Nada más delicado que meter la cucharada en temas relacionados con religión o política. Siempre sale uno regañado. Claro que después de oír tantas pendejadas sobre los hechos que suceden a diario, es muy difícil quedarse callado y tragarse las opiniones. Aquí no se puede hacer bulla, porque al enterarse la prensa cualquier asunto se vuelve un tierrero al que entra a meter la cucharada hasta el mismo gato. Y para ciertos medios de comunicación un escándalo o una polémica de cualquier tipo es un verdadero plato fuerte al que le sacan provecho hasta decir no más. Me parece oír a Julito y a Félix saboreando el bistec de turno.
Un ejemplo claro son los abortos practicados en casos específicos, hecho que sucede en nuestro país y en el mundo entero infinidad de veces y solo se enteran el médico y los directamente afectados. Sin nombrar los que se practican en forma clandestina y con métodos poco ortodoxos, los cuales causan daños permanentes y en muchos casos la muerte de la paciente. Ojalá la gente aprenda que lo más acertado es pasar desapercibido para que nadie tercie en el asunto.
Porque hay que ver los medios de comunicación hacer encuestas acerca de la opinión de los ciudadanos sobre cualquier cosa. Y meten baza los jerarcas de la iglesia, los políticos, los artistas, el concejal lustrabotas, la reina de la panela, un chofer de colectivo, el carretillero, un mocoso cantante, una zamba madurada biche y todo el desocupado que espera horas para decir cualquier babosada en un programa radial. Claro, como es tan fácil opinar desde la barrera, qué carajo. Pero a pocos se les ocurre pensar si vivieran el problema en carne propia, cómo lo enfrentarían. No debemos olvidar que una cosa piensa el burro y otra quien lo monta.
Todos conocemos de cerca a una niña de siete años; puede ser familiar, hija de un amigo, la vecinita o la nieta de un empleado. Basta con imaginar a esa criatura abusada sexualmente por un vergajo corrompido que aprovecha el parentesco para violarla a su gusto durante 4 años, hasta dejarla embarazada cuando a los 11 sus cambios hormonales le permiten concebir. Entonces sale un obispo a decir que si no quiere a la criatura, en vez de asesinarla debe soportar el embarazo, dar a luz y entregarla a la iglesia para darla en adopción. Sencilla la solución. ¿Y el trauma de una pequeña al llevar a término un embarazo, parir y enfrentarse a un bebé que brota de su vientre, sin siquiera entender bien cómo es la cosa? No quiero ni imaginar cómo puede resistir el organismo de una niña la gestación, si cuando vemos a una mujer adulta y corpulenta (caballo grande, que llamamos) después de los 8 meses de preñez parece una nevera a punto de reventar.
Y todo el mundo a señalar a la madre de la pequeña porque se hizo la de la vista gorda y permitió tal atropello, pero no pensamos que si ella lo denuncia y al guache lo zampan a la cárcel, se la traga la tierra a ella y a la tropa de mocosos. Porque bien que mal, el tipo paga el arriendo y algo lleva para echarle a la olla. Una cruel realidad que así nos suene absurda y falta de moral, es la ley de sálvese quien pueda. Muy cómodo opinar para quien nunca ha sentido hambre de verdad ni se le ha mojado la cama en una noche de invierno.
Me partió el alma ver en las afueras del hospital donde estaba recluida la inocente criatura, a un mundo de culicagaos de varios colegios de Bogota quienes esgrimían carteles y gritaban en coro “asesina, asesina”. Cómo pudo sentirse esa pobre niña si escuchó semejante acusación. Unos caguetas azuzados por los directivos del colegio, con toda seguridad, que con tal de capar clase proceden como les digan sin detenerse a pensar si ellos fueran los afectados.
Estamos hasta la coronilla de oír los diferentes argumentos de si debe aceptarse o no el aborto para casos específicos. Ya por lo menos es permitido y de esa forma los médicos se curan en salud para no meterse en líos jurídicos, mientras la iglesia sigue en su campaña de frenar la medida. Nada sacan con excomulgar a los magistrados por cumplir con su deber, y no sobra recordarles que en nuestro país no todos los ciudadanos son católicos, otros no son practicantes y muchos más no comulgamos con este tipo de determinaciones. Basta con que cada persona obre según sus principios morales y religiosos, y al tratarse de un menor de edad, queda en manos de sus padres o acudientes tomar la determinación. Nadie más tiene por qué meter la cucharada.
