En ocasiones se vienen a la cabeza un mundo de temas que no tienen nada en común, pero que hacen picar la lengua de las ganas de meter la cucharada. En medio de un frío que cala los huesos, mitigado a ratos por el solecito que aparece tímido gracias a que el tal fenómeno del niño lo deja participar para evitar que los aguaceros bíblicos arrasen con todo, la gente disfruta mientras bota corriente acerca del acontecer diario.
Es común la crítica a la iglesia católica por una negativa, mantenida hasta la terquedad, de no querer evolucionar a la par de los cambios que presenta la sociedad, sobre todo en temas como el celibato. Desde que tengo memoria se discute entre la feligresía la insistencia por parte de la cúpula católica de sostener este voto de castidad, y al fin me entero de que en el Vaticano, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza, se reúnen para tocar el tema. Cómo evitarían de escándalos y malos entendidos si le permitieran a los curas contraer matrimonio, porque de esa forma no deben recurrir a la mentira y a la trampa para satisfacer ese impulso natural que siente cualquier mortal.
La sexualidad es una función fisiológica y vetarla es como prohibirle a alguien que orine o respire. En casi todas las religiones permiten que sus pastores y representantes formen una familia, lo cual es muy sano porque además tienen más autoridad y conocimiento para aconsejar en muchos temas relacionados. Sin esa represión el cura párroco será reconocido por la comunidad como un padre de familia responsable, marido fiel y miembro distinguido de la sociedad, y puede evitarse que mucha gente ande preguntándose con malicia si el presbítero fulano es del otro equipo. Claro que habrá sacerdotes pederastas, homosexuales y aberrados; otros conformarán su familia pero querrán tener una sucursal; no faltarán los que quieran divorciarse y volverse a casar, pero con seguridad muchos otros vivirán felices en compañía de esposa e hijos. Lástima que todo quede en veremos, porque de nuevo les dicen que se olviden del asunto y aproximadamente cien mil sacerdotes casados esperan que les autoricen retomar su apostolado.
Pasemos al tercio de pica. El reinado nacional en Cartagena está en franca decadencia, para fortuna de quienes vemos en él un derroche innecesario de tiempo y dinero. Basta con ver la poca trascendencia que al evento dedican los medios de comunicación, los cuales hace unos años atosigaban con la avalancha de información procedente del reinado. Unos pocos chismosos, lagartos, traquetos de media petaca, decenas de peinadores y maquilladores a cuál más afeminado, faranduleros, artistas en promoción y muchos periodistas, se reúnen a chismosear y a intrigar para manipular el fallo del jurado. Las comitivas departamentales están conformadas por reducidos grupos que solo hacen bulla y dan lora cuando están copetones, y la realidad es que las críticas aumentan a diario y el interés merma a pasos agigantados.
Timbales y trompetas anuncian cambio de tercio. Conminan a quienes todavía habitan el Palacio Nacional en Manizales, para que en una fecha determinada lo desocupen y tomen de una vez la determinación de si lo demuelen o le hacen refuerzo estructural y mejoran su aspecto. Que informen a la comunidad cuánto cuestan las diferentes opciones, porque no cabe duda de que aunque la edificación es muy cómoda y funcional, según dicen personas que a él acuden con regularidad, para quien lo observa desde afuera es un esperpento que solo produce vergüenza ante el visitante. Con seguridad gana el premio al edificio más feo del centro de la ciudad, y la posibilidad de derribarlo y aprovechar el espacio para un parque que sirva de pulmón es llamativa para cualquier ciudadano. De todos es sabido que en muchos casos es más costoso arreglar y remodelar que construir nuevo, y solo queda esperar que en caso de optar por la segunda opción, no se vayan a demorar 20 años edificándolo como sucedió con este armatoste.
Para Ripley lo que sucede con la vía que comunica las vecinas poblaciones de Chinchiná y Santa Rosa de Cabal. Es inaudito que debamos esperar once años para disfrutar de una obra que según los estimativos al iniciarla debía ejecutarse en dos años, pero más increíble aún que al fin terminada, la mantengan cerrada porque no se les ocurrió planear su funcionamiento. La nueva carretera, que presenta un trazado más cómodo porque facilita el sobrepaso de camiones y un tránsito a mayor velocidad, estuvo lista hace unos meses pero no la abren porque no saben quien debe operar el peaje. INVIAS, INCO y Autopistas del café se pasan la pelota para no hacerse cargo de los gastos que genera la nueva caseta, pero no se les ocurrió solucionar el asunto durante los casi 150 meses que demoraron en finiquitarla.
Claro que lo del sobrepaso es posible si no está presente la policía de carreteras en la zona, porque según la línea ininterrumpida que marca el centro de nuestras vías, está prohibido que un vehículo adelante a otro durante trayectos muy extensos. Basta con analizar en el tramo entre Manizales y Mariquita cuántas posibilidades legales hay de sobrepaso, por lo que supuestamente quien maneje un carro particular debe irse a paso de hormiga, y chupando humo, detrás de un camión por kilómetros y kilómetros.
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