Advertencia: este escrito no debe ser leído por menores de 13 años sin la compañía de un adulto responsable, para que después no digan que doy malos consejos a los mocosos. Porque cuando los muchachitos nos oyen recordar cómo era nuestra vida de estudiantes, los ojos se les abren como un dos de oros y no lo pueden creer. Para ellos es inaudito que alguien pudiera comportarse de esa manera sin que se armara un problema de la madona.
Para nosotros no existió una época mejor que la del colegio. Poco nos interesaba aprender y la única preocupación era ganar las materias a como diera lugar; mínimo sacar un 3 para que en la libreta de calificaciones apareciera la nota en tinta negra, o al menos 2,9 para recurrir a la famosa ley de arrastre que subía automáticamente ese pelito que faltaba. También era importante manejar el asunto de las inasistencias a clase, porque su acumulación es motivo de reprobación. Entonces había que planear alguna disculpa bien convincente, la cual era trasmitida por medio de algún compañero solidario, para que el profesor no pusiera la falla ni informara al coordinador de disciplina; porque la labor de éste era llamar a averiguar la causa de las deserciones.
Mamarse a clase era lo máximo. Y todavía mejor tomarse la tarde libre e irse de programa con unas hembritas, jugar varios chicos de billar en un café del centro o meterse a cine con los amigos a comer salchichas suizas y albóndigas, y luego hacer un concurso de eructos. La gente empezaba a salir mientras mascullaban y trinaban de la piedra, y con toda la razón, aunque para nosotros dicho proceder lo único que hacía era sumarle emoción a la desagradable competencia. Ahora pienso cómo fue que no nos pelaron a garrote, porque si me pasa hoy en día, ahorco los culicagaos maleducados y cochinos que se atrevan a semejante irrespeto. Debemos reconocer que nosotros solo pensábamos en hacer maldades y joder al prójimo, aprovechando que la gente era muy permisiva y la violencia no se toleraba en ningún caso.
Es raro que hoy un muchacho pierda el año lectivo, aunque debe trabajar duro. En cambio uno podía vagar todo el año y si le iba bien en los exámenes parciales, y sobre todo en el final, salvaba la materia. De lo contrario, tuqui tuqui lulú. Pero era un riesgo que muchos tomábamos y bastaba con conocer buenas técnicas para copiar en las pruebas. Pasteles, paquetes, trampas, comprimidos, chanchullos y muchos otros apelativos utilizamos para nombrar ese pequeño papelito con datos y fórmulas que debíamos esconder muy bien, para sacarlo con absoluto disimulo en el momento oportuno y encontrar la tan ansiada respuesta. Además quedaban como recurso la habilitación o los cursos remediales, en los cuales sí había que copiar a como diera lugar, porque si no estudiábamos en tiempo de colegio, mucho menos en vacaciones.
Si no fuera por dicha técnica, en la cual fui un experto, aún estaría en primero de bachillerato. O sexto, como le dicen ahora. A diario inventábamos nuevas modalidades y las mujeres nos llevaban ventaja, porque aprovechaban los muslos para anotar los datos y bastaba con subir la falda un poco para consultar; y ni modo de que un profesor les dijera que se levantaran el uniforme. Entonces uno recurría a llenar los antebrazos de apuntes, un rincón de la superficie del pupitre, en el marco de la ventana, en la regla o con letras diminutas en algunas caras del hexagonal lápiz.
Lo que llama la atención es que si pillaban a un alumno en esas andanzas o preguntándole algo al compañero, el profesor procedía a quitarles el examen y como decíamos entonces: cero pollito. Si el rector se enteraba de que algunos alumnos no asistieron al colegio sin causa justificada, estos eran llamados a su oficina y con seguridad recibían tremendo regaño, mala nota en disciplina y si había reincidencia, los suspendía. En cambio ahora si un colegial se comporta de igual manera, poco falta para que lo excomulguen. Un amigo consultó con una sicóloga porque su hijo adolescente pasaba por al etapa de las embarradas, y la vieja le dijo a quemarropa al confuso padre que él estaba criando delincuentes. De ser así, a nosotros nos hubieran quedado chiquitos Al Capone, El Chacal, Tirofijo y Pablo Escobar.
Mi madre siempre ha sido muy fresca y no se escandalizaba con esas pilatunas. La llamaban del colegio un martes para que fuera a recibir un informe sobre uno de los 6 zambos que estudiaban allá, y ella pedía que le acumularan las quejas de la semana para el viernes, ya que el establecimiento quedaba en los infiernos. Y como mi padre trabajaba todo el día nunca se enteraba cuando llamaban del colegio.
Cada quien tiene su opinión, pero el escritor irlandés Bernard Shaw dijo que el único tiempo que perdió durante su existencia fue mientras asistió al colegio. La verdad yo pasé muy sabroso pero no asimilé nada. Lo poquito que sé, lo he aprendido a través de la lectura y sobre todo en la universidad de la vida. Y debo decir que aunque tuve mi época de vándalo y vago, no me arrepiento de nada. Porque a uno nadie le quita lo bailado.
