello, que es lo mismo que sufren las empleadas del servicio y ellas definen como una neuralgia la más espantosa con un chuzo en la parte de arriba de las espaldas.

Una dolencia difícil de describir es el yeyo, que las personas experimentan cuando reciben una mala noticia, los engañan en un negocio o se les crispan los nervios por alguna causa. Para el paciente también es bien complicado describir algunas molestias que nadie sabe cómo explicar, y es el caso cuando se le abre una mano; es un dolorcito mamón que aunque no es delicado, lo friega a uno en el momento de querer abrir un frasco, amarrarse los cordones de los zapatos o lavarse los dientes.

Los gastroenterólogos deben tratar de traducir los síntomas propios de su especialidad, como cuando el enfermo dice que tiene como un roto en la boca del estómago, que le sube y le baja por el guargüero un ardor muy espantoso, que pasa hasta una semana sin poder dar del cuerpo y que de tanto hacer fuerza le salió como un racimo de uvas en el fundillo. Si come frijoles o lentejas queda empachado y los gases lo mortifican durante horas. Cualquier comida rara lo empalaga y el hígado de inmediato se torea produciendo cierto malestar acompañado de bilis, vértigo y rebote.

De igual manera los profesionales de la salud deben renunciar a sus conocimientos científicos para definir todo tipo de males, porque los pacientes les seguirán hablando del chichón, del fuego en el labio, del nacido en la nalga (aseguran que se produce por sentarse en un puesto del bus que acaban de desocupar y todavía está caliente), del orzuelo en un ojo, de un morado en un tobillo, de una cuerda que se saltó, del sereno, de las candelillas, la vena várice y otras tantas molestias del diario vivir.

La lógica del campesino es irrefutable y muchas veces nos dejan abismados ante su raciocinio. Mi amigo el doctor Francisco “Pacho” González atendió un viejo curtido en el campo y después del examen de rigor, le recetó unas pastillas que debía tomarse todos los días y cada ocho horas. Cuando el hombre volvió a control, resulta que no se había gastado ni la mitad del medicamento porque solo había tomado una pastilla diaria, lo que hizo que el galeno le llamara la atención por no haber seguido sus instrucciones. Entonces el montañero le hizo la siguiente reflexión:
- A ver dotor. Al menos p’a mí, el día es de 6 de la mañana a 6 de la tarde; con algunas variaciones, asegún la época del año. Eso son 12 horas y puede que yo no sea estudiao como usté, pero dígame una cosa: ¿cuántas veces cabe el 8 en el 12?

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