Que si Fabiola Zuluaga se apresuró en retirarse; que Juan Pablo Montoya la embarró cambiándose de categoría; que si fulanita necesita siliconas; que el técnico del equipo debe renunciar; que por qué tumbaron ese árbol; que mejoren las vías pero sin cobrar valorización; que si usted devolvería la plata de la guaca; que si los del otro equipo pueden casarse; que si fue primero el huevo o la gallina. Hombre, por dios, dejemos la jodentina y verá que la vida es más llevadera.
Un ejemplo claro son los abortos practicados en casos específicos, hecho que sucede en nuestro país y en el mundo entero infinidad de veces y solo se enteran el médico y los directamente afectados. Sin nombrar los que se practican en forma clandestina y con métodos poco ortodoxos, los cuales causan daños permanentes y en muchos casos la muerte de la paciente. Ojalá la gente aprenda que lo más acertado es pasar desapercibido para que nadie tercie en el asunto.
Porque hay que ver los medios de comunicación hacer encuestas acerca de la opinión de los ciudadanos sobre cualquier cosa. Y meten baza los jerarcas de la iglesia, los políticos, los artistas, el concejal lustrabotas, la reina de la panela, un chofer de colectivo, el carretillero, un mocoso cantante, una zamba madurada biche y todo el desocupado que espera horas para decir cualquier babosada en un programa radial. Claro, como es tan fácil opinar desde la barrera, qué carajo. Pero a pocos se les ocurre pensar si vivieran el problema en carne propia, cómo lo enfrentarían. No debemos olvidar que una cosa piensa el burro y otra quien lo monta.
Todos conocemos de cerca a una niña de siete años; puede ser familiar, hija de un amigo, la vecinita o la nieta de un empleado. Basta con imaginar a esa criatura abusada sexualmente por un vergajo corrompido que aprovecha el parentesco para violarla a su gusto durante 4 años, hasta dejarla embarazada cuando a los 11 sus cambios hormonales le permiten concebir. Entonces sale un obispo a decir que si no quiere a la criatura, en vez de asesinarla debe soportar el embarazo, dar a luz y entregarla a la iglesia para darla en adopción. Sencilla la solución. ¿Y el trauma de una pequeña al llevar a término un embarazo, parir y enfrentarse a un bebé que brota de su vientre, sin siquiera entender bien cómo es la cosa? No quiero ni imaginar cómo puede resistir el organismo de una niña la gestación, si cuando vemos a una mujer adulta y corpulenta (caballo grande, que llamamos) después de los 8 meses de preñez parece una nevera a punto de reventar.
Y todo el mundo a señalar a la madre de la pequeña porque se hizo la de la vista gorda y permitió tal atropello, pero no pensamos que si ella lo denuncia y al guache lo zampan a la cárcel, se la traga la tierra a ella y a la tropa de mocosos. Porque bien que mal, el tipo paga el arriendo y algo lleva para echarle a la olla. Una cruel realidad que así nos suene absurda y falta de moral, es la ley de sálvese quien pueda. Muy cómodo opinar para quien nunca ha sentido hambre de verdad ni se le ha mojado la cama en una noche de invierno.
Me partió el alma ver en las afueras del hospital donde estaba recluida la inocente criatura, a un mundo de culicagaos de varios colegios de Bogota quienes esgrimían carteles y gritaban en coro “asesina, asesina”. Cómo pudo sentirse esa pobre niña si escuchó semejante acusación. Unos caguetas azuzados por los directivos del colegio, con toda seguridad, que con tal de capar clase proceden como les digan sin detenerse a pensar si ellos fueran los afectados.
Estamos hasta la coronilla de oír los diferentes argumentos de si debe aceptarse o no el aborto para casos específicos. Ya por lo menos es permitido y de esa forma los médicos se curan en salud para no meterse en líos jurídicos, mientras la iglesia sigue en su campaña de frenar la medida. Nada sacan con excomulgar a los magistrados por cumplir con su deber, y no sobra recordarles que en nuestro país no todos los ciudadanos son católicos, otros no son practicantes y muchos más no comulgamos con este tipo de determinaciones. Basta con que cada persona obre según sus principios morales y religiosos, y al tratarse de un menor de edad, queda en manos de sus padres o acudientes tomar la determinación. Nadie más tiene por qué meter la cucharada.
Que si Fabiola Zuluaga se apresuró en retirarse; que Juan Pablo Montoya la embarró cambiándose de categoría; que si fulanita necesita siliconas; que el técnico del equipo debe renunciar; que por qué tumbaron ese árbol; que mejoren las vías pero sin cobrar valorización; que si usted devolvería la plata de la guaca; que si los del otro equipo pueden casarse; que si fue primero el huevo o la gallina. Hombre, por dios, dejemos la jodentina y verá que la vida es más llevadera.
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