Para nosotros no existió una época mejor que la del colegio. Poco nos interesaba aprender y la única preocupación era ganar las materias a como diera lugar; mínimo sacar un 3 para que en la libreta de calificaciones apareciera la nota en tinta negra, o al menos 2,9 para recurrir a la famosa ley de arrastre que subía automáticamente ese pelito que faltaba. También era importante manejar el asunto de las inasistencias a clase, porque su acumulación es motivo de reprobación. Entonces había que planear alguna disculpa bien convincente, la cual era trasmitida por medio de algún compañero solidario, para que el profesor no pusiera la falla ni informara al coordinador de disciplina; porque la labor de éste era llamar a averiguar la causa de las deserciones.
Mamarse a clase era lo máximo. Y todavía mejor tomarse la tarde libre e irse de programa con unas hembritas, jugar varios chicos de billar en un café del centro o meterse a cine con los amigos a comer salchichas suizas y albóndigas, y luego hacer un concurso de eructos. La gente empezaba a salir mientras mascullaban y trinaban de la piedra, y con toda la razón, aunque para nosotros dicho proceder lo único que hacía era sumarle emoción a la desagradable competencia. Ahora pienso cómo fue que no nos pelaron a garrote, porque si me pasa hoy en día, ahorco los culicagaos maleducados y cochinos que se atrevan a semejante irrespeto. Debemos reconocer que nosotros solo pensábamos en hacer maldades y joder al prójimo, aprovechando que la gente era muy permisiva y la violencia no se toleraba en ningún caso.
Es raro que hoy un muchacho pierda el año lectivo, aunque debe trabajar duro. En cambio uno podía vagar todo el año y si le iba bien en los exámenes parciales, y sobre todo en el final, salvaba la materia. De lo contrario, tuqui tuqui lulú. Pero era un riesgo que muchos tomábamos y bastaba con conocer buenas técnicas para copiar en las pruebas. Pasteles, paquetes, trampas, comprimidos, chanchullos y muchos otros apelativos utilizamos para nombrar ese pequeño papelito con datos y fórmulas que debíamos esconder muy bien, para sacarlo con absoluto disimulo en el momento oportuno y encontrar la tan ansiada respuesta. Además quedaban como recurso la habilitación o los cursos remediales, en los cuales sí había que copiar a como diera lugar, porque si no estudiábamos en tiempo de colegio, mucho menos en vacaciones.
Si no fuera por dicha técnica, en la cual fui un experto, aún estaría en primero de bachillerato. O sexto, como le dicen ahora. A diario inventábamos nuevas modalidades y las mujeres nos llevaban ventaja, porque aprovechaban los muslos para anotar los datos y bastaba con subir la falda un poco para consultar; y ni modo de que un profesor les dijera que se levantaran el uniforme. Entonces uno recurría a llenar los antebrazos de apuntes, un rincón de la superficie del pupitre, en el marco de la ventana, en la regla o con letras diminutas en algunas caras del hexagonal lápiz.
Lo que llama la atención es que si pillaban a un alumno en esas andanzas o preguntándole algo al compañero, el profesor procedía a quitarles el examen y como decíamos entonces: cero pollito. Si el rector se enteraba de que algunos alumnos no asistieron al colegio sin causa justificada, estos eran llamados a su oficina y con seguridad recibían tremendo regaño, mala nota en disciplina y si había reincidencia, los suspendía. En cambio ahora si un colegial se comporta de igual manera, poco falta para que lo excomulguen. Un amigo consultó con una sicóloga porque su hijo adolescente pasaba por al etapa de las embarradas, y la vieja le dijo a quemarropa al confuso padre que él estaba criando delincuentes. De ser así, a nosotros nos hubieran quedado chiquitos Al Capone, El Chacal, Tirofijo y Pablo Escobar.
Mi madre siempre ha sido muy fresca y no se escandalizaba con esas pilatunas. La llamaban del colegio un martes para que fuera a recibir un informe sobre uno de los 6 zambos que estudiaban allá, y ella pedía que le acumularan las quejas de la semana para el viernes, ya que el establecimiento quedaba en los infiernos. Y como mi padre trabajaba todo el día nunca se enteraba cuando llamaban del colegio.
Cada quien tiene su opinión, pero el escritor irlandés Bernard Shaw dijo que el único tiempo que perdió durante su existencia fue mientras asistió al colegio. La verdad yo pasé muy sabroso pero no asimilé nada. Lo poquito que sé, lo he aprendido a través de la lectura y sobre todo en la universidad de la vida. Y debo decir que aunque tuve mi época de vándalo y vago, no me arrepiento de nada. Porque a uno nadie le quita lo bailado.